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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (10 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Cerró el catalejo con un golpe seco, y escuchó el murmullo a sus espaldas; los hombres estaban tan desilusionados como él mismo. El capitán del
Miranda
iniciaba el ataque probablemente para terminar con la frustración de un viaje tan lento, más que para humillar al
Sparrow
.

Miró los anchos hombros de Tyrrell.

—Haga una señal al
Bear
para que largue más vela —dijo—. No me gusta cómo hunde la popa.

Entonces se volvió para observar la fragata. Se movía con rapidez, pese al viento que casi le venía de proa, y pudo ver las portas de babor abriéndose y la única línea de las bocas de cañón que reflejaba la luz del sol mientras corrían raudos a la batalla.

El capitán del bergantín debía de haber comprendido ya qué era lo que estaba ocurriendo. Incluso así, posiblemente se sentía renuente a abandonar su trofeo en el momento en el que casi rozaba la victoria. En las pasarelas y la cubierta de artillería sus marineros discutían y agitaban los brazos, y adivinó que discutían acerca de cómo obrarían ellos si hubieran tenido la oportunidad de atacar al corsario.

Bolitho llamó de nuevo a Raven a cubierta.

—Bien hecho —dijo.

Raven sonrió; parecía incómodo ante el halago.

—Gracias, señor. El bergantín es yanqui, y bastante bueno. Vi bastantes así en mis tiempos. El otro parece un
indiaman
, aunque con una artillería no tan buena como debería. No hay ni un disparo en las lonas del yanqui.

—¡El bergantín ha cesado de disparar! —gritó Tyrrell—. ¡Intenta escapar!

Bolitho suspiró. El mercante giraba ya despacio hacia el pequeño convoy mientras que el
Miranda
cargaba a toda vela contra su atacante. El bergantín, si estaba bien equipado, podía compararse a una fragata en términos de velocidad y facilidad de maniobra, pero éste había esperado demasiado tiempo. Encajando como los dientes de una trampa, los tres veleros rozarían costado con costado; la fragata escudaría al mercante y sería capaz desde su posición de alcanzar al bergantín de proa a popa.

Si el bergantín no terminaba demasiado afectado por el ataque resultaría útil a la flota. De todos modos, el capitán del
Miranda
se embolsaría una bonita recompensa. Entrecerró los ojos al escuchar el sonido de unas cuantas voces furiosas que procedían de la escalera cercana a la superestructura de popa.

Era Tilby, sonrojado por alguna secreta reserva de ron, y muy furioso.

—Perdóneme, señor —dijo— pero este hombre dice que quiere hablar con usted —miró con severidad al marinero en cuestión—. Ya le he dicho que ningún marinero bajo castigo puede dirigirse a un oficial sin permiso.

Bolitho comprobó que el marinero que seguía a Tilby era el que se esperaba que azotase. Era un hombre joven, bien formado, y se aferraba al brazo del contramaestre con una determinación frenética.

—¿Qué ocurre, Yelverton? —Bolitho asintió a Tilby—. ¿Es tan importante?

El hombre alcanzó la popa y tragó saliva.

—¡Ese barco, señor! ¡No es un
indiaman
! ¡Pertenece a los condenados franceses! ¡Lo vi en Boston hace algunos años!

Bolitho se volvió.

—¡Cielo santo!

En ese momento el mercante que se acercaba en dirección contraria disparó una andanada contra el costado desierto del
Miranda
mientras pasaba. El sonido aumentó hasta que alcanzó el corazón de cada hombre del convoy.

IV
Total responsabilidad

Incluso desde dos millas de distancia Bolitho alcanzó a ver cómo un violento estremecimiento sacudía el
Miranda
al ser alcanzado por la andanada. Debían haberla dirigido hacia lo alto, porque cuando el humo se disipó pudo apreciar los estragos del súbito ataque; la gavia de mayor había desaparecido y la mayor parte de las velas estaban desgarradas y agujereadas como harapos después de una tempestad.

Se separó de la batayola y se dio cuenta de que los hombres cercanos continuaban paralizados como estatuas, tan conmocionados que eran incapaces de pensar o reaccionar.

—¡Señor Tyrrell! ¡Ordene que todos ocupen sus puestos! ¡Preparados para entrar en acción! —gritó. Aferró el brazo de Bethune y vio su expresión sorprendida mientras añadía:— ¡Llame a filas!

Un grumete alcanzó su tambor y comenzó con la retreta en
staccatto
. Los hombres en cubierta y los que se hallaban situados en la proa, donde esperaban contemplar la rápida victoria del
Miranda
, despertaron y corrieron a sus puestos; pero había desaparecido el movimiento automático de los hombres durante las maniobras, o el severo silencio de antiguos veteranos enfrentándose a una batalla más. Se apresuraron, demasiado confusos como para actuar con un propósito determinado. Chocaron unos con otros, los de más allá se situaron momentáneamente ante un cañón equivocado, o avanzaban a tientas con un equipo que no les era familiar, hasta que un oficial de baja graduación les apartaba de una patada.

Bolitho miró a Buckle, tratando de mantener su tono sereno en medio del caos que le rodeaba.

—Arríe las velas del trinquete y mantenga los juanetes. Ya habrá suficiente riesgo de fuego sin que las lonas comiencen a arder sobre nuestras cabezas.

Bajo la superestructura de popa escuchó el ruido y los golpes de los paneles que estaban siendo arrancados, el ruido de los pasos cuando los muchachos corrían desde la santabárbara con pólvora para cada cañón preparado.

Decidió enfrentarse a los barcos que se aproximaban, sabiendo que estaba invirtiendo demasiado tiempo en los preparativos para la acción. Parecían tan cercanos… Hubo más cañonazos, y vio que el humo se elevaba y se enroscaba entre los veleros, impidiéndole saber lo que ocurría.

Contuvo la respiración mientras contemplaba cómo las vergas del
Miranda
se tambaleaban sobre el humo; sabía que el capitán intentaba virar y avanzar paralelo a su atacante. Los cañones aparecieron en medio de la niebla que ascendía; sus largas lenguas naranjas relampagueaban sobre las aguas revueltas, y algunas de las balas se deslizaron sobre mar abierto, dejando sucias estelas de espuma que marcaban su camino.

El
Miranda
continuaba girando, con sus velas acribilladas ondeando débilmente mientras comenzaba a alejarse del ojo del huracán. Su capitán intentaría o bien luchar con el barco mayor, respondiendo al fuego, o deslizarse y sobrepasar su popa para atacarle con una descarga.

Bolitho escuchó a alguien renegar cuando el enemigo disparó protegido tras la humareda. Disparando sin tregua desde su parte oculta, las balas casi podían sentirse.

El ataque había sido soberbiamente calculado, y alcanzó de lleno a la fragata incluso cuando había comenzado a avanzar contra el viento. El enemigo usaba fuego alto, porque cuando la lenta descarga alcanzó lo que debía destrozar, Bolitho vio cómo la proa del
Miranda
y los palos mayores vacilaban y comenzaban a desmoronarse lateralmente rodeados del humo, con las velas azotadas por la andanada. Ya no era un barco ligero y esbelto, sino un tullido que naufragaba, pero el
Miranda
aún se proponía girar. Sus armas de proa disparaban ciegamente, y la enseña escarlata continuaba bien visible en medio de su mesana.

—¡Preparados para entrar en acción! —gritó Tyrrell con voz salvaje.

Bolitho le miró.

—Carguen armas y vayan preparándose, por favor.

El teniente continuó frente a él, con los ojos muy brillantes bajo los rayos del sol.

—No pensará enfrentarse a ambos, ¿verdad?

—Sí, si es preciso.

Bolitho se volvió mientras resonaban y zumbaban más disparos y la distancia se acortaba cada vez más. Observó cómo el bergantín se escurría entre los dos barcos de gran tamaño, con los juanetes del mayor inclinados en un ángulo peligroso, las primeras balas del
Miranda
habían encontrado allí su objetivo.

Los tablones vibraron bajo sus pies, y cuando las portas se abrieron los dieciocho cañones del
Sparrow
chirriaron y relumbraron con la luz del sol; los hombres, con el torso desnudo, se deslizaron sobre las cubiertas enarenadas mientras intentaban cumplir las órdenes que gritaban sus capitanes.

Bolitho contempló toda la extensión de su barco con cierta desesperación. En apenas unos momentos, todo habría terminado. Su barco, su precioso
Sparrow
, compartiría el destino de la fragata.

Y todo había sido tan fácil. En el pasado la situación resultaba tan común que la visión de un mercante indefenso atacado por un corsario bien armado ni siquiera habría levantado la más ligera sospecha. No era de extrañar que las velas del corsario no hubieran resultado ni siquiera rozadas en su batalla, cuidadosamente amañada. Cómo debían de haberse reído los dos capitanes americanos cuando el
Miranda
había corrido en defensa de su propio asesino.

Sintió a Stockdale respirando ruidosamente a sus espaldas, y el súbito apretón de la vaina de la espada entorno a su cintura.

—Válgame Dios, señor, las cosas tienen mal cariz —dijo gravemente.

—¡Ah los de cubierta! —habían olvidado al vigía al contemplar el desastre—. ¡El
Miranda
—el invisible vigía emitió una risa desgarrada— se aproxima a ese bastardo!

Bolitho corrió a la batayola. La fragata casi quedaba escondida tras la forma del barco enemigo, pero por la dirección de su mesana se podía comprobar que realmente se lanzaba contra su atacante. Otra andanada hizo que el humo se elevara entre ellos, y el mástil que aún conservaba la fragata desapareció en una confusión de lonas desgarradas y ondulantes. Pero Bolitho podía ver la súbita actividad en las pasarelas del enemigo, la aparición de figuras en su palo de trinquete, y se imaginaba la fragata atacada dirigiendo su amura de estribor hacia el castillo de proa. Los mosquetes dispararon débilmente a través del agua, y le deslumbró el revelador resplandor del acero, mientras los dos veleros se abarloaban, y comenzaba la lucha cuerpo a cuerpo.

Aferró el brazo de Tyrrell.

—¡El
Miranda
intenta ganar tiempo! ¡Nos está dando tiempo! —gritó. No apreció comprensión en sus ojos, sólo incredulidad—. Si puede aguantar nos acercaremos al bergantín.

Protegió sus ojos de la claridad y observó al bergantín mientras se deslizaba hacia los dos transportes.

—Cruzará la proa del
Golden Fleece
, y la doblará cuando pase a su lado —gritaba sus pensamientos al viento—. Viraremos en redondo directamente, pasaremos entre los transportes y le devolveremos la amabilidad.

Tyrrell se mordió los labios.

—Pero podemos colisionar con el corsario, señor.

Bolitho le hizo girar y le señaló los barcos enzarzados en la pelea.

—¿Quiere que estos hombres mueran por nada, hombre? —le empujó hacia la batayola—. Ahora prepárese para virar cuando se lo ordene.

El bergantín se encontraba ya completamente frente al bauprés del
Sparrow
, a no más de una milla. A bordo del transporte que iba en cabeza Bolitho pudo ver el humo de un único cañón, aunque no vio señales de bala.

—Indique a los transportes que mantengan su posición, señor Bethune —repitió la orden, para acabar con la inmovilidad del guardiamarina—. ¡Rápido!

Si alguno de los capitanes de los transportes perdía ahora la cabeza, todo fracasaría. El enemigo les destrozaría a su antojo, o les capturaría. Incluso ahora existían pocas razones para la esperanza. Y todo ello, desde la primera señal de sorpresa hasta ese mismo momento, había ocurrido en apenas unos minutos. Se obligó a caminar de la popa hasta la borda, sus ojos recorrieron los cañones giratorios y emboscados, los dos timoneles en el timón desprotegido, la seria expresión de Buckle, para luego mirar hacia las velas, allá arriba. Observó todas y cada una de ellas.

Raven, el nuevo segundo piloto, le miraba desolado.

—No tenía porqué saberlo —se detuvo a decirle—. Después de todo era un
indiaman
, pero no del tipo que imaginábamos, me temo.

Raven sacudió la cabeza, tan preocupado por su fallo al reconocer al enemigo que parecía haber olvidado el estallido de los cañones.

—Debería haberlo sospechado, señor. Pero vi lo que esperaba ver, y lo siento enormemente, después de la oportunidad que me dio al permitirme subir.

Bolitho sonrió, sintiendo que sus labios se rompían con el esfuerzo.

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