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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (50 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Heyward asintió, con los ojos abiertos como platos. Dalkeith le tocó en el brazo.

—Mire, señor.

Era el otro esquife, o lo que quedaba de él. Incluso con la poca luz era posible ver la regala astillada, y los pocos remos que aún mantenía, que se movían muy despacio sobre las aguas inquietas.

Se escuchó el retumbar de un cañón, y otro disparo voló hacia el cielo un poco más allá. El cañón escondido se había decidido por un blanco menor, pero más cercano. Bolitho retrocedió cuando la tripulación de Yule disparó su primer cañonazo desde la parte delantera, y vio que los árboles temblaban estremecidos cuando la metralla segó el humo que ascendía.

—¡Un catalejo!

Apenas se atrevió a elevarlo. Entonces observó el esquife, las heridas que las balas de mosquete habían dejado en su costado, los cadáveres oscilantes aún atrapados entre los remeros que quedaban. Y vio a Tyrrell. Estaba sentado sobre la borda en la popa, con alguien tendido sobre sus rodillas, mientras dirigía el bote a través del humo blanquecino dejado por la bala del enemigo.

—¡Gracias a Dios! —dijo en voz baja.

El cañón de proa disparó de nuevo, sacándole de sus pensamientos y de su inmenso alivio.

—¡Señor Bethune, coja el esquife y ayude al señor Tyrrell! —gritó. Buscó Buckle—. ¡Que los hombres suban a la arboladura y se preparen para largar los juanetes!

Toda la pena y la desesperación que el informe de Graves había traído pareció esfumarse cuando los hombres corrieron a sus puestos. El esquife descendía a un costado. Bethune permanecía en pie mientras apuraba a su tripulación.

—Bien, señor —dijo Dalkeith. No continuó.

—¡Los de cubierta! —gritó uno de los gavieros que había alcanzado la verga de mayor altura antes que sus compañeros—. ¡Un barco se acerca bordeando el promontorio!

Bolitho cogió un catalejo y lo enfocó sobre las redes. El barco aún se encontraba lejos de la bahía, pero viraba ya a toda prisa hacia el cabo Henry. Era el
Lucifer
.

Odell se sorprendería muchísimo al no encontrar allí a la flota, y ni siquiera al
Heron
anclado. Se puso en tensión. La mesana de la goleta había sufrido daños, y se comportaba de modo irregular mientras intentaba acercarse a la entrada. Debía haber sido sorprendida por otro barco, quizás bajo la protección de la oscuridad. La gran vela de trinquete presentaba, sin ninguna duda, rifaduras que aleteaban por el viento, y una desigual distribución del aparejo.

Vio que las banderitas se desplegaban al viento, y sostuvo el catalejo sin moverlo hasta que sus labios deletrearon la breve señal. Se volvió a Buckle.

—¡Enemigo a la vista!

—Santo Dios.

—¡Señor Heyward! —le vio volverse desde el cabestrante—. ¡Prepárese para cortar el cable! No recuperaremos los botes, pero largaremos vela en cuanto nuestra gente suba a bordo.

Escuchó un coro de gritos, y cuando se volvió vio que el
Lucifer
cargaba las grandes velas como las alas de un pájaro moribundo. Debía haber arriesgado el todo por el todo para alcanzarles con sus noticias, incluso sólo para hacerles aquella señal vital. Se habían acercado demasiado, y acababan de varar en los bancos de arena que Tyrrell había descrito tan vívidamente.

Se obligó a caminar hasta la regala y buscó los botes. El de Tyrrell estaba casi hundido, pero Bethune ya le había alcanzado, y vio que los heridos eran trasladados, y un brillo escarlata que delataba que había al menos un soldado en el grupo.

En esos momentos disparaban más cañones, y las balas arrojaban altas salpicaduras bajo la pálida luz del sol como una hilera de delfines saltarines. Algunos de los gavieros dedicaron un saludo a la tripulación de Bethune cuando el anegado esquife partió a la deriva y se alejó del
Sparrow
. Bolitho se volvió hacia Graves, que permanecía en pie, sin haberse movido.

—Hágase cargo de sus cañones —mantuvo su voz tranquila y oficiosa, sin saber cómo ni por qué. Se podía imaginar el frágil casco del
Lucifer
rompiéndose contra las rocas, y el bote destrozado de Tyrrell intentando alcanzar el
Sparrow
. Incluso podía ver al joven Fowler, un niño apenas, corriendo a través de un bosque desconocido mientras los disparos sonaban a su alrededor—. Cumpla con su deber. Es todo lo que le pido —desvió la mirada—. Y lo que le pediré siempre.

Escuchó cómo el bote se enganchaba a un costado y vio a Tyrrell y a los demás que eran arrastrados a través del portalón de entrada, mientras los hombres les daban palmaditas en la espalda y los bombardeaban con preguntas y felicitaciones. Bolitho caminó hacia él y vio con repentina desesperación que Tyrrell llevaba consigo al guardiamarina Fowler. Debía haber sido su cuerpo el que sostenía sobre sus piernas en el bote.

Tyrrell le miró con tranquilidad y esbozó una sonrisa cansada.

—Está bien, señor. Estuvo llorando como para romperle el corazón a cualquiera, y luego se quedó dormido en el bote —tendió al guardiamarina a unos marineros—. Está agotado, pobre desgraciado —vio a Graves, y añadió sin expresión—. Pero tiene coraje. Mucho coraje —caminó hacia delante y aferró las manos de Bolitho—. Y parece que no es el único.

—¡Válgame Dios! —gritó una nueva voz— ¡Sabía que volveríamos a encontrarnos!

Era el coronel Foley. Llevaba una venda alrededor de la garganta, y su uniforme se había reducido a harapos, pero, de alguna manera misteriosa, permanecía tan impecable como Bolitho lo recordaba.

—Yo también —dijo Bolitho. Miró a Tyrrell. Me temo que nos aguarda un poco de trabajo aún. El
Lucifer
ha varado, y nosotros debemos marchar inmediatamente si no queremos compartir su destino.

—Sí —Tyrrell cojeó hasta el timón—. Opino lo mismo.

Un grito desde la arboladura hizo que todos miraran hacia el promontorio. Muy despacio, con las vergas reforzadas bajo la luz del sol, una fragata y un transporte pesado se acercaban hasta nivelarse con la goleta zozobrada.

—Antes de lo que yo pensaba —fue lo único que dijo Bolitho. Miró a Heyward—. Vamos a cortar el cable —se volvió a Tyrrell—. Puede pasar la voz para que carguen y saquen a la luz los cañones.

El esquife y sus marineros muertos marchaban a la deriva junto al costado, como un recuerdo inútil de su sacrificio. Bethune corrió hasta la popa, con el rostro iluminado por la emoción.

—Bien hecho —dijo Bolitho—. Puedo verle ya como teniente, pese a lo mucho que se esfuerza por no lograrlo.

De pronto se sintió tranquilo, casi relajado.

—¡Arríe la bandera! ¡Les demostraremos a los del ejército que no les dejaremos bajo ninguna circunstancia!

Cortaron el cable, y, con los juanetes portando al viento, el
Sparrow
se inclinó formando un arco tirante, con el estrépito de sus lonas ahogando los disparos que provenían de los árboles, y los marineros demasiado ocupados como para pensar en algo más que no fuera su trabajo y la necesidad de salir a mar abierto.

Para cuando el
Sparrow
hubo virado y dirigido su rumbo hacia los cabos, ya no podían abrigar ninguna duda acerca de las intenciones del enemigo. En cuanto Tyrrell informó de que todos los cañones se encontraban cargados y dispuestos, Bolitho alzó el catalejo para examinar a otro nuevo barco que bordeaba el promontorio por el sur. Otro transporte más pesado aún, y, más allá, podía ver los juanetes superiores de una fragata que lo protegía.

—¡Por Dios! —dijo Tyrrell—. ¡Nada menos que toda una flota!

—¡Rumbo constante, señor! —llamó Buckle—. ¡Suroeste!

El primer transporte ya había echado el ancla, y a través del catalejo Bolitho vio que los botes bajaban con rápida precisión, y el reflejo del sol sobre las armas y los uniformes cuando los soldados descendían por la escalas y las redes de un modo que delataba mucha práctica. Deslizó el catalejo hasta el segundo gran velero. También estaba abarrotado de soldados, y había varios armones en su cubierta superior; las vergas se encontraban festoneadas con pesados cabos, del tipo que se empleaban para bajar caballos, botes o gabarras.

—Oímos decir que Rochambeau esperaba refuerzos —dijo Foley—. Parece que han llegado.

Bolitho le miró.

—¿Cuál es su misión esta vez?

—Si puede acercarme a Nueva York, tengo despachos para el general Clinton. Puede que no ayude en nada a Cornwallis, pero le gustará saber lo que está ocurriendo aquí —esbozó una breve sonrisa—. He sabido que se ha enfrentado con dureza a nuestro viejo amigo Blundell. Ya era hora —levantó una ceja—. Tengo entendido que se encontró de nuevo con su sobrina.

Bolitho observó el bauprés que cabeceaba muy ligeramente y fijó la vista en la franja de tierra abarrotada de maleza. ¿Cómo podrían hablar con tanta calma y tantos detalles mientras la muerte se encontraba tan cerca?.

—Sí —replicó—. Ahora debe de estar en Inglaterra.

Foley lanzó un suspiro.

—Me siento aliviado. Reconozco todos los síntomas, capitán. Quería que usted abandonara la Armada y se uniera a su corte de admiradores, ¿verdad? —levantó una mano—. ¡No se moleste en contestar! ¡Está escrito en su rostro, como debía de estarlo en el mío!

Bolitho sonrió con seriedad.

—Algo así.

—Cuando se hartó de mí fui destinado a servir bajo las órdenes de Cornwallis. A la postre, me hizo un favor. ¿Y usted?

Tyrrell se acercó desde la batayola.

—¡Casi consigue que le maten!

Foley sacudió la cabeza.

—La verdad es que es una mujer formidable.

—¡Los de cubierta! ¡Un navío de guerra bordeando el cabo!

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Bolitho cuando pensó en la huida de Odell desde el sur. Día a día, cada amanecer, debía haber mirado por la popa a los barcos que les perseguían. Sin duda resultó una pesadilla para los hombres de a bordo.

—Los botes de los dos transportes se dirigen a tierra, y puedo ver los cascos muy hundidos, como testimonio del gran peso que transportan.

—Despliegue los juanetes, señor Tyrrell. Hoy necesitaremos toda la fuerza del viento.

Foley esgrimió su sable y lo hizo girar en sus manos.

—Puedo imaginar que no se limita usted a huir, ¿no es cierto?

Bolitho sacudió la cabeza.

—Esas dos fragatas están acortando velas, coronel. Pretenden arrasarnos cuando intentemos pasar junto a esa lengua de tierra —apuntó hacia los transportes fondeados—. Esa es nuestra derrota. Tan cerca de la costa que nadie se lo espera.

Foley sonrió.

—Tampoco creo que nos den la bienvenida.

Bolitho miró a Buckle.

—Cuando viremos debe usted acercarse tanto como pueda al cabo Henry.

—Sí, señor —Buckle observaba a través de los obenques y los estays, con la mirada fija en los barcos.

Bolitho elevó de nuevo el catalejo. Las dos fragatas presentaban el mínimo de velas en esos momentos, y se mantenían con cierta dificultad mientras esperaban que la pequeña corbeta pasara a su lado; se encontraban a menos de una milla. Las observó con atención, percibiendo todos los reflejos que destellaban bajo la luz, y el sol que brillaba en sus costados y en los catalejos alzados de sus oficiales. Dio un golpe.

—¿Cuántos botes hay en el agua?

—¡Al menos treinta! —dijo Bethune.

—Bien.

Bolitho se imaginó a los soldados amontonados que estarían observando la aparente huida del
Sparrow
. Sin duda, creían que sería un espectáculo que disolvería sus propias dudas y miedos acerca de lo que les aguardaba en tierras americanas.

Bolitho desenvainó su espada y la sostuvo sobre su cabeza. A lo largo de la cubierta de artillería vio cómo su dotación se agolpaba junto a los cabos, cada capitán de artillería mirando hacia la popa, como si se hubieran puesto de acuerdo. En el castillo de proa, dos cañones giratorios se volvían a uno y otro lado, y un marinero en cuclillas se aprovisionaba de artefactos que apilaba contra su pecho. Curiosamente, cuando sus ojos recorrieron rápidamente su dominio, recordó las palabras que Colquhoun le había dicho mucho tiempo atrás: cuando todos los demás le estén mirando, en la popa, y usted tenga entre sus manos…

Escuchó un disparo agudo, y unos segundos más tarde el zumbido agudo de una bala que volaba sobre sus cabezas. Una de las fragatas había disparado un tiro para calcular la distancia; mantuvo los ojos en el transporte más cercano mientras se movía sobre el agua, con su popa hacia la playa. ¿Cuántas balas serían capaces de disparar antes de que el
Sparrow
se viera sobrepasado por el fuego cruzado o abatiera sus banderas? Bajó su espada con un floreo.

—¡Ahora!

El timón crujió ruidosamente y cuando los hombres acudieron a las brazas para atender a las vergas, la popa del
Sparrow
comenzó a virar. Bolitho contuvo el aliento, mientras observaban cómo las fragatas se deslizaban más y más hacia la amura de babor, y el transporte más cercano y el gran despliegue de barcos de remos quedaban junto al bauprés de foque; más allá de ellos se abría la tierra, como para acoger su furiosa descarga.

—¡Siga así!

Bolitho corrió a las redes, con la mente ocupada en las palabras de Tyrrell acerca de la Bahía de Lynnhaven, de las profundidades y las corrientes, los peligros y el margen de supervivencia.

Los timoneles de Buckle maldijeron e hicieron girar el timón contra el viento y el mar, y cuando la espuma se elevó sobre el saltillo de proa Bolitho vio que los botes más cercanos se escoraban fuera de ruta, y que comprendían con horror sus intenciones, al fin desveladas.

Los cañones atronaron a través de la bahía, y las balas volaron e hicieron blanco muy cerca del casco, pero las dos fragatas habían sido tomadas por sorpresa, y cuando el
Sparrow
se dirigió a la costa Bolitho sabía que tenía unos minutos antes de ser alcanzado por el fuego junto al primer transporte.

Podía sentir que la locura le invadía como si fuera fiebre, y cuando aulló hacia la cubierta de artillería supo que era contagiosa; vio a los hombres que se dirigían a sus portas abiertas como demonios medio desnudos.

—¡Preparados! —el sable estaba de nuevo sobre su cabeza. Vio que las bocas de cañón más cercanas apuntaban hacia las aguas espumosas, y que los capitanes de artillería danzaban de un lado a otro mientras sus hombres permanecían preparados con cargas y munición nueva para la siguiente descarga, y aun para la siguiente.

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