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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (49 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—Levando anclas, señor —su voz sonaba tensa y muy alerta.

Bolitho caminó de un lado a otro, observando el giro del barco hacia la costa, y el ruido del agua junto al costado.

—¿Qué se siente al ascender de guardiamarina a primer teniente en tan poco tiempo?

No escuchó la respuesta de Heyward, y sabía que sólo había preguntado esa cuestión para ocultar su propia ansiedad. Si los hombres perdían el control de los remos largos deberían fondear inmediatamente. Incluso entonces podrían encontrarse demasiado cerca de la costa, más de lo que les convenía. Oyó el grito de Bethune, que procedía de la proa.

—¡El ancla ha zarpado, señor!

Entonces resonaron los pasos de los hombres, que corrieron desde las barras del cabestrante para añadir su fuerza a los remos.

—¡Despacio! ¡Manteneos! —gritó luego Glass.

Bolitho se apretó las manos hasta que los nudillos crujieron. ¿Por qué demonios tardaban tanto? En un momento el barco podía irse a pique.

—¡Avante!

Los remos largos se movieron hacia delante, se hundieron y luego se posicionaron en dirección de la popa.

A sus espaldas, Bolitho escuchó cómo el timón giraba suavemente, y las calladas maldiciones de Buckle mientras sobrellevaba los nervios a su manera. Trató de relajar los músculos. Glass había estado acertado al asegurarse de aquel primer golpe de remos, pero una cosa era saberlo, y otra permanecer impertérrito cuando el peligro amenazaba su barco.

Arriba y abajo, hacia la popa, los remos largos crujieron sin aparente prisa, hasta que Buckle llamó:

—¡El timón ya gobierna!

—Muy bien. Ponga rumbo al norte, si le parece.

Heyward se quitó la casaca.

—Iré a echar una mano, señor.

—Sí. Asegúrese de que todos los hombres estén trabajando. También los casacas rojas, si tienen suficiente fuerza —le detuvo cuando corría hacia la escala—. No hay necesidad de que los soldados sepan que nos enfrentamos al enemigo, señor Heyward —le vio hacer una mueca—. Ya lo descubrirán cuando llegue el momento.

Buckle y un único marinero permanecieron junto al timón, y Bolitho caminó derecho a la popa, hasta la regala, sin hablar. Vio claramente el cabo más cercano, y el dibujo de las olas blancas que delataban la presencia de una cueva en su base. Un lugar vacío. Cuando llegara la luz del sol, y los hombres vieran que el
Heron
se había marchado, podrían comenzar a cuestionarse su acción, y estarían en su derecho: pero si su presencia podía servir de algo al almirante, entonces debía saberlo todo. Los soldados liberados les habían revelado muchas cosas, pero todo podría haber variado mucho desde que les habían capturado. Sonrió a su pesar. Se estaba engañando a sí mismo; de no haber sido por Tyrrell y los otros, ¿acaso permanecería aún en la bahía?

Escuchó gritos en la cubierta y a alguien hablar en francés. Heyward era algo más que un buen compañero; estaba demostrando ser un excelente oficial. Sin consultar nada, y aún a riesgo de contrariar al capitán, había soltado a los presos franceses y los había puesto a trabajar. Todos estaban fuertes y bien alimentados, y habían llevado una vida confortable vigilando a los prisioneros, por lo que aportarían una ayuda pequeña pero significativa a los pesados remos.

Algunas gaviotas se elevaron chillando furiosas sobre el agua, donde dormían cuando el
Sparrow
se desplazó entre ellas con un avance lento, pero continuo. El tiempo apremiaba, y Bolitho vio que las casacas de los soldados eran rojas, y no negras, como parecía en la oscuridad. Los rostros cobraban personalidad, y ya era capaz de ver a los que hacían fuerza y a los que eran relevados a intervalos cada vez más frecuentes para que pudieran recuperar el aliento.

Una sombra negra se alzó amenazadora por la amura de estribor. Decidió que debía ser la parte interior del cabo Charles, con la lengua de tierra mencionada por Tyrrell a alguna distancia por debajo.

—Hágala que caiga un punto, señor Buckle —escuchó cómo el timón protestaba—. Debemos pasar el cabo dejando la tierra firme a babor. No habrá demasiada agua en el canal, de modo que manténgala así.

—Sí, señor. Por el noreste.

El barco se dirigía inequívocamente en dirección al viento, y lo podía sentir en el rostro, oler la tierra y su frescura en el aire de la mañana. Se encontraban ahora más a cubierto, y se sintió aliviado al ver que los remos aún se movían al unísono, pese a que el avance actual era menor que un nudo.

Avistó al joven abanderado y lo llamó a la popa. Llegó a duras penas a la toldilla.

—Mire por ahí —le dijo Bolitho—. ¿A qué distancia está su avanzada?

El soldado echó una ojeada a través de las redes de babor y alzó un brazo.

—En ese trozo de tierra, señor. Ese era el punto. Allí hay un montón de arena. Perdimos varios barcos hace unas semanas cuando nos acercamos a tierra. Una milla más o menos y podrá ver la boca del río York más allá de una par de islitas.

Bolitho sonrió.

—Imagino que le sorprenderá que tomemos ese rumbo.

El abanderado se encogió de hombros.

—Ya nada me sorprende, señor. —se puso rígido—. He escuchado una corneta. Serán nuestros muchachos. —Repiqueteó sobre la batayola con los dedos. Entonces se escuchó el largo resonar de una trompeta, que hizo que una nube de gaviotas salieran aleteando y chillando de la tierra—. Los gabachos —dijo—. Siempre un minuto después de nuestro toque de diana.

Bolitho intentó apartarle de esa conversación.

—¿Qué hay de los americanos?

El abanderado suspiró.

—Disponen de artillería sobre el río. Comenzarán a luchar con las primeras luces. ¡Son más efectivos que cualquier toque de corneta!

Bolitho se volvió a Buckle.

—Nos mantendremos con este rumbo mientras nuestra gente pueda soportarlo. El viento estará a nuestro favor cuando viremos, pero quiero llegar todo lo cerca del río York que podamos.

Miró hacia la arboladura y vio que el gallardete del calcés, por primera vez, ondulaba ligeramente en dirección de popa, pero no mostraba señales de que el viento fuera a aumentar. Si subía ahora en fuerza, sus hombres no podrían mantener el ritmo. Incluso con la tripulación del bote de Tyrrell resultaría difícil, pero sin ellos era imposible.

Cuando miró sobre la amura vio el saliente del cabo Charles, y, más allá, como un hilo dorado, el horizonte. Mostrando su rostro al sol, que resultaba cada vez más presente, diferenciando el cielo del mar y la noche del día.

Se escuchó un sonido seco, y unos segundos más tarde vio la delatora salpicadura de espuma que marcaba que una bala había caído en la bahía.

—Nunca le alcanzarán a esta distancia —dijo el abanderado, con indiferencia—. Aún le queda media milla de resguardo.

—¿Dónde está la batería?

El soldado le estudió con curiosidad.

—Por todas partes, señor. Hay cañones alrededor de todo este sector. Yorktown y sus alrededores se encuentran sofocados por un anillo de acero. Nuestro ejército tiene el mar a sus espaldas —de pronto pareció muy joven y vulnerable—. Sólo la flota puede salvarnos.

Bolitho se imaginó el
Heron
de Farr navegando a toda velocidad hacia Nueva York, Incluso entonces podría haber encontrado que Hood había partido, quizás más allá de Newport, para contener a De Barras.

Pensó también en el solitaria vigilancia de Odell en su
Lucifer
. Si los franceses empleaban el camino poco usado de la pequeña Bahama, no necesitaría que le dijeran que debía largar vela y huir.

Parpadeó cuando un rayo de sol apareció sobre el distante cabo y coloreó las vergas y los estays con el tono de la miel. Sacó su reloj. Tyrrell debería haber establecido contacto con Cornwallis y encontrarse ya en el camino de vuelta hacia Lynnhaven a esas alturas. Si continuaba relevando a sus hombres en los remos, se encontraría con él en menos de una hora.

Glass subió la escala, con el pecho jadeante.

—¡No podremos soportarlo por mucho tiempo, señor! —echó una ojeada a los remos, a su lento oscilar—. ¿Les azoto, señor?

—Ni se le ocurra. Bolitho desvió la vista. No había mala intención en Glass, ni se sentía inclinado a hacer un uso innecesario de la fuerza. Sencillamente, ya no sabía qué más hacer—.

Hable con ellos. Dígales que continuarán media hora más, y que luego largaremos vela o fondearemos.

—Sería mejor que lo hiciera usted, señor.

Bolitho caminó hasta la batayola.

—¡Una vuelta más de tuerca, muchachos! —gritó. Escuchó gruñidos, maldiciones y jadeos de los que aún permanecían en la sombra—. Es eso o dejar a nuestra gente ahí fuera, para que se defiendan por sus propios medios. ¡Recordad que podríais ser vosotros!

Se volvió, sin saber si sus palabras habían logrado algo más que resentimiento. Glass observó con ojo crítico y se escupió las manos.

—¡Funciona, señor! ¡Ya va mejor!

Bolitho suspiró. El impulso parecía tan lento como antes, pero si el contramaestre estaba satisfecho… Se volvió al escuchar una voz.

—¡Un bote, señor! ¡En la amura de babor!

Bolitho se aferró a la batayola.

—¿Sólo uno?

—Sí, señor.

—Vire dos puntos a babor.

Bolitho trató de no pensar en el bote que faltaba. Sintió el ruido del casco, el golpe en la rueda del timón.

—No se acerque más, se lo ruego —dijo el soldado en voz baja—. ¡Se encontrará pronto al alcance de los cañones!

Bolitho no le prestó atención.

—¡Remad, muchachos! Vamos, demostrad lo que sabéis hacer!

Un hombre cayó exhausto y Dalkeith lo retiró.

—¡Es el segundo esquife, señor! —aulló el vigía— ¡El del señor Graves!

Dalkeith subió la escalerilla y permaneció en pie junto a la batayola.

—Sé lo que está pensando, señor —no se acobardó frente a la glacial mirada de Bolitho—. No le abandonaría, no le abandonaría por nada.

Bolitho dirigió su mirada sobre los hombros del cirujano hasta un trozo de tierra. Bajo la creciente luz vio árboles muy altos y, más allá, una colina redondeada. No se movían. Los remos se limitaban a sostener el
Sparrow
contra el viento y la corriente. En un momento comenzaría a ceder y dirigirse hacia la costa. Habían hecho todo lo que habían podido. No era suficiente. Dio un golpe.

—¡Maldita sea, señor Dalkeith, no me dé lecciones! —se reclinó sobre la regala—. ¡Señor Heyward! ¡Paren de remar para echar el ancla!

Bolitho aguardó mientras los hombres corrían a la llamada y Glass enviaba a otros para sustituir en los remos largos a los que, exhaustos, habían caído sobre la cubierta. Escuchó un estallido y vio el rebote de una bala a través del agua, que arrojaba una estela de espuma muy cercana al esquife que se aproximaba. El bote se movía rápidamente hacia ellos, y podía ver a Graves junto a la quilla, agitando el sombrero para marcar el ritmo a sus hombres.

—¡Preparados, señor!

Hizo una señal con el brazo.

—¡Fondo! —cuando el ancla aún caía y el casco se movía gritó:—¡Retiren los remos! ¡Señor Glass, ponga en pie a esos hombres!

Dalkeith se puso en pie.

—No puede echarse la culpa, señor —se enfrentó tozudamente a la mirada de Bolitho—. Maldígame si quiere, pero no me quedaré para presenciar cómo se atormenta.

El esquife se enganchaba ya a las cadenas principales, y escuchó que Graves gritaba a sus hombres sobre la cubierta y les metía prisa.

—Gracias por su preocupación —dijo en voz baja—. Pero no hay nadie más a quien echar la culpa.

Se obligó a esperar junto a la regala hasta que Graves hubo subido a bordo.

—¡Venga hasta la popa, se lo ruego! —llamó, con voz cortante—. El contramaestre se encargará del bote.

Graves se apresuró hacia él con el rostro violentamente contraído.

—¿Dónde están los otros? —preguntó Bolitho. Mantuvo la voz muy serena, pero sabía que en el fondo gritaba con todas sus fuerzas a la deformada cara de Graves.

—Embarrancamos en un estrecho, señor. Los dos botes se separaron. Fue idea del primer teniente. Una patrulla de soldados había señalado dónde podríamos asegurar los barcos, pero entonces se oyeron disparos. Tiradores enemigos, creo.

—¿Y entonces?

Podía sentir a los otros, que permanecían cerca, y ver la helada expresión de Heyward mientras escuchaba el informe rápido y deshilvanado de Graves.

—Intentamos ponernos a cubierto en la oscuridad. Perdí un hombre, y Tyrrell nos envío un mensaje para que permaneciéramos ocultos en una cala —sacudió la cabeza con desgana—. Las balas volaban por todas partes. Tyrrell había partido a encontrarse con uno de los oficiales. Al parecer, ellos sabían que veníamos. Sus exploradores nos habían visto —su boca temblaba sin ningún control—. Permanecimos allí, esperando, y hubo más disparos, y escuché a varios hombres cargando en medio de la maleza. ¡Debía ser al menos un pelotón!

—¿No pensó en acercarse para ayudar al señor Tyrrell?

Graves se le quedó mirando, con los ojos en blanco.

—¡Corríamos peligro mortal! Envié a Fowler en busca de los otros, pero…

—¿Qué hizo qué? —Bolitho le alcanzó y le aferró por la casaca—. ¿Envió al chico solo?

—Se… se presentó voluntario, señor —Graves bajó la vista hasta la mano de Bolitho en su casaca—. Cuando no regresó decidí… —elevó los ojos, sereno de pronto—. Decidí obedecer sus órdenes y retirarme al barco.

Bolitho le soltó y se volvió. Se sintió asqueado y abatido por lo que Graves había hecho. La patética defensa que el teniente esgrimía empeoraba las cosas, si es que eso era posible. Había obedecido órdenes, de modo que su crimen era aceptable.

Una nube de humo ascendió sobre la franja más cercana de tierra, y vio cómo la bala caía a medio cable de distancia del barco. Incluso ahora, algún oficial estaría ordenando que prepararan un cañón de mayor potencia, alguno de esos que consideraban ya seguro un blanco tan apetecible.

—Dígale al señor Yule que saque el cañón de la amura de babor, y que lo dirija hacia ese rastro de humo. Disparará con metralla hasta que yo ordene lo contrario. Eso puede frenar la impaciencia francesa.

Pasó junto a Graves sin ni siquiera mirarle.

—Prepare el esquife de una vez —bajó la vista hasta los marineros silenciosos que se encontraban en la cubierta de artillería—. Quiero voluntarios para… —tragó saliva al ver que todos los hombres se movían hacia un lado como si les hubiera obligado con un arma—. Gracias; pero bastará con la tripulación de un bote. Señor Glass, ocúpese de eso —se volvió a Heyward—. Usted permanecerá aquí —no miró a Graves—. Si yo caigo, usted ayudará al piloto a que maneje el barco. ¿Comprendido?

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