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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (43 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—Lleva una cubierta con carga también —dijo. Apuntó hacia una gran joroba formada por lonas en el castillo de proa.— Botín para el capitán, sin duda.

Aún no había finalizado la frase, y el primer marinero saltaba y caía sobre el casco del bergantín, cuando el cargamento se descubrió. Varias manos rasgaron las lonas para descubrir un robusto cañón del doce que levantaba en medio de la cubierta, con su peso controlado mediante correajes y topes.

El estruendo de su explosión fue únicamente igualado por el aullido de un disparo de metralla que impactó contra la pasarela del
Sparrow
. Hombres y trozos de carne volaron en una sangrienta profusión, y a través de las nubes de humo marrón Bolitho vio a varios de los hombres destrozados en el otro lado de la cubierta.

Entonces se sucedieron los disparos, y desde la popa del bergantín y la escotilla principal vio que unos cincuenta hombres se preparaban para el ataque.

Buscó su sable, pero comprendió que había olvidado traerlo de la cámara. Por todas partes los hombres gritaban y aullaban, y sobre todos los gritos prevalecía el ruido del acero, los disparos y el estruendo de los disparos de mosquete.

Un marinero cayó a peso desde las redes, y golpeó a Tyrrell contra la batayola. Su pierna se dobló bajo él, y su rostro se contrajo de dolor.

—Hágase cargo, señor Buckle —aulló Bolitho.

Aferró el alfanje del cinturón del marinero muerto y corrió a la pasarela. Sus ojos se cubrieron de humo, y sintió cómo varias balas pasaban a su lado, y cómo una de ellas cortaba las redes como un cuchillo invisible.

El bergantín no tenía nada que hacer contra el cañón del
Sparrow
, pero aferrados de esa manera, la lucha podía volverse pronto contra ellos. Él mismo había logrado ganar alguna vez así, y sabía que las fuerzas estaban desequilibradas.

Saltó con fuerza sobre los obenques principales, y vio con sorpresa que Graves permanecía aún bajo él en la cubierta de artillería. Gritaba a sus hombres, pero parecía incapaz de seguirles. No había rastro de Bethune, y comprendió que Heyward había ido a la parte delantera para frenar la invasión de un grupo de enemigos que intentaban escalar por el botalón.

Resbaló y casi cayó entre los dos cascos, y entonces, con un sobresalto, se encontró en la cubierta del bergantín. Una pistola disparó bajo su rostro y casi le cegó, pero se abrió paso con el alfanje, notó una breve oposición y escuchó a alguien que gritaba.

—¡La popa! —se abrió camino entre sus hombres y vio a Bethune que empleaba el mosquete como una porra, con el pelo flotando salvajemente mientras intentaba reunir a lo que quedaba de su partida de hombres—. ¡Tomad la popa, muchachos!

Alguien emitió un alarido de alegría, y con nuevos ánimos los marineros corrieron hasta la popa. Los pies y las piernas golpearon y se acallaron por igual sobre los heridos que se quejaban y los cadáveres. No había tiempo de recargar los mosquetes, y se luchaba con cuchillos y espadas en muy poco espacio.

A través de la lucha, oculto por las distintas siluetas, Bolitho vio el timón del barco, y a un segundo de piloto que permanecía junto a él, mientras otros yacían en distintas posturas en torno a él para demostrar que a bordo del
Sparrow
alguien había reunido a varios tiradores con buena puntería en los palos.

Entonces, de pronto, se encontraron frente a frente: Bolitho, con su camisa destrozada hasta casi la cintura, con el pelo pegado a la frente y el alfanje apuntando hacia el enemigo. El otro capitán permanecía de pie sin moverse, la espada aferrada con actitud desenvuelta y dirigida al frente. De cerca, su rostro era incluso más terrible, pero no había duda de su agilidad cuando, súbitamente, se inclinó hacia delante.

Los filos se entrechocaron con un agudo rechinar. Varias chispas volaron cuando los dos presionaron hasta que los dos puños chocaron y cada uno midió la fuerza del brazo de su adversario.

Bolitho miró el ojo que apenas parpadeaba, y sintió el calor de su aliento, la tensión y el temblor de su hombro cuando con una maldición arrojó a Bolitho contra el timón, retirando la espada y golpeando al frente en dos rápidos movimientos. Una vez y otra: golpear, desviar, defender. El alfanje pesaba como plomo, y cada movimiento resultaba una tortura. Bolitho vio que la boca del otro hombre se dilataba en una severa sonrisa. Sabía que le estaba ganando.

Más allá de la batayola la lucha continuaba como antes, pero sobre su cabeza escuchó el aullido de Tyrrell desde la sobreestructura de cubierta.

—¡Ayudad al comandante! ¡Por el amor de Dios, ayudadle!

Mientras daban vueltas como gatos salvajes, Bolitho vio que Stockdale trataba de abrirse camino hasta él mediante golpes y empellones; pero luchaba al menos contra tres hombres, y sus bramidos eran los de un toro angustiado.

Bolitho empuñó el alfanje y lo dirigió hacia la otra muñeca del hombre. No podía elevarlo más. Sus músculos parecían romperse. Si tan sólo pudiera cambiar de mano… pero moriría si lo intentaba.

La espada del hombre relampagueó, y la punta cortó su manga; la atravesó y llegó hasta su piel como un hierro al rojo. Podía sentir cómo la sangre manaba por su brazo, y vio a través de las nieblas del dolor que el único ojo del hombre brillaba como una piedra reluciente.

—¡Ahora, comandante! —gritó el capitán del bergantín— ¡Te ha llegado la hora!

Se movió tan rápidamente que Bolitho apenas pudo ver cómo la hoja se aproximaba. Cogió el alfanje a unas pulgadas del puño, lo arrancó de entre sus dedos como si quitara algo a un niño y lo arrojó sobre la batayola.

Hubo un chasquido penetrante, y Bolitho sintió que la bala pasaba sobre su hombro, tan caliente que no debía haberle alcanzado por una pulgada. Alcanzó al otro hombre en la garganta, arrojándole a un lado, incluso cuando la espada iniciaba su movimiento final. Por un momento más, se agitó y se debatió en convulsiones sobre su propia sangre, y luego se inmovilizó.

Bolitho vio que Dalkeith pasaba una pierna sobre la amurada y escalaba hasta su lado, con una pistola aún humeante en la mano. En los dos barcos se hizo un impresionante silencio, y la tripulación del bergantín permaneció de pie o tumbada aguardando la reacción de sus atacantes.

—Gracias —dijo Bolitho—. Me he librado por poco.

Dalkeith no pareció escucharle.

—Han matado a Majendie —dijo abruptamente—. Le dispararon como a un perro cuando intentó salvar a un hombre herido.

Bolitho sintió los dedos del cirujano sobre su brazo mientras convertía su camisa en un vendaje de emergencia. Majendie se había ido, y muchos otros con él. Bajó la vista hasta el hombre muerto junto a la amurada. Si hubiera mantenido la cabeza sobre sus hombros tal vez hubiera podido contenerse, pero debía hacerlo por Majendie. Quizá, como él, no había olvidado el primer día a bordo del barco pirata, y una vez más el destino había escogido poner fin al recuerdo a su modo.

Se volvió para supervisar los dos veleros. Quedaba mucho por hacer, mucho por descubrir antes de que alcanzaran Sandy Hook. Algunos de sus hombres emitieron un alegre alarido cuando se dirigió a la amurada, pero para algunos incluso moverse resultaba difícil.

La furia, el asco y una fuerte sensación de pérdida le invadieron cuando caminó en medio de sus hombres, que aún no habían recuperado el aliento, al pensar que los hombres habían muerto por una traición y para enriquecer a otros que permanecían a salvo de toda culpa.

—¡No esta vez! —dijo en alto, sin darse cuenta de ello—. ¡Alguien pagará muy caro el dolor de este día!

Entonces recordó a la muchacha de Nueva York y se preguntó cómo podría protegerla cuando la verdad saliera a la luz.

XVI
La pérdida de un hombre

El contraalmirante sir Evelyn Christie se levantó desde detrás de una mesa abarrotada de documentos y se inclinó hacia delante para ofrecer su mano.

—Bienvenido —señaló una silla—. Me alegra verle de nuevo.

Bolitho se sentó y observó al almirante mientras se movía hacia la galería de popa. Hacía un calor asfixiante, y pese a que una leve brisa recorría Sandy Hook, el aire en la gran cámara del buque insignia estaba estancado.

—Lamento haberle hecho esperar tanto tiempo —añadió Christie abruptamente—. Pero la política del alto mando no es lugar para un joven capitán —sonrió—. Su coraje está más allá de cualquier duda, pero aquí en Nueva York se lo comerían vivo.

Bolitho intentó relajarse. Durante los tres días después de fondear había permanecido a todos los efectos retenido en su barco. Una vez que su informe fue enviado al buque insignia y sus heridos enviados a tierra para que fueran curados en tierra, no había habido ninguna duda acerca de su posición. Ninguna orden oficial le había sido dada, pero el oficial de guardia le había dicho que resultaba mejor para todos que permaneciera a bordo del
Sparrow
hasta que recibiera alguna orden del almirante.

—Si he actuado mal, señor, entonces… —comenzó.

Christie le miró severamente.

—¿Mal? Al contrario. Esta vez ha logrado levantar la liebre —se encogió de hombros—. Pero no ha venido a bordo para oír lo que ya sabe. Su modo de capturar el bergantín
Five Sisters
, la obtención de ciertos documentos antes de que su dueño pudiera disponer de ellos, supera los resentimientos personales que puedan existir.

—Gracias, señor —aún dudaba de a dónde conducían los comentarios de Christie.

—Parece evidente ahora que el capitán del bergantín, un tal Matthew Crozier, pretendía pasar información o a un barco enemigo o a un espía situado en la costa. Eso explicaría su alejamiento de la ruta prevista, y su excusa de haber evitado una fragata española; pero no puede caber ninguna duda de su misión principal. Durante su viaje a Jamaica iba a entregar un mensaje para el conde De Grasse en la Martinica. Mi gente ha examinado el despacho a conciencia —fijó su calmada mirada en Bolitho—. Han encontrado minuciosos detalles sobre nuestras defensas y sobre todos nuestros barcos de guerra disponibles: información sobre nuestras fuerzas por tierra y mar, e incluso la envergadura de la flota puesta bajo el mando de Cornwallis. —recogió un documento y lo estudió durante varios segundos—. De un modo u otro, este será un año para el recuerdo.

Bolitho se removió en su silla.

—¿Cómo pudo un pirata como Crozier obtener un aval para trabajar para los ingleses?

Christie sonrió aviesamente.

—Era el dueño del bergantín. Sin duda, lo compró por su cuenta. La tripulación estaba formada por temporeros, por la escoria de una docena de puertos en casi igual número de países. Con tanta necesidad de pequeños veleros, no le resultó muy difícil el engaño. Incluso en sus viajes oficiales traficaba con contrabando, al parecer —se alejó, con los hombros súbitamente erguidos—. En su mayoría, para los hombres que ostentan el poder en Nueva York.

—¿Puedo preguntar si recibirán un castigo?

Christie se volvió y se encogió de hombros.

—Si se refiere al general Blundell, puede estar seguro de que abandonará América muy pronto. Sin embargo, estoy igualmente seguro de que se salvará debido a las influencias y a sus poderosos amigos en casa. La distancia y el tiempo son buenas curas en lo que a la culpa se refiere; pero otros, sin duda, irán al paredón, y me han contado que el mando militar pretende emplear su descubrimiento para librarse, al menos en parte, de los parásitos que se han alimentado de él durante demasiado tiempo.

Sonrió ante la grave expresión de Bolitho.

—Sírvase un poco de vino de Madeira. Nos sentará bien —continuó en el mismo tono imperturbable—. El almirante Graves está muy satisfecho de usted. Ha enviado a la goleta
Lucifer
a Antigua para informar al almirante Rodney de la situación aquí. Varias patrullas han sido enviadas a Newport para controlar al escuadrón de De Barras, pese a que, como bien sabe, es difícil saber lo que está ocurriendo allí. En efecto, todo se está haciendo con las fuerzas disponibles para vigilar las aguas locales para observar en qué modo atacará el tigre.

Tomó el vaso de la mano de Bolitho.

—¿Está el
Sparrow
reparado? —le preguntó.

Bolitho asintió. Aún le resultaba difícil mantenerse a la altura de las divagaciones del pequeño almirante.

—Mi carpintero ha finalizado casi por completo las reparaciones de la pasarela, y…

Christie asintió con ímpetu.

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