Un hombre que promete (14 page)

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Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Un hombre que promete
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Momentos después escuchó el traqueteo de sus tacones sobre el suelo de parquet y se resignó a soportar la tertulia, aunque no estaba dispuesto a revelar su ansiedad. Seguía comiendo y leyendo el periódico cuando la oronda figura de la dama abarrotó la estancia.

—Buenos días, lord Rothebury —saludó con tono alegre.

Apenas levantó las pestañas para mirarla, pero fue suficiente para captar la sonrisa falsa que esbozaban sus labios, la expresión de malicia que se leía en sus astutos ojos y su voluminoso y extravagante vestido con el sombrero a juego, cuya pluma se inclinaba de forma extraña sobre su cabeza debido al viento que hacía fuera. Esa mujer era un esperpento y Richard deseó por enésima vez que su mejor espía tuviese un aspecto algo más agradable.

—Señora Bennington-Jones, cuánto me alegra su visita… —respondió con indiferencia al tiempo que desviaba la vista hacia un frasco de mermelada de mora. Señaló con el codo una silla contigua—. Haga el favor de acompañarme.

Era una orden, no una petición, y ella condescendió a apretujar su enorme cuerpo y las abultadas faldas en la silla que tenía al lado.

—¿Le apetece un té, señora? —preguntó Magnus, que se puso en pie junto a ella con la tetera y una taza vacía.

—Sí —contestó la mujer con sequedad; no miraba al criado, sino la comida de Richard y la forma en que este extendía la mermelada sobre una tostada.

Sabía que Penélope esperaba una invitación para desayunar, pero estaba claro que no precisaba más nutrientes, así que se negó a alimentarla. La buena comida resultaba muy cara.

Magnus le sirvió el té y volvió a dejar la tetera en la mesa auxiliar antes de abandonar la habitación por tercera vez.

—Bueno —comenzó Richard al tiempo que señalaba la crema y el azúcar que estaban sobre la mesa—, ¿cómo está su familia?

En ese instante se hizo evidente que no pensaba invitarla a desayunar. La mujer inclinó la barbilla con un gesto altanero y alzó la mano para coger la cuchara.

—Muy bien, gracias —respondió con tono cortante—. Mi adorable Hermione será presentada la primavera que viene, como recordará, de modo que ya hemos empezado a preparar las visitas a la ciudad y a contratar los servicios de las mejores costureras, de los sombrereros, de los joyeros, y cosas por el estilo. Llevamos una época muy ajetreada.

Sin duda, pensó para sí, aunque decidió no decirlo en voz alta. Sabía muy bien que Penélope tenía la intención de embarcarlo en el cortejo de la segunda de sus tres feúchas hijas, y se negaba a honrar su comentario con la más mínima señal de interés.

—¿Qué tal está Desdémona? —preguntó en cambio al tiempo que recogía con el tenedor lo que quedaba de huevo. Penélope se irguió con desagrado.

—Ella y esa comadreja que tiene como marido esperan un hijo.

Richard estuvo a punto de soltar el tenedor. ¿Desdémona y Randolph Winsett esperaban un hijo? Extraordinario. Tanto que de pronto se sentía bastante soliviantado.

—Me alegro muchísimo por ellos —murmuró después de tragar un bocado que se le atravesó en la garganta. Se llevó la amplia servilleta de lino hasta la boca para ocultar su estupefacción—. ¿Y cuándo tendrá lugar ese maravilloso evento?

La mujer suspiró, a todas luces molesta con el asunto, pero no levantó la mirada mientras se servía una generosa cantidad de crema en el té.

—En junio, espero.

Una respuesta bastante ambigua. Richard se limpió las comisuras de los labios mientras realizaba los cálculos a toda prisa. Supuso que un nacimiento a finales de junio situaría el momento de la concepción muy próximo a la noche de bodas, siempre que esta hubiera tenido realmente lugar. No obstante, ¿qué otra cosa iba a decir su madre? Con todo, a pesar de lo apurado de la situación, Desdémona estaba casada, así que carecía de importancia que estuviera embarazada.

—Mis felicitaciones, pues —comentó al tiempo que bajaba la vista una vez más hacia lo que quedaba de su desayuno—. Estoy seguro de que debe de sentirse muy feliz ante la perspectiva de tener un nieto.

Ella pasó por alto el comentario y se alisó las faldas en un vano intento por encontrar una posición más cómoda a la mesa.

—Sin duda se habrá enterado usted de que hay una francesa que ha invadido nuestro pueblo y vive sola con el erudito en Hope Cottage.

¿Invadido? Richard estuvo a punto de resoplar ante semejante ridiculez. Lo había dicho como si todo el maldito ejército francés se hubiera abalanzado sobre ellos. Si había algo de lo que Penélope Bennington-Jones carecía sin lugar a dudas era del don de la sutileza. No obstante, lo que más lo sorprendió fue que ella hubiera sacado el tema a colación sin que él solicitase la información, la cual había sido la única razón por la que la había invitado ese día. La francesa estaba causando bastante alboroto en la pequeña comunidad, y Penélope se sentía enormemente molesta.

—A decir verdad, no he oído nada de nada —señaló con aire indiferente—, pero he visto a la dama en cuestión desde lejos.

—No es una dama.

El énfasis de semejante afirmación lo dejó perplejo, pero su expresión no reveló nada que no fuera indiferencia.

—¿Por qué dice eso?

—Bueno —replicó, malhumorada—, no solo porque vive a solas en una casa con un hombre que no es su marido, sino porque además la he conocido, milord. Y la encuentro bastante… agresiva.

—¿A qué se refiere? —inquirió antes de mordisquear el último trozo de tostada, tomando nota de que había empleado las palabras «invadir» y «agresiva» en un lapso de pocos minutos.

Los labios de Penélope se convirtieron en una fina línea cuando clavó los ojos en él.

—Está claro que esa mujer carece de moral.

Él asintió mientras masticaba a sabiendas de que esa declaración no era más que una conjetura, ya que ella no tenía pruebas concluyentes de nada. Optó por no presionarla.

Penélope levantó una de sus gruesas manos para tratar de enderezarse el sombrero sin ningún éxito.

—Es viuda —añadió con tono acusador—, y su aspecto no es desagradable; pero, si he de ser sincera, su presencia aquí me resulta muy sospechosa.

A juzgar por lo que había visto desde lejos, la francesa era encantadora; aunque, por supuesto, eso era lo que más le molestaba a Penélope. Lo que lo irritaba a él, sin embargo, y por razones que no le quedaban claras, era que semejante mujer malgastara su tiempo con Thomas Blackwood: ese tullido licenciado en Cambridge y veterano de guerra de treinta y nueve años. Eso sí que lo encontraba sospechoso. No era normal que una dama con sus antecedentes y su belleza residiera por voluntad propia con un hombre que no podía complacerla en ningún sentido.

Richard levantó la campanilla de plata y la hizo sonar un par de veces para indicar al sirviente que se encontraba justo detrás de él que deseaba más té y que había llegado el momento de retirar el plato vacío.

—Entonces, señora mía —continuó con un fingido suspiro—, ¿qué cree que hace esa mujer en nuestro pequeño pueblo?

Penélope se mofó con un exagerado gesto de la mano.

—Afirma que está aquí en calidad de empleada del señor Blackwood. Que está traduciendo las memorias de guerra de ese hombre a su lengua nativa.

Una noticia de lo más intrigante que le costaba bastante trabajo creer, aunque supuso que no era del todo imposible.

—¿Cuándo conoció usted a esa mujer?

—El pasado jueves, en la reunión de té de la señora Rodney.

Debía de haber sido una reunión muy interesante, sin lugar a dudas.

—¿Qué impresión le dio?

Penélope se irguió en su asiento.

—La encontré bastante francesa.

Qué comentario tan profundo, le habría gustado gritar a Richard. En su lugar, se echó más crema y más azúcar en la taza rebosante de té antes de apoyarse en el respaldo de la silla.

—¿Qué sabe del erudito?

La mujer frunció el ceño.

—¿Del señor Blackwood?

¿De qué otro erudito estaban hablando? Asintió una vez con una sonrisa tensa con la que trató de disimular su impaciencia.

Ella se encogió de hombros con presteza y cogió su taza.

—Apenas he hablado con él, pero parece un caballero de lo más normal, reservado y de buenos modales. Quizá un poco retraído.

De nuevo, la información era más bien escasa. Sin embargo, había algo indefinido en ella que lo reconcomía, y Richard comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa mientras cavilaba.

—¿Qué cree usted que hace él en Winter Garden? —la presionó en voz baja.

Penélope pareció realmente sorprendida por la pregunta. A decir verdad, ni siquiera él se lo había cuestionado hasta esos momentos, aunque no tenía ninguna intención de hacérselo saber a la dama.

—Nunca lo ha dicho —contestó ella después de darle un largo sorbo al té—. La verdad es que asumí que estaba aquí para disfrutar de la soledad de nuestro pueblo, para retirarse a una comunidad sencilla aunque socialmente adecuada —En cuestión de segundos, sus párpados se entrecerraron, sus labios se fruncieron y la mujer lo miró con aire conspirador—. Ahora eso parece un poco raro, ¿no es así, lord Rothebury?

Tuvo que preguntarlo.

—¿Usted cree?

—Bueno, él no es de Northumberland, ni siquiera de Londres —explicó con seriedad—. Es de Eastleigh. Se trata de una comunidad bastante tranquila, ¿verdad? Pequeña y adorable, y no está muy lejos de Winter Garden —Se inclinó hacia él y bajó la voz para añadir—. ¿Por qué vendría a nuestro pueblo a hacer lo que podría hacer sin mayores problemas en su casa?

Por qué, meditó Richard con creciente incertidumbre. Si el erudito hubiera querido pasar una semana o dos, o incluso un mes de vacaciones allí, él no habría pensado nada malo al respecto. Muchas personas pertenecientes a la clase acomodada se retiraban a Winter Garden a causa de su aislamiento y su belleza, en especial durante la estación fría. Sin embargo, Thomas Blackwood había llegado desde un lugar con un clima similar a ése, llevaba allí casi tres meses y no había dado ninguna señal de que fuera a marcharse pronto; incluso había contratado empleados en su casa de alquiler. Penélope había formulado una magnífica pregunta, y lo enfurecía que a ella se le hubiera ocurrido antes que a él. Con todo, no había ninguna razón para dárselo a conocer.

—Yo me preguntaba justo lo mismo, señora.

—¿De veras?

La intriga que revelaba su tono y la expresión curiosa de sus penetrantes ojos oscuros hicieron que se lo pensara dos veces. Sus prósperos negocios se encontraban en un momento muy delicado y las consecuencias de un fracaso serían fatales. No deseaba que ella fisgoneara abiertamente en algo que comenzaba a plantearle serias dudas.

Esbozó una sonrisa hastiada y realizó un gesto con la mano para descartar el problema antes de tomar una vez más la taza de té.

—Pero estoy seguro de que no hay nada misterioso. Lo más probable es que necesite un cambio de aires durante un tiempo, y Hope Cottage es un lugar tranquilo con unas vistas excelentes —De mi propia casa, se le ocurrió de repente y sintió como si lo hubieran abofeteado. Una cosa más que le parecía una tremenda casualidad en ese momento. Una cosa más que tendría que meditar mucho más a fondo. La frente de Penélope se colmó de arrugas debido a los recelos que le provocaba una explicación tan indiferente, de modo que Richard retomó rápida y sutilmente el tema original.

—¿Qué relación existe entre el señor Blackwood y la francesa? ¿Sabe usted si son… amigos?

Si la dama encontró extraña o entrometida dicha pregunta, no lo demostró. A decir verdad, sus rasgos adoptaron una expresión de bochorno y el sonrojo tiñó la piel flácida de su cuello. Se removió con incomodidad en el asiento, bajó la mirada y trató una vez más de corregir la posición del horrible sombrero… nuevamente sin éxito.

Richard aguardó la respuesta mientras sorbía el té y la observaba con marcado interés.

—Según la francesa —reveló por fin la dama, que contemplaba el bordado de hojas del mantel— no hay posibilidad de una relación romántica entre ellos a causa de… una herida de guerra en particular. Él no puede… no la encuentra atractiva.

Richard parpadeó con rapidez y se mordió los carrillos para contener la risa. No se creía ese absurdo chismorreo en absoluto, aunque admitía que era probable que las damas de Winter Garden sí lo hicieran. Lo más asombroso era que la francesa hubiera hablado de ello en público.

Tomó otro sorbo de té antes de dejar la taza sobre la mesa y colocarse las manos sobre el regazo.

—¿Cómo se llama?

Penélope respiró hondo y lo miró a los ojos de nuevo.

—Madeleine DuMais —respondió de manera sucinta—. Y si ése no es un nombre apropiado para alguien dedicado a los escenarios…

Dejó caer el comentario con un brillo elocuente en la mirada que tuvo el resultado deseado. La señora Bennington-Jones era una zorra chismosa, pero era muy perspicaz, y por lo general elegía sus palabras con mucho cuidado. Richard lo sabía muy bien, y eso le había servido de mucha ayuda en el pasado. Sin embargo, ¿creía que era una actriz en el sentido literal o de forma figurada? ¿O acaso la francesa que vivía en Winter Garden durante un período indefinido estaba utilizando un nombre falso con un propósito que aún desconocían? No se lo preguntó a Penélope por miedo a parecer ignorante o, aún peor, estúpido. De cualquier forma, carecía de importancia y sin duda, con el tiempo, descubriría por sí solo las intenciones de la francesa. Por el momento, no obstante, Richard reconoció que pese a la naturaleza introvertida del erudito y los antecedentes y la belleza de la señora Madeleine DuMais, ambos habían llegado a Winter Garden bajo circunstancias muy extrañas y en un momento muy peculiar.

Levantó un dedo para recorrer el borde de su taza de porcelana.

—Supongo que lo mejor para nosotros sería que yo la conociera.

Percibió una mezcla de sentimientos en la expresión del rostro de Penélope: duda, irritación, desagrado e incluso cierto halago al darse cuenta de que la había considerado como una igual en su comentario.

—Estoy segura de que no la invitará al baile de máscaras de invierno, lord Rothebury —advirtió al instante—. Esa mujer no pertenece a nuestra clase social, y su presencia en el baile sería a todas luces perniciosa.

¿Perniciosa? Solo porque les robaría toda la atención a sus espantosas hijas, quiso añadir, aunque tuvo el buen tino de no hacerlo. Aun así, no podía pasar por alto el comentario. Era él quien ostentaba el poder, y ella necesitaba que se lo recordara.

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