Un cadáver en los baños (33 page)

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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: Un cadáver en los baños
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—¿Y quién sabe hacerlo? —dije con sorna.

Cipriano y yo nos reímos; era una broma de hombres. Aun así, Helena esbozó una pequeña sonrisa por alguna diversión suya.

Oímos ruidos; el rey había mandado a gente para cerrar los baños, tal como sugerí. Me puse en pie, entumecido.

—Antes era tarde; ahora todavía lo es más. Te pido dos cosas, Cipriano. Ten la boca cerrada acerca de esto, no le cuentes el cuento ni siquiera a tu amigo Magno, por favor. Y por la mañana, ¿puedes convocar otra reunión en la obra con toda la gente que ha asistido hoy?

Dijo que sí a ambas cosas. Ya no me importaba si obedecía mi ruego de que fuera discreto. Había sido un largo día y no cabía duda de que el siguiente todavía iba a serlo más. Añoraba mi cama.

No sabía qué disposiciones habría hecho Cipriano en cuanto a su seguridad, pero yo me aseguré muy bien de que las habitaciones de mi familia estuvieran cerradas con llave esa noche.

XXXVII

Mi muela cariada reafirmó su existencia cuando llegué a la reunión del proyecto. Me retrasé. Había pasado muy mala noche, debido en parte al llanto del bebé. Pero eximí de culpa a Favonia. Nunca puedo descansar plácidamente después de un encuentro con un cadáver.

Ya había llegado todo el mundo. Mi esperanza de que fuera una sorpresa se frustró: todos sabían lo que había ocurrido. No desperdicié tiempo en llevar a cabo una investigación. No hubo muchas oportunidades de mantener las cosas en calma.

Entramos todos en tropel a la habitación del arquitecto, pero esa vez fui yo quien cogió la silla. Tuve la sensación de que eso no me ponía totalmente al cargo.

La atmósfera era silenciosa, tensa y amarga. Todos estaban al tanto de que Pomponio había muerto, y probablemente sabían cómo.

Era evidente que había connivencia. En lugar de ser yo quien observara sus reacciones, estaban todos mirándome fijamente. Los informantes reconocen el desafío: «Bueno, ¡vamos a ver si puedes solucionar esto, Falco!». Con suerte, sólo tendrían curiosidad por ver lo listo que era. Una alternativa peor sería que hubieran preparado alguna trampa. Yo era el hombre de Roma. Eso nunca debía olvidarlo.

Estaban presentes todos los supervivientes del equipo del proyecto: Cipriano, el jefe de obras; Magno, el agrimensor; Panco y Éstrefo, los dos arquitectos subalternos; Lupo, el supervisor de la mano de obra extranjera; Timágenes, el jardinero paisajista; Milcato, el marmolista; Filocles hijo, el afligido mosaiquista, que ocupaba el lugar de su padre; Blando, el pintor de frescos; y Recto, el ingeniero de desagües. Corno Mandúmero se había fugado, faltaba algún representante de los trabajadores britanos. Cayo representaba a todos los administrativos. Alexas, el enfermero, se había unido a nosotros a petición mía; después lo acompañaría hasta los baños para retirar el cuerpo. Se había sumado Verovolco, sin duda instigado por el rey.

—¿Debería haber carpinteros? ¿Tejadores? —le pregunté a Cipriano.

Negó con la cabeza.

—Yo sustituyo a los gremios, a menos que haya que discutir algún asunto técnico.

—Querías que estuviéramos los mismos que en la mierda de reunión de ayer —gruñó Recto.

—Eso es. ¿Tenías que plantear algún tema?

—Unos problemas técnicos.

No sabía que Cipriano, mientras estaba bajo los efectos de la impresión la noche anterior, había descrito el problema: las caras tuberías de cerámica desaparecidas y Recto incandescente de ira.

—¿Se ha solucionado? —pregunté inocentemente.

—Pura rutina, Falco.

El ingeniero de desagües mentía, o al menos me daba largas. Tal vez fuera significativo… o sólo sintomático. El equipo estaba contra mí, de eso no cabía duda.

No era la primera vez que en un caso todo el mundo era hostil, pero eso me era ventajoso. Yo tenía experiencia profesional. A menos que normalmente organizaran asesinatos cuando la vida se complicaba en la obra, ellos eran unos principiantes.

No había mucho espacio en las atestadas dependencias del director del proyecto y, por supuesto, no había intimidad para realizar un interrogatorio individual. Les pasé unas tablillas que había traído con ese propósito y les pedí a todos que escribieran su paradero durante la noche anterior y que proporcionaran los nombres de cualquiera que pudiera corroborarlo. Verovolco ponía cara de creerse exento de ese juego para después de los banquetes; no obstante, le di una tablilla igualmente. Me pregunté si sabría escribir, pero parecía ser que sí.

—Mientras estáis con esto, ¿puedo hacer un llamamiento a todo aquel que viera algo significativo en la zona de los baños reales?

Nadie respondió, aunque creí ver algunas miradas de soslayo. Me di cuenta de que, cuando leyera esas tablillas en las que los hombres escribían con gravedad, todas encajarían a la perfección; cada uno de ellos tendría una coartada y, a su vez, encubriría a alguien más.

—Bueno —dije con calma—, no creo que Pomponio tuviera muchos amigos aquí. —Eso provocó un murmullo cínico—. La mayoría de vosotros representáis a grupos mayores; en teoría, cualquier persona de la obra podría estar resentida y acabar con él anoche. —Esta vez mi única recompensa por mi franqueza fueron miradas bajas y silencio—. Pero mi punto de partida —les advertí— es que el asesino, o los asesinos, fueron personas de cierta posición. Se les permite usar la casa de baños del rey, y anoche Pomponio aceptó su presencia cuando se unieron a él en el caldario. Eso descarta totalmente a los obreros.

—¿Y nos incluye a nosotros? —concluyó Magno con ironía.

—Sí.

—¡Protesto!

—No procede, Magno. Pomponio recibirá la misma consideración que cualquiera. El hecho de que fuera un mal jefe de equipo, incluso que cayera muy mal, no es excusa para eliminarlo de forma violenta. Bruto y Casio se dieron cuenta de ello.

—Así, ¿tú le habrías ofrecido una corona a Pomponio, Falco? —se mofó Magno.

—Tú ya sabes lo que yo pensaba. Me revienta esa clase de gente; pero eso no cambia nada —dije lacónicamente—. Tendrá un funeral, una nota necrológica en la Gaceta Diaria… y una reseña cortés sobre su fallecimiento para sus apenados padres y los viejos amigos de su ciudad natal.

Estuve a punto de decir «Y para sus amantes». Pero eso se refería a Planco, por lo pronto. Era sospechoso.

Planco ya había entregado su tablilla; le eché un vistazo con aspecto despreocupado. Decía que había estado cenando con Éstrefo. Éste todavía sostenía su tablilla, pero yo sabía que confirmaría la historia. Se suponía que los dos jóvenes arquitectos no se podían ver, pero por alguna razón se proporcionaron uno a otro una coartada para la noche anterior. ¿Sería cierto? Si era verdad, ¿lo concertaron de antemano? Y si era ése el caso, ¿era normal que comieran juntos o era algo excepcional?

La gente se dio cuenta de que estaba mirando lo que había escrito Planco. Hubo un movimiento general para reunir y depositar las demás declaraciones. Rehusé públicamente revisar las tablillas. Camilo Eliano, que todavía estaba en cama con su pierna mordida, podía jugar con esas invenciones en mi lugar. Yo no tenía paciencia con esos obstruccionistas.

Magno seguía tratando de presionar:

—Seguro que tu preocupación, como enviado del emperador, es que la pérdida de Pomponio causa otro problema más en el proyecto.

—El proyecto no se resentirá. —Eso se me había ocurrido mientras estaba despierto en la cama la noche anterior.

—Mierda, Falco. ¡Ahora, para colmo, no tenemos director del proyecto!

—No hace falta que cunda el pánico.

—Necesitamos uno.

—Ya tenéis uno. —La muela me dio una punzada, así que mi voz quizá sonó más seca de lo que pretendía—. En el futuro inmediato, yo mismo me haré cargo.

En cuanto solté esas palabras tuve que tragar saliva.

Mientras bullían de indignación, interrumpí con ecuanimidad:

—Sí, Pomponio era un arquitecto y yo no. Pero el diseño es bueno y está terminado. Tenemos a Planco y a Éstrefo para que saquen adelante el concepto, se les asignarán dos alas a cada uno para que las supervisen. Vosotros controláis las demás disciplinas y oficios. Os escogieron por ser líderes en vuestra especialidad; todos os las podéis arreglar con autonomía. Informadme sobre el avance de los trabajos y los problemas.

—No estás capacitado profesionalmente —dijo Cipriano de forma entrecortada. Parecía haberse quedado verdaderamente anonadado.

—Tendré tu competente orientación.

—¡Tú cíñete a tus órdenes, Falco! —rugió Magno. Yo ya había sospechado que iba a tratar de hacerse con el control. Tal vez lo recomendara, pero no mientras estuviera, al igual que el resto, bajo sospecha por la muerte de Pomponio.

—Mis órdenes, Magno, consisten en reconducir este proyecto hacia su objetivo.

—Admito que eres un auditor estricto. ¿Pero crees que tienes la pericia necesaria para supervisar?

—Eso sería una tontería —hice que mi respuesta siguiera siendo diplomática—. A la larga, Roma tiene que nombrar a una persona con prestigio y habilidad profesional. —Además de diplomacia y capacidad para dirigir a los trabajadores, si es que podía dar alguna opinión—. No tiene que ser forzosamente otro arquitecto. —Magno se animó—. Mientras tanto, yo puedo proporcionar sentido común e iniciativa suficientes para hilvanar las cosas hasta que se nombre a un sustituto.

—Pero esto necesita la aprobación del gobernador, Falco.

—Estoy de acuerdo.

—No lo permitirá.

—Entonces me veré obligado a renunciar. Pero Frontino es famoso por su sentido técnico y práctico. Yo lo conozco. He trabajado con él. Vine a Britania porque él lo pidió.

Eso hizo callar a la mayoría. Magno sí que habló entre dientes:

—¡Parece ser que alguien más tiene ansias de poder! —Hice caso omiso. Por lo tanto, trató de enredarme diciendo—: Nos estamos retrasando a causa de algunas indecisiones importantes, Falco.

—Ponme a prueba.

—Bueno, ¿qué hay que hacer con el asunto de incorporar la vieja casa? —inquirió con una agresividad e irritación mal disimuladas.

—El rey la quiere. Y el rey es un cliente con experiencia, preparado para soportar cualquier inconveniente, así que, adelante. Levantad los niveles de los suelos e introducid el actual palacio en el nuevo diseño. ¿Habéis considerado ya esa posibilidad?

—Realizamos un estudio de viabilidad —afirmó Magno.

—Vamos a definir eso —propuse con alegría—. «Viabilidad: el cliente propone un proyecto que, como todo el mundo puede apreciar, nunca se realiza. El trabajo se deja en suspenso. Se llevan a cabo tareas preliminares independientes, pero nadie informa de lo que se está haciendo al director del proyecto. Entonces la obra se reactiva inesperadamente y se mete de lleno en el programa formal con una planificación inadecuada…».

Al final, Magno tuvo la gentileza de suavizarse.

—¡Éstrefo! —interrumpí sus sueños—. He dicho que dividiríamos los bloques entre tú y Planco. Tú hazte cargo de las alas este y sur, incluyendo la vieja casa. Consulta con Magno el tema de la incorporación y después, en la próxima reunión, nos comentas tus conclusiones, por favor. ¿Algo más?

—¡Mi maldito depósito de acumulación! —intervino Recto en tono pesimista. Era un hombre que ya asistía a las reuniones de la obra esperando verse coartado.

—Presenta tu albarán y yo te lo firmaré. ¿Alguien más?

—El rey pide que pongamos un gran árbol en el jardín central —se aventuró a decir Timágenes—. Pomponio lo había prohibido; bueno, tendrían que ser un par de árboles…

—De acuerdo con los árboles. —No me había imaginado que ese viaje a Britania incluiría la plantación de un arboreto. Por el Hades que en esos momentos estaba dispuesto a todo—. Árboles, de calidad característica, los dos iguales. Ponte de acuerdo con el cliente en cuanto a la especie, por favor. —A continuación fulminé a Cipriano con la mirada—. ¿Conseguiste un cantero principal? —Apenas recordaba quién lo había mencionado. Lupo, quizás.

—Bueno… —Por una vez sorprendí a Cipriano, que pareció asustado.

—¿Se te ha asignado un mampostero o no?

—No.

—¡Por las pelotas de un toro! Los cimientos ya están hechos, tenéis que empezar. Mandaré un mensajero a Roma y alegaré extrema urgencia. Dime el nombre de la persona que quieres y dónde se encuentra actualmente, más una segunda alternativa por si acaso.

—Roma ya ha sido informada de todos los detalles, Falco.

—Yo siempre doy toda la información cada vez que me comunico con Roma —dije bruscamente—. De esa forma, ningún administrativo altanero puede burlarse de ti con el viejo truco de la «documentación incompleta».

No parecía tener sentido continuar con la reunión, así que la di por terminada. Magno fue el primero que se abalanzó hacia la puerta sin decir palabra, al tiempo que agarraba su cartera de instrumentos como si quisiera golpearme con ella. Le hice una seña a Alexas conforme había llegado el momento de encargarse del cadáver de la casa de baños, pero Verovolco me detuvo cuando me iba. No podía sacar de ahí a los demás barriéndolos con un escobón, precisamente, así que se callaron todos y escucharon.

—Falco, el rey sugiere que quizás a Marcelino…

—¿Se le podría pedir que volviera para ayudar? —Con Verovolco estuve igual de enérgico que con los demás. Ya me esperaba su petición. De manera instintiva, me opuse a permitir que regresara esa antigua amenaza. Ya era hora de que alguien le parase los pies—. Es una solución atractiva, Verovolco. Déjame a mí esa idea. Debo hablar con el rey, y también con Marcelino.

Quise ser diplomático. A juzgar por el refunfuño que siguió a mis palabras, el resto del equipo no lo entendió así. Con Verovolco rondándonos, no podía exponer mi postura. Yo consideraba que el anterior arquitecto era un autócrata difícil. Quería que se quedara en su villa para jubilados. Pero primero convencería a Togidubno de que Marcelino ya había cumplido su cometido. Luego tendría que explicarle eso mismo a Marcelino, con un lenguaje más enérgico.

Mientras el representante del rey se quedaba por ahí con aspecto triste, me fui para evitar más discusiones. Éstrefo, que había estado cuchicheando con Cipriano, se separó de él y me siguió hasta fuera.

—¡Falco! ¿Qué debo hacer con ese hombre?

—¿Qué hombre? —yo no quería entretenerme para que Verovolco no me enganchara otra vez. Pero también esperaba a Alexas.

—El vendedor de estatuas. —Éstrefo se echó a un lado mientras Cipriano se abría paso a empujones por delante de él y se marchaba con paso firme hacia alguna parte.

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