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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Thuvia, Doncella de Marte (20 page)

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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Uno a uno, los perseguidores fueron quedándose atrás, y cuando el último de ellos se perdí de vista tras el de Carthoris, éste hizo que la proa del Thuria se colocase en un plano horizontal; llevando la palanca a la última muesca, la nave surcó el tenue aire del moribundo Marte hacia el este, en dirección a Ptarth.

Trece mil hoads y media mediaban entre el lugar en que se encontraba Carthoris y Ptarth; un viaje de treinta horas para el más veloz de los aparatos voladores, y entre Dusar y Ptarth podría encontrarse la mitad de la flota de Dusar, porque en tal dirección estaba el lugar señalado para la gran batalla aérea que en aquel preciso instante probablemente podría estar librándose.

Si Carthoris hubiera podido saber precisamente dónde estaban situadas las grandes flotas de las naciones contendientes, se hubiera apresurado a ir a su encuentro sin demora, porque en el regreso de Thuvia a la corte de su padre estaba la mayor esperanza de paz.

Recorrieron la mitad de la distancia sin haber visto una sola nave aérea de guerra, y luego Kar Komar llamó la atención de Carthoris hacia un aparato distante que descansaba sobre la vegetación ocre del gran fondo marino muerto, sobre el cual el Thuria navegaba rápidamente.

En torno de la nave hormigueaban, según podían ver, muchas figuras. Con ayuda de potentes anteojos, el heliumita vio que eran guerreros verdes y que cargaban repetidas veces sobre la tripulación del estacionado navío aéreo. No pudo descubrir a tan gran distancia cuál era su nacionalidad.

No era necesario cambiar el rumbo del Thuria para que éste pasase directamente sobre la escena de la batalla; pero Carthoris le hizo descender unos cincuenta metros a fin de poder ver mejor los acontecimientos desde más cerca.

Si el navío era de una potencia amiga, lo menos que él podía hacer era detenerse y dirigir sus cañones sobre los enemigos de la misma, aunque con la preciosa carga que llevaba apenas le parecía justificado el desembarco, porque sólo podía ofrecer dos espadas de refuerzo, escasamente lo bastante para garantizar el riesgo de la seguridad de la princesa de Ptarth.

Cuando se aproximaron por encima de la nave atacada, pudieron ver que sólo sería cuestión de unos minutos el que la horda verde abordase el navío blindado para saciar la ferocidad de su deseo de sangre sobre los defensores.

—Sería inútil descender —dijo Carthoris a Thuvia—. El aparato puede ser hasta de Dusar; no lleva ninguna insignia. Cuanto podemos hacer es disparar sobre los de la horda.

Y mientras hablaba se dirigió a uno de los cañones y apuntó su boca hacia los guerreros verdes que rodeaban a la nave.

Al primer disparo del Thuria, los del barco atacado le descubrieron, evidentemente, por primera vez. Inmediatamente una divisa ondeó en la proa del navío que estaba en tierra, Thuvia de Ptarth contuvo su respiración, mirando a Carthoris.

La divisa era la de Kulan Tith, jeddak de Kaol, ¡el hombre a quien la princesa de Ptarth estaba prometida! ¡Cuan fácil sería para el heliumita seguir su camino, dejando a su rival expuesto a su sino, que no podría evitar por mucho tiempo! Nadie podría acusarle de cobardía o de traición, porque Kulan Tith estaba en guerra contra Helium, y, además, en el Thuria no había bastantes espadas para retardar, siquiera fuese temporalmente, el resultado que ya estaba previsto en opinión de los espectadores.

¿Qué haría Carthoris, príncipe de Helium?

Apenas había ondeado la divisa a la débil brisa antes que la proa del Thuria descendiese violentamente a tierra.

—¿Sabes dirigir la nave? —preguntó Carthoris a Thuvia. La joven movió la cabeza.

—Voy a intentar traer a los supervivientes a bordo —siguió diciendo—. Para ello será necesario que Kar Komak y yo manejemos los cañones, mientras que los kaolianos se agarran a las cuerdas para subir a bordo. Mantén la proa baja y en dirección del fuego de los fusiles. Puede soportarlo mejor con su blindaje anterior, y, al mismo tiempo, las hélices quedarán protegidas.

Carthoris se dirigió apresuradamente a su camarote, al mismo tiempo que Thuvia se encargaba de la dirección. Un momento después, las cuerdas para subir a bordo caían desde la quilla del Thuria, y desde una docena de puntos a lo largo de cada costado se desenrollaron cuerdas de cuero dirigidas hacia abajo. Al mismo tiempo, una señal apareció en su proa: «Prepárense a subir a bordo.»

Un grito se el vó 4esde el puente del barco de guerra kaoliano. Carthoris, que ya había vuelto de la cabina, sonrió tristemente. Estaba a punto de arrebatar de las fauces de la muerte al hombre que se interponía entre él y la mujer a quien amaba.

—Encárgate del cañón de proa, Kar Komak —dijo al arquero, y él mismo se dirigió al cañón de estribor.

Ahora podían sentir el fuerte choque de las explosiones de los proyectiles de los guerreros verdes contra los costados blindados del fuerte Thuria.

Podía haber una esperanza menos. En cualquier momento los depósitos del rayo impulsor podían ser perforados. Los hombres que se hallaban en el navío kaoliano luchaban con renovada esperanza. En la proa estaba Kulan Tith, figura valiente, luchando al lado de sus valientes guerreros, rechazando a los feroces hombres verdes.

El Thuria descendió aún más sobre el otro aparato. Los kaolianos se disponían, bajo la dirección de sus oficiales, a subir a bordo, y entonces una repentina y fuerte descarga de fusilería de los guerreros verdes lanzó su mortífera granizada sobre el costado del bravo navío aéreo. Como un pájaro herido, se sumergió repentinamente hacia el suelo de Marte, inclinándose violentamente sobre uno de sus costados. Thuvia hizo que se elevase la proa en un esfuerzo para esquivar la inminente tragedia; pero sólo logró aminorar el choque de la nave cuando ésta tocó en tierra al lado del navío kaoliano.

Cuando los hombres verdes vieron sólo dos guerreros y una mujer sobre el puente del Thuria un grito salvaje de triunfo se elevó de sus filas, en tanto que un aullido de respuesta estalló en los labios de los kaolianos.

Los primeros ahora volvieron su atención hacia los recién llegados, porque veían que sus defensores serían pronto vencidos y que desde el puente del navío de éstos podrían dominar el puente del otro navío mejor tripulado.

Cuando los guerreros verdes cargaron, Kulan Tith lanzó un grito de aviso desde el puente de su propio navío, y con él aliento de valor al barco en menor trance.

—¿Quién es —gritó— el que ofrece su vida en servicio de Kulan Tith? ¡Jamás se ha realizado en Barsoom un hecho más noble de autosacrificio!

La horda verde estaba trepando sobre el costado del Thuria cuando apareció en la proa del mismo la divisa de Carthoris, príncipe de Helium, en respuesta a la pregunta del jeddak de Kaol. Nadie en el navío aéreo menor tuvo ocasión de notar el efecto de aquel anuncio sobre los kaolianos, porque su atención estaba ocupada solamente ahora por lo que estaba ocurriendo sobre su propio puente.

Kar Komar estaba detrás del cañón que había estado haciendo funcionar, mirando con los ojos muy abiertos a los repugnantes guerreros verdes que atacaban. Carthoris, viéndolo así, se sintió apenado al considerar que, después de todo, aquel hombre, a quien había creído tan valeroso, resultase en la hora del peligro tan poco intrépido como Jav o Tario.

—¡Kar Komak, guerrero! —le gritó—. ¡Toma aliento! Recuerda los días de gloria de los navegantes de Lothar. ¡Lucha! ¡Lucha, hombre! ¡Lucha como jamás hasta ahora ha luchado hombre alguno! Como último recurso digno, sólo nos queda el morir luchando.

Kar Komak se volvió hacia el heliumita con una severa sonrisa en sus labios.

—¿Por qué tendríamos de luchar —preguntó— contra tan temibles y extraños seres? Hay otro recurso, un recurso mejor. ¡Mira!

Señalaba hacia la escalerilla del camarote que conducía bajo el puente.

Un puñado de hombres verdes había llegado ya al puente del Thuria cuando Carthoris miró en la dirección que el lothariano le había indicado. Lo que vieron sus
ojos
hizo saltar a su corazón de alegría y de consuelo. ¡Thuvia de Ptarth podía ser salvada aún! Porque desde abajo salía una corriente de gigantescos arqueros salvajes y terribles. No los arqueros de Tario o de Jav, sino los de un oficial de arqueros, salvajes luchadores, ávidos de combatir.

Los guerreros verdes se detuvieron con momentánea sorpresa y miedo, pero sólo por un momento. Luego, con horrorosos gritos bélicos, avanzaron a saltos al encuentro de aquellos extraños y nuevos enemigos.

Una descarga de flechas los detuvo en su camino. En un momento, todos los guerreros verdes que estaban en el puente del Thurm estaban muertos, y los arqueros de Kar Komak estaban saltando por encima de las bordas de la nave para cargar sobre los de la horda en tierra.

Compañía tras compañía, fueron saliendo de las entrañas del Thuria para lanzarse sobre los infortunados guerreros verdes. Kulan Tith y sus kaolianos se habían quedado con los ojos extraordinariamente abiertos y sin habla a causa del asombro al ver a millares de aquellos extraños fieros guerreros salir por la escalerilla del camarote del pequeño aparato volador, que no hubiera podido, en modo alguno, contener más de cincuenta individuos.

Al fin, los hombres verdes no pudieron resistir la acometida de un número abrumador de enemigos.

Lentamente, al principio, se retiraron por la llanura color de ocre. Los arqueros les persiguieron, Kar Komak, en pie sobre el puente del Thuria, temblaba de excitación.

Con toda la fuerza de sus pulmones dio el salvaje grito bélico de sus gloriosos y olvidados días. Rugía animando y dirigiendo a sus compañías de combatientes, y luego, a medida que cargaban, cada vez con mayor furor, saliendo del Thuria, no pudo resistir por más tiempo el atractivo de la lucha.

Saltando a tierra por encima de la borda de su nave, se reunió con los últimos de sus arqueros, que corrían por el fondo del muerto mar en persecución de la fugitiva horda verde.

Al otro lado de un bajo promontorio de lo que en tiempos remotos había sido una isla, los hombres verdes estaban desapareciendo hacia el oeste. Pisándoles los talones corrían los veloces arqueros de tiempos pasados, y abriéndose paso entre ellos y colocándose a su cabeza, Carthoris y Thuvia pudieron ver la poderosa figura de Kar Komak blandiendo en alto la espada corta torquasiana de que estaba armado y alentando a sus criaturas, a perseguir a sus enemigos en su retirada.

Cuando el último de ellos hubo desaparecido tras el promontorio, Carthoris se volvió hacia Thuvia de Ptarth.

—Me han dado una lección esos arqueros de Lothar que se desvanecen en el aire —dijo—; cuando han cumplido su propósito, se van para no estorbar a sus amos con su presencia. Kulan Tith y sus guerreros están aquí para protegerte. Mis actos han sido la prueba de la honradez de mis propósitos. ¡Adiós!

Y se arrodilló a sus pies, besando su mano.

La joven extendió la otra mano y la colocó sobre los espesos cabellos negros de la cabeza que se inclinaba ante ella. Y preguntó con suave voz:

—¿Adonde irás, Carthoris?

—Con Kar Komak, el arquero —replicó—. Habrá lucha y olvido. La joven cubrió sus
ojos
con sus manos, como si quisiera desechar alguna fuerte tentación de su cabeza.

—¡Que mis antepasados se apiaden de mí —exclamó— si digo lo que no tengo derecho a decir; pero no puedo ver cómo te desprendes de la vida, Carthoris, príncipe de Helium! ¡Quédate, mi guerrero! ¡Quédate, te amo!

Una tos tras ellos interrumpió su diálogo, y vieron allí, en pie, a no más de dos pasos de ellos, a Kulan Tith, jeddak de Kaol.

Durante algún tiempo ninguno de ellos habló. Luego, Kulan Tith rompió el silencio.

—No he podido evitar el oír lo que ha pasado entre vosotros —dijo—. No soy ningún necio para permanecer ciego ante el amor que os profesáis. Y tampoco puedo cerrar los
ojos
ante tu generoso rasgo arriesgando tu vida y la de Thuvia para salvar la mía, a pesar de que creías que tal conducta te robaría la probabilidad de conservarla para ti. Y no puedo por menos de apreciar la virtud que ha sellado tus labios para no declarar hasta ahora a este heliumita que le amabas, Thuvia; porque sé que acabo de oír la primera declaración de tu pasión hacia él. No te condeno. Más bien te hubiera condenado si, no amándome, te hubieras casado conmigo. ¡Recupera tu libertad, Thuvia de Ptarth —exclamó—, y dirige tu libre albedrío hacia donde tu corazón se inclina; y cuando los collares de oro ciñan vuestros cuellos, veréis que la de Kulan Tith es la primera espada que ha de levantarse para declarar una amistad eterna a la nueva princesa de Helium y a su real consorte!

FIN

NOTAS

En Barsoom, el haad es la base de medida lineal. Es equivalente de un pie de la Tierra, y mide, aproximadamente, 11.694 pulgadas de la Tierra. Siguiendo mi costumbre, he traducido generalmente los símbolos barsomianos de tiempo, distancia, etcétera, por sus equivalentes de la Tierra, para que sean más fácilmente entendidos por los lectores de dicho planeta. Para los de un carácter más estudioso, será interesante conocer la tabla marciana de medidas lineales, y así la doy aquí

10 sofads = 1 ad.,

200 ads = 1 haad,

100 haads = 1 karad,

360 karads = una circunferencia de Marte en el Ecuador , Un haad o milla barsomiana contiene, aproximadamente, 2.339 pies de la Tierra. Un karad es un grado. Un sofad, aproximadamente, 1,17 pulgadas de la Tierra.

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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