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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Thuvia, Doncella de Marte (10 page)

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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—Es solamente para dar apariencias de realidad a la escena —replicó Jav—. Creamos muchos defensores muertos, para que los torquasianos no puedan suponer que, en realidad, ningún ser de carne y hueso se les opone. Una vez que la verdad se impusiese a su espíritu, según la teoría de muchos de nosotros, dejarían de ser víctimas de la sugestión de las mortíferas flechas, porque sería aún mayor la sugestión de la verdad, y la sugestión más poderosa prevalecería; ésta es una ley.

—¿Y los banths? —preguntó Carthoris—. ¿También ellos no son más que hijos de la sugestión?

—Algunos de ellos son reales —replicó Jav—. Los que acompañaban a los arqueros en la persecución de los torquasianos eran imaginarios. Como los arqueros, nunca han vuelto, sino que, habiendo desempeñado su papel, se han desvanecido con los arqueros mismos cuando la derrota del enemigo estuvo asegurada. Los que se quedaron en el campo eran reales. A éstos los soltamos, a modo de basureros o barrenderos, para devorar los cuerpos de los torquasianos muertos. Esta tarea es exigida por nuestros realistas. Yo soy realista. Tario es un eterealista. Los eterealistas sostienen que la materia no existe, que todo es espíritu. Dicen que ninguno de nosotros existe, excepto en la imaginación de sus semejantes, como no sea con la existencia de una mentalidad intangible e invisible. Según Tario, es absolutamente necesario que todos nosotros convengamos en pensar que no hay torquasianos muertos bajo nuestros muros, y no habrá ninguno ni necesidad alguna de leones basureros.

—Entonces, tú ¿no sustentas las creencias de Tario? —preguntó Carthoris.

—Solamente en parte —replicó el lothariano—. Creo, de hecho sé, que existen algunas criaturas etéreas verdaderas. Tario es una de ellas, estoy convencido de ello. El sólo existe en la imaginación de su pueblo. Desde luego, éste es el concepto de todos nosotros, los realistas, que todos los eterealistas no son más que ficciones de la imaginación. Ellos sostienen que el alimento no es necesario, y no comen; pero cualquiera, por rudimentaria que sea su inteligencia, tiene que comprender que el alimento es una necesidad para las criaturas que tienen existencia real.

—Sí —convino Carthoris—; no habiendo comido hoy, es natural que esté plenamente de acuerdo contigo.

—¡Ah! Perdóname —exclamó Jav—. Ten la bondad de sentarte y satisfacer tu hambre.

Y con, un ademán de su mano materializó una abundantemente provista mesa que no estaba allí hacía un instante. Carthoris estaba seguro de ello porque había escudriñado cuidadosamente la habitación repetidas veces.

—Me alegro —continuó Jav— de que no hayas caído en manos de un eterealista. Entonces, ten la seguridad de que hubieras seguido hambriento.

—Pero —exclamó Carthoris— éste no es un alimento real; no estaba aquí hace un momento, y el alimento real no procede del aire sutil.

Jav pareció ofendido.

—No hay alimento real, ni agua en Lothar —dijo—, ni lo ha habido durante infinidad de siglos. Con el que tienes delante ahora hemos vivido desde el comienzo de la Historia. Con ése, pues, vivirás.

—Pero creo que sois realista — exclamó Carthoris.

—Ciertamente —exclamó Jav—, ¿qué más realista que este abundante festín? Precisamente en esto diferimos, más que en nada, de los eterealistas. Ellos pretenden que es innecesario imaginarse el alimento; pero nosotros hemos pensado que, para el mantenimiento de la vida, debemos tres veces al día sentarnos a la mesa y hacer abundantes comidas.

Se supone que el alimento que se toma sufre ciertos cambios químicos durante el proceso de la digestión y de la asimilación, siendo, naturalmente, su resultado la reconstitución de los tejidos desgastados.

Ahora, todos nosotros sabemos que el espíritu es todo, aunque podamos diferir en la interpretación de sus varias manifestaciones. Tario sostiene que no existe la sustancia y que todo es creación de la materia insustancial del cerebro.

Nosotros, los realistas, sin embargo, nos inclinamos más por lo firme. Sabemos que el espíritu tiene el poder de mantener la sustancia, aun cuando no pueda crearla; lo último es aún asunto discutible. Y así, sabemos que, para mantener nuestros cuerpos, debemos hacer que todos nuestros órganos funcionen debidamente.

Esto lo conseguimos materializando los pensamientos nutritivos y tomando el alimento así creado. Nosotros masticamos, tragamos, digerimos. Todos nuestros órganos funcionan precisamente como si tomásemos alimento material. ¿Y cuál es el resultado? ¿Cuál debe de ser? Los cambios químicos se producen mediante la sugestión directa e indirecta, y vivimos y crecemos.

Carthoris contemplaba el alimento que tenía delante. Parecía bastante real. Se llevó una porción a la boca. Allí había sustancia, ciertamente. Y sabor también. Sí; hasta el mismo paladar se engañaba.

Jav le observaba, sonriendo, al verlo comer.

—¿No te satisface plenamente? —preguntó.

—Tengo que admitir que esto existe —replicó Carthoris—. Pero dime: ¿cómo vive Tario y cómo viven los demás eterealistas que sostienen que el alimento es innecesario?

Jav se rascó la cabeza.

—Eso es algo que discutimos con frecuencia —replicó—. Esa es la prueba más consistente que tenemos de la no existencia de los eterealistas; pero ¿quién que no sea Komal puede saberlo?

—¿Quién es Komal? —preguntó Carthoris—. He oído a vuestro jeddak hablar de él.

Jav se inclinó al oído del heliumita, mirando temerosamente alrededor antes de hablar.

—Komal es la esencia —susurró—. Los mismos eterealistas admiten que el mismo espíritu ha de tener sustancia para transmitir a las imágenes la apariencia de la sustancia. Porque si no hubiese en realidad tal sustancia, no podría ser imaginada; lo que nunca ha existido no puede ser imaginado. ¿Estáis conforme conmigo?

—Lo dudo —replicó Carthoris secamente.

—Así la esencia debe ser sustancia —continuó Jav—. Komal es la esencia del Todo, tal como es. Está sostenido por la sustancia. Él come. Él come lo real. Para ser más explícito: él come a los realistas. Esta es la obra de Tario.

Dice que en cuanto nosotros sostenemos que nosotros solos somos reales, debemos, para ser consecuentes, admitir que sólo nosotros somos alimento propio para Komal. A veces, como hoy, encontramos otro alimento para él. Es muy aficionado a los torquasianos.

—¿Y Komal es un hombre? —preguntó Carthoris.

—Él es todo, como te he dicho —replicó Jav—. No sé cómo describírtelo con palabras que puedas comprender. Él es el principio y el fin. Toda la vida emana de Komal, puesto que la sustancia que nutre al cerebro de imágenes irradia del cuerpo de Komal. Si Komal dejase de comer, toda la vida en Barsoom cesaría. El no puede morir; pero podría dejar de comer, y así, de irradiar.

—¿Y se alimenta de los hombres y de las mujeres de vuestras creencias? —exclamó Carthoris.

—¡Mujeres! —exclamó Jav—. No hay mujeres en Lothar. La última de las hembras lotharianas pereció hace siglos en aquel cruel y terrible viaje a través de las llanuras fangosas que rodean a los mares medio secos, cuando las hordas verdes nos redujeron en el mundo a este nuestro último escondrijo, nuestra inexpugnable fortaleza de Lothar.

Escasamente veinte mil hombres de todos los incontables millones de nuestra raza vivieron para llegar a Lothar. Entre nosotros no había mujeres ni niños. Todos habían perecido en el camino.

Andando el tiempo, nosotros también íbamos muriendo, y la raza aproximándose rápidamente a la extinción, cuando nos fue revelada la Gran Verdad de que el espíritu es todo. Muchos más murieron antes que nosotros perfeccionásemos nuestros poderes; pero, al fin, pudimos desafiar a la muerte cuando comprendimos plenamente que la muerte no era más que un estado del espíritu.

Entonces vino la creación de la gente espiritual, o, más bien, la materialización de las imágenes. Primero les dimos un uso práctico, cuando los torquasianos descubrieron nuestro refugio, y, afortunadamente para nosotros, transcurrieron siglos antes de que sus investigaciones diesen por resultado el descubrimiento, por parte de ellos, de la única pequeña entrada al valle de Lothar.

Aquel día lanzamos a nuestros primeros arqueros contra ellos. Nuestra intención era sólo la de espantarlos con el gran número de arqueros que podíamos presentar sobre nuestras murallas. Todo Lothar estaba erizado con los arcos y las flechas de nuestra hueste etérea.

Pero los torquasianos no se asustaron. Son inferiores a las bestias: no conocen el miedo. Se precipitaron sobre nuestros muros, y, poniéndose unos sobre los hombros de los otros, formaron escalas humanas que llegaron hasta el borde superior de la muralla, y estuvieron a punto de pasar al otro lado de la misma para caer sobre nosotros y arrollarnos.

Ni una sola flecha había sido disparada por nuestros arqueros; sólo les habíamos hecho correr de un lado a otro, a lo largo de la parte superior de la muralla, profiriendo insultos y amenazas contra el enemigo.

Pensé en intentar otra cosa, «el Gran Proyecto». Concentré toda mi poderosa inteligencia en los arqueros de mi propia creación; cada uno de nosotros produjo y dirigió todos aquellos arqueros de que su mente y su imaginación fueron capaces.

Yo les hice luchar por primera vez. Yo hice que apuntasen a los corazones de los hombres verdes. Yo hice que los hombres verdes viesen todo esto, y, luego, les hice ver cómo volaban las flechas, y les hice creer que sus puntas traspasaban sus corazones.

Eso era todo lo necesario. A centenares caían de nuestras murallas, y cuando mis compañeros vieron lo que yo había hecho, siguieron rápidamente mi ejemplo, de manera que, por ahora, las hordas de Tarquas se han retirado más allá del alcance de nuestras flechas.

Nosotros podríamos haberles dado muerte a cualquier distancia de no haber sido por una regla de guerra que hemos mantenido desde el principio: la regla del realismo. Nada hacemos, o más bien, hacemos que nuestros arqueros nada hagan a la vista del enemigo; esto está fuera del alcance de la comprensión de nuestros enemigos. De otro modo, ellos podrían comprender la verdad, y eso sería nuestro fin.

Pero desde que los torquasianos se han retirado fuera del alcance de nuestras flechas, han vuelto sobre nosotros, con sus terribles rifles, y con su constante amenaza han hecho la vida, dentro de nuestros muros, miserable.

Así, pues, yo he ideado la estratagema de lanzar a nuestros arqueros a través de las puertas sobre ellos. Hoy habéis visto lo bien que resulta. Durante siglos han vuelto sobre nosotros a intervalos, pero siempre con el mismo resultado.

—¿Y todo eso se debe a tu inteligencia, Jav? —preguntó CarthorisPienso que deberías ocupar un alto puesto en los consejos de vuestro pueblo.

—Lo ocupo —replicó Jav con orgullo—. El mío es inmediato al de Tario.

—Pero ¿por qué, entonces, tus maneras tan serviles de acercarte al trono?

—Tario lo exige. Está celoso de mí. Sólo espera la excusa más ligera para entregarme como alimento a Komal. Él teme que yo algún día usurpe su poder.

Carthoris repentinamente, dando un salto, se separó de la mesa.

—¡Jav! —exclamó—. ¡Soy un bestia! He estado comiendo hasta hartarme, mientras que la princesa de Ptarth quizá esté sin alimento. Volvamos y encontremos algún medio de proporcionárselo.

El lothariano movió la cabeza.

—Tario no lo permitiría— lijo—. Sin duda, hará de ella una eterealista.

—Pero yo debo reunirme con ella —insistió Carthoris—. Dices que no hay mujeres en Lothar. Así, pues, debe de estar entre hombres, y si es así, pretendo estar cerca, donde pueda defenderla, si fuera necesario.

—Tario hará lo que desee —insistió Jav—. Te ha separado de ella y no puedes volver hasta que él os lo mande.

—Entonces iré sin esperar a que me lo mande.

—No olvides a los arqueros —le previno Jav.

—No me olvido de ellos —replicó Carthoris.

Pero no dijo a Jav que recordaba alguna otra cosa que el lothariano había dejado escapar, algo que quizá sólo fuera una conjetura, y, sin embargo, merecía la pena basar en ella una esperanza perdida, en caso necesario.

Carthoris se puso en movimiento para salir de la habitación. Jav se le puso delante, cerrándole el paso.

—He aprendido a estimarte, hombre rojo —dijo—; pero no olvides que Tario es aún mi jeddak y que ha ordenado que permanezcas aquí.

Carthoris iba a contestarle cuando llegó débilmente a sus oídos el grito de socorro de una mujer.

Con un empujón de su brazo, el príncipe de Helium separó al lothariano a un lado, y, con la espada desnuda, se lanzó de un salto al corredor.

CAPÍTULO VIII

La Sala de la Perdición

Cuando Thuvia de Ptarth vio que Carthoris salía de la presencia de Tario, dejándola sola con éste, un repentino desaliento se apoderó de ella.

Un aire misterioso llenaba la cámara de estado. Sus muebles y sus adornos denotaban riqueza y cultura y daban la sensación de que el aposento era a menudo el escenario de las funciones reales que llenaban toda su capacidad.

Y, sin embargo, en ninguna parte en torno suyo, ni en la antecámara, ni en el corredor, había señales de ningún otro ser, excepto ella misma y la reclinada figura de Tario, el jeddak, que la observaba, a través de sus ojos entornados, desde su espléndido y real trono.

Durante algún tiempo después de la salida de Jav y de Carthoris el hombre la contempló ansioso. Luego habló.

—Aproxímate más —dijo.

Y cuando se hubo aproximado:

—¿De quién eres creación? ¿Quién ha osado materializar sus ideas acerca de la mujer? Eso es contrario a las costumbres y a los edictos reales de Lothar. Dime, mujer: ¿de qué cerebro habéis salido? ¿Del de Jav? No, no lo neguéis. Sé que no puede ser otro que ese envidioso realista. Se propone tentarme. Quiere verme caer bajo el encanto de tus atractivos, y después él, tu dueño, lo sería también de mi destino y de… mi fin. ¡Lo veo todo! ¡Lo veo todo!

A causa de la indignación y la cólera, la sangre había ido agolpándose en el rostro de Thuvia. Su cabeza estaba erguida; sus perfectos labios adoptaron un gesto altanero.

—¡Yo no sé nada —gritó— de cuanto estáis diciendo! Yo soy Thuvia, princesa de Ptarth. Yo no soy la «criatura» de ningún hombre. Nunca antes de hoy había visto al que llamas Jav, ni tu ridícula ciudad, con la que no han soñado nunca ni siquiera las mayores naciones de Barsoom.

Mis encantos no son para ti, ni para nadie semejante a ti. No se venden ni se dan a cambio, aun cuando el precio fuese el de un trono. Y en cuanto a emplearlos para ganar vuestro ridículo poder…

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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