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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

Single & Single (22 page)

BOOK: Single & Single
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– No hace ninguna falta que me compadezcas, gracias. No necesito tus ternuras ni tus cómodas preocupaciones éticas. Sólo quiero tu respeto, tu lealtad, tu inteligencia aunque no sea gran cosa, tu compromiso y, mientras yo sea el socio principal, tu obediencia.

– Ah, bueno, perdona -balbucea Oliver, y viendo que Tiger permanece firme en su actitud, vuelve a su despacho y telefonea a Nina sin encontrarla.

¿Qué ha sido de ella? Su última cita no fue muy afortunada. Al principio se convence de que Zoya ha iniciado una campaña contra él. Finalmente recuerda de mala gana que estaba borracho y, en su embriaguez, dio a conocer a Nina -inducido por la pura bondad de su corazón solitario, sin más propósito- un par de detalles reveladores acerca de sus transacciones con el tío Yevgueni, como ella lo llama. Recuerda vagamente que, en un momento de frivolidad, comentó que Rusia quizá había perdido el rumbo, pero Single había perdido hasta la camisa. Ante la insistencia de Nina, Oliver consideró que era su responsabilidad ofrecerle una versión esquemática de cómo Single, con la ayuda e inspiración de su tío Yevgueni, había planeado hacer un negocio redondo a costa de ciertos fluidos vitales rusos, tales como, bueno, sí, hablando claro, sangre. Al oírlo, Nina palideció, y se enfureció, le golpeó el pecho con los puños y salió atropelladamente del piso jurando -no por primera vez, pues poseía su buena cuota de volubilidad mingrelia- no volver a poner los pies allí.

– Por despecho, se ha buscado otro amante, Oliver -admite su trastornada madre por teléfono-. Dice que eres demasiado decadente, querido, peor que un condenado ruso.

Pero ¿qué se sabe de los hermanos? ¿De Tinatin y las hijas? ¿De Belén? ¿De Zoya?

– Los hermanos han sido depuestos -responde Massingham, que se consume de envidia desde que se vio despojado del papel de mediador en favor del detestado socio adjunto-. Desterrados. Exiliados. Enviados a Siberia. Avisados de que no quieren ver sus horribles caras en Moscú o Georgia nunca más.

– ¿Y Hoban y sus amigos?

– Ah, mi apreciado muchacho, ésos son de los que siempre caen de pie.

¿Ésos? ¿Quiénes son ésos? Massingham no da más explicaciones.

– Yevgueni ha acabado en el montón de chatarra, y no hablemos ya del petróleo y la sangre -concluye con saña.

Las comunicaciones con Rusia, sumida en los conflictos internos, son caóticas, y se prohíbe a Oliver de manera permanente telefonear a Yevgueni o cualquiera de sus subordinados. Aun así, pasa una tarde entera en cuclillas dentro de una insalubre cabina telefónica de Chelsea engatusando y suplicando a la operadora del servicio de llamadas al extranjero. Imagina a Yevgueni en pijama sobre su motocicleta revolucionando el motor al máximo y el teléfono sonando inaudiblemente a unos pasos de él. La operadora, una señora de Acton, ha oído decir que una muchedumbre ha irrumpido en la central telefónica de Moscú.

– Espera unos días, cariño, es lo mejor -aconseja, como la enfermera del colegio cuando Oliver se quejaba de un dolor.

Es como si la última ventana a la esperanza acabase de cerrarse en la cara de Oliver. Zoya tenía razón. Nina tenía razón. Debería haberme negado. Si me presto a vender la sangre de los pobres rusos, ¿dónde pondré el límite, si es que lo pongo? Yevgueni, Mijaíl, Tinatin, Zoya, las montañas blancas y los festejos lo atormentan como promesas incumplidas. En su piso de Chelsea Harbour, arranca de la pared el mapa del Cáucaso y lo tira al cubo de la basura de la cocina blanca y vacía. La madre de Nina le recomienda otro profesor para sustituir a su hija, un anciano oficial de caballería que fue su amante en otro tiempo, hasta que perdió sus facultades. Oliver resiste un par de clases con él y cancela el resto. En Single, trabaja en silencio, manteniendo cerrada la puerta del despacho y encargando sándwiches para el almuerzo. Le llegan rumores como confusos partes de guerra. Massingham ha oído que hay un depósito de desechos militares enterrado en las afueras de Budapest. Tiger lo envía a inspeccionarlo. Después de una semana perdida vuelve de vacío. En Praga, un grupo de matemáticos adolescentes se ofrece para reparar ordenadores industriales por una tarifa mucho menor que la de los fabricantes, pero necesitan equipo por valor de un millón de dólares para empezar. Massingham, nuestro embajador itinerante, vuela a Praga, se entrevista con un par de genios barbudos de diecinueve años y a su regreso declara que la propuesta es un timo. Pero con Randy -como Tiger insiste en recordar a Oliver- uno nunca puede fiarse. En Kazajstán existe una fábrica textil capaz de producir kilómetros de alfombras de Wilton, el doble de magníficas que las auténticas, y venderlas a una cuarta parte del precio. Tras inspeccionar supuestamente un edificio en construcción inundado y con las vigas de hierro oxidadas, afirma que están aún muy lejos de su nivel óptimo de producción. Tiger se muestra escéptico pero sigue su consejo. Ha llegado noticia del hallazgo de un extraordinario filón de oro en los Urales, no se lo digas a nadie. En esta ocasión es Oliver quien pasa tres días apostado en una granja de las montañas de Mugodzhar, acosado por las imperiosas llamadas telefónicas de su padre, en espera de un intermediario de confianza que finalmente no se presenta.

Tiger, por su parte, ha elegido el camino de la soledad y la contemplación. Mantiene una mirada distante. Dos veces, según rumores, ha sido emplazado en la City para rendir cuentas. En la Sala de Transacciones se oyen en susurros ingratas palabras como «inhabilitación». Misteriosamente, Tiger empieza a viajar. En una visita al Departamento de Contabilidad, Oliver encuentra por azar una nota de gastos donde consta que unos tales «señor y señora Single» se alojaron durante tres días en la suite real de un lujoso hotel de Liverpool y ofrecieron espléndidas recepciones. En cuanto a la señora Single, Oliver supone que se trata de Katrina, la gerente del Kat’s Cradle. Los justificantes del consumo de gasolina entregados por Gasson, el chófer, revelan que el señor y la señora Single se trasladaron en el Rolls-Royce. Liverpool es un territorio que Tiger conoce bien desde hace años. Allí demostró su valía como abogado defensor de las clases criminales oprimidas. Dos semanas después de ese viaje aparecen en Curzon Street tres caballeros turcos de anchas espaldas y resplandecientes trajes que, al dejar sus datos en el libro de visitas de la conserjería, dan como dirección «Estambul» y anuncian que tienen una entrevista con Tiger en persona. Más alarmante aún, Oliver juraría que ha oído la voz nasal de Hoban, junto con la de Massingham, a través de la puerta azul de dos hojas cuando sube a ver a Pam Hawsley con un pretexto, pero Pam es impenetrable como de costumbre:

– Es una reunión, señor Oliver. Sintiéndolo mucho, no puedo decirle nada más.

A lo largo de toda la mañana Oliver aguarda en tensión la convocatoria que no se produce. A la hora del almuerzo, Tiger se marcha al Kat’s Cradle con sus fornidos invitados, pero salen del ascensor y el edificio antes de que Oliver alcance a verlos. Unos días después, cuando lleva a cabo una segunda inspección de los gastos de Tiger, advierte una serie de entradas con una sola palabra: «Estambul.» También Massingham ha reanudado sus viajes. Sus destinos más frecuentes son Bruselas, el norte de Chipre y el sur de España, donde una compañía
offshore
de Single ha inaugurado recientemente una cadena de bares discoteca, casinos y urbanizaciones de chalets en propiedad compartida. Y dado que en la Sala de Transacciones se tiene a Randy Massingham por una especie de dinámico Pimpinela, se especula sobre por qué se lo ve tan radiante y qué secretos puede esconder en su maletín negro de ex miembro del Foreign Office.

Hasta que una tarde, cuando Oliver echa la llave a los cajones de su escritorio, Tiger en persona aparece en la puerta y le propone ir a cenar algo al Cradle, ellos dos solos, como en los viejos tiempos. Kat no está a la vista, Oliver sospecha que por indicación de Tiger. Los atiende en su lugar Álvaro, el maître. La mesa del rincón, reservada permanentemente para Tiger, es un nido de terciopelo rojo poco iluminado. Cenará pato, acompañado de un burdeos. Oliver elige lo mismo. Tiger pide dos ensaladas de la casa, olvidando que a Oliver no le gusta la ensalada. Empiezan como siempre hablando de la vida amorosa de Oliver. Reacio a admitir la ruptura con Nina, Oliver opta por adornarla.

– ¿Quiere eso decir que por fin vas a sentar la cabeza? -exclama Tiger, encontrando la idea muy graciosa-. ¡Dios santo! Yo te imaginaba a los cuarenta como un apuesto solterón.

– Supongo que hay cosas que uno no puede planear -dice Oliver con los ojos húmedos.

– ¿Le has dado la buena noticia a Yevgueni?

– ¿Cómo? ¿Está localizable? Tiger se interrumpe a medio masticar, induciendo a pensar que acaso el pato no está a su gusto. Sus cejas se acercan entre sí, formando un frontispicio truncado. Para alivio de Oliver, al cabo de un instante la mandíbula reanuda su rotación. Por lo visto, pues, el pato sí le satisface.

– Estuviste en esa residencia campestre suya, creo recordar -dice Tiger-. Donde se propone criar vinos de calidad. ¿No?

– No es una
residencia,
padre. Es un puñado de aldeas en las montañas.

– Pero habrá una casa aceptable, supongo.

– Pues no. O no, al menos, con arreglo a nuestros parámetros.

– El proyecto sí es viable, ¿no? ¿Podría interesarnos, quizá?

Oliver suelta una risotada de suficiencia a la vez que a una parte de él se le hiela la sangre al imaginar la sombra de Tiger proyectándose hasta aquellos confines.

– Para serte sincero, son castillos en el aire, me temo. Yevgueni no es un hombre de negocios en el sentido que nosotros lo entendemos. Sería tirar el dinero.

– ¿Por qué?

– Para empezar, no ha calculado los costes de infraestructura -explicó, recordando las desdeñosas alusiones de Hoban al proyecto-. Podría ser un pozo sin fondo. Carreteras, canalización, división de los campos en bancales nivelados. Sabe Dios cuántas cosas más. Piensa utilizar mano de obra local, pero no está cualificada. Además, hay cuatro aldeas y se llevan a matar. -Un pensativo trago de burdeos mientras busca con urgencia otras razones disuasivas-. Yevgueni ni siquiera
desea
modernizar el lugar. Cree que sí, pero no es verdad. Es todo puro fantaseo… Ha jurado mantener el valle tal como está y al mismo tiempo industrializarlo y proporcionarle riqueza. O lo uno, o lo otro, las dos cosas a la vez no pueden hacerse.

– Pero ¿habla en serio?

– Ah, como el Papa de Roma. Si algún día consigue reunir unos cuantos billones, allí irán a parar. Pregúntale a la familia. Están horrorizados.

Los numerosos médicos de Tiger le han recomendado que si bebe vino en las comidas, beba igual cantidad de agua mineral. Enterado de ello, Álvaro deja una segunda botella de Evian sobre el mantel de Damasco rosa.

– ¿Y Hoban? -pregunta Tiger-. Es de tu misma edad. ¿Qué clase de persona es? ¿Despierto? ¿Hábil en su trabajo?

Oliver duda. Por norma, sus antipatías personales duran a lo sumo unos minutos, pero Hoban es la excepción.

– No tengo mucho en que basarme. Randy lo conoce mejor que yo. A mi modo de ver, tiene algo de lobo solitario. Un poco demasiado arribista. Pero buen elemento. A su manera.

– Según me ha dicho Randy, está casado con la hija preferida de Yevgueni.

– No me consta que Zoya sea su
preferida -
protesta Oliver, alarmado-. Es sólo un padre orgulloso. Quiere a todas sus hijas por igual.

Pero observa fijamente a Tiger, aunque sea a través de los espejos rosados de la pared. Lo sabe, Hoban se lo ha contado, sabe lo de la carta y el corazón de papel. Tiger se lleva una pizca de pato a la boca, seguida de un sorbo de burdeos, un sorbo de Evian y un ligero roce de servilleta.

– Dime una cosa, Oliver. ¿Te habló alguna vez el viejo Yevgueni de sus conexiones marítimas?

– Sólo me comentó que estudió en la Academia Naval y estuvo enrolado en la marina de guerra una temporada. Y que lleva el mar en la sangre, y también las montañas.

– ¿Nunca te mencionó que en una época toda la flota mercante del mar Negro estaba bajo su control?

– No. Pero con Yevgueni uno va conociendo detalles a tropezones, que él dosifica a su antojo.

Una pausa mientras Tiger se abisma en uno de esos monólogos interiores que concluyen en una decisión pero ocultan el razonamiento que ha conducido a ella.

– Sí, bueno, creo que daremos rienda suelta a Randy aún durante un tiempo, si no te importa. Tú puedes hacerte cargo otra vez cuando volvamos a la brecha.

En South Audley Street, padre e hijo se detienen en la acera y admiran el cielo estrellado.

– Y cuida bien a tu Nina, muchacho -aconseja Tiger con seriedad-. Kat la tiene muy bien considerada. Como yo.

Transcurre otro mes y, para manifiesta indignación de Massingham, el Cartero parte en misión a Estambul, donde Yevgueni y Mijaíl han plantado su tienda.

Capítulo 9

En la media luz de un lluvioso invierno turco, Yevgueni se ve tan apagado y ceniciento como las mezquitas de alrededor. Recibe a Oliver con un abrazo la mitad de vigoroso que en las ocasiones anteriores, lee la carta de Tiger con desagrado y se la entrega a Mijaíl con la humildad de un exiliado. Viven en una casa de alquiler inacabada de una nueva zona residencial del lado asiático de Estambul, vistosa pero endeble como el papel, situada en medio de un encharcado revoltijo de maquinaria de construcción abandonada y rodeada de calles, galerías comerciales, cajeros automáticos, gasolineras y restaurantes de comida rápida, todo ello inacabado y vacío, todo deteriorándose gradualmente mientras contratistas deshonestos y arrendatarios frustrados e imperturbables burócratas otomanos esgrimen encarnizadamente sus diferencias en algún arcaico juzgado destinado a los pleitos irresolubles de esta ciudad sofocante, inhóspita, nauseabunda y permanentemente congestionada por el tráfico, con una población no censada de dieciséis millones de almas, cuatro veces más, como Yevgueni no se cansa de repetir, que la suma de todos los habitantes de su querida Georgia. El único momento de placer llega cuando se desvanece la luz del día y los amigos se sientan a beber raki en el balcón, bajo un inmenso cielo turco, y disfrutar de los aromas de los limeros y el jazmín, que de algún modo logran imponerse al hedor del alcantarillado a medio construir, mientras Tinatin recuerda a su marido por enésima vez que es su mismo mar Negro el que tienen a un paso de allí y que Mingrelia se halla justo al otro lado de la frontera, por más que la frontera esté a una distancia de mil trescientos kilómetros por terreno montañoso, las carreteras sean intransitables en períodos de insurrección kurda, y la insurrección kurda sea la norma. Tinatin prepara una comida mingrelia; Mijaíl pone música mingrelia en un viejo gramófono para discos de setenta y ocho revoluciones; amarillentos periódicos georgianos cubren la mesa. Mijaíl lleva una pistola colgada de un cordón bajo el grueso chaleco y otra de menor tamaño metida en la caña de la bota. La motocicleta BMW, los niños y las hijas han desaparecido…, excepto Zoya y su hijo Paul. Hoban realiza misteriosos viajes. Está en Viena. Está en Odessa. Está en Liverpool. Una tarde regresa de improviso y pide a Yevgueni que lo acompañe a la calle, donde se los ve caminar de un lado a otro por la estrecha acera inacabada con las chaquetas sobre los hombros, Yevgueni agachando la cabeza como el preso que fue, y el pequeño Paul detrás de ellos como una plañidera en un cortejo fúnebre. Zoya es una mujer que espera, y espera a Oliver. Lo espera con los ojos y con el cuerpo lánguido y extendido, mientras se mofa de la nueva Rusia supermaterialista, enumera detalles de los últimos robos sistemáticos de propiedades estatales y los nombres de súbitos billonarios, y se queja del
lodos,
un viento sur de Turquía que le provoca una jaqueca cada vez que no quiere hacer algo. A veces Tinatin le recomienda que se busque alguna actividad, que se ocupe más de Paul, que salga a pasear. Zoya obedece, y luego vuelve a casa a esperar y se lamenta del
lodos
con un suspiro.

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