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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

Single & Single (23 page)

BOOK: Single & Single
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– Acabaré siendo una Natasha -anuncia una vez en medio de un silencio que ella misma ha creado.

– ¿Qué es una Natasha? -pregunta Oliver a Tinatin.

– Una prostituta rusa -responde Tinatin, decaída-. Así llaman los turcos a nuestras putas: Natasha.

– Según me ha dicho Tiger, reemprendemos los negocios -dice Oliver a Yevgueni, aprovechando la ausencia de Zoya durante su visita semanal a la adivina rusa de la zona. Su afirmación hunde a Yevgueni en el abismo del desaliento.

– Negocios -repite con tristeza-. Sí, Cartero. Hacemos
negocios.

Oliver recuerda con desasosiego que en una ocasión Nina le explicó que tanto en ruso como en georgiano esa inocente palabra se ha convertido en sinónimo de «estafa».

– ¿Por qué no regresa Yevgueni a Georgia y se queda a vivir allí? -pregunta a Tinatin que, observada por Zoya, rellena unas berenjenas al horno con cangrejo picado y especias, en otro tiempo el plato preferido de Yevgueni.

– Yevgueni forma parte del pasado, Oliver -contesta ella-. Quienes continúan en Tiflis no desean compartir el poder con un viejo de Moscú que ha perdido a todos sus amigos.

– Pensaba en Belén.

– Yevgueni ha hecho demasiadas promesas a Belén. Si no se presenta allí con una carroza de oro, no será bien recibido.

– Hoban le construirá esa carroza -vaticina Zoya, con la mano apoyada en la frente para contener los efectos del
lodos-.
Massingham será el cochero.

Hoban, piensa Oliver. Ya no Alix. Hoban, mi marido.

– Aquí también tenemos hiedra rusa -comenta Zoya, mirando hacia la alargada ventana-. Es muy apasionada. Crece demasiado deprisa, no llega a ninguna parte y muere. Da unas flores blancas. El aroma es casi imperceptible.

– Ah -dice Oliver.

Su hotel es grande, occidental y anónimo. Es pasada la medianoche de su tercer día cuando oye que llaman a la puerta. Me envían a una fulana, piensa, recordando la sonrisa en exceso cordial del joven conserje. Pero es Zoya, lo cual no sorprende a Oliver tanto como debiera. Zoya entra pero no se sienta. La habitación es pequeña y está bien iluminada. Cara a cara junto a la cama, se miran parpadeando bajo la intensa luz cenital.

– No participes en este negocio con mi padre -dice ella.

– ¿Por qué no?

– Atenta contra la vida. Es peor que la sangre. Es un pecado.

– ¿Cómo lo sabes?

– Conozco a Hoban. Conozco a tu padre. Pueden poseer, pero son incapaces de amar, ni siquiera a sus hijos. Tú también los conoces, Oliver. Si no escapamos de ellos, estaremos muertos como ellos. Yevgueni sueña sólo con el paraíso. Quien le promete dinero para comprar el paraíso, lo domina. Hoban se lo promete.

No está claro quién ataca primero. Quizá son ambos los iniciadores, ya que sus brazos chocan y deben cambiar de dirección para llegar al abrazo. Una vez en la cama forcejean hasta quedar desnudos y entonces se prenden el uno al otro como animales hasta saciarse.

– Debes resucitar la parte de ti que ha muerto -exhorta Zoya con severidad mientras se viste-. Si no, muy pronto te perderás a ti mismo. Puedes hacerme el amor cuando lo desees. Para ti es importante. Para mí lo es todo. No soy una Natasha.

– ¿Qué es peor que la sangre? -pregunta Oliver, sujetándola del brazo-. ¿Qué pecado estoy cometiendo supuestamente?

Zoya lo besa con tal dulzura y melancolía que Oliver de buena gana empezaría de nuevo con tranquilidad.

– Con la sangre te destruías sólo a ti mismo -responde ella, cogiéndole la cara entre las manos-. Con esta nueva mercancía, te destruirás a ti mismo, y destruirás a Paul y a muchos niños y a sus madres y a sus padres.

– ¿
Qué
mercancía?

– Pregúntale a tu padre. Yo estoy casada con Hoban.

– Yevgueni se ha reorganizado -dice Tiger con tono de aprobación a la noche siguiente-. Sufrió un revés, y se ha recuperado. Randy le insufló nueva vida. Con ayuda de Hoban.

Oliver ve a Yevgueni contemplar angustiado las luces al otro lado del valle, con dos hilos de lágrimas resbalando por sus mejillas arrugadas. La fragancia de los fluidos de Zoya lo impregnan todavía. La percibe a través de su camisa.

– Te complacerá saber que aún sueña con sus vinos -continúa Tiger-. Estoy buscándole unos cuantos libros de vinicultura. Puedes llevárselos en tu próximo viaje.

– ¿En qué negocio se ha metido así de pronto?

– El transporte marítimo. Randy y Alix lo han persuadido de la conveniencia de restablecer sus antiguos contactos navales, reclamar el cumplimiento de algunas promesas.

– Transporte ¿de qué?

Un amplio gesto con la mano. El mismo gesto con que indicaría al camarero que retirase el carrito de repostería.

– Toda la gama. Todo aquello que surja en el lugar y momento adecuados a un precio razonable. Flexibilidad, ésa es su consigna. Se trata de un tipo de comercio rápido, salvaje, pero él se defiende bien. Con la pertinente ayuda, y ahí es donde intervenimos nosotros.

– ¿Qué clase de ayuda?

– En Single somos
facilitadores,
Oliver -la cabeza un poco ladeada, las cejas enarcadas en expresión paternalista-, te has olvidado… Eres joven. Somos maximizadores. Creadores. -Un minúsculo dedo índice señala a Dios-. Nuestra labor consiste en proporcionar a nuestros clientes las herramientas que necesitan y administrar la cosecha cuando la obtienen. Single no ha llegado a donde ahora está cortando las alas a sus clientes. Vamos allí a donde otros temen operar, Oliver. Y salimos sonrientes.

Oliver, solícito, pone el mayor empeño en reflejar el entusiasmo de su padre, con la esperanza de que si pronuncia las palabras, quizá llegue a creerlas.

– Y saldrá airoso, estoy seguro -dice.

– Claro que sí. Es un príncipe.

– Es un viejo bandido. Tendrán que sacarlo con los pies por delante.

– ¿Cómo dices? -Tiger se levanta del escritorio para coger del brazo a Oliver-. Disculpa, pero te agradecería que no usases ese término. Oliver. Desempeñamos un papel muy delicado, y eso requiere también un uso cuidadoso del lenguaje, ¿queda claro?

– Por supuesto. Perdona, era sólo una manera de hablar.

– Si los hermanos ganan dinero en las cantidades de que hablan Randy y Alix, van a interesarse en todo nuestro paquete de productos: casinos, clubes nocturnos, una o dos cadenas hoteleras, urbanizaciones; todo aquello que mejor se nos da. Yevgueni insiste otra vez en mantener la máxima reserva y, dado que tengo un punto de vista análogo, no me representa el menor problema seguirle la corriente. -Regresa tras su escritorio-. Quiero que le entregues este sobre en mano. Y saca una botella de whisky de malta de la cámara acorazada, el Speyside de Berry Bros, y llévasela de mi parte. Coge dos, mejor. Una para Alix.

– Padre.

– Hijo.

– Necesito saber con qué comerciamos.

– Recursos financieros.

– Derivados ¿de qué?

– De nuestro sudor y lágrimas. De nuestra intuición, nuestro olfato, nuestra flexibilidad. Nuestros méritos.

– ¿Qué viene después de la sangre? ¿Qué es peor?

Tiger aprieta sus finísimos labios, reduciéndolos a una raya blanca.

– La curiosidad es peor, Oliver, gracias. Andar creando problemas de una manera ociosa, inexperta, desinformada, caprichosa, gratuita y moralista. ¿Fue Adán el primer hombre? No lo sé. ¿Nació Jesucristo el día de Navidad? No lo sé. En el mundo de los negocios, entendemos la vida tal como es, no como nos la muestran desde el pueril trono de los periódicos liberales.

Oliver y Yevgueni se hallan sentados en el balcón, bebiendo una
cuvée
de Belén. Tinatin ha ido a Leningrado para cuidar de una hija en apuros económicos. Hoban está en Viena, acompañado de Zoya y Paul. Mijaíl saca unos huevos duros y pescado en salazón.

– ¿Sigues estudiando el idioma de los dioses, Cartero?

– Por supuesto que sigo -miente Oliver, temeroso de decepcionar al viejo, y se promete que telefoneará al insufrible oficial de caballería en cuanto regrese a Londres.

Yevgueni acepta la carta de Tiger y se la pasa sin abrir a Mijaíl. En el recibidor hay maletas y cajas de embalar apiladas hasta el techo. Han encontrado otra casa, explica Yevgueni con el tono de alguien que se somete a la autoridad. Un sitio más acorde con las necesidades futuras.

– ¿Comprarás otra moto? -pregunta Oliver, esforzándose por introducir una nota de optimismo.

– ¿Quieres que la compre?

– ¡Pero cómo! Es obligatorio.

– La compraré, pues. Quizá compre seis.

Y luego, para horror de Oliver, Yevgueni llora, largo rato y en silencio, con el rostro oculto entre los puños apretados.

«Es una verdadera lástima que no seas un cobarde -ha escrito Zoya en una carta que espera a Oliver en el hotel-. Nada te afecta. Nos matarás a todos con tus buenos modales. No te engañes con la idea de que no puedes saber la verdad.»

Es la fiesta de Nochebuena en Casa Single. En la Sala de Transacciones todo aquello que es movible se ha arrimado contra las paredes. Por los altavoces estereofónicos de un momento a otro empezará a sonar música moderna, que Tiger detesta en cualquier otra época del año; el champán de gran reserva corre como el agua; hay langosta en pirámides, foie-gras y un cubilete de cinco kilos de caviar Imperial que, según el chistoso comentario de Randy Massingham, ha sido «desembarcado informalmente» por unos clientes de Single «con conexiones en el Caspio, donde las hembras de esturión vírgenes permanecen cruzadas de piernas a fin de producir estos deliciosos huevos para nosotros». Los operadores de bolsa aplauden; un Tiger redivivo aplaude con ellos, se arregla el nudo de la corbata y sube al estrado para pronunciar su arenga anual. La Casa Single, dice a su enfervorizado público, goza hoy de una posición más sólida que en cualquier otra etapa de su historia. Comienza la música, y cuando los primeros integrantes del animado grupo se acercan a la mesa para servirse frugales cucharadas del cubilete, Oliver sube discretamente por la escalera de atrás, pasando por su originario Departamento Jurídico, y llega a la cámara acorazada, cuya combinación sólo conocen él y Tiger. Al cabo de veinte minutos está ya de regreso, pretextando un pasajero trastorno estomacal. Pero el trastorno es auténtico, si bien el estómago es la parte de él menos afectada. Es el trastorno causado por una pesadilla hecha realidad. Por sumas de dinero tan exorbitantes, tan repentinas, tan apresuradamente ocultas que sólo pueden provenir de una determinada fuente. De Marbella, veintidós millones de dólares. De Marsella, treinta y cinco. De Liverpool, ciento siete millones de libras. De Gdansk, Hamburgo, Rotterdam, ciento ochenta millones de dólares en efectivo esperando las atenciones del servicio de blanqueo Single.

– ¿Quieres a tu padre, Cartero?

Anochece. Es la hora de filosofar en el salón de la recién reformada villa de veinte millones de dólares, en la orilla europea del Bósforo, a la que han sido promovidos los hermanos. Los majestuosos muebles que llaman
Karelka -
los mismos aparadores, rinconeras, sillas y mesa de comedor de color entre marrón y dorado que en los días de inocencia de Oliver engalanaban la casa de las afueras de Moscú- se encuentran ahora en la planta baja aguardando a ser colocados en sus lugares correspondientes. Paisajes rusos nevados con trineos tirados por caballos hacen cola en espera de que les sea asignado un espacio en las paredes recién pintadas. Y en el salón se alza la motocicleta BMW más espléndida y fulgurante que puede comprarse con dinero caliente.

– ¡Móntate, Cartero! ¡Móntate!

Sin embargo Oliver, por alguna razón, no siente el menor deseo. Tampoco Yevgueni. Una inusitada capa de nieve blanda cubre el jardín en pendiente. En el estrecho, cargueros, transbordadores y embarcaciones de recreo pugnan frente a frente en un incesante duelo. Sí, quiero a mi padre, asegura Oliver a Yevgueni en una vaga respuesta. Zoya está de pie ante la cristalera, instando a Paul a dormirse en su hombro. Tinatin ha encendido la estufa revestida de azulejos y dormita pensativamente junto a ella en su mecedora. Hoban está otra vez en Viena, inaugurando una oficina nueva. Se llamará Trans-Finanz. Mijaíl permanece en cuclillas al lado de su hermano. Se ha dejado la barba.

– ¿Te hace reír, tu padre?

– Cuando las cosas van bien y está contento, sí, Tiger puede llegar a hacerme reír.

Paul lloriquea, y Zoya lo calma, su mano extendida sobre la espalda desnuda bajo la camisa del niño.

– ¿Te pone furioso?

– A veces me pone furioso -admite Oliver sin comprender el objetivo de esa sesión de catequesis-. Pero también yo lo pongo furioso.

– ¿Cómo lo pones furioso, Cartero?

– Bueno, no soy precisamente el chico diez que él querría tener por hijo, ¿no es eso obvio? Está siempre un poco furioso conmigo, aunque quizá no se dé cuenta.

– Llévale esto. Se alegrará.

Introduciendo una mano bajo su abrigo negro, Yevgueni extrae un sobre y se lo entrega a Mijaíl, que se lo tiende a Oliver.

Oliver contiene la respiración. Ahora, piensa. Vamos.

– ¿Qué está pasando? -dice. Tiene que repetir la pregunta-. La carta que acabas de darme…, ¿qué hay dentro? Empieza a preocuparme que puedan detenerme en una aduana o algo así. -Debe de haber levantado el volumen más de lo que pretendía, ya que Zoya vuelve la cabeza y Mijaíl posa en él la feroz mirada de sus ojos oscuros-. No conozco el menor detalle de vuestra nueva operación. Estoy en el lado legal. A eso se reduce mi participación… lo meramente legal.

– ¿Lo
legal
?
-
repite Yevgueni, alzando la voz con colérica perplejidad-. ¿Qué hay de legal en esto? Por favor, ¿cómo es posible que estés en el lado legal? ¿Oliver en el lado legal? Eres el único de todos nosotros, diría yo.

Oliver mira de reojo, buscando a Zoya, pero Zoya ha desaparecido y es Tinatin quien arrulla a Paul para dormirlo.

– Según Tiger, os dedicáis al comercio en general -balbucea Oliver-. ¿Qué significa eso? Dice que conseguís grandes beneficios. ¿Cómo? Va a introduciros en la industria del ocio. Y todo en seis meses. ¿Cómo?

En el resplandor de la lámpara de lectura encendida junto a Yevgueni, su rostro es más viejo que los peñascos de Belén.

– ¿Mientes a tu padre, Cartero?

– Sólo en cosas intrascendentes. Para ahorrarle disgustos. Como hacemos todos.

– Ese hombre no debería mentir a su hijo. ¿Te miento yo?

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