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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

Single & Single (17 page)

BOOK: Single & Single
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– Especialmente en el Sudeste asiático -apunta Oliver, ufano, porque en un número reciente de una revista técnica ha leído un artículo sobre ese tema.

Y mientras lo dice, su mirada se cruza con la de Yevgueni, como ha ocurrido ya varias veces durante la perorata de Hoban, y le sorprende la expresión de dependencia que advierte en sus ojos. Es como si ese hombre de avanzada edad se sintiese allí intranquilo y transmitiese mensajes de complicidad a Oliver, el amigo recién llegado.

– En el Sudeste asiático existe una considerable demanda de metales desechados de calidad -asiente Hoban-. Quizá vendamos en el Sudeste asiático. Quizá sea una buena idea. Ahora mismo, a nadie le importa un carajo. -Con un alarmante resoplido, Hoban se aclara la nariz y la garganta simultáneamente para después recitar una interminable frase prefabricada-. La inversión inicial para la propuesta específica referente a los metales de desecho será de veinte millones de dólares en efectivo, pagaderos a la firma del contrato con el Estado por el que se otorga a la persona nombrada por Yevgueni Ivánovich un permiso en exclusiva para recoger y vender todos los metales de desecho de la Unión Soviética, sea cual sea su ubicación o estado de conservación. Eso es inamovible. No hay vuelta de hoja.

A Oliver le da vueltas la cabeza. Ha oído hablar antes de tales comisiones, pero no dispone de información directa.

– Pero ¿quién es la persona nombrada? -pregunta.

– Eso está por decidir. Ahora no viene al caso. Yevgueni Ivánovich la elegirá. Será la persona nombrada por
nosotros.

Desde su trono, Tiger hace una severa advertencia:

– Oliver, no seas obtuso.

– Los veinte millones de dólares en efectivo -prosigue Hoban- se ingresarán en un banco occidental previamente acordado, mediante transferencia telefónica, en el momento mismo de la firma. La persona nombrada debe correr también con los costes de recogida y montaje de metales de desecho. Será necesario asimismo el arrendamiento o compra de espacio de almacenaje en puerto, cuarenta hectáreas como mínimo. Eso se cargará también a la cuenta de gastos de estructura de la persona nombrada. Deberá adquirir ese almacén a título privado. La organización de Yevgueni Ivánovich posee contactos que pueden ofrecer ayuda a la persona nombrada en la compra de un almacén -añade, y Oliver sospecha que esa organización es el propio Hoban-. El Estado soviético no puede proporcionar el equipo de corte y desguace. Eso recaerá igualmente sobre la persona nombrada. Aun si el Estado posee equipo de esas características, será sin duda inservible, para tirarlo al mismo montón de chatarra.

Hoban separa los labios en una sonrisa forzada mientras deja un papel y coge otro. El silencio da pie a otra suave interpolación de Tiger.

– Si tenemos que comprar
nosotros
un almacén, habrá que contar con unas cuantas propinas a los caciques del lugar, claro está. Creo que Randy ha mencionado ya antes ese punto, ¿no, Randy? Nunca conviene tener en contra a los lugareños.

– Está ya incluido -responde Hoban con indiferencia-. Es un gasto insignificante. Esos detalles los resolverá la Casa Single sobre el terreno, de común acuerdo con Yevgueni Ivánovich y su organización.

– ¡La persona nombrada somos
nosotros,
pues! -exclama Oliver, cayendo sagazmente en la cuenta.

– ¡Qué inteligente eres, Oliver! -masculla Tiger.

La Propuesta Específica Número Dos de Hoban atañe al petróleo. Petróleo de Azerbaiyán, petróleo del Cáucaso, petróleo del mar Caspio, petróleo de Kazajstán. Más petróleo, comenta Hoban despreocupadamente, del que se encontraría en todo Kuwait e Irán juntos.

– Un nuevo El Dorado -susurra Massingham entre bastidores en una muestra de apoyo.

– Ese petróleo pertenece también al Estado, ¿vale? -explica Hoban-. Muchos pretendientes se han acercado a las más altas esferas del país solicitando concesiones y ha habido interesantes propuestas en lo concerniente a refinado, oleoductos, instalaciones portuarias, transporte, venta a países no socialistas, y comisiones. No se ha tomado ninguna decisión. Las altas esferas del país no gastan la pólvora en salvas. ¿Entiendes?

– Entendido -informa Oliver al estilo militar.

– En la zona de Bakú se emplean aún los antiguos métodos soviéticos de extracción y refinado -anuncia Hoban, leyendo sus notas-. Dichos métodos están completamente desfasados. En las altas esferas se ha decidido, por tanto, que para los intereses de la nueva economía de mercado soviética es preferible que la responsabilidad de la extracción se ceda a una compañía internacional. -Levanta el dedo índice de la mano izquierda por si Oliver no sabe contar-. Una sola. ¿Vale?

– Claro. Genial. Vale. Una sola.

– En exclusiva. La identidad de esta compañía internacional es una cuestión delicada, muy condicionada políticamente. Dicha compañía debe ser una
buena
compañía, receptiva respecto a las necesidades de toda Rusia, también del Cáucaso. Debe ser una compañía
experta.
Debe ser una compañía -pronuncia las palabras como si fuesen una sola- de-probada-eficacia, y no un tenderete de tres al cuarto en manos de un grupo de pipiolos.

– Los gigantes del sector
aúllan
literalmente por llevarse el gato al agua, Oliver -explica Massingham con tono insinuante-. Los chinos, los indios, las multinacionales, los norteamericanos, los holandeses, los ingleses…, todos. Gastando suelas por los pasillos, enseñando los talonarios, repartiendo billetes de cien dólares como si fuesen confeti. Es un zoo.

– Eso parece -coincide Oliver con entusiasmo.

– En la selección de esa compañía internacional, se tendrá muy en cuenta el respeto a los diversos intereses particulares de todos y cada uno de los pueblos que habitan en la región del Cáucaso. Esa compañía internacional debe gozar de la confianza de dichos pueblos. Debe cooperar. Debe enriquecerlos a ellos, y no sólo a sí misma. Debe acomodarse a las exigencias de los
apparatchiks
de Azerbaiyán, Daguestán, Chechenia, Ingushia, Armenia -una mirada a Yevgueni-; debe complacer a la
nomenklatura de
Georgia. Las altas esferas del país tienen una relación muy especial con Georgia, una especial consideración. En Moscú se da máxima prioridad a la buena voluntad de la República de Georgia, por delante de las otras repúblicas. Eso es un hecho histórico. Es axiomático. -Consulta de nuevo sus notas antes de recurrir al resonante lugar común-. Georgia es la joya más preciada de la corona en la Unión Soviética. No hay vuelta de hoja.

Para sorpresa de Oliver, Tiger se apresura a corroborar esa afirmación.

– Perdona, Alix, en la corona de todo el mundo -asevera-. Un pequeño país
maravilloso.
¿Me equivoco, Randy? Una comida, un vino, una fruta, una lengua maravillosos, bellas mujeres, un increíble paisaje, una literatura que se remonta a los tiempos del Diluvio. No hay otra tierra igual en el planeta. Hoban no le presta la menor atención.

– Yevgueni Ivánovich ha vivido muchos años en Georgia. Yevgueni y Mijaíl Ivánovich estuvieron de niños en Georgia cuando su padre era comandante del Ejército Rojo en Senaki. Conservan muchos amigos en Georgia desde entonces. Ahora esos amigos son personas muy influyentes. Los hermanos pasan mucho tiempo en Georgia. Tienen una
dacha
en Georgia. Desde Moscú, Yevgueni ha desviado muchos favores hacia su querida Georgia. Yevgueni reúne por tanto todos los requisitos para reconciliar las necesidades de la nueva Unión Soviética con las necesidades y las tradiciones de la comunidad georgiana. Su presencia es una garantía de que los intereses del Cáucaso serán respetados. ¿Vale?

El haz de luz se posa nuevamente en Oliver. El auditorio entero se inclina hacia él, observando con atención sus reacciones.

– Vale -confirma con la debida diligencia.

– Por eso mismo, Moscú ha dictado unas disposiciones informales. Disposición A. En Moscú se otorgará una sola licencia para todo el petróleo del Cáucaso. Disposición B. Yevgueni Ivánovich designará personalmente al titular de dicha licencia. Disposición C. La licencia se sacará a licitación pública y formal entre varias compañías petrolíferas.
Sin embargo. -
Se interrumpe. Oliver respira hondo y el humo de tabaco lo coge desprevenido, pero se recupera-. Sin embargo, que se jodan. De manera informal y en privado, Moscú seleccionará al consorcio designado por Yevgueni Ivánovich y los suyos. Disposición D. Las condiciones impuestas al consorcio designado se calcularán en concepto de regalías sobre los yacimientos petrolíferos existentes en Azerbaiyán, tomando como referencia el rendimiento medio anual en los últimos cinco años. ¿Me sigues?

– Te sigo.

– Es muy importante recordar esto: los métodos de extracción soviéticos son una mierda. Tecnología deficiente, infraestructura deficiente, transporte deficiente, gerentes de pacotilla. Por lo tanto, la suma calculada será muy modesta en comparación con el resultado de una extracción eficaz mediante modernos métodos occidentales. Se basará en los rendimientos históricos, no en los futuros. Será una mínima parte de la producción futura. Dicha suma será aceptada por las altas esferas de Moscú en cuanto se efectúe el pago de los derechos de licencia. Disposición E. El total de los ingresos excedentes derivados de la futura extracción de petróleo serán propiedad de un consorcio del Cáucaso nombrado por Yevgueni Ivánovich y su organización. Se establecerá un contrato formal y privado en el momento de recibirse un pago al contado de treinta millones de dólares como anticipo. El resto de la comisión original estará en función de las futuras ganancias reales por acuerdo informal. Se negociará a su debido tiempo.

– Afortunadas las altas esferas del país -dice Massingham arrastrando las palabras y con voz permanentemente ronca, como si también él andase escaso de combustible-. Cincuenta millones por escribir su nombre un par de veces y luego a esperar las suculentas comisiones, no es mal negocio, diría yo.

La pregunta de Oliver surge espontáneamente. Ni el tono hosco ni la formulación agresiva son elección suya. Si pudiese retirarla, lo haría; pero ya es demasiado tarde. Un fantasma vagamente conocido se ha apoderado de él. Es lo que queda de su sentido de la legalidad después dé tres meses enrolado en Casa Single.

– ¿Puedo interrumpirte un segundo, Alix? ¿Dónde interviene Single exactamente? ¿Nos estáis pidiendo que paguemos cincuenta millones de dólares en sobornos?

Oliver tiene la sensación de que se le ha escapado un sonoro pedo en la iglesia mientras se desvanecen los últimos acordes del órgano. En el amplio despacho se produce un silencio de incredulidad. El ruido del tráfico de Curzon Street, seis pisos más abajo, ha cesado. Es Tiger quien, como padre suyo y socio principal de la firma, acude en su rescate. Emplea un afectuoso tono de enhorabuena.

– Una buena observación, Oliver, y valientemente planteada, si se me permite decirlo. Me siento impulsado, y no por vez primera, a admirar tu integridad. La Casa Single no soborna, claro está. No es eso lo que hacemos ni mucho menos. Si deben pagarse comisiones legítimas, se pagarán a criterio de nuestro socio en la zona, en este caso nuestro buen amigo Yevgueni, y con el debido respeto a las leyes y tradiciones del país en que opera dicho socio. Los detalles serán asunto suyo, no nuestro. Obviamente, si un socio anda escaso de fondos, ya que no todo el mundo puede echar mano a cincuenta millones de dólares de la noche a la mañana, Single estudiará la concesión de un préstamo para permitirle ejercer sus facultades discrecionales. Considero de vital importancia dejar claro este punto. Y has hecho bien en sacarlo a relucir, Oliver, en tu actual función de asesor jurídico. Te lo agradecemos, yo y todos los demás.

Massingham asesta el golpe mortal con una ronca aprobación:

– ¡Bien dicho!

Entretanto Tiger inicia una suave transición que terminará en propagandística apología de la gran Casa Single.

– La misión de Single es decir sí donde otros dicen no, Oliver. Aportamos visión. Experiencia. Energía. Recursos. Allí donde impera el verdadero espíritu emprendedor. Yevgueni no está hipnotizado por el viejo Telón de Acero, nunca lo ha estado, ¿a que no, Yevgueni? -pregunta. A través del brumoso ambiente, con el rabillo del ojo, Oliver ve moverse en un gesto de negación la cabeza casi rapada de Yevgueni Orlov-. Actúa en nombre de Georgia. Ama la belleza y la cultura de Georgia. Georgia cuenta con algunas de las iglesias cristianas más antiguas del mundo. Probablemente no lo sabías, ¿verdad?

– Lo cierto es que no.

– Sueña con un Mercado Común del Cáucaso. También yo. Una nueva entidad comercial de grandes proporciones, basada en sus ingentes recursos naturales. Es un pionero, ¿no es así, Yevgueni? Como nosotros. Claro que lo es. Por favor, Randy, traduce. Bien hecho, Oliver. Estoy orgulloso de ti. Todos lo estamos.

– ¿Tiene un nombre el consorcio? ¿Existe ya realmente? -pregunta Oliver mientras Massingham traduce.

– No, Oliver, todavía no -responde Tiger a través de su impermeable sonrisa-. Pero estoy seguro de que pronto existirá. Ten un poco de paciencia.

Sin embargo, aun mientras se desarrolla este inquietante diálogo -inquietante al menos para Oliver-, se siente atraído casi por gravitación en una dirección inesperada. Todos observan a Oliver, pero la mirada veterana y astuta de Yevgueni permanece fija en él como el cabo de un barco, tirando de él, tanteando su peso, formándose una opinión sobre él, y sin duda una opinión certera, de eso Oliver está convencido. Sin saber por qué, la buena voluntad de Yevgueni le resulta evidente. Más raro aún, Oliver tiene la sensación de estar reanudando una vieja y natural amistad. Ve a un niño en Georgia entusiasmado con todo aquello que lo rodea, y el niño es él mismo. Siente una gratitud incondicional por los favores que ni siquiera es consciente de haber recibido. Entretanto, Hoban habla de sangre.

Sangre de todos los grupos. Sangre común, sangre poco común, sangre en extremo infrecuente. El desequilibrio entre la demanda y la oferta mundiales. La sangre de todas las naciones. El valor monetario de la sangre, al por mayor y al detalle, por categorías, en los mercados médicos de Tokio, París, Berlín, Londres y Nueva York. Cómo analizar la sangre, cómo separar la sangre buena de la mala. Cómo enfriarla, embotellarla, congelarla, transportarla, almacenarla, conservarla. Los reglamentos referentes a su importación en los principales países industrializados de Occidente. Las normas de sanidad e higiene. Aduanas. ¿Por qué explica todo eso? ¿Por qué de pronto le atrae tanto la sangre? Tiger detesta la sangre en igual medida que el tabaco. Atenta contra sus principios de inmoralidad y contradice su pasión por el orden. Oliver conoce desde siempre esa aversión de su padre, viéndola unas veces como indicio de una sensibilidad oculta y otras como una debilidad despreciable. Al menor corte, la visión de una sola gota o su olor, la mera mención de la palabra «sangre», bastan para que sucumba al pánico. Gasson, su chófer, estuvo a punto de ser despedido por ofrecer ayuda en un sangriento accidente mientras su patrón, lívido, permanecía en el asiento trasero del Rolls-Royce ordenándole a gritos que siguiese adelante, adelante, adelante. Sin embargo hoy, a juzgar por su exultante expresión mientras escucha la monótona exposición de la Propuesta Específica Número Tres, no hay nada en el mundo que le guste tanto como la sangre. Y aquí se trata de sangre a chorros: sangre gratis del grifo gracias a los donantes rusos de corazón generoso, vendida al por menor a un precio de noventa y nueve dólares con noventa y cinco centavos el medio litro para los pacientes necesitados de Estados Unidos… y hablamos de una cantidad mínima de doscientos cincuenta mil litros semanales, ¿queda claro, Oliver? Hoban se vuelve humanitario. Lo demuestra adoptando un reverencial tono monocorde, pero también apretando los labios en una mueca de mojigatería y entornando los párpados. Los conflictos de Karabaj, Abkahzia y Tiflis, recita, han proporcionado a los hermanos Orlov una trágica percepción de las deficiencias de los deteriorados servicios médicos rusos. No dudan que la situación empeorará aún más. Por desgracia, la Unión Soviética no posee un servicio nacional de transfusiones, ni un programa de captación y distribución de sangre para nuestras muchas capitales asediadas, ni para su almacenaje. La mera idea de vender o comprar sangre es ajena a los más nobles sentimientos soviéticos. Los ciudadanos soviéticos están acostumbrados a donar sangre gratuita y voluntariamente, en momentos de especial empatía o patriotismo, no -Dios nos libre- con fines comerciales, dice Hoban, con una voz tan anémica que Oliver se pregunta si no le vendría bien a él mismo una transfusión.

BOOK: Single & Single
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