—Ella le deja abandonarse a cualquier impulso alienígena —insistió Neci—. Como antes no tuvo ningún niño…, he oído que había algún tipo de enfermedad en su familia, por lo que no se atrevió a tener hijos. Y no sabe cómo hay que cuidarlos.
—El niño la quiere —afirmó Yori.
—Porque lo malcría —le cortó Neci—. Pero es pequeño…, puede aprender a querer a otra gente.
—¿A ti? —le preguntó Gil.
—¿Y por qué no? Yo tuve dos hijos antes de la guerra. Sé cómo cuidar de los niños.
—Nosotros también tuvimos dos —intervino Anne—. Dos niñitas.
Lanzó una risa apagada.
—Shkaht y Amma no se las parecen en nada, pero daría cualquier cosa por convertir a una de esas niñas en mi hija.
—¿Con o sin tentáculos? —preguntó Sabina.
—Si Yori quisiera hacerlo, preferiría que se los quitase.
—No sé si lo haría —dijo Yori en voz baja—. No creo que Tate mintiese cuando contó lo que vio.
—Pero lo que vio sucedió entre un humano y un oankali adulto —afirmó Anne—. Y éstos son niños, casi bebés. Y casi son humanos.
—Parecen casi humanos —interrumpió Sabina—. No sabemos qué son en realidad.
—Niños —dijo Anne—. Son niños.
—Debería hacerse —afirmó Neci—. Todos sabemos que habría que hacerlo. Aún no sabemos cómo se puede hacer, pero tú, Yori, tendrías que averiguar el modo. Deberías de estudiarlos. Tú viniste con nosotros para cuidar de su salud. ¿No significa eso que tendrías que pasar más tiempo con ellos, para averiguar más cosas sobre ellos?
—Eso no sería de ninguna ayuda —le explicó Yori—. Ya sé que son venenosos. Quizá podría protegerme de eso, o quizá no. Pero…, eso de lo que hablas es cirugía estética, Neci, algo totalmente innecesario. Y, en cualquier caso, yo no soy cirujana estética. ¿Por qué iba a poner en peligro la salud de las niñas y mi propia vida por lo que no deja de ser una especie de fea marca de nacimiento? Y, en cualquier caso, Tate dice que los tentáculos vuelven a crecer.
Inspiró profundamente.
—No, no lo haré. Antes no estaba segura, pero ahora sí lo estoy. No lo haré.
Silencio. Sonido de movimientos, de alguien caminando…, los pasos ligeros y cortos de Yori. El sonido de una puerta al abrirse.
—Buenas noches —dijo Yori.
Nadie le deseó unas buenas noches a ella.
—No es tan complicado —dijo Neci unos momentos más tarde—. Especialmente no lo es con Amma: ¡tiene tan pocos tentáculos! Son sólo ocho o diez…, y muy pequeños. Cualquiera lo puede hacer, poniéndose unos guantes para protegerse.
—Yo no podría hacerlo —afirmó seriamente Anne—. No podría cortar a nadie con un cuchillo.
—Yo podría… —dijo Gil—, si no se tratase de unas niñitas tan pequeñas.
—¿Tenéis aquí algo de licor? —preguntó Neci—. Hasta me serviría esa porquería destilada de la mandioca que beben los merodeadores.
—Aquí hacemos whisky de maíz —indicó Gil—. Siempre hay mucho. Demasiado.
—Pues entonces les damos whisky a las niñas, y después se lo hacemos.
—No sé… —dijo Sabina—. ¡Son tan pequeñas! Y, si enferman…
—Si enferman, Yori las cuidará. De todos modos las cuidará, aunque no le guste lo que les hayamos hecho. Y se lo haremos, como debe ser.
—Pero…
—¡Debe hacerse! ¡Tenemos que criar niños humanos, no alienígenas que ni entiendan cómo vemos nosotros las cosas!
Silencio.
—¿Mañana, Gil? ¿Puede hacerse mañana?
—No…, no sé…
—Podemos coger a las niñas cuando estén por ahí, comiendo plantas. Durante un rato, nadie se dará cuenta de que han desaparecido. Sabina, tú conseguirás el licor, ¿de acuerdo?
—Yo…
—¿Hay cuchillos bien afilados por aquí? Tendremos que hacerlo rápida y limpiamente. Y necesitaremos telas limpias para los vendajes, y guantes para todos nosotros, por si acaso…, y ese antiséptico que tiene Yori. Yo lo cogeré. Probablemente no habrá ninguna infección, pero no correremos riesgos… —Se detuvo de pronto, y luego dijo una sola palabra, secamente—: ¡Mañana!
Silencio.
Akin se levantó y logró salir, con dificultades, de la hamaca. Abira se despertó, pero sólo murmuró algo sin sentido y volvió a quedarse dormida. Akin fue a la habitación de al lado, donde Amma y Shkaht compartían una hamaca. Se encontraron con él en la puerta: salían. Los tres se unieron al instante y hablaron sin sonido alguno.
—Tenemos que irnos —dijo tristemente Shkaht.
—No tenéis por qué —discutió Akin—. Ellos sólo son unos pocos, y no muy fuertes. Nosotros tenemos a Tate y Gabe, Yori, Abira, Macy y Kolina. ¡Todos nos ayudarán!
—Nos ayudarán mañana. Pero Neci esperará y volverá a buscar ayuda y a intentarlo más tarde.
—Tate puede hablar con los del equipo de aquí, tal como habló en el campamento, de camino a este lugar. Cuando habla, la gente la cree.
—Neci no la creyó.
—Sí la creyó. Lo que sucede es que quiere que las cosas se hagan siempre a su manera…, aunque su manera esté equivocada. Y no es demasiado lista: me ha visto probar el metal, la carne y la madera, pero cree que unos guantes protegerán sus manos de que se las probemos o aguijoneemos, cuando vayan a cortaros los tentáculos.
—¿Guantes de plástico?
Sorprendido, Akin pensó por un momento.
—Quizá tengan guantes hechos con algún tipo de plástico. No he visto un plástico tan flexible, pero puede que exista. Claro que, en cuanto entiendes el plástico, ya no te puede hacer daño.
—Probablemente Neci no comprende esto. Has dicho que no es lista; eso la convierte en más peligrosa aún. Quizá, si la otra gente le impide que mañana nos corte los tentáculos, aún se irrite más. Querrá hacernos daño, sólo para demostrar que puede hacerlo.
Al cabo de un momento, Akin tuvo que estar de acuerdo:
—Sí, es posible.
—Tenemos que irnos.
—¡Quiero ir con vosotras!
Silencio.
Asustado, Akin se unió más profundamente con ellas:
—¡No me dejéis aquí, solo!
Más silencio. Con gran suavidad, lo sostuvieron entre las dos y le hicieron dormirse. Comprendió lo que le estaban haciendo y se resistió, al principio muy irritado, pero al fin comprendiendo que tenían razón: sin él tenían una posibilidad. Eran más fuertes, mayores, y podían caminar más deprisa y durante más tiempo sin descansar. La comunicación entre ellas era más rápida y precisa. Podían actuar casi como si compartiesen un único sistema nervioso. Sólo los compañeros de camada conexionados y los adultos apareados llegaban a conocerse, así de bien, unos a otros. Akin las hubiera estorbado, probablemente habría hecho que las volviesen a capturar. Lo sabía, y ellas podían notar sus sentimientos contradictorios. Y sabían que él lo sabía. Así que no había necesidad de discutir: simplemente, él tenía que aceptar la realidad.
Finalmente la aceptó, y les permitió que lo hundiesen en un profundo sueño.
Estuvo durmiendo, desnudo, en el suelo, hasta que Tate lo halló a la mañana siguiente. Lo despertó levantándolo, y se sobresaltó mucho cuando él la agarró por el cuello, rodeándola con sus brazos, y no la soltó. Ni lloró ni habló. La probó, pero no la estudió. Luego, él se daría cuenta de que en realidad había tratado de hacerse ella, de unirse con ella tal como lo habría hecho con su más próximo compañero de camada. Pero esto no era posible: él estaba tratando de alcanzar una unión que los humanos le habían impedido. Le parecía que lo que necesitaba estaba justo un poco más allá de su alcance, justo al otro lado de esa frontera final que no lograba cruzar, como le sucedía con su madre. Como le sucedía con todos. Podía saber hasta un punto determinado, y ya no más allá, podía sentir hasta un punto determinado, y ya no más allá, unirse hasta tan cerca, y ya no más allá.
Desesperadamente, tomaba lo que podía tomar. Ella no podía reconfortarlo, ni siquiera saber cuan profundamente la percibía él. Pero sí podía, con simplemente permitir la unión, apartar la atención de él de sí mismo, de su propia desgracia.
Aparte el inicial espasmo de sorpresa, Tate no intentó quitárselo de encima. Él no sabía lo que ella hacía. Todos sus sentidos estaban enfocados hacia los mundos que había dentro de las células del cuerpo de ella. No supo cuánto tiempo estuvo así congelado sobre ella, sin pensar, sin saber ni importarle lo que ella hacía, al menos en tanto no le molestase.
Cuando finalmente se apartó de ella, descubrió que estaba sentada en un jergón del suelo, apoyada contra una pared. Había seguido sosteniéndolo con el brazo, y reposando ese brazo en sus rodillas. Ahora, mientras él se enderezaba y orientaba, Tate le tomó la barbilla entre los dedos y volvió su cara hacia ella.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí.
—¿Qué te ha pasado?
Él no dijo nada por un instante, y miró a la habitación a su alrededor.
—Todos están desayunando —explicó ella—. A mí ya me han dado el habitual sermón de lo muy mal que te estoy educando, y un poco más de propina. Ahora, ¿por qué no me dices exactamente qué es lo que te ha pasado?
Lo colocó junto a ella y lo miró fijamente, esperando. Estaba claro que aún no sabía que las niñas habían escapado. Quizá nadie se hubiera dado todavía cuenta de ello, gracias al hábito matutino de los tres niños de salir al campo a comer hierba. Pero no debía decir nada: Amma y Shkaht debían conseguir tanta delantera como fuera posible.
—Ya es demasiado tarde para que me conexione con mi compañera de camada —le dijo, sin mentirla—. Estaba pensando en ello la pasada noche. Y me estaba sintiendo…, solitario no es la palabra más adecuada. Más bien fue como… si alguien hubiese muerto.
Cada palabra era verdad. Simplemente, su respuesta era incompleta. Amma y Shkaht habían iniciado en él ese sentimiento con su unión, con su partida…
—¿Dónde están las niñas? —le preguntó Tate.
—No lo sé.
—¿Se han ido, Akin?
Apartó la vista. ¿Por qué siempre era tan difícil ocultarle cosas a ella? ¿Por qué dudaba tanto en mentirle a Tate?
—¡Buen Dios! —exclamó ella, y empezó a levantarse.
—¡Espera! —le dijo Akin—. Iban a amputarlas esta misma mañana. Neci y sus amigos iban a agarrarlas mientras estuviesen comiendo por ahí, llevarlas a algún sitio, y cortarles los tentáculos sensoriales.
—¡Y un infierno iban a hacer!
—¡Lo iban a hacer! ¡Les oímos la pasada noche! Yori se negó a ayudarles, pero de todos modos lo iban a hacer. Iban a darles whisky de maíz y…
—¿Alcohol?
—¿Cómo?
—¿Iban a emborrachar a las niñas?
—No hubieran podido.
Tate frunció el ceño.
—Pero ellos iban a darles el alcohol…, el whisky, ¿no?
—Sí, pero eso no las iba a emborrachar. He visto humanos borrachos, y no creo que nada que nosotros podamos beber pueda ponernos en ese estado. Nuestros cuerpos rechazarían la bebida.
—¿Qué es lo que les hubiera hecho a ellas?
—Las habría hecho vomitar, u orinar mucho. No es fuerte ni mortífero. Probablemente, se limitaría a pasar a través de ellas sin cambiar apenas. Y lo orinarían todo.
—Ese licor es malditamente fuerte.
—Quiero decir… que no es un veneno mortífero: los humanos pueden beberlo sin morirse. Y nosotros podemos beberlo sin tener que vomitarlo al momento, sin tener que envolverlo con parte de nuestros tejidos, para que así no nos haga daño mientras pasa por nuestro cuerpo.
—Así que no les haría daño…, lo digo por si acaso Neci las atrapa…
—No les haría daño. No obstante, no les gustaría nada. Y Neci no las ha atrapado.
—¿Cómo lo sabes?
—La he oído. Le está preguntando a la gente si sabe dónde están las niñas. Nadie las ha visto, y ella se está poniendo nerviosa.
Tate miró a la nada, creyéndole, recopilando la información.
—No se lo habríamos dejado hacer. Lo único que teníais que haber hecho era decírmelo.
—La hubieras detenido esta vez —admitió él—. Pero ella lo habría seguido intentando. Y, si sigue insistiendo, la gente acabará creyéndola. Y harán lo que ella quiere que hagan.
Ella negó con la cabeza.
—No esta vez. Demasiados de nosotros estamos en su contra en este asunto. ¡A unas niñitas, infiernos! Akin, podríamos perder días buscándolas, pero tú podrías seguirles en seguida la pista con tu vista y oído oankali.
—No.
—Sí. ¡Oh, sí! ¿Cuan lejos te crees que pueden llegar esas niñas, antes de que les suceda algo? No son mucho mayores que tú. ¡Morirán en la jungla!
—Yo no moriría; ¿por qué iban a morir ellas?
Silencio. Ella le miró con el ceño fruncido.
—¿Quieres decir que podrías irte a casa desde aquí?
—Podría, si ningún humano me detuviese.
—¿Y crees que ningún humano detendrá a las niñas?
—Creo… creo que tienen miedo. Creo que están lo bastante asustadas como para aguijonear.
—¡Oh, Dios!
—¿Qué pasaría si alguien te fuera a arrancar los ojos y tú tuvieras un arma de fuego?
—Pensé que se suponía que la nueva especie iba a estar por encima de este tipo de cosas.
—Ellas tienen miedo. Sólo quieren irse a casa. No quieren que las amputen.
—No —suspiró Tate—. Vístete. Vamos a desayunar. Supongo que en cualquier momento estallará todo el follón.
—No creo que encuentren a las niñas.
—Si lo que dices es cierto, espero que no las encuentren. ¿Akin…?
Esperó, sabiendo lo que le iba a preguntar.
—¿Por qué no te han llevado con ellas?
—Soy demasiado pequeño. —Caminó a la otra habitación, encontró sus pantalones y se los puso—. Yo no podría colaborar con ellas del modo que lo harán la una con la otra. Yo hubiera hecho que las capturasen.
—¿Querrías haberte ido?
Silencio. Si ella no sabía que querría haberse ido, que quería desesperadamente irse, es que era estúpida. Y no era estúpida.
—Me pregunto por qué diablos tu gente no viene a por ti —exclamó Tate—. Deben saber mejor que yo por lo que te están haciendo pasar.
—¿Lo que ellos me están haciendo pasar? —preguntó él, asombrado.
Ella suspiró.
—Bueno, pues por lo que nosotros te estamos haciendo pasar. Si el que yo admita esto te hace sentirte mejor… Mira, los oankali nos empujaron a nosotros a convertirnos en lo que somos: si no hubieran trasteado en nosotros, podríamos tener nuestros propios hijos. Podríamos vivir según nuestras costumbres, y ellos según las suyas.
—Algunos de vosotros los habríais atacado —dijo en voz baja Akin—. Creo que algunos humanos habrían tenido que atacarles.