Authors: Jan Guillou
Husaby había sido finca real desde los días del rey Olof Skötkonung. Sin embargo, el linaje de Pål había administrado la finca durante más de un siglo y por eso se contaba con Husaby como finca propia para los banquetes del linaje, aunque siempre había que tener reservas suficientes en el caso de que el rey en persona apareciese de invitado. También había que pagar impuestos al rey.
Para el hijo de su tío paterno, Pål Jönsson, y para sus dos hermanos Algot y Sture, el regreso de Cecilia a casa había sido una decepción tan grande que les era imposible ocultarla. A ella no le era difícil comprender a qué venían sus caras largas y por qué no le hablaban más de lo estrictamente necesario o preferían estar a solas y ponían fin a la conversación en cuanto ella se acercaba.
La boda de Cecilia les saldría cara. La ley y la costumbre eran claras y sencillas: cuanto más rico fuese el novio, mayor sería la dote. Y sería difícil hallar a un hombre más rico que un hijo de Arnäs en todo Götaland Occidental. O al menos eso era lo que sospechaba Cecilia, aunque no tenía ni idea de qué podría heredar Arn de su padre Magnus.
Cecilia tenía buenas razones para no tratar el asunto de la dote con sus hostiles parientes. Sería mejor aguardar esa batalla para la cerveza de la dote, a la que acudiría el padrino de Arn, que seguramente sería Eskil, para discutir todo lo que debería estar listo para el día de la boda. Ya se batirían con Eskil.
Eskil había mandado allí a la vieja sierva Suom de Arnäs, pues era la más hábil en el arte de la costura y quien mejor que nadie podía coser un vestido de novia. Suom y Cecilia se hicieron pronto amigas. Hallaron gran alegría en la habilidad de la otra con el hilo y la aguja, la rueca y el telar.
Suom no había visto jamás algunas de las cosas que se hacían en el convento. Pero a cambio ella sabía hacer otras cosas distintas, de modo que a las dos les fue fácil estar juntas y con ello Cecilia pudo evitar gran parte de las frías relaciones con los hermanos Pål.
Eskil llegó a la hora exacta el día que había anunciado, acompañado por una docena de guardias. Bebió rápidamente su cerveza de bienvenida y explicó que no tenía intención de quedarse a pasar la tarde y la noche y que, por tanto, deberían dejar de beber y ocuparse de inmediato de los negocios.
A los hermanos Pål les fue difícil contradecirlo en eso, pero se sonrojaron por la humillación de que aquel Folkung ni siquiera se dignase compartir su pan y su embutido.
Tampoco mejoraron las cosas el hecho de que Eskil añadiese que prefería que la propia Cecilia estuviese presente y se representase a sí misma. Eso reducía la importancia de Pål Jönsson como padrino, y era imposible que Eskil no fuese consciente de ello.
Los tres hermanos Pål entraron primero y en silencio en la sala de festejos de Husaby para sentarse juntos en el sitial. Eskil aprovechó para retrasar un poco sus pasos, tomó a Cecilia con amabilidad del brazo y le susurró que pusiese buena cara y que no se preocupase por nada de lo que se diría a continuación. No tuvo tiempo de dar más explicaciones antes de penetrar en la lúgubre sala que seguía estando decorada con inscripciones rúnicas ancestrales e imágenes de dioses no demasiado cristianos.
Los hermanos Pål se acomodaron en silencio en el sitial teniendo a Cecilia debajo de ellos y a Eskil al otro lado de la mesa grande. Unos sirvientes silenciosos, que parecían sentir que ése no era un encuentro demasiado ansiado por sus señores, entraron en la sala con más cerveza.
—Bien, ¿y si decidimos primero el día? —sugirió Eskil como si estuviese hablando de algo nada difícil ni importante y limpiándose la boca de cerveza.
—Es costumbre decidir la fecha tras haber acordado todo lo demás —gruñó Pål Jönsson, enfadado. Tenía la cara roja y las venas se le hinchaban en la frente como si estuviera tenso como un arco ante lo que vendría a continuación.
—Como quieras, encantado de hablar primero de la dote —respondió Eskil.
—La mitad de la herencia de mi tío Algot pertenece legalmente a Cecilia, eso es lo que puede aportar a la morada —dijo Pål Jönsson, forzado.
—¡En absoluto! —replicó Eskil rápidamente—, Katarina era mi esposa, de modo que si alguien sabe bien que entró en el convento de Gudhem mientras su padre y el de Cecilia permanecía con vida ése soy yo. Entonces era otoño, y en las Navidades siguientes fue cuando Algot bebió hasta sufrir el ataque y morir. Todos conocemos el triste suceso, en paz descanse su recuerdo. Por tanto, es de Cecilia toda la herencia de Algot, las diez fincas. Ésas serán las que aportará a la morada.
—¿Y no pertenece la herencia de Katarina al convento de Gudhem? —intentó escabullirse Pål.
—No, pues al entrar en el convento no tenía herencia, ya que Algot seguía con vida —respondió Eskil, implacable—. Y por lo que se refiere a Gudhem, he compensado de mi propio bolsillo la entrada de Katarina en la sagrada hermandad más que suficiente.
—Exiges que nosotros los hermanos Pål abandonemos finca y tierra —dijo Pål Jönsson, apretando los puños—. Es una demanda nada barata ahora que, además, quieres que seamos tus parientes. Piensa que ésa es una decisión mía, pues yo soy el padrino de Cecilia. ¡Y con las exigencias que me planteas puede que decida que todo quede en nada!
Ya estaba dicho. Por la forma en que los tres hermanos contenían la respiración, estaba claro que durante la última semana habían estado discutiendo sobre eso.
Eskil no se inmutó pero tardó una eternidad insufrible en decir algo, y cuando lo hizo habló con un tono de voz muy suave y amable.
—Si rompes un acuerdo, aunque sea un acuerdo muy viejo, es como si fueras un secuestrador de la novia, y no vivirás hasta el anochecer, querido amigo —dijo para empezar—. Ése no sería un buen inicio para esta boda. Pero yo no soy un hombre mezquino, desearía que lo arreglásemos lo mejor posible, sin sangre, y que en adelante siguiésemos siendo los amigos que la unión entre mi hermano y Cecilia Algotsdotter exige. Digamos que la dote de Cecilia consistirá sólo en las cinco fincas que limitan con Arnäs y con el lago Vänern. Y vosotros conservaréis las cinco fincas restantes y seguiréis siendo los administradores del rey en Husaby. ¿Os iría mejor a los tres hermanos una propuesta así?
Ninguno de los tres fue capaz de contradecirlo y asintieron mudos con la cabeza.
—A cambio de haber renunciado a cinco fincas, tal vez os exija un poco más de oro; digamos doce marcos de oro puro —prosiguió Eskil como si hablase de asuntos pequeños y sencillos y como si lo que en realidad le interesase fuese que le diesen más cerveza.
Sin embargo, lo que acababa de decir a modo de remate no era para nada una bagatela. Doce marcos de oro era una cantidad tan grande que ni siquiera todas las fincas del linaje de Pål habrían sido suficientes. Y ni siquiera aunque se hubiese tratado de una familia más poderosa habría sido posible conseguir una cantidad así en oro puro. Los tres hermanos miraban incrédulos a Eskil, como sin saber si era él o eran ellos los que habían perdido la razón.
—Se me ha terminado la cerveza —anunció Eskil con una sonrisa amable y levantando su jarra justo cuando Pål Jönsson había reunido fuerzas para pronunciar unas palabras que no parecía que fuesen a ser demasiado agradables.
Perdió el hilo, tuvo que esperar a que Eskil tuviese su cerveza y Cecilia pensó que tal vez esa tardanza previno que por la boca muriese el pez.
—¡Ah! Tal vez deba aclarar una cosa antes de que digas nada, amigo —dijo Eskil justo cuando Pål Jönsson abría la boca para hablar—. Los doce marcos de oro no tendréis que pagarlos vosotros, los hermanos; los pagará Cecilia de su propio bolsillo.
De nuevo se detuvo el pensamiento de Pål Jönsson justo cuando iba a pronunciarse. Y la ira que había habido antes, aquella ira que podría haberlo llevado a alzar la mano contra Eskil o a decir cosas que seguramente habrían significado su desgracia, se convirtió en una estupefacción boquiabierta.
—Si Cecilia, aunque no entiendo cómo, pudiese abonar una cantidad tan enorme como doce marcos de oro, entonces no comprendo nada en absoluto de esta conversación —dijo, esforzándose por seguir hablando con respeto.
—¿Qué es lo que no comprendes, querido amigo? —dijo Eskil situando su jarra de cerveza sobre la rodilla.
—Nuestro linaje Pål es pobre en comparación con vosotros los Folkung —explicó Pål Jönsson—, Si Cecilia es capaz de pagar doce marcos de oro, que sería la dote más grande de la que ninguno de los hermanos haya oído hablar jamás, entonces no comprendo para qué quieres cinco de nuestras últimas fincas.
—Para nosotros es un buen negocio, pues nos gustaría ver todas las tierras a lo largo del Vänern como propiedad nuestra —respondió Eskil con calma—, Y si lo piensas un poco, también es un buen negocio para vosotros, los hermanos Pål. No te quedarás sin nada. Después de esta boda podrás llevar espada en cualquier sitio de Götaland Occidental, pues al ser el padrino de Cecilia serás pariente por matrimonio del linaje de los Folkung. Puedes cambiar tu manto verde por el nuestro azul. Aquel que te agreda a ti o a tus hermanos habrá agredido a los Folkung. Aquel que alce contra ti su espada no vivirá más de tres anocheceres. Estarás unido a nosotros en sangre y honor. ¡Piensa en ello!
Lo que Eskil había dicho era cierto y evidente. Pero Pål y sus hermanos habían sido muy obstinados al hablar de las pérdidas económicas, de cinco o diez fincas de herencia y de cuánto mejor habría sido si Cecilia hubiese ingresado en el convento, que no se habían parado a pensar en lo que significaba estar bajo la protección de los Folkung. Su vida cambiaría por una noche de bodas y ellos ni siquiera lo habían pensado.
Un poco avergonzados por su propia estupidez, Pål y sus dos hermanos cedieron ahora ante todas las demandas de Eskil.
Cecilia recibiría Forsvik como regalo matutino para que, por el resto de la eternidad, pasase como herencia a sus descendientes. Residiría en Forsvik y allí viviría con Arn. Siempre y cuando lograse mantenerlo allí, añadió Eskil con una mirada divertida hacia Cecilia Rosa, que había abierto los ojos de par en par con su innecesaria explicación del derecho legal que acompañaba a todo regalo matutino.
Decidieron que se celebrarían tres días de boda, con despedida de soltero y de soltera el primer viernes después del solsticio, la recogida de la novia y el acompañamiento al lecho el sábado siguiente, y la purificación de la novia el domingo en la misa de la iglesia de Forshem.
Cuatro hombres jóvenes iban de camino a una despedida de soltero. Ya desde lejos cualquiera podía ver que esos jóvenes no eran unos cualesquiera. Sus caballos iban engalanados con telas azules y tres de los jóvenes llevaban camisolas con el león de los Folkung sobre las cotas de malla y el cuarto llevaba la insignia de las tres coronas. Era un día veraniego en plena época de recogida del heno, por lo que llevaban los mantos enrollados detrás de las sillas de montar. Si no hubiera sido así, se habría visto de inmediato que el cuarto de ellos, el único de los Erik, llevaba un manto forrado de armiño. Y puesto que no era el rey en persona debía de tratarse de su hijo el príncipe Erik.
Los escudos, que llevaban colgados a la izquierda de las sillas de montar, estaban todos recién pintados en un dorado refulgente y azul alrededor del león y de las coronas.
Tras ellos iban cuatro guardias reales y unos caballos de carga.
Era una imagen hermosa ver todos esos colores claros y los caballos bien cebados, pero también una imagen que llevaría a todo campesino de las tierras de Gota a ser algo más que prudente. Porque si se tenía la mala suerte de que una comitiva como ésa se acercase hacia el atardecer y decidiese alojarse por una noche, no dejarían tras de sí mucha cerveza y, lo que era peor, dejarían un gran vacío en las despensas. Pues en los Erik y en los Folkung residía todo el poder del reino y nadie podía oponerse a ellos.
El más joven de los cuatro era Torgils, que tenía diecisiete años y era hijo de Eskil Magnusson de Arnäs. El mayor era Magnus Månesköld, que anteriormente había sido considerado hijo de Birger Brosa pero ahora era como su hermanastro y el hijo legítimo de Arn Magnusson. El cuarto que cabalgaba junto al canciller Erik era Folke Jönsson, hijo de Jon, procurador de Götaland Oriental.
Los cuatro eran muy buenos amigos e iban casi siempre juntos en cacerías y juegos de armas. Para esta boda habían pasado diez días juntos mientras limpiaban y cosían sus vestimentas de caballeros y sus escudos eran dejados como nuevos en el peñón del rey. Habían practicado todos los días durante varias horas sus juegos de armas, pues lo que les esperaba no eran unas pruebas cualesquiera.
A Magnus Månesköld no le había resultado fácil mantenerse alejado de Forsvik durante tanto tiempo. Su primer impulso, cuando Birger Brosa regresó a Bjälbo lleno de ira tras el último concilio y mencionó, casi como de paso, que el tal Arn Magnusson había regresado al reino, había sido abalanzarse sobre la silla de montar e ir junto a su padre.
Sin embargo, pronto cambió de idea al comprender que seguramente Arn Magnusson no era un hombre al que uno fuese a visitar sin antes haberse vestido bien y haber pulido hasta dejar resplandecientes todas las armas. Y tras haber practicado más con el arco, pues Magnus había vivido toda su vida de jovenzuelo con las historias de que su padre Arn era mejor arquero que todos los demás.
Reconoció para sí mismo que no estaba del todo tranquilo ahora que se acercaba a Forsvik para el curioso, o al menos poco habitual, acontecimiento de ser uno de los solteros que acompañaban a su propio padre a la despedida de soltero. Sus amigos habían bromeado bastante sobre este asunto, acerca de que no eran muchos los que tenían la suerte de poder emborrachar a su propio padre en las últimas juergas de soltero. Pero a Magnus no le habían gustado estas bromas y lo había dejado bien claro. Arn Magnusson de Arnäs no era un novio cualquiera. Y la novia no era una tontaina aterrorizada y llorica, sino su propia madre, una mujer honrada a la que todo el mundo respetaba. Con este matrimonio se trataba más de poner las cosas en orden que no de hacer negocios, y sobre eso no había nada acerca de lo que bromear.
El príncipe Erik había objetado que, entre buenos amigos, se podía bromear de todo y de todos siempre que no hubiese cerca ningún extraño. Pero aun así le hizo caso y en adelante evitó el tema. Él era el heredero al trono y, de entre los amigos, el de mayor rango, pero Magnus Månesköld era el mayor de ellos, el mejor en los juegos de armas y a menudo listo como si realmente hubiera sido hijo de Birger Brosa.