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Authors: Marcos Aguinis

Tags: #Panfleto

¡Pobre Patria Mía! (15 page)

BOOK: ¡Pobre Patria Mía!
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El Mapa del Hambre no puede recurrir al abollado INDEC, pero consiguió revelar que hasta ahora 1.422 poblados sufren la plaga de la desnutrición, con 300.000 familias sin acceso a una alimentación elemental, básica. Los aportes públicos y privados ya bajan los brazos, porque muchos no llegan debido a razones que mejor ni quiero mencionar, pero vos, lector, intuís.

Produce retortijones que este horror suceda en la Argentina, un país que podría alimentar a varios. Y que si no lo hace, es por una imperdonable ineficiencia política. Ineficiencia. La dirigencia nacional se ha jactado con gritos y sonrisas del gran crecimiento económico "a tasas chinas", según el deslumbrante y ejemplar "modelo" IL Pero esta miseria es el resultado de ese "modelo", que hasta ahora sólo arrimó fortunas al círculo de amigos y secuaces de colmillos largos.

No obstante, igual a una comedia de equívocos, algunos intelectuales de cierto fuste niegan la existencia de la inseguridad, atribuyéndola a "exageraciones políticas de la derecha". ¿Con los años provocarán risa? ¿Serán un libreto de comedias desopilantes? Alguien a quien aprecio (o apreciaba), el filósofo Ricardo Forster, firmó una Carta Abierta que debe estar provocando la caída de dientes a muchos de los que adhirieron a ese zafarrancho por el bruxismo que les genera la vergüenza. Ese grupo patentó el vocablo "destituyente", para descalificar cualquier crítica al innoble timonel que conduce nuestro país.

Forster ha escrito con inspiración que "en torno a la inseguridad se movilizan ahora los recursos materiales y simbólicos de una derecha que busca motorizar los reflejos regresivos de la sociedad". ¡Qué frase! Enseguida agregó, con índice eléctrico: "La agenda de los medios es recurrente y cíclica... regresan a la escena cuando es necesario atizar la insoportable sensación {¡dijo "sensación"!) de una inseguridad creciente que se asocia, en el imaginario colectivo, incentivado por los lenguajes mediáticos, con el miedo". En un encaje fraseológico de admirable longitud añadió: "La sobrexposición mediática de fenómenos de violencia e inseguridad apunta a debilitar las acciones que tienden a buscar caminos alternativos a los de la mera represión pero, fundamentalmente, buscan solidificar el miedo en las capas medias, amplificando su deseo de mayor control y punición, al mismo tiempo que van profundizando las marcas del prejuicio y el racismo allí donde casi siempre la violencia y la inseguridad son consecuencia, según ese relato hegemónico, del vandalismo de los sumergidos, de los habitantes de esas 'ciudades del terror' que se multiplican alrededor de los 'barrios decentes".

Su texto se torna más explícito al enseñar que "esa derecha se ve reflejada en el discurso periodístico, que no ha dejado de ser cómplice de los dueños del poder, tanto en épocas dictatoriales como democráticas. Sus espasmos histéricos y amarillistas, sus groseras simplificaciones al servicio de esa otra derecha efectivamente activa en los nudos del poder económico y político (
¡Forster olvida que en esos nudos están metidos hasta la médula los actuales dueños del poder y su círculo de amigos, que incluso han comprado numerosos medios de comunicación masiva!
), que ha financiado siempre el lenguaje falaz y empobrecedor de esos medios mientras se desgarran las vestiduras ante cualquier censura a la 'libertad de expresión'... El miedo es, hoy, un aliado inmejorable para profundizar el giro a la derecha".

Un dramaturgo de la estatura de Aristófanes, que supo burlarse como nadie de los sofistas, hubiera citado a Ricardo Forster, porque tiene una filosa habilidad para atribuir a la demonizada, omnipotente y ubicua derecha una peste que ven hasta los ciegos, ¡y que no es de derecha ni de izquierda! El periodista Edi Zunino, que no puede ser acusado de derechista, le pregunta qué pretende: ¿pretende que el periodismo no informe que acribillaron al ingeniero Barrenechea delante de su familia? ¿O que fusilaron a Rolo González en Bernal? ¿O a Claudio Rosujovsky en San Miguel, a la vista de medio mundo? ¿O a Emiliano Sonnenfeld en Del Viso? Agrego yo: ¿quiere que todo eso se silencie como en los tiempos de la dictadura, cuando la prensa no podía denunciar secuestros, allanamientos, desapariciones y asesinatos? ¿Eso quiere, eso extraña? Zunino también le pregunta por qué no expone al menos uno de los "caminos alternativos'”en vigencia contra la inseguridad, que es una industria en pleno desarrollo y sobre la cual no se difunden estadísticas oficiales, ni siquiera del mentiroso INDEC. También pregunta por cuáles calles transita este filósofo sin miedo. Si fuese verdad que con cinco años de matrimonio K "la derecha ha logrado captar el alma de gran parte de la sociedad", ¿no sería bueno que, como filósofo, les arrimara un ensayo de autocrítica a su fracaso, en pos de mejorar la gestión? Por último le descarga un consejo oportuno: "Paren un poco con eso de derecha e izquierda, muchachos, que ya huele a encierro académico. ¿Dónde vieron un país serio sin política de seguridad?"

Carmen Argibay, ministra de la Suprema Corte, criticó al gobierno por sus políticas sobre la minoridad y el delito. Contra la opinión de los "garantistas", frenó la liberación de sesenta chicos delincuentes internados en un instituto de menores. Muchos no la entendieron y se alzaron contra esa "insensible" jueza. Pero ella, sin pelos en la lengua, denunció que hay cafishos que los mandan a robar y matar. Los explotan porque son menores. Y agregó: "¿Acaso no hay gatillo fácil? Todo el mundo lo sabe. Y gatillo fácil tiene gran parte de la policía. Infiero que casi todos estos pibes están marcados. Unos trabajan para la policía y ésta los protegerá hasta que alguno abre la boca; en cuanto la abre, lo matan".

Todo eso es cosa de la satánica derecha, ¿verdad, estimado Forster?

La criminalidad que ronda día y noche por el Gran Buenos Aires sólo es ficción. Tampoco debe ser cierto que un profesor de gimnasia recibió un balazo mortal al querer impedir que un par de adolescentes robaran el auto de su esposa. Más tarde pereció un comerciante en Temperley al quedar encerrado entre los tiros de policías y malvivientes. Un trabajador fue apuñalado en Lomas de Zamora porque el asaltante consideró que "le había faltado el respeto" al tirar al suelo la mochila que pretendía robarle. Un policía cayó acribillado por la espalda por su condición de "vigi" —palabra de la jerga carcelaria— cuando pretendió frustrar un asalto en Loma Hermosa. Fue asaltada la UIA por un grupo sofisticado. Siguen impunes las proezas del violador serial de la Recoleta. Son numerosos los asaltos a barrios privados, pese a la vigilancia que se ha establecido en todos ellos. El ministro de Seguridad bonaerense admitió que "algunos hechos desgraciados no tienen lógica". Van cayendo a balazos jóvenes y nobles policías. Pero, ¡bah!, peores historias hay en las películas. Deben ser películas de la derecha.

Hubo marchas multitudinarias contra el aumento de la inseguridad y se formaron organizaciones vecinales para enfrentar la peste, se ha insertado en Internet el mapa del delito en la provincia de Buenos Aires, se trata de identificar y denunciar a los vendedores de paco (una prueba indiscutible de que la cocaína se fabrica en grandes cantidades frente a nuestras narices). En el barrio de Balvanera se puso en marcha la imaginativa propuesta de usar silbatos que alertan contra los arrebatos antes de que se consuman y, de esa forma, han conseguido ahuyentar a varios autores. Podría seguir, pero se hace largo.

Cierro con esto. La sociedad implora una acción integral. La implora, la exige. Ruega por una política de Estado edificada con la intervención de expertos: economistas, sociólogos, juristas, psicopedagogos, policías y muchos otros que podrían diseñar un programa de largo plazo, consensuado y firme, que ponga barreras eficientes a la inseguridad, sin ideologismos.

Su espíritu destructor fue disimulado por la transitoria bonanza económica: los electrodomésticos se podían comprar en 24 cuotas sin intereses y llegó un tsunami turístico atraído por la devaluación que había realizado Duhalde. Algunos, alarmados por la agresividad de Néstor, pensaron que bastaría con cambiar un populismo rústico y maleducado por otro más elegante. Pero no se daban cuenta de que jamás sería suficiente, mientras no se respetaran sin concesiones la Constitución y todas las leyes que contribuyen a la estabilidad jurídica. Tampoco será suficiente mientras no se ponga límites al Ejecutivo, cosa que no ocurre desde hace tiempo. Parecemos la Inglaterra anterior a su Revolución gloriosa en 1688, cuando se establecieron las bases de una democracia en serio basada en los límites del rey y se desataron las fuerzas creadoras de una sociedad libre y más segura, volcada a la producción.

Nunca el matrimonio K entendió que el mundo es una inmensa oportunidad, donde nuestros productos serían devorados con fruición. Que no daríamos abasto. Nunca entendió que se deben respetar los derechos de la propiedad privada porque, al revés de lo que suponía el desubicado Proudhon, constituyen la raíz de la riqueza y un estímulo al respeto por el otro y por uno mismo. Aristóteles demostró que "lo que es de todos, no es de nadie". La carencia de jerarquía de la propiedad privada permite el ingreso de la depredación. El famoso "modelo K", todavía oscuro, por lo menos deja entrever que ama la depredación.

Para atraer el inmenso ahorro argentino depositado en el extranjero y convencer a nuestros ciudadanos de que paren de fugar sus ganancias no hace falta la varita del mago Merlín. Sólo bastaría con leyes claras, sensatas, estables y confiables. Y un acatamiento irrestricto a la Constitución. Los impuestos deben bajar hasta convertirse en tributos racionales, sin la actual mentira de la "coparticipación federal". Los salarios deberían ajustarse a la productividad de cada empresa, como se hace en los países inteligentes: a más ganancias, todos ganan más, desde el gerente hasta el portero. A menos ganancias, todos ganan menos, desde el gerente hasta el portero. De esa forma los mismos trabajadores, capataces y gerentes se estimulan entre sí para cumplir sus roles, entrenarse y acceder a un mejor nivel de vida.

Debería realizarse una profunda reforma del Estado para que deje de ser una máquina de impedir, llena de funcionarios incapaces y aburridos, con una solución efectiva para la viveza criolla de ese ente llamado "ñoqui", tan costoso y estéril. Es preciso volver al brillo, a la calidad y a la buena remuneración de quienes transitan la carrera de la Administración Pública. Los políticos vienen y van, pero los funcionarios de carrera son quienes garantizan la continuidad de las políticas de Estado y quienes estarían mejor armados para impedir los zafarranchos de los delirantes que ingresan y pretenden comenzar de cero poniéndose una corona de laureles antes de merecerla.

En mis libros sobre la Argentina siempre dediqué las últimas páginas a las buenas noticias, aunque sean pocas o secundarias. La mejor de todas es que hemos superado un cuarto de siglo de vigencia democrática. No la hemos perfeccionado de modo satisfactorio, como soñábamos al recuperarla con tanto júbilo. Cuando asumió Raúl Alfonsín gritábamos "¡Por diez años más!", como si fuese el lapso más ambicioso que podíamos pretender debido a los miedos que nos dejaron sucesivos golpes de Estado. No obstante, llegamos a los veinticinco años y seguro que tendremos muchos más. Ojalá que también sean mejores. Depende de nosotros, no olvidar ese detalle.

En estos años se cometieron profanaciones a la Constitución y a las leyes, hubo desperdicio de oportunidades y no se construyó una élite dirigente. Pero mantuvimos amplios márgenes de libertad, pese a los esfuerzos por limitarla y desfigurarla. Como dijo Eugenio Zaffaroni, con la democracia no se come —referencia a un discurso de Alfonsín—, pero en ella se puede protestar contra el hambre. Y también se puede protestar contra la decadencia educativa y sanitaria. Contra los abusos del poder. Contra la ineficiencia de los gobernantes. La democracia no elimina la corrupción, pero en ella se la puede denunciar y, a veces —pocas veces aún—, sancionar. Las dictaduras, en cambio, prohíben el reclamo, lo niegan o lo ocultan. Países autoritarios frenan la crítica y hacen desaparecer a los periodistas. Aquí se frena la crítica mediante la extorsión de la pauta publicitaria, amenazas directas o indirectas y la compra de los medios de comunicación por amigos del poder. Pero no en forma total.

Por suerte tampoco se ha restablecido la ley marcial o el estado de guerra interno o el estado de sitio, que funcionaron en períodos que podían haberse considerado democráticos porque eran regímenes que votó la ciudadanía. Ni siquiera los militares están sometidos a consejos de guerra sin derecho a la defensa.

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