Establecida Cristina como jefa de Estado, mientras aún las cosas andaban bien, el régimen arruinó cuatro meses productivos en una guerra absurda con el sector agropecuario para arrancarle su dinero mediante una resolución anticonstitucional. Después quiso ganarse la confianza del mundo saldando deudas con el Club de París, pero enseguida cometió la imprudencia de violar la propiedad privada poniendo en su bolsa sin fondo el ahorro de nueve millones de argentinos. Más adelante, la infatigable vocación "docente" de Cristina pretendió dar lecciones a los países desarrollados sobre cómo manejar crisis económicas y aseguró que la plaga no nos tocaría. Ahora la culpa de todo la tiene esa plaga, como ya señalé antes. Pero tanto ajetreo cargado de borracheras omnipotentes les encogió la popularidad. El matrimonio se parece ahora a unos nadadores inexpertos que golpean el agua sin ton ni son, incapaces de ver la costa. Ella usa el recurso de una virosis llamada "anuncitis". Semana tras semana anuncia, inaugura, viaja y se hace aplaudir por una claque de adulones, mientras la prensa es obligada a cubrir los actos que, en su mayoría, son intrascendentes y deberían estar a cargo de funcionarios de tercera o cuarta línea. En varias ocasiones repite los anuncios porque ni sus asesores encuentran suficiente material para introducir alguna sorpresa positiva donde se percibe el derrumbe del otrora poderoso dúo. Habrá que ponerle soportes para que llegue —por lo menos ella debería llegar— a diciembre de 2011.
Una medida racionalmente saludable consistiría en inyectar estímulos efectivos a la productividad eliminando las retenciones a la exportación. Que deje de perder el tiempo engañando y engañándose con tantos anuncios. La eliminación de esas retenciones provocaría un entusiasmo productivo intenso. Pero, claro, significaría una merma de afluencias a la debilitada
Kaja
. El gobierno tendría menos fondos para condicionar y someter. Pero ganaría el país, porque habría una vigorizacion épica de la economía. ¿Les interesa que gane el país? Ya escuché que Néstor quiere imponerse a toda costa, aunque deje al país destrozado. No es como Hitler, desde luego; pero Hitler acusó a los alemanes por su fracaso, diciéndoles que debían pagar por no haber hecho lo suficiente para el triunfo nacionalsocialista. Mantuvo intacta su terquedad hasta que no quedó piedra sobre piedra. En materia de terquedad se parecen. Nuestras exportaciones se orientan a mercados mundiales que serán menos propicios en el futuro inmediato, ya sea por la recesión que afecta a Europa, Estados Unidos y Asia, o porque muchos países han devaluado sus monedas como Brasil, Chile y México. Casi el ochenta por ciento de nuestras exportaciones se verán afectadas. Si a eso, imposible de modificar, agregamos retenciones, estas retenciones son como el veneno para un paciente. El superávit comercial está en serio riesgo, porque es el único recurso genuino que le queda al Banco Central para ganar reservas en dólares, cruciales durante este año si quiere hacer frente a los millones de deuda pública que se alzan en el horizonte como el monstruo del lago Ness. Al frente de la economía nacional hacen falta expertos, no pingüinos de una provincia desierta que vivía de las regalías petroleras y tiene mínima experiencia en producción a gran escala.
El alto nivel recaudado por las exportaciones hasta comienzos de 2008 no se debió a la genialidad de la administración K, sino al exagerado precio de las
commodities
y el volumen de exportación. Países latinoamericanos sin un matrimonio presidencial tan sabio, sensible y previsor como el nuestro —Perú, Chile, Solivia, Brasil, Uruguay, Colombia y Paraguay— han aumentado el nivel de exportaciones más que nosotros. Sí, más que nosotros. Para no creer. Y están en mejores condiciones para afrontar la tormenta que se viene.
Es que las retenciones pueden jugar en contra de la inversión productiva. Depende del volumen de la retención y el estado de cada sector en particular. Para tener una idea de su daño, basta señalar que nuestros deletéreos gravámenes al comercio exterior superan mucho al de Brasil y al de Chile. ¿Qué tal? ¿No es propio de verdugos?
Se anunció un plan para "salir a conquistar nuevos mercados" mientras se obliga a la producción agropecuaria a quedarse encerrada en silos y frigoríficos, porque el gobierno nacional no quiere perdonarle la derrota que el campo le infligió en el Congreso. Nuevamente: cosa de locos. Hay abarrotada carne vacuna y porcina. Los tambos deben tirar leche y quesos vencidos. En Rusia la Presidenta tuvo que tragarse un reto por no facilitar nuestras exportaciones mientras pide que se le abran mercados. La miraron como un psiquiatra a un demente.
El aumento del gasto público —la simplificada receta de Lord Keynes— no será posible si no se supieron acumular recursos durante los años de las vacas gordas. No se han creado fondos anticíclicos mientras nos bendecían los vientos de popa. El dinero fue dilapidado con un estéril aumento del gasto público, cuyo fin era consolidar el poder K, no vigorizar la economía. En consecuencia, aumentó el riesgo país y hubo que pedirle auxilio al simiesco Chávez, quien compró bonos a un interés tan alto que triplicaba los del FMI y que, sin temor de ponernos en ridículo, vendió en menos de una semana porque le quemaban los dedos y... le convenía. ¡Qué propaganda le hizo este gran amigo a nuestros bonos! No obstante, Chávez sigue siendo el gran aliado (o Gran Hermano).
Hacia fin de 2008 parecía que el gobierno entraba en razones. Que en su fiebre de anuncitis iba a proclamar una intención seria para beneficiar al sector productivo atormentado por este gobierno, la situación internacional y una prolongada sequía. Eso habría provocado un inmediato ascenso de la mínima popularidad que Cristina supo conseguir. Pero no. Dominó en su espíritu otra vez la venganza, la pequeñez. Con el escenario que arman en Olivos, iluminado por el paisaje verde de los jardines, sólo rebajó un cinco por ciento a las retenciones del trigo y el maíz, y ni un centavo para el aborrecido "yuyito" de la soja. Otra bofetada, otro gesto de arrogancia. Sólo fue generosa con las frutas y hortalizas, cuyas retenciones pudo reducir, como favor
excepcional
, en un cincuenta por ciento.
Para darle más textura a su majestad de utilería, dedicó unos párrafos que descalificaron en público a la reciente ministra de la Producción, Débora Giorgi, y luego hizo lo mismo con el ministro de Justicia, Aníbal Fernández. Uno de los momentos culminantes del show fue cuando lanzó el disparate de haber creado cinco
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de 40.000 terneros Holando. Para semejante decisión no fueron consultados los organismos especializados como el INTA o la Secretaría de Agricultura que, lo mismo que otros ministerios o reparticiones, se enteran de súbito, como arrancados del sueño, sobre decisiones tomadas en el hermético Palatino de su privacidad. De estos
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sólo estaba enterado el patovica de Guillermo Moreno, tal vez su anónimo autor, quien tuvo la impudicia de celebrar la medida con un júbilo extemporáneo. Implicaba un salto al vacío que los entendidos calificaron como ineficiente, costoso y lleno de riesgos, porque podría llevar a una masiva mortandad de terneros. La Presidenta había olvidado que un par de semanas antes afirmó que en el país se sacrificaban 600 mil cabezas de terneros y en ese momento sólo se refirió a 200 mil. Bah, una pequeña diferencia.
El espíritu de sanguinaria confrontación que anima al matrimonio se manifestó al día siguiente de esos anuncios en una misa que celebró el cardenal Bergoglio en recuerdo de la paz lograda con Chile por monseñor Samoré en base a la nunca desmentida virtud del diálogo. En esa ocasión también estuvo invitado el Vicepresidente. Pero Cristina hizo toda la fuerza que le permitían sus músculos cervicales para mirar hacia el otro lado y evitar siquiera rozarlo con sus pupilas. Fue un hiriente ninguneo que aplica con sadismo por razones importantes o baladíes. Un ejemplo del odio a la conciliación, al diálogo y a la paz que debería ser mostrado en nuestras escuelas, para que los chicos adviertan cuan mezquino es portarse asi con los semejantes.
Ha superado todas las marcas cuando retiró a los granaderos de Yapeyú al cumplirse en febrero pasado otro natalicio del Libertador, porque allí estaría el Vicepresidente, invitado por el gobernador de Corrientes. La indignada población, ante semejante despropósito, concurrió en masa, y los granaderos ausentes fueron reemplazados por estudiantes con uniformes improvisados. El Ejecutivo cometió un papelón mayúsculo inspirado por su miopía y su odio. Jorge Fernández Díaz nos recordó una frase de San Martín que le viene justo al disparate cometido por el desfogado matrimonio presidencial: "El que se ahoga no repara en lo que se agarra".
Los trabajadores argentinos se dividen entre los que están en negro y los que están en blanco. Estos últimos deben pertenecer a un solo gremio por actividad, conducido por gente que se apodera del timón y de sus ingresos para siempre, hecho que ha tratado de corregir la Corte Suprema al permitir la libre agremiación, lo cual provocó reacciones insolentes y ningún deseo de acatar.
Nuestro sindicalismo ni siquiera cae bien en la OIT, porque sus dirigentes ya fueron percibidos como dinosaurios de mentalidad fascista y bolsillos angurrientos. Casi no hay dirigente sindical que no sea un multimillonario, algunos de los cuales se han hecho fotografiar en sus estancias o fastuosos inmuebles. Veranean en los hoteles sindicales durante enero, mientras las legiones pobres lo hacen en febrero. No se mezclan. Y estos privilegios son tomados como normales. Unas pocas excepciones confirman la regla.
Cuando el gobierno de Fernando de la Rúa quiso obligar a los opulentos dirigentes a efectuar una declaración de bienes, aturdió su grito de protesta.
¡Cómo se atrevían a pedirles rendición de cuentas! ¿Por qué debían hacer públicos sus patrimonios? En un país tan justo y transparente como la Argentina, ¿cómo se iba siquiera a sospechar de la ética que habita en el corazón de los dirigentes sindicales, la columna vertebral de un movimiento político que gravitó en el destino nacional durante setenta años?
Antes de restablecerse la democracia fue denunciado el pacto militar-sindical. Pero Alfonsín les tuvo más consideración a los sindicalistas que a las cúpulas militares y evitó juzgar sus enriquecimientos y maniobras. Esa generosidad no contribuyó a mejorar las relaciones sociales ni a consolidar la democracia, sino a tornar más agresiva la extorsión gremial. Catorce paros generales (políticos) e innumerables huelgas por diversas razones desquiciaron al gobierno, destruyeron el exitoso plan Austral y quebraron al país.
Como por arte de magia, durante la gestión peronista de Menem cesaron las huelgas. Ahora que critican duro los años 90, no explican por qué fueron tan dichosos con Menem, su farándula, su variopinta dirigencia y sus políticas.
La sensibilidad social de los jefes gremiales llama la atención, verdaderamente. Por ejemplo, no parece importarles los desocupados ni los excluidos. Tampoco les importa que falten estímulos a la productividad, que no se abran nuevas fuentes de trabajo, que no mejoren la salud, la seguridad y la educación, porque todo ello sólo se consigue con inversiones que exigen paz social y seguridad jurídica, campos que no cesan de sabotear. Sólo les interesa mantener el apoyo de su tropa enceguecida y acuartelada tras leyes in-movilizadoras que inducen a la desaceleración económica y la ilusión de que los trabajadores están protegidos. Pero quienes están protegidos son los dirigentes, que negocian por sus intereses con los gobiernos de turno exigiendo favores y privilegios que no atienden a las necesidades reales de la nación.
Te voy a contar algo muy turbio. Fíjate bien.
El Banco Mundial giró 285 millones de dólares a los principales dirigentes sindicales para el saneamiento de sus obras sociales, que recaudan cataratas de dólares. No obstante, presiones de todo tipo lograron un artilugio procesal para que prescribiese el misterioso destino que esos fondos. ¿Un escándalo más? Sí, pero con resonancias alarmantes. ¿Qué había pasado? Un fiscal y un juez habían descubierto significativos indicios para indagar a dos centenas de gremialistas. Gruesas sumas habían sido desviadas hacia otras aplicaciones, en muchos casos hacia un caricaturesco enriquecimiento personal mediante consultoras y empresas fantasma. Además, varias personas cargaban sospechas en el Ministerio de Salud por malversar subsidios mediante expedientes fraguados.
¡Pero estamos en la Argentina inmoral! Los jueces de la sala 3 de la Cámara de Casación modificaron la carátula de "peculado" por la de "defraudación". Ingenioso. ¿Sólo un juego de palabras? Sí, pero con ese juego la jurisprudencia determina que el dolo está prescrito. ¡Prescrito! Qué juego tan inocente, ¿no? Una perla de la viveza criolla. Me pregunto perplejo: ¿qué habría impulsado a los miembros de la Cámara a realizar tamaño brinco para premiar ladrones manifiestos? ¿Qué amenazas les soplaron en la nuca? Ahora el caso depende de la Corte Suprema, que podría aceptar la apelación elevada por el fiscal de Casación Penal. ¿Podemos confiar en la Corte? Estemos atentos, no pasemos el asunto tan rápido al cajón de los olvidos.
El jefe de la CGT es el jefe del poderoso gremio de los camioneros, que exige dominar toda rueda que gire por la calle, aunque sea un sulky o una carretilla. Lo viene consiguiendo por las buenas o por las malas. A finales de noviembre de 2008, su hijo bloqueó la distribución de los diarios
Clarín
y
La Nación
, pese a que semejante medida era un ataque a la libertad de prensa. Fue un hecho sin precedentes que profundizaba nuestra anomia. Tan irritante era la agresión que tuvo que producirse un telefonazo de la Casa Rosada para que levantaran el sitio. Los matones se despidieron con anuncios de proseguir la lucha.
“¿De qué lucha hablan?”
, preguntó doña Rosa. Tenía razón. ¿Qué tipo de lucha está aliada con el silenciamiento de la prensa independiente y el descrédito de hombres limpios como el del dibujante Hermenegildo Sábat, a quien Hugo Moyano calificó de delincuente? El gobierno se limitó a "lamentar" lo ocurrido, sin tener en cuenta el artículo 161 del Código Penal, que respecto al delito contra la libertad de prensa ordena claramente: "Sufrirá prisión de uno a seis meses el que impidiere o estorbare la libre circulación de un libro o periódico". ¿Nos imaginamos que alguien, en nuestro país reducido a la indignidad, se atreviera a cachetear con semejante artículo a Pablo Moyano, hijo del secretario general de la CGT? Tampoco ningún líder obrero mostró la nobleza de repudiar el atropello. El silencio otorga, dice la sabiduría popular.