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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (58 page)

BOOK: Paciente cero
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—¿Consiguió… atraparlo? —preguntó una voz, y entonces me di la vuelta y vi a Ollie Brown mirándome con un ojo medio abierto.

Caminé como pude hacia él y me tiré a su lado. Estaba muy mal. Miré a Top y le hice un gesto de negación. Top hizo un gesto de dolor y dejó caer la cabeza.

—Eh, tío —dije poniéndole la mano en el hombro a Ollie—. Ahora tienes que aguantar.

—Ese cabrón me cogió por sorpresa. O’Brien… ese hijo de puta era el… —empezó a decir y luego tosió una flema sangrienta en el suelo—. Debería… habérmelo imaginado. Yo… siento haberte defraudado.

Casi no tenía voz. Le cogí la mano y la sostuve igual que hice con la de Roger Jefferson e, igual que Jefferson, Ollie me la agarró con fuerza, como si así pudiese aferrarse a la vida.

—Nos engañó a todos. No fue culpa tuya. Si alguien tiene la culpa —dije—, ese soy yo.

Él sacudió la cabeza.

—¿Era… Skip? ¿Él era el topo?

—Sí.

—¿También ha acabado con él?

—Lo hizo Top.

—Él tenía aquella cara de niño. —Sonrió levemente—. Supongo… supongo que era más fácil pensar que era yo.

—Siento haber dudado de ti en algún momento, Ollie.

Volvió a toser.

—Así es la vida, capitán. —Intentó girar la cabeza—. Ya no oigo… disparos. ¿Se ha acabado?

Escuché un momento y tenía razón. De la Cámara de la Campana no llegaba más que silencio. Me giré para mirar a Ollie con la esperanza de darle algún consuelo, pero ya era demasiado tarde. Tenía los ojos abiertos, pero estaba mirando un mundo totalmente diferente.

Bajé la cabeza y le agarré la mano.

Detrás de mí, por el pasillo, escuché sonidos nuevos. Pasos corriendo. Voces. Me costó mucho levantar la cabeza y mirar cuando varias figuras entraron corriendo en la sala. Bunny fue el primero. Tenía la cara totalmente roja y estaba agarrando la pistola con las dos manos. Gus Dietrich estaba justo detrás de él. Y entonces la vi a ella.

Grace. Viva. Todos estaban vivos.

—¡Joe! —gritó, y corrió hacia mí. Yo la agarré y la traje al suelo conmigo.

—Lo hemos parado, jefe —dijo Bunny, que estaba inclinado sobre Top con cara de preocupación.

Grace me envolvió con sus brazos mientras yo seguía agarrando la mano de Ollie, un hombre del que desconfié y me equivoqué. Entonces me eché a llorar por todos nosotros.

125

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 12.28 p. m.

Los primeros en entrar en el Centro de la Campana de la Libertad fueron un grupo de agentes del Servicio Secreto. Llevaban trajes para materiales peligrosos y recorrieron el edificio hasta que encontraron a la primera dama. Cuando lo hicieron, se la llevaron por una puerta trasera. Vinieron a buscarnos los servicios médicos. Bunny estaba en la puerta de la oficina en la que Ollie y los demás yacían muertos. Los médicos estaban atendiendo a Top Sims, colocándole compresas sobre más de una docena de cortes y cuchilladas antes de subirlo a una camilla. Bunny revoloteaba a su alrededor como una gallina en busca de sus polluelos, mirándolos mal cada vez que pensaba que estaban siendo demasiado duros. Los siguió hasta fuera dándoles una retahíla de sugerencias sobre cómo hacer su trabajo. Ellos probablemente se alegraban de que los trajes protectores les ocultasen la cara.

Luego me enteré de que Skip Tyler tenía dieciséis huesos rotos y una ruptura hepática, aparte de todos los lápices que Top le había clavado en el riñón. Debió de ser una pelea de aúpa, pero la verdad es que no lamentaba habérmela perdido. Ya había tenido suficiente violencia de momento. Quizá para el resto de mi vida. Hasta el guerrero que acechaba desde el fondo de mi alma estaba saturado por ahora.

A Ollie Brown y al agente del Servicio Secreto muerto los metieron en bolsas de goma negras para cadáveres. A Skip y a El Mujahid los dejaron donde estaban. Primero tenían que venir los equipos forenses a sacar fotos. Por mí se podían pudrir allí. Los técnicos médicos se detuvieron y contemplaron las dos partes en las que había quedado El Mujahid. Me miraron raro y no se acercaron demasiado. Grace se sentó a mi lado y me puso la mano en el hombro mientras el enfermero me ponía vendas y bolsas de hielo. Cuando hubo acabado, pregunté:

—¿Cómo ha sido?

Llevaba mucho tiempo respondiendo lo mismo y lo único que dijo fue «Malo».

Le agarré la mano. Tenía los dedos fríos como el hielo.

—¿Y Rudy? —pregunté, asustado por la respuesta.

Ella asintió con la cabeza.

—Sano y salvo.

Cuando pensé que podía caminar volví a la Cámara de la Campana. Brierly nos vio y se acercó a nosotros.

—Dígame que usted y su hombre han salvado a la primera dama.

—Mis hombres —corregí—. Sargento primero Bradley Sims y teniente Ollie Brown. Ambos participaron y Ollie murió en combate. —Hice una pausa—. Quería que supiese que Ollie murió sirviendo a su país.

Brierly asintió.

—Gracias, capitán. Era un buen hombre.

Nos dimos la mano y él se llevó a Grace para establecer una conferencia telefónica con Church.

—Volveré —dijo.

—Todavía te debo una copa.

—Sí —dijo ella soltándome una leve sonrisa triste—, más te vale.

Ya no había multitudes. Las víctimas yacían en filas y hombres con trajes blancos de plástico las tapaban con sábanas y buscaban identificaciones. Alguien había cubierto las ventanas con lonas de Tyvek azules, pero la gente había desaparecido. El Independence Hall había sido evacuado y toda la ciudad estaba bajo ley marcial. La Guardia Nacional ocupó el centro de la ciudad y docenas de helicópteros llenos de agentes, científicos, personal médico y muchas otras personas aterrizaban en la ciudad.

Rudy estaba sentado en el borde del podio. Se había sacado la chaqueta, se había remangado y tenía la corbata deshecha y colgada del cuello. Levantó los ojos y me miró. Hizo ademán de darme la mano, pero ambos las teníamos manchadas de sangre. Él retiró la suya y suspiró.

—¡Dios mío,* vaquero!

—Sí.

—Bunny me dijo que al final había sido Skip, no Ollie. Nos equivocamos.

—Todos nos equivocamos. Incluso Church pensaba que podía ser Ollie. Ollie era el que mejor encajaba. Esos cabrones probablemente eligieron a Skip por su cara de inocente y por su corazón negro y codicioso. Nos engañaron y casi nos cuesta la vida a todos.

Me senté junto a él y, durante un buen rato, ninguno dijo nada. Él tenía la mirada fija en un punto al otro lado de la sala. Seguí sus ojos y vi a un hombre con una camiseta hawaiana tirado en el suelo. Alguien le había clavado el extremo roto de un asta de madera en el ojo.

—No sabía que podía llegar a ser así —dijo por fin Rudy—. A ver, he aconsejado a cientos de polis, pero… —Y sacudió la cabeza.

Lo entendí y sentí el tono de profunda tristeza en su voz. Pero ¿qué podía decir? Todos habíamos tenido lo nuestro. Y sabía que me quedaban por delante largas noches de verano en su jardín de atrás de su casa observando las estrellas y bebiendo cervezas mientras hablábamos. Pero ese no era el momento y ambos lo sabíamos. Al otro lado de la sala había algunos agentes del Servicio Secreto de pie con aspecto de fantasmas, con la cara pálida y ojos de angustia que intentaban no mirar los cuerpos cubiertos con las sábanas.

—Debió de ser terrible para ellos —dijo Rudy.

—Y para ti también, tío.

Él sacudió la cabeza.

—Yo prácticamente miré… no estoy seguro de que pudiese hacer lo que hicieron ellos. Tuvieron que dispararles a congresistas, a civiles…

—¿Les culpas por disparar a esas personas?

—Dios, no. Son héroes. Todos y cada uno ellos.

Yo asentí y dije:

—Ellos no lo creen.

—No —dijo él.

—Están marcados —dije—. Esto es de lo que tú hablabas. Sus rostros, sus miradas. Eso nunca va a desaparecer. La violencia siempre deja marca. Eso me lo enseñaste tú.

Rudy suspiró.

—Les pedimos mucho a las personas que nos protegen. Bomberos, polis, soldados… Ellos se alistan para hacer algo bueno, para cambiar las cosas, pero a veces pedimos demasiado.

—Son guerreros —dije con un tono suave—. Algunos serán más fuertes después de lo de hoy. Para alguna gente la batalla es una experiencia clarificadora. Obliga a despertarse a todos los sentidos y te hace estar totalmente consciente, completamente vivo.

—Y algunos se acabarán rompiendo por lo que ha pasado hoy —dijo en voz baja—. No todo el mundo tiene alma de guerrero. Eso me lo enseñaste tú a mí, Joe. Hay poca gente que tenga tanto coraje, tanta tolerancia a la violencia, aun cuando se trata de una causa justa. Para algunas de estas personas esto puede ser un punto límite. Lo que ha ocurrido hoy puede que mate a algunos de esos jóvenes. No ahora mismo, quizá no dentro de veinte años, pero quizás algunos nunca consigan sacarse de la cabeza lo que tuvieron que hacer hoy, lo que se vieron obligados a hacer. Todos sabrán que era lógico, que tenía que ocurrir así, que no tenían elección, y durante un tiempo eso los mantendrá tranquilos… pero algunos no conseguirán sobrevivir a esto. Al final, no.

Quería discutir con él, pero sabía que tenía razón. Ser un héroe no significa que esa persona se sienta cómoda siendo también un asesino.

—Te van a necesitar, Rudy.

—No puedo ayudarles a todos.

—Tampoco ellos pudieron salvar a todos los presentes —dije. Rudy cerró los ojos durante un rato, luego se levantó y me miró.

—¿Y qué pasa contigo, vaquero? ¿Has alcanzado tu límite?

Al ver que no contestaba, suspiró y asintió. Me dio una palmadita en el hombro y se giró para acercarse al grupo de agentes. Lo observé marcharse, vi el proceso de cambio que tiene lugar cuando deja de ser mi amigo Rudy y se convierte en el doctor Sanchez. Siempre parece más grande, más alto. Una roca para aquellos que necesitan agarrarse a algún sitio. Pero yo sabía la verdad: él también estaba marcado y, al igual que el resto de nosotros, llevaría esto consigo para siempre.

Y, ¿qué pasa conmigo?, me pregunté. Ya sentía que la conmoción iba menguando en mi interior. A medida que la adrenalina abandonaba mi torrente sanguíneo, mi profunda pena y mi terror se hacían cada vez menores. En las parcelas de lo más profundo de mi mente, el guerrero ya estaba empezando a afilar de nuevo su cuchillo. Lo sabía, lo sentía.

Miré a los agentes y todos me parecieron muy jóvenes y profundamente heridos. Solo uno de ellos me miró y me sostuvo la mirada. Tendría veintimuchos, no era mucho más joven que yo, pero sus ojos mostraban más edad que su cara. Su expresión reflejaba menos conmoción que la de los demás. Nos miramos e intercambiamos un leve gesto que nadie más vio, o si lo vieron no consiguieron comprenderlo. El agente joven se giró y escuchó a Rudy, pero estaba seguro de que ya estaba asimilando la experiencia en su cabeza. Como yo. Como hacen los guerreros. Él y yo no teníamos que estar marcados por nuestras experiencias. Ambos habíamos nacido con esa marca.

Epílogo
1

En total murieron noventa y una personas en el Centro de la Campana de la Libertad. Entre ellos había catorce miembros del Congreso. Se culpó a los terroristas, por supuesto, pero en la versión oficial de la historia no había ninguna plaga apocalíptica, sino un gas nervioso que causaba un comportamiento violento. El montaje informativo que se emitió en directo fue una pesadilla para el departamento de Relaciones Públicas pero, aunque hubo testigos presenciales que vieron a agentes del Servicio Secreto disparando a civiles no armados, el presidente fue capaz de sacar a un par de docenas de científicos de primera línea que hablaron y hablaron sobre los efectos psicóticos del gas nervioso. Ninguno de los presentes en la pelea del centro fue responsabilizado por sus acciones. Toda la culpa recayó en El Mujahid y en su red terrorista y eso sirvió de mucho para canalizar la gran indignación nacional. Aun muerto se convirtió en una figura más odiada si cabe que Osama Bin Laden. El mérito por atraparlo se lo llevó el Servicio Secreto. Finalmente se entregaron algunas medallas, aunque dejaron al margen al DCM. Se estableció como día nacional de luto el último día de julio.

No se volvió a intentar crear una nueva versión de la Campana de la Libertad. Cuando los agentes del DCM investigaron el apartamento de Andrea Lester encontraron correspondencia y otras pruebas que la vinculaban con Ahmed Mahoud, un terrorista operativo cuyo cuerpo fue recuperado en el Centro de la Campana de la Libertad; era uno de los infectados y Rudy había acabado con él con el asta rota de la bandera de Estados Unidos. Si aquello hubiese llegado a oídos de la prensa se habría convertido en un momento icónico, pero nunca lo mencionaron.

Más tarde identificaron a Mahoud como el cuñado de El Mujahid y la investigación estableció claramente que Lester y Mahoud eran amantes. Ella se había convertido en secreto al islam hacía más de tres años, mucho antes de que fuese contratada para forjar la Campana de la Libertad y Church especulaba con el hecho de que su conexión con el proyecto de la reinauguración podría haber sido lo que inspiró todo el plan terrorista. Parecía plausible, pero nunca lo sabríamos con seguridad.

El director Brierly inició una búsqueda para encontrar a Robert Howell Lee. Lo encontraron en la habitación de su casa. Después de hablar conmigo por teléfono en el Centro de la Campana de la Libertad subió al coche, se fue a casa y cogió los somníferos de su mujer del botiquín. Escribió una nota de suicidio en la que pedía perdón y se tragó todo el frasco. La gente de Brierly llegó unos diez minutos después. Los médicos le hicieron un lavado de estómago y el señor Church preparó los músculos y se aseguró de que la ambulancia fuese a un lugar seguro. Church no se separó de él y cuando Lee se despertó de los efectos de los somníferos, lo primero que vio fue a Church sentado junto a su cama. Habría sido mejor que las pastillas hubiesen funcionado más rápido. Más tarde admitió conocer la cepa más mortífera de la plaga de El Mujahid, pero estaba claro que no había hecho nada para advertir a las autoridades. Dijo que le ordenó a Skip Tyler que evitase que El Mujahid escapase, pero ni siquiera aquello encajaba en los hechos. Lee era un traidor, un cobarde y un maldito estúpido.

Grace y yo encontramos a Church sentado solo en una antesala vacía en la oficina de campo del FBI en Filadelfia, comiendo en silencio barquillos de vainilla.

—¿Le ha dicho algo? —le pregunté, pero tardaba mucho en responder.

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