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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (55 page)

BOOK: Paciente cero
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—¡Son mías!

—¡Dios mío!* —dijo Rudy casi sin aliento, y la idea de un caminante capaz de pensar y de actuar deliberadamente le encogió el corazón. Pero los gimoteos de las niñas que tenía detrás de él le dieron fuerzas y mantuvo su posición.

Ahmed, el hermano de Amirah, amante de Andrea Lester y agente principal de El Mujahid en Estados Unidos, le lanzó una mirada lasciva a Rudy y a las niñas. Se sentía genial, inmensamente poderoso y más vivo que nunca. El patógeno de la generación doce le ardía en las venas como el fuego y cuando se había despertado hacía un momento, se sintió abrumado por la claridad de enfoque que le confirió. A pesar de haberse pasado toda la vida dedicado a las enseñanzas del Profeta, hasta ahora no lo había comprendido del todo. La voluntad de Alá era una luz al rojo vivo en su cerebro.

Consumido por su propósito y rebosante de poder inmortal, se apresuró a cumplir la voluntad de Dios. Al ver venir hacia él el asta, la agarró con una mano y con la otra sujetó a Rudy Sanchez por el cuello.

118

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 12.14 p. m.

Levanté la pistola y puse la mira láser sobre Ollie Brown, que tenía una Glock en la mano, aunque el cañón apuntaba al suelo.

—Hijo de puta —dije mientras colocaba el dedo dentro del guardamontes, pero antes de que pudiese apretar el gatillo, alguien disparó un tiro al aire. Ollie me miró con una sonrisa torcida y cuando abrió la boca le escurrió por la barbilla sangre. Ollie soltó la pistola y se tambaleó hacia delante. Entonces me di cuenta de que O’Brien le había disparado. El asesino de la CIA se derrumbó y cayó apoyándose en las rodillas y las manos, luchando por mantener la cabeza erguida. Me miró con los ojos cristalinos.

—Lo… lo siento —dijo, pero su voz era un murmullo—. Yo…

Y luego se desplomó en el suelo.

O’Brien levantó la pistola hacia mí.

—¡Tira la pistola! —grité—. ¡Ya!

—¿O qué? —preguntó, y de repente su voz sonó diferente. Ya no tenía el insulso acento estadounidense que había estado utilizando hasta entonces. Ahora parecía inglés.

»¿Qué vas a hacer? ¿Dispararme? —Y se rió—. ¿Y a mí qué?

—Di la palabra —murmuró Top a mis espaldas— y acabaremos con este montón de mierda.

—Suéltala —advertí—. Última oportunidad.

O’Brien cerró los ojos durante un momento. Estaba empapado en sudor y tenía mal color. Bajó la pistola y se tambaleó hacia un lado, pero su mano fue tan rápida como una cobra y consiguió agarrarse al marco de la puerta para no caerse.

Di un paso adelante con precaución, con la pistola preparada para disparar y la mira láser tatuada en su musculoso pecho. El agente sacudió la cabeza como si intentase aclararse las ideas y la pistola le colgaba de la mano, pero no la había soltado. En el suelo pude ver los dedos de Ollie abriéndose y cerrándose lentamente. Tenía un agujero de bala en la americana de la que seguía brotando abundante sangre. Pero no me podría haber importado menos. Si se estaba muriendo entonces lo dejaría morir. Decir que lo sentía no era suficiente para mí.

—Suelta la pistola —ordené.

Oí a Top y a Skip acercarse por detrás. O’Brien estaba rodeado y desarmado. Y aun así, el muy hijo de puta lo intentaba. Levantó la cabeza y me sonrió y me di cuenta de que había algo raro en su rostro. El sudor que le empapaba la cara parecía estar quitándole el color. Sus rizos parecían estar fundiéndose y pude ver una línea irregular debajo de su piel, como si tuviese una gran cicatriz que le cruzaba en diagonal la cara. ¿Es que llevaba… maquillaje?

O’Brien me miró y sus ojos perdían el enfoque momentáneamente. Entonces vi que los músculos alrededor de sus ojos se tensaban y de repente agitó la pistola en el aire y gritó:

—Allah akbar!

Le pegué dos tiros en el pecho.

El impacto le hizo salir disparado de espaldas por la puerta y desplomarse en medio de la oscuridad de la habitación adyacente. Cayó con fuerza y oí el crujido de los codos, del cráneo y de las rodillas al chocar contra el suelo de linóleo.

Aquel momento se alargó mientras el humo del disparo se desvanecía en el aire con un ligero tono gris.

Lo único que veía eran las suelas de sus zapatos, pero después de un leve tic, dejó de moverse. Sin embargo no me lo creí y seguí apuntándole mientras entraba en la habitación, encogido. Le busqué el pulso en el cuello.

Nada. Absolutamente nada.

Sentí que me relajaba algo y me levanté y volví a la sala principal, pero frunciendo el ceño. Las puntas de los dedos que había utilizado para tomarle el pulso estaban manchadas y las olí. Tenía razón, era maquillaje escénico.

—Buen tiro, jefe —dijo Top. Bajó el arma pero no la guardó. Se arrodilló para ver cómo estaba Ollie, pero su rostro mostraba su desagrado por el esfuerzo desperdiciado—. Está vivo. Quizá viva lo suficiente y aguante. Capullo traidor.

—¡Dios! —dijo Skip sin despegar la mirada de O’Brien—. Lo ha matado de verdad.

—Sí —dije—, ocurre a veces cuando le disparas a alguien.

—Una pena que no pueda recibir la recompensa —dijo Skip.

—¿Qué recompensa?

Me lanzó una sonrisa extraña.

—Por capturar a El Mujahid, jefe. Lo último que oí era que ofrecían una recompensa de un millón de dólares por él.

Yo fruncí el ceño, un poco descolocado.

—¿De qué demonios estás hablando?

Skip asintió al pasar por mi lado.

—O’Brien. Él es El Mujahid. ¿No se lo había imaginado?

Me di media vuelta, miré el enorme cadáver y luego volví a mirar a Skip.

—¿Cómo demonios sabes eso?

Skip levantó ambas pistolas. Encañonó con una de ellas en la sien a la primera dama y con la otra me apuntó a mí a la cara.

—Me lo dijo un pajarito —dijo, guiñando un ojo.

¡Qué hijo de puta!

119

Gault y Amirah / El búnker

Gault se giró para mirar a Amirah de frente. Su hambre y su odio eran tan fuertes que la pared metálica que había entre ambos parecía tan fina como el papel. Él miró su reloj y el corazón le dio un vuelco. El equipo de Global Security ya debería de haber llegado.

—¿Esperas a alguien, Sebastian? —ronroneó Amirah.

—No puedes ganar esta partida —le replicó—. No voy a dejar que lo destruyas todo.

El rostro de ella se oscureció.

—¿Que no me vas a dejar? ¿Y qué importa lo que tú quieras? Lo que importa es la voluntad de Alá. Es lo único que importa.

El dolor estaba empezando a dejar paso a la ira.

—¿Sabes una cosa? Empiezo a estar un poco cansado de tus discursos religiosos, querida. ¿Por qué no te disparo y así puedes ir a ver a tu Dios?

Ella ignoró la amenaza.

—Aquí hay alguien que quiere hablar contigo, Sebastian.

Él dio un paso hacia delante mientras ella se retiraba para permitirle ver mejor. Abajo los gemidos y los gritos se habían intensificado. Había sangre por todas las paredes ya que el infectado que había mutado primero ahora se había convertido en uno de esos que todavía no habían sucumbido. Lo que vio era una imagen de pesadilla, un cuadro del Bosco que había cobrado vida; pero eso no era lo que quería mostrarle Amirah. De repente apareció ante él una segunda figura.

Era Anah, una joven que Gault conocía por ser la prima de El Mujahid. Tenía la misma mirada somnolienta de loca que Amirah y la misma piel gris, pero la boca de la joven estaba manchada de sangre y tenía en las manos algo tan grotesco que Gault tuvo que ponerse la mano delante de la boca para no vomitar.

Anah traía la cabeza del capitán Zeller, el líder del equipo de rescate de Global Security.

Invadido por las arcadas, Gault metió el cañón de la pistola por la rejilla de observación y disparó un tiro tras otro a Anah, llenándole la cara y el pecho de agujeros que la hicieron tambalearse hasta la barandilla de metal y caer al vacío. Anah se precipitó sin gritar y fue a parar al medio de la masa de criaturas que luchaban allí abajo.

—¡Eres una puta pirada! —le gritó a Amirah, y luego le disparó. La primera bala le dio en el estómago. Amirah se tambaleó y su rostro se retorció en una mueca de agonía.

No…

No sentía dolor. ¡Amirah estaba riéndose! Se dio la vuelta y salió corriendo por el pasillo mientras Gault le disparaba intentando alcanzarla. Necesitaba matarla, quería verla muerta. Le dio otras tres veces hasta que se alejó tanto que ya no tenía ángulo de tiro. Sabía que le había dado, había visto que su ropa flotaba con los disparos, había visto la sangre salpicar las paredes. Pero Amirah ni siquiera se inmutó… y mientras corría pronunciaba su nombre con una risa burlona.

La corredera de la pistola de Gault se abrió, así que se separó del ventanuco, sin aliento y con la sangre zumbándole en los oídos. Con dedos temblorosos buscó en sus bolsillos otro cargador y lo puso en su sitio. El sudor le caía por la cara y por el pecho.

Tuvo un ataque de pánico, así que sacó su teléfono por satélite, pero Toys no contestaba. Nadie vendría a ayudarle. Estaba solo. El pánico rugía en su cabeza.

Amirah conocía los pasadizos secretos que Gault había construido. Si ella y El Mujahid le habían estado tomando el pelo entonces ella había tenido muchas ocasiones de acceder a su ordenador. La red de pasadizos secretos estaba allí. Y, maldita sea, también estaban los códigos de detonación que había creado para hacer volar por los aires aquel lugar. Vale, esa opción había desaparecido, al igual que la del rescate.

Tenía dos cargadores llenos, más uno en la pistola, lo que significaba un tercio de las balas que necesitaría aunque con cada tiro consiguiese matar a uno de ellos, y eso era poco probable.

—Dispara a la cabeza, maldito gilipollas —se dijo a sí mismo por haber perdido la oportunidad de matar a aquella bruja.

Bruja. La había llamado así tantas veces que ahora era una palabra que lo atormentaba. Era la etiqueta más acertada que jamás había oído. Lo que aquella mujer había hecho era propio de la magia más negra. Un auténtico pacto con el diablo. Y Gault pensó que el cornudo no era El Mujahid. Ellos eran el rey y la reina del infierno. Malditos fuesen ambos.

Se detuvo en una intersección en forma de «T» del pasillo. A su izquierda oía el siseo de algún sistema hidráulico, como si alguien (Amirah o uno de sus monstruos) hubiese abierto una entrada a su derecha. De acuerdo, pensó, eso simplifica las cosas. Y giró hacia el lado opuesto del pasillo.

Solo había una cosa más que podía hacer. Le quedaba una oportunidad para detener el plan apocalíptico de Amirah, al menos parte del que ella quería poner en práctica en Oriente Próximo. Solo esperaba que el Estadounidense hubiese podido advertir a las autoridades antes de que las cosas se descontrolasen allá. Corrió por el pasillo consciente de que tenía pocas posibilidades de éxito y que le sería prácticamente imposible salir vivo de allí. En cierto modo le divertía pensar que realmente se fuese a sacrificar para salvar el mundo.

Dios… ahora sí que pensarán que soy un santo, pensó. Casi le dio la risa mientras corría entre las sombras.

120

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 12.16 p. m.

Miré fijamente a Skip.

—¿Tú?

—Sí —dijo—. ¿Qué… pensabas que había sido ese don Héroe? —dijo señalando con la cabeza a Ollie.

—Eres un pedazo de mierda —gruñó Top, pero Skip encañonó a la primera dama con la pistola. Estaba sentada, rígida y aterrada, con los ojos clavados en mí y rogándome en silencio que hiciese algo. Pero Skip tenía las mejores cartas.

—Deje su arma en el suelo, jefe —ordenó Skip—. Con dos dedos y despacito. Ahora dele una patada. Bien. El cuchillo también. Tú también, Top. Si se os ocurre hacer algún movimiento raro le vuelo la cabeza a la primera dama.

—¿Por qué? ¿Qué ganas con todo esto?

—Bueno —dijo sonriendo—, si se está preguntando si he abrazado las enseñanzas del profeta Mahoma, pues no. Mi único credo son diez millones de dólares en una cuenta en el extranjero.

—¿Estás haciendo esto por dinero?

—¡Por supuesto que lo hago por dinero!

—Eso no tiene sentido… luchaste con nosotros hombro con hombro contra esas cosas.

—Sí y resultó ser la mejor tapadera del mundo. Y todo eso del táser fue un montaje. Mola, ¿eh? Cuando tú y los demás fuisteis a explorar la planta de cangrejo yo me metí por el pasadizo oculto. No te hagas el sorprendido. Descargaron el plano de toda la planta y me lo dieron incluso antes de que empezase todo esto. Lo planeamos mediante mensajes de texto; funcionó a la perfección, como un mecanismo de relojería. Les dije que redujesen a otro de los tíos con un táser de chorro y luego fingí mi propio secuestro. Tuve que fingir mis quemaduras con un mechero, pero todos tenemos que hacer sacrificios. El resto fueron puros adornos para confundir las cosas. Les volé los sesos a un puñado de caminantes y luego me froté los ojos con polvo para hacer que me saliesen las lágrimas y esperé a que me rescatasen. Deberían darme un puto Oscar. Esa zorra de Courtland se lo tragó todito. Y si estáis pensando en la pelea en el laboratorio, también podría haberme escapado. Había una puerta de salida detrás del último arcón de las medicinas, justo donde estaba yo. Estoy seguro de que Jerry Spencer acabará por encontrarlo, pero eso ya no importa. Si ese lameculos de Dietrich hubiese llegado diez minutos más tarde me habría escabullido en cuanto los caminantes empezasen a comerse a tus chicos.

—Eres la hostia.

—Solo hago mi trabajo. Lo más extraño es que ni siquiera tenía que ser el prota de esta historia. Se suponía que el teniente coronel Hanley tenía que liderar al equipo Eco, conmigo como refuerzo, pero entonces llegó usted con ese rollo de Jackie Chan. Bueno, mejor, más pasta para mí.

—¿Y lo de la sala 12…?

Skip se encogió de hombros.

—No podía dejar que interrogasen al técnico del laboratorio de Delaware. Eso no entraba en el plan y no estaban preparados para usted. Ni siquiera tuve oportunidad de enviar un aviso porque todo ocurrió demasiado rápido. Así que abrí la sala 12, le pegué un tiro al prisionero y dejé salir a jugar a los caminantes. Si sus chicos no hubiesen actuado tan rápido habría entrado allí y habría jugado a ser el héroe… pero salió bien.

—¿No te das cuenta de que la gente con la que estás trabajando está intentando liberar una plaga que matará…?

Skip me interrumpió con una risotada.

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