Paciente cero (27 page)

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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

BOOK: Paciente cero
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Detrás de nosotros podía oír al soldado herido llorando.

53

Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 10.29 p. m.

La puerta se abrió con un gran estruendo y entró el sargento Dietrich corriendo, todavía en calzoncillos, pero con una pistola de combate en la mano, y Grace Courtland pisándole los talones. Todo el equipo Alfa entró tras ellos y vi a Ollie y a Skip con cara de asustados y de preocupación. Ollie llevaba una toalla alrededor de la cintura y tenía el pelo lleno de champú. Skip tenía un hacha de incendios en la mano. Ambos parecían aterrorizados por lo que pudiesen encontrarse. El doctor Hu venía detrás de ellos, seguido por unas cuantas personas con batas de laboratorio con rostros asustados y ojos abiertos de par en par. Los médicos y los técnicos corrieron hacia la pared y permanecieron allí de pie, conmocionados.

—¡Retírense! —grité mientras los soldados entraban corriendo—. Todos los hostiles han sido abatidos.

Dietrich se detuvo.

—Esos idiotas bloquearon la puerta del muelle —dijo claramente enfadado por no haber podido ayudar.

Yo le hice un gesto al doctor Hu, que estaba apoyado en la pared con lágrimas en los ojos.

—Doctor, ahí dentro tenemos a un hombre herido. Vaya a ver lo que puede hacer por él.

Hu no se movió.

—¿Le han…?

—Sí. —Miré a la gente reunida en la puerta y bajé la voz—. Le han mordido.

Hu apretó el cuerpo contra la pared.

—No podemos hacer nada por él.

—Usted es médico, por el amor de Dios… necesita ayuda.

Miró aterrorizado al tráiler y sacudió la cabeza, decidido a no moverse.

Me acerqué a él, lo agarré por la camisa hawaiana y lo levanté en el aire.

—Escúchame, gilipollas, ese chico que está ahí dentro está herido y asustado, y es uno de los nuestros, no una figura de acción. Esto es real y le ocurre a gente de verdad. Quiero que hagas lo que puedas por él y que lo hagas ahora mismo o te juro por Dios que te encerraré ahí con él.

Lo solté dándole un pequeño empujón y Hu se tambaleó; luego se quedó quieto donde estaba, con las piernas dobladas como si estuviese decidiendo si echar a correr o no. Parpadeó unas cuantas veces, luego asintió y entró en el tráiler dándome la espalda para que no tuviésemos contacto visual.

Sentí que me tocaban el brazo y al girarme vi a Grace. Sus ojos buscaban algo en mi rostro y mi cuerpo.

—¿Está herido?

—No —le solté, luego me tragué la rabia y volví a intentarlo—. No, comandante, mis hombres y yo estamos bien. Pero los soldados que estaban allí y todos los técnicos de laboratorio están muertos. También lo está el prisionero que casi morimos por coger para el señor Church, así como los médicos que estaban trabajando con él. Y todos los caminantes; pero uno de sus soldados, un chico joven…, bueno, le han mordido.

—Dios —gruñó Dietrich. Sus ojos clamaban venganza.

Grace estaba consternada.

—¿Cómo ha ocurrido esto? No… —Entonces se calló, consciente de la gente que nos rodeaba, y me lanzó una mirada muy expresiva.

Ahora mismo tenía que haber una centena de personas en el muelle, algunos con ropa militar, otros con ropa de civil, todos aterrorizados y confusos. Vimos a Church acercándose a nosotros entre la multitud, con Rudy a su lado también asustado y descolocado, así que fui hacia a ellos y me enfrenté a Church.

—¡Su seguridad es una mierda!

Me miró durante un buen rato y, por primera vez, vi auténticos sentimientos bajo la superficie de su calma profesional. Era una ira fría. Sus labios se retiraron hacia atrás durante un momento y luego vi cómo volvía a controlarse.

—Lo primero es lo primero —dijo, con una voz casi completamente tranquila. Sacó el móvil y marcó un número—. Soy Church. Código de seguridad Diácono Uno. Clausura total.

Al momento empezaron a sonar otra serie de alarmas diferentes y las luces giratorias que había en las paredes comenzaron a brillar. Colgó y marcó un segundo número.

—Bloquee la oficina de vigilancia. Bien, ahora quiero todos los registros de seguridad y los vídeos de las últimas doce horas en mi portátil de inmediato. Lo mismo para las cámaras de seguridad en un radio de veinte manzanas y en todas las direcciones. Permanezcan en clausura hasta que les vuelva a llamar personalmente. Y dígale al coronel Hastings que quiero dos aviones armados con ametralladoras en el aire ahora mismo para monitorizar el terreno.

Se giró hacia Dietrich.

—Gus, despeje esta sala. Coja a seis hombres de su confianza y encierre manualmente a todo el mundo en sus habitaciones. Nada de aparatos electrónicos. Hágalo de inmediato.

Dietrich se dio la vuelta y le gritó a la multitud, desgañitándose la garganta. La multitud de agentes, soldados, científicos y personal de apoyo desapareció a través de las puertas. Ollie y Skip también se retiraron, mirando a los cuerpos, a mí y a Church. Bunny y Top se quedaron donde estaban.

—¿Estás bien, vaquero? —Rudy tenía los ojos bailones de la conmoción.

—Pregúntame más tarde.

Grace me volvió a mirar a los ojos. Podía sentir que había algo entre nosotros, una especie de telepatía subliminal, pero no era capaz de interpretarla. No entonces, no en ese momento. Hice un esfuerzo por romper el contacto visual y me acerqué a mis chicos.

—Top, reúne al equipo en algún lugar y envíame un SMS para decirme dónde. —Le di mi número.

—Esto no huele bien, capitán —murmuró Top.

—No, para nada. Esa puerta no está forzada. Alguien dejó salir a esas cosas y eso significa que alguien acaba de asesinar a cuatro soldados y a todos esos médicos. Imagino que Church va a iniciar una caza de brujas. A mí me parece bien, pero yo voy a iniciar la mía propia. ¿Está conmigo?

Top enseñó los dientes.

—No me alisté para que me diesen por culo.

—Por supuesto que sí —dijo Bunny. Tenía los músculos de la mandíbula activos y flexionados—. ¿Qué quiere que hagamos?

—Por ahora rodead los vagones y quedaos quietos. Mantened los ojos abiertos y la boca cerrada. Si os enteráis de algo, por muy pequeño que sea, quiero que se me informe incluso antes de respirar. ¿Queda claro?

—Señor —dijeron ambos con voz seca. Sus rostros tenían que ser un reflejo del mío: terror, furia y algo más, una luz peligrosa y predadora que no proyectan los ojos de la gente buena. No podría explicarlo mejor de lo que pude interpretar lo que Grace había intentado transmitirme, pero había entendido el sentido y lo sentía ardiéndome en mis propios ojos.

Di medio paso hacia ellos y juntamos las cabezas.

—Chicos, convendría que consiguieseis algo de café solo y se bebiesen un par de tazas.

—Por Dios, jefe —dijo Bunny—. Estoy tan acelerado que nunca conseguiré dormir tal y como están las cosas… —Su tono de voz fue descendiendo a medida que se iba dando cuenta de lo que quería decir.

—Me aseguraré de que todo el mundo esté despierto, capitán —murmuró Top—. No dormirá nadie.

—De acuerdo —dije.

Top le dio un pequeño empujón a Bunny en el hombro y se marcharon lanzando miradas de enfado por la sala como si lo que acababa de ocurrir fuese algo personal. Los vi marcharse y estudié su lenguaje corporal. Alguna vez me había equivocado al juzgar a la gente, pero no muy a menudo, y me costaba creer que hubiesen entrado en el muelle sin armas si alguno de ellos hubiese burlado la seguridad y hubiese abierto la sala 12. Aun así tenía que mantener los ojos bien abiertos en todo momento, noche y día. En ese momento no confiaba en nadie del DCM, excepto en Rudy, y él ni siquiera sabía cómo piratear un sistema de seguridad, y mucho menos uno tan sofisticado como este.

Me reuní con Church y con Grace y dije:

—Señor Church, hasta ahora no me entusiasma su organización ultrasecreta.

Dietrich se acercó.

—La sala está despejada, señor. El edificio está totalmente cerrado. Las compuertas están selladas y he desplegado a todas las fuerzas de seguridad por parejas. Nadie perderá de vista a su compañero. Estamos cerrando a la gente en sus habitaciones. —Hizo una pausa durante un momento, mirando al laboratorio con preocupación—. Señor, comprobé este equipo de guardia personalmente hace treinta minutos. Conozco a esos chicos. —Dietrich hizo una pausa y luego, con tristeza en la voz, corrigió el comentario—. Los conocía a todos bastante bien.

—Alguien abrió esa puerta —dije señalándola—. ¿Ve alguna señal de que hayan forzado la entrada?

Church dijo:

—No tomemos decisiones en ausencia de información. Me están enviando los registros de vídeo a mi portátil. Nos reuniremos en la sala de conferencias y les echaremos un vistazo. Hasta entonces que nadie hable con nadie.

Los demás se dirigieron a la puerta, pero yo me quedé con Church.

—Por fin el DCM tiene a un prisionero para interrogar y pasa esto. Una coincidencia extraña, ¿no cree?

—Sí, muy extraña.

Se fue y yo lo seguí.

54

Amirah / El búnker / Martes, 30 de junio

Abdul, el teniente del Guerrero, era un hombre muy serio, sin humor alguno y con la cara llena de marcas que le hacían parecer un superviviente de la viruela. Se había unido a El Mujahid durante una serie de ataques financiados por los ayatolás muyahidines y juntos habían volado por los aires tres comisarías en Irak, habían asesinado a dos miembros del nuevo Gobierno y habían puesto bombas que habían matado o mutilado a más de una docena de soldados británicos y estadounidenses. Todo ello en los días posteriores a la liberación de Bagdad. Desde entonces habían dejado un reguero de sangre por cinco países y el precio de la cabeza de Abdul era casi tan alto como el que ofrecían por la de El Mujahid.

Ahora que El Mujahid estaba fuera del país, Abdul era el que tenía que asegurarse de que nadie notase la ausencia del Guerrero. Hizo una serie de pequeños ataques, incluidos dos más en pueblos remotos utilizando la nueva y feroz generación siete del patógeno Seif al Din, y en todos ellos dejó una cinta de vídeo o un CD-ROM en los que había mensajes que El Mujahid había grabado previamente. El Guerrero mencionaba cosas específicas de los ataques y Abdul tenía que prepararlos de manera que encajasen con todas las referencias que había en los mensajes.

En la mañana siguiente al rescate de El Mujahid por parte de las tropas británicas, Abdul volvió un momento al búnker para hablar con Amirah tras asegurarse de que Sebastian Gault se había marchado. Ahora estaban sentados en su estudio, él en una confortable silla de cuero y ella en el borde de un sillón de dos plazas. La otra parte del sillón estaba llena de montones de resultados de pruebas médicas y de informes de autopsias.

Abdul bebió de una botella de agua mineral e hizo un gesto con la cabeza señalando los informes.

—¿Es información sobre la nueva cepa?

—Los resultados de las pruebas, sí —dijo ella, asintiendo. Parecía muy cansada y tenía los ojos rojos.

—¿Él ha dicho algo más? —Abdul nunca mencionaba el nombre de Gault. Odiaba a ese hombre y pensaba que hasta decir su nombre en alto era una afrenta contra Dios, sin mencionar a El Mujahid. Gault y aquel escorpión de ayudante al que le gustaban los hombres, Toys. Cuando pensaba en lo que Amirah había hecho y estaba dispuesta a hacer con Gault, a Abdul le costaba no adoptar un aire despectivo al enfrentarse a esta mujer. A esta zorra. ¿Cómo podía acostarse con aquel hombre? Aunque favoreciese a la causa y se lo hubiese ordenado El Mujahid, era algo tan… asqueroso. Le apetecía escupir en la alfombra que ella pisaba.

Si Amirah estaba al corriente de su desprecio, lo ocultaba muy bien. Cogió una carpeta y la levantó en el aire.

—Esto es un esquema detallado del detonador que Sebastian le proporcionó a mi marido. Está esperando a El Mujahid en la caja de seguridad de un hotel.

Ella sonrió, se puso de pie y se acercó a él; Abdul tuvo mucho cuidado de no tocarle la mano al coger las carpetas.

Cuando acabó de leer levantó la vista alarmado.

—No estoy seguro de entender esto. El dispositivo tiene una bomba. Está configurado para liberar una plaga según un reloj preajustado en lugar de un disparador activo.

—Sí.

—¿De dónde lo has sacado? ¿Cómo lo has conseguido? Debe pertenecer a… —Levantó una mano, negándose a decir el nombre de Gault.

—Lo descargué de su portátil —dijo—. Más bien hice que lo descargasen mientras no tenía encima el portátil.

—Nunca se separa de él —dijo Abdul.

Amirah sonrió.

—En ese momento estaba distraído —dijo, y dejó el comentario en el aire. Abdul miró hacia otro lado porque no quería que aquella zorra viese que se sonrojaba. Cuando volvió a mirarla vio que estaba sonriendo. ¡Bruja!, pensó.

—¿Y estás segura de que no sabe que alguien ha descargado este material?

—No lo sabe, como tampoco sabe que he desactivado el programa que le permitiría volar este búnker. Mis expertos informáticos son tan buenos como los mejores del mundo. Después de todo, Sebastian pagó por tener lo mejor.

Abdul estuvo a punto de sonreír ante aquella ironía. Soltó un medio gruñido de risa, aunque estaba realmente impresionado. Pero también estaba un poco preocupado.

—¿El Guerrero sabe todo esto?

Amirah se rió.

—De entre todo el mundo, tú deberías confiar más en El Mujahid. Le envié los esquemas que le permitirán volver a activar el detonador para que funcione como se supone que tiene que funcionar. —Hizo una pausa y, con una expresión desdeñosa, añadió—: Tal y como Gault prometió que funcionaría. —La expresión de desdén se convirtió en una sonrisilla—. Y he hecho mi pequeña contribución para nuestra causa.

Cuando le contó lo que era, Abdul sintió que algo del desprecio que sentía por aquella mujer desaparecía. Cuando lo acompañó a la puerta estaba casi sonriendo.

55

Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 11.01 p. m.

Después de la limpieza nos reunimos en la sala de conferencias Church, Grace, Hu, Dietrich, Rudy y yo. Aquella noche no iba a dormir nadie, así que todos tomamos café bien cargado, pero a pesar de todo lo que había pasado había un plato nuevo de galletas sobre la mesa: barquillos de vainilla, Oreos y algo que parecían galletas para perros.

Grace dijo:

—Antes de que nos volvamos totalmente paranoicos, ¿estamos seguros de que se ha vulnerado la seguridad y que no es un error de protocolo? Si la puerta no fue forzada puede que alguien del equipo científico se la dejase abierta sin darse cuenta.

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