Di un paso hacia el grupo de Top, pero los niños que se escondían detrás de él se encogieron y se echaron hacia atrás, aterrorizados ante mi presencia. Me habían visto dispararles al menos a otros dos niños. Eran demasiado jóvenes para entender lo de la infección. No podían saber que yo no era un monstruo. Top abrazó a unos cuantos, intentando calmarlos, murmurándoles palabras en voz baja mientras Bunny se acercaba, incómodo y desesperado. Yo me quedé donde estaba.
Oímos un ruido y, al levantar la vista, vi al equipo Alfa entrando en la sala blandiendo sus armas. La comandante Courtland estaba al frente con la pistola en la mano, con Gus Dietrich a su lado. Se detuvieron en seco al ver aquella carnicería.
—¡Por todos los diablos…! —dijo Courtland, y no podría haber elegido mejor sus palabras.
Dietrich miraba con la boca abierta y los agentes del equipo Alfa observaron las montañas de cadáveres, los grupos de niños llorando y luego a los miembros del equipo Eco, cubiertos de sangre.
Courtland fue la primera en recuperarse. Pulsó un botón de su radio.
—Alfa uno a base. Necesitamos equipos médicos completos inmediatamente. Tenemos varias víctimas civiles que necesitan atención médica inmediata y tienen que ser evacuadas. —Hizo una pausa mientras contaba los cuerpos—. Los civiles son todos niños. Repito, los civiles son niños. Envíen todas las unidades médicas disponibles.
Me separé de la mesa y me acerqué a ella; el humo hacía que me picasen los ojos.
Ella abrió la boca para decir algo, pero se contuvo, hizo una pausa y finalmente dijo:
—¿Está bien, capitán?
Estuve a punto de arrancarle la cabeza. Vaya pregunta tan estúpida y ridícula, pero me contuve. ¿Qué otra cosa podía decirme?
—Sobreviviré —dije—. Dígale a su gente… que no hay infectados entre los niños. Todas las víctimas mordidas… —No pude terminar la frase.
Ella tragó saliva, transmitió la información y luego apagó el micro.
—¿Y sus hombres?
—No hay bajas.
Courtland asintió y por un momento nuestras miradas se cruzaron. Eran miradas de soldado a soldado, o de guerrero a guerrero. La horrible verdad era que iba a haber víctimas entre mis hombres. Este acontecimiento dejaría cicatrices en todos ellos.
Miró a su alrededor cuando la primera oleada de médicos entró en la sala. Los niños se encogieron y lloraron. Algunos de ellos corrieron hacia los hombres y mujeres con uniformes y los médicos los acogieron en sus brazos, algunos de ellos llorando mientras los abrazaban. Otros niños se echaron atrás; habían perdido todas sus esperanzas en los adultos. Unos pocos se quedaron sentados en silencio, silencio que hablaba del daño que habían sufrido en lo más profundo de sus almas.
—¿Esto fue igual que lo de St. Michael? —pregunté.
Ella negó con la cabeza.
—No. Allí murieron todos. Mi equipo estuvo fuera todo el tiempo.
Yo asentí.
—Esta mañana no era más que un poli —dije.
—Lo sé.
Había más cosas que decir, pero no era necesario decirlas en voz alta. Ambos lo entendimos.
—¡Hay uno vivo! —gritó Dietrich, y todos nos giramos para ver a un técnico de laboratorio herido que se arrastraba intentando salir de debajo del cuerpo de un caminante muerto. En su estado de dolor casi mecánico, se agarró a la persona más cercana en un ruego silencioso de ayuda. Ollie Brown estaba sobre él, con una expresión de desprecio en su rostro. Cogió la pistola y le quitó el seguro.
—¡Atrás! —grité mientras me dirigía hacia él, pero Brown ya estaba apuntando al técnico con su arma. De repente, Gus Dietrich se adelantó, le agarró la muñeca a Ollie y la levantó con fuerza. El estallido de la pistola fue atronador, incluso para mis oídos malheridos, pero la bala se enterró en las vigas de madera del techo nueve metros sobre nuestras cabezas.
Me puse delante de Ollie.
—Retírese inmediatamente, teniente.
Su rostro reflejaba furia, pero después de un buen rato la tensión abandonó sus extremidades. Top Sims se colocó entre él y el técnico de laboratorio, con la mano en la funda de la pistola.
—Déjelo, sargento —dije, y Dietrich soltó con mucho cuidado la muñeca de Ollie y dio un pequeño paso lateral, sin quitarle los ojos de encima—. Ponle el seguro al arma —le dije luego a Ollie.
Los ojos de Ollie se clavaron en los míos y luego buscaron al técnico y por un momento pensé que iba a intentar dispararle, pero bajó la pistola, le puso el seguro y la metió en la cartuchera. Los médicos corrieron de inmediato a atender al hombre herido.
—¿Qué coño te pasa? —le solté—. ¿Qué parte de las órdenes de la misión decía que se les disparase a las personas desarmadas?
—No es más que un pedazo de mierda —dijo Ollie.
—Es la única persona que nos queda para interrogar.
Ollie no dijo nada, así que lo agarré por el hombro y lo aparté unos metros. No lo hice con suavidad, y cuanto intentó soltarse le clavé un dedo en un nervio. Incluso su cara de piedra mostró el dolor en esta ocasión. Dejé de ejercer presión y le solté el brazo.
—Muy bien, Ollie, arreglemos esto aquí, ahora mismo.
—No hay nada que arreglar —dijo, y luego añadió con sarcasmo—, señor.
—Un comentario de sabelotodo más y te quedas fuera de este equipo. —Él parpadeó y cerró la boca para no decir lo que estaba a punto de decir. Me acerqué a él—. Eres un guerrero sobresaliente, Ollie, y prefiero tenerte que perderte, pero si no puedes seguir órdenes no eres bueno para mí ni para nadie. Ahora te lo voy a preguntar una vez más, solo una. ¿Estás en mi equipo o no?
Ollie me sostuvo la mirada durante unos diez segundos y luego inspiró profundamente por la nariz y espiró muy despacio.
—¡Mierda! —dijo.
Yo esperé.
—Estoy dentro.
—¿Con mis reglas y a mi manera?
Él asintió y cerró los ojos durante unos segundos.
—Sí, señor —dijo, pero esta vez sin sarcasmo.
—Mírame —dije. Él abrió los ojos—. Repítelo.
—Sí, señor. Con sus reglas y a su manera.
Yo asentí y di un paso atrás.
—Entonces no volveremos a discutir.
Me di la vuelta, me marché pasando junto a Dietrich y Courtland sin hacer ningún comentario, y me uní de nuevo al equipo Eco. Después de un rato, Ollie me siguió.
Le dije a mi equipo:
—Supongo que nos interrogarán cuando volvamos a Baltimore. Necesitarán saberlo todo. —Hice una pausa—. Tengo un amigo, el doctor Rudy Sanchez. Es psiquiatra de la policía y es un buen hombre.
—¿Un loquero? —preguntó Skip.
—Sí. Está en el DCM y quiero que cada uno de vosotros, bueno, cada uno de nosotros nos tomemos unos minutos y nos sentemos un rato con él.
—¿Por qué? —preguntó Skip. Top se dirigió a él—. Dime algo, hijo. Cuando te despertaste esta mañana, ¿creías que a la hora de cenar estarías matando zombis y disparándole a niños pequeños?
Skip bajó la mirada y miró al suelo con abatimiento. Top le puso una de sus grandes manos en el hombro y le dio un apretón.
—Hazme caso, Skip. No creo que quieras irte a dormir esta noche con todo esto en la cabeza sin hablar con nadie.
Ollie permanecía donde estaba, con los ojos brillantes y los puños cerrados. Bunny dijo:
—Yo no creo que vuelva a dormir nunca más.
Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 8.51 p. m.
Un helicóptero nos llevó de vuelta al almacén de Baltimore. De camino, Grace nos dijo que nos habían preparado cuartos para todos.
—No es gran cosa —dijo por encima del zumbido del rotor—. Hemos convertido unas pequeñas oficinas en dormitorios. El señor Church ha pedido que usted y sus hombres vayan a sus cuartos y esperen allí hasta que los llamemos. No quieren que ninguno de ustedes hable con nadie del DCM hasta que él haya hablado con ustedes. No se preocupen, no están bajo sospecha, lo que ocurre es que muchas de las personas del DCM son nuevas y no han sido informadas de la naturaleza de esta crisis. La seguridad es primordial.
No nos gustaba, pero lo comprendimos y volamos el resto del camino en silencio. Me di cuenta de que Top fingía estar durmiendo, pero en realidad estaba estudiando a Ollie, que estaba tieso como una vara mirando por la ventana para no mirarnos a Courtland ni a mí. Cuando Top se dio cuenta de que yo lo estaba mirando, sonrió y cerró los ojos. Después de aquello parecía dormir de verdad, pero no me lo creí.
Cuando aterrizamos casi había anochecido. Un guardia me recibió al desembarcar y me llevó a la oficina de Church. Su rostro no mostraba demasiada emoción y estoy segurísimo de que tampoco se moría de ganas de abrazarme, pero pude ver sus ojos detrás del cristal tintado de sus gafas analizándome de arriba abajo. Me hizo un gesto señalando una silla y luego se sentó detrás de su escritorio; y el guardia me sirvió una taza de té antes de irse.
—Grace dijo que el equipo Eco no está herido.
Estuve a punto de decirle que ninguna herida visible, pero ya estaba muy visto. Sin embargo, él pareció adivinar mi pensamiento y asintió.
—Y consiguieron hacer un prisionero.
No dije nada. Si sabía lo de Ollie, y estaba seguro de que lo sabía, no lo sacó a relucir.
—¿Qué va a pasar con esos niños?
—No lo sé. Todos han sido ingresados en el hospital con protección del FBI. La Oficina se ocupará de identificarlos. Algunos de los niños están demasiado traumatizados para decir sus nombres. Ninguno de ellos recuerda cómo se los llevaron. Algunos tenían quemaduras recientes en la piel que coinciden con táseres, así que podemos suponer que los cogieron desprevenidos, quizás al azar.
—El hecho de experimentar con niños le da otra vuelta de tuerca a todo esto.
—Sí —dijo él—, así es y quiero escuchar su informe completo sobre lo que ha ocurrido hoy, capitán, pero primero quiero su evaluación sobre la planta de procesado de cangrejo. ¿Cuándo creen que podrían asaltarla?
—Quizás haya una pequeña posibilidad de que los hostiles de la otra planta no sepan lo que acaba de ocurrir. Las líneas de móvil estaban bloqueadas, ¿no? Y cortaron las líneas de telefonía fija, ¿correcto? Ahora ya es tarde —dije—. La comunicación entre células tiene que tener un mínimo de todas formas. Creo que tenemos que atacar mañana a mediodía.
—¿Por qué no ahora mismo? Tenemos suficiente potencia de fuego como para hacer una entrada fuerte.
Dije que no con la cabeza.
—Hay tres razones por las que eso no va a ocurrir esta noche. La primera: necesita interrogar a su prisionero. La segunda: la planta de carne estaba llena de niños. Quién coño sabe cuántos civiles habrá en la planta de cangrejo. Si entra a lo John Wayne puede que muera mucha gente inocente.
—¿Y la tercera razón?
—Porque la planta pertenece al equipo Eco y no quiero que nadie más interfiera en nuestras acciones. Escuche, nos contrató para ser su primer equipo. Bueno, ya tiene lo que quería. Sé que estaba aquí observando las imágenes recogidas por cámaras que llevábamos en los cascos, así que sabe por lo que hemos pasado allí dentro y sabe lo tensos que están mis hombres. Puede que el equipo Alfa sea la élite del DCM o cualquier mierda de esas, pero no llegaron a tiempo. Deberían haber entrado más rápido. No tendría que haberlos llamado una vez la cosa se puso al rojo vivo.
—Grace Courtland y Gus Dietrich son unos agentes excepcionales. Tan buenos como cualquiera del equipo Eco —dijo Church—. En algún momento lo fueron, pero… desde lo de St. Michael muestran signos de trastornos por estrés. En los últimos dos días su instrucción como equipo ha mermado en un cuarenta por ciento y sus ejercicios de tiro muestran dudas. Nada de esto era así antes de lo de St. Michael.
Ahora lo comprendía. Dejé la taza y apoyé los codos en la mesa.
—¿Entonces nos entendemos?
—Si lo que vieron en Delaware nos ha enseñado algo es que estamos perdiendo terreno en esto. Quiero que asalten la planta de cangrejo esta noche. Ya.
—De ninguna manera. Mi equipo necesita descansar. Usted habla de reducción en eficiencia de combate, bueno, pues ponga un equipo de alto nivel en una situación crítica sin darles tiempo para descansar y se quedará sin ese equipo. Estos hombres están muy cansados y no podrán concentrarse. Volver ahí afuera haría que los matasen. Doce horas de sueño y planee el asalto.
—Dos horas de sueño y prestarán declaración en el helipuerto.
Después de un minuto, dije:
—Primero veo al equipo científico. Luego nos vamos en tres horas. Eso no es negociable. No conduciré a mi equipo a una masacre. Antes de eso preferiría ir solo.
Por un momento parecía que se estaba pensando la sugerencia.
—De acuerdo. —Cogió un barquillo de vainilla e hizo un gesto señalando el plato—. Coja una.
Cogí una Oreo.
—¿Quiere una misión de reconocimiento o que arrasemos con todo?
—Mi división científica necesita datos. Ordenadores, equipo de laboratorio, muestras de patógenos… tenemos que dejar el lugar intacto.
—¿Qué tipo de apoyo podemos esperar?
—Todo. El equipo Alfa estará preparado y serán los primeros en entrar si los necesitan. Habrá varios F-18 en el aire y helicópteros para evacuación si la cosa se pone fea. Los equipos de ataque de las fuerzas especiales pueden estar dentro en diez minutos; y la Guardia Nacional está en alerta. Si resulta en un tiroteo estamos en ventaja. Si rompen el perímetro nos pensaremos la opción de arrasar con todo.
No tuvo que explicar que si no conseguíamos contenerlos dentro nos freirían junto con los hostiles. Y aunque eso fuera lo que yo mismo ordenaría, no me hacía sentir mejor.
—¿Qué está ocurriendo con el prisionero? Pensé que lo estaría interrogando en este momento.
—Me gustaría —dijo—, pero tiene dos balas en la cavidad torácica. Lo están operando. Me informarán en cuanto esté lo suficientemente estable como para responder a mis preguntas.
—¿Y qué pasa si la enfermedad de control le ataca antes de entonces?
—Entonces usted tendrá mucha más presión para que me traiga otro prisionero cuando asalte la planta de cangrejo.
—Cojonudo —dije, y terminé mi café—. De acuerdo, lléveme con sus científicos locos.
Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 9.20 p. m.
Mientras me conducía a los laboratorios, Church dijo:
—El doctor Sanchez ha accedido a ayudarnos con esta crisis, pero con condiciones.