—¡Eh, Rude!, ¿estás bien? —le dije en voz baja mientras me acercaba a él.
—Más tarde, Joe. Ha sido un día duro para todos, pero hablemos más tarde.
Church se puso de pie y se unió al grupo.
—Capitán, su amigo el doctor Sanchez ya ha sido informado por el doctor Hu. Y creo que la comandante Courtland le ha enseñado las cintas de St. Michael.
Rudy miró al suelo durante un momento, luego respiró hondo e intentó controlarse. Yo todavía no había visto aquellas cintas, así que después de mi pequeño paseo por el infierno me podía imaginar bastante bien qué horrores le rondaban por la cabeza. Me sentía como una mierda por haberlo arrastrado a todo esto.
—¿Está a punto de hablarle sobre el índice de infección, doctor? —preguntó Rudy con una voz más tranquila de lo que me esperaba.
—Sí, pero es su amigo… ¿por qué no le da las noticias usted?
Rudy asintió y se aclaró la voz antes de hablar.
—Joe… no estoy seguro de lo que sería peor, un caso real de zombis sobrenaturales como los de las películas o lo que tenemos aquí.
—Definitivamente lo que tenemos aquí —dijo Hu. Courtland asintió, e incluso Church.
—No es una buena forma de empezar una conversación —dije—. Pensaba que los zombis serían nuestra peor perspectiva.
Rudy sonrió y sacudió la cabeza.
—Entiendes lo que son los priones, ¿verdad? De acuerdo. En cualquier enfermedad hay un periodo de incubación y para las patologías de priones suele ser muy largo, desde varios meses hasta incluso treinta años en humanos.
—Ya le conté lo de los parásitos —dijo Hu.
Rudy asintió.
—Los priones, aunque son extremadamente peligrosos, están muy lejos de ser armas a corto plazo y, en el mejor de los casos, podrían representar un efecto de bomba de relojería. Quienquiera que crease esta enfermedad fue pionero en acelerar el proceso de infección. Ahora ocurre en minutos.
—Segundos —corregí—. Como ya he dicho… lo vi con mis propios ojos.
Hu dijo:
—Estamos viendo todo tipo de variaciones en cuestión de infección, tiempo de muerte y velocidad de reanimación. Aún estamos empezando a construir modelos de estudio, pero no estamos ni remotamente cerca de entenderlo. El patrón es extravagante y le apuesto mi colección completa de figuras de Posesión Infernal a que o bien tenemos mutaciones o más de una cepa. En cualquiera de los casos estamos jodidos.
Rudy dijo:
—Creo que podemos decir con seguridad que cuando el portador y la víctima están en un estado de agitación, como vimos en el hospital y hoy en Delaware, el proceso ocurre muy rápido. Tanto la adrenalina como la temperatura ambiente aceleran el proceso.
—Por ello supone una gran amenaza —interrumpió Church con voz tranquila—. Siempre ha habido un factor lapso en las enfermedades, incluso en las enfermedades utilizadas como armas, pero aquí no lo tenemos.
—De acuerdo. Capto el mensaje. Si escapa alguien infectado estamos jodidos.
—Y cuando tenga dudas, capitán —dijo Church—, dispare a matar.
—¡Dios mío!* —murmuró Rudy, pero me encontré con la mirada de Church y asentí.
—¿Y la vacunación? ¿Pueden inyectarle algo a mi equipo por si acaso nos muerden?
—En absoluto —dijo Hu—. Recuerde, el centro de todo esto es un prión y un prión no es más que una proteína normal mal plegada. Cualquier vacuna que destruyese al prión destruiría todas las formas de esa proteína. Una vez identifiquemos todos los parásitos puede que seamos capaces de matarlos y quizá eso nos ayude. No, creo que su equipo tiene que pensar en medidas profilácticas en lugar de en vacunas.
—¿Esto se transmite por el aire? Quiero decir, si lo único que tenemos que hacer es protegernos contra un mordisco podemos llevar Dragon Skin o Interceptor, o cualquier otro equipo de protección corporal. Hay un montón de cosas de esas en el mercado.
—No creo que se transmita por el aire —dijo Hu con aire meditabundo—, pero quizá sí por el vapor, lo que significa que la saliva o el sudor podría transmitirlo. En una habitación pequeña a altas temperaturas… quizá necesitaría un traje para materiales peligrosos o algo por el estilo.
—Es difícil pelear llevando uno de esos trajes —señalé.
Church levantó un dedo.
—Podría hacer una llamada y tener trajes Hammer de Saratoga mañana por la mañana. —Supongo que todos nos quedamos un poco perplejos, así que añadió—: Ropa exterior permeable y protectora en caso de guerra química para emergencias a nivel nacional. Es una tela de fieltro compuesta basada en esferas de carbono activado muy duras y fijadas sobre una base textil. Es dura, pero lo suficientemente ligera como para permitir movimientos ágiles, combate armado y no armado. Ya hace tiempo que salieron, pero puedo conseguir los de última generación. Tengo un amigo en la industria.
—Usted siempre tiene un amigo en la industria —dijo Hu en voz baja, lo cual hizo surgir una pequeña sonrisa en Grace. Un chiste interno del DCM, al parecer.
Church se apartó y abrió su móvil. Cuando volvió dijo:
—Un helicóptero nos recogerá en la zona de almacenamiento para llevarnos a la planta de procesado de cangrejo a las 6 a. m. con cincuenta trajes.
—Supongo que sí que tiene un amigo en la industria —dijo Rudy.
—Premio para el caballero —dijo Hu y levantó la mano para chocar las cinco, pero Church lo miró con sus ojos oscuros y tranquilos. Hu tosió, bajó la mano y me miró.
—Si van con la protección corporal y esos trajes no debería pasar nada. A menos…
—¿A menos que qué?
—A menos que haya muchos.
—Esperemos que no.
—Y a menos que haya más cosas respecto a la enfermedad de las que pensamos.
—¿Qué posibilidades hay de eso, doctor?
No respondió, lo cual era en sí una respuesta.
—Maldita sea —dije.
Amirah / El búnker / Martes, 30 de junio
El teléfono la despertó y durante un momento Amirah no supo dónde estaba. Todavía le revoloteaba en la cabeza un fragmento de un sueño y, aunque no podía definir exactamente su forma ni captar su contenido, tenía la impresión de que era la cara de un hombre (quizá la de Gault, quizá la de El Mujahid) sudando, empapado de sangre, con una mirada intensa mientras se levantaba sobre ella apoyándose en dos brazos tiesos, gruñendo y moviendo las caderas. No era un sueño de esos en los que haces el amor. Se parecía más a la viciosa indiferencia de una violación, aunque solo tuviese un ligero recuerdo. La parte que más recordaba del sueño no era la imagen del hombre, quienquiera que fuese, sino una profunda y terrible frialdad que sentía con cada empujón, como si el hombre que se encontraba sobre ella estuviese muerto, desprovisto de calor.
Amirah se despejó y miró el teléfono que estaba sobre su mesa de despacho y que seguía sonando. Miró a su alrededor; la oficina estaba vacía, aunque podía ver a los trabajadores del laboratorio a través de la pared de espejo unidireccional. Se aclaró la voz, cogió el teléfono y dijo:
—¿Sí?
—¿Línea?
—Despejada. —Dijo automáticamente, pero luego pulsó el botón en el aparato del codificador—. Ahora está despejada —corrigió.
—Está de camino. —La voz de Gault era suave y en aquellas tres palabras Amirah pudo oír las sutiles capas de significado que ella siempre sospechaba que se filtraban en todo lo que decía.
—¿Cómo está?
—Ya no es hermoso.
Amirah se rió.
—Nunca lo fue.
—Entonces ya no es guapo —corrigió Gault.
—¿Tiene… mucho dolor?
—Nada que no pueda soportar. Tu marido es muy estoico. Creo que si tuviese una bala en el pecho la calificaría de intrascendente. Hay pocos hombres que tengan su nivel de dureza física.
—Es un animal —dijo Amirah, adornando su voz con un tono de repugnancia. Hubo una pausa al otro extremo de la línea, como si Gault estuviese midiendo sus palabras, o quizá su tono. ¿Lo sospechaba?, se preguntaba ella, y no era la primera vez.
—Tendrá algún tiempo para descansar mientras viaja. Necesita recuperar fuerzas. Le hemos dado un montón de calmantes para controlar el dolor; y afrontémoslo, el estoicismo solo funciona cuando la gente te está mirando. No queremos que se desespere cuando esté solo en su cabina.
Amirah no dijo nada. Probablemente debería haberlo hecho, lo sabía, pero no podía resistir la imagen del poderoso El Mujahid solo y sufriendo en una diminuta cabina interior de un buque de carga viejo y oxidado.
En silencio, como si estuviese leyendo su mente, Gault dijo:
—No te preocupes, amor mío; tengo comprados tanto al cirujano como al capitán del barco.
—No me preocupo, Sebastian. Lo que me preocupa es que se le infecten las heridas. Lo necesitamos en la mejor forma posible para la misión. —Ahora tuvo más cuidado y utilizó la palabra «misión», no como antes, cuando se coló y la calificó de «causa». No estaba segura de si Gault había reparado en el error, pero probablemente sí. Él era así.
—Por supuesto, por supuesto —le dijo con dulzura—. Nos estamos ocupando de todo. Estará bien y todo saldrá tal y como lo planeamos. Todo está perfecto. Confía en mí.
—Ya lo hago —dijo, y bajó la voz—. Confío totalmente en ti.
—¿Me quieres? —le preguntó él, riéndose.
—Ya sabes que sí.
—Y yo —dijo él—, siempre te querré. —Y tras decir eso colgó.
Amirah se recostó en la silla y miró el teléfono pensativa, con los labios apretados y los músculos laterales de la mandíbula tensos. Esperó cinco minutos, se pensó las cosas, y luego abrió el cajón inferior de su mesa de despacho y sacó el teléfono por satélite. Era compacto, caro y nuevo. Un regalo de Gault. Tenía un gran alcance y había transmisores de señal en el techo del búnker del laboratorio para que su llamada alcanzase el espacio y de allí saltase a cualquier parte del planeta. Incluso a un helicóptero que sobrevuela el océano para alcanzar a un buque de carga en el medio del mar.
Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 9.58 p. m.
Rudy y yo recorrimos juntos el pasillo. Church se había quedado atrás para hablar con Hu. Miré el reloj.
—Cuesta creer que sea el mismo día, ¿verdad?
Pero él no quería hablar sobre aquello en el pasillo. Le pregunté al guardia donde estaban nuestras habitaciones y nos llevó hacia un par de antiguas oficinas, una a cada lado del pasillo. Mi habitación era más o menos del tamaño de una habitación de hotel decente, aunque era evidente que había sido rediseñada a partir de una oficina o de una sala de almacén. No tenía ventanas. La alfombra era de un gris funcional. Pero la cama de la esquina de la habitación era la de mi apartamento. El ordenador también era el mío, al igual que la tele de pantalla ancha y el sillón reclinable de La-Z-Boy. Había tres maletas llenas, en fila junto al armario. Y sobre mi cama, con la cabeza sobre las patas, estaba Cobbler. Abrió un ojo, pensó que yo era menos interesante que aquello con lo que estaba soñando y volvió a sus meditaciones. Entramos y Rudy se sentó en el sillón y apoyó la cara en las manos. Yo eché un vistazo en la pequeña nevera que me habían proporcionado, saqué un par de botellas de agua y le di con una de ellas en el hombro. Él la miró y luego la puso en el suelo entre los zapatos. Yo abrí la mía, bebí un poco y me senté en el suelo con la espalda contra la pared.
Rudy por fin se giró hacia mí y pude ver las horas de estrés grabadas en su rostro, así como el brillo poco natural de sus ojos.
—¿En qué carajo nos hemos metido, vaquero?
—Siento haberte metido en todo esto, Rude.
Él sacudió la cabeza y me interrumpió.
—No es eso. Bueno, no solo es eso. Es… —Buscó la palabra—. La realidad de todo esto. Es el hecho de que exista algo como el DCM. Que tenga que existir. No es que hayamos descubierto una organización supersecreta. Joder, Joe, probablemente haya docenas de esas cosas. Cientos. Soy suficientemente realista como para aceptar que los Gobiernos necesitan secretos. Necesitan espías y operaciones encubiertas y todo eso. Soy adulto, así que puedo asumirlo. Incluso puedo aceptar, aunque a regañadientes, que vivamos en tiempos post 11-S y que, hasta cierto punto, el terrorismo forma parte de nuestra vida diaria. A ver, dime un cómico que no haga chistes sobre eso. Se ha convertido en algo normal para nosotros.
Yo bebí más agua y le dejé continuar.
—Pero hoy he visto y oído cosas que sé… que cambiarán mi mundo para siempre. El 11-S dije, igual que mucha gente, que nada volvería a ser lo mismo. No importa que hayamos conseguido volver a una rutina diaria o que nos sea indiferente el color de la alerta de terrorismo de hoy, sigue siendo verdad. Aquel fue un día diferente en mi vida. Y hoy me ha golpeado igual de fuerte. O quizá más. ¿Sabes lo que he hecho? Me he pasado diez minutos en un aseo llorando.
—¡Eh, eres humano! —dije, pero me volvió a interrumpir.
—No es eso y lo sabes, Joe, así que no intentes consolarme. ¿Quieres saber por qué he llorado? No fue tanto por angustia cultural como por dolor por toda esa gente que murió en el hospital el otro día o en Delaware esta tarde. El mes pasado murieron ocho veces más personas en el terremoto de Malasia. No lloré por eso. Cada año mueren millones de personas. Puedo sentir compasión, pero ninguna pena personal. Como ocurre en el seno de una comunidad cuando un niño se cae en un pozo. Dos meses más tarde nadie se acuerda del nombre del niño. Tu vida no gira en torno a ese momento. No puede, porque si convertimos la muerte de cada persona en algo personal nos mataría a todos. Pero esto… esto es un momento que te cambia la vida de verdad. Igual que a ti. Igual que le ha pasado a todo el mundo del DCM. No sé a cuánta gente has conocido aquí, pero yo he hecho una visita completa y lo he visto en los ojos de todos. Church y la comandante Courtland lo esconden mejor, pero los demás… Lo que veo en sus ojos estará en los míos cuando me mire al espejo. No durante un tiempo, sino a partir de ahora. Estamos todos marcados.
—Sí, lo sé, Rude, pero no es como si estuviésemos hablando de la marca de Caín.
Me lanzó una mirada tan fulminante que me morí de la vergüenza.
—¿No? Mira, no voy a señalar con el dedo a ningún país, ninguna religión ni partido político. Esto es un fallo en todas las especies. Nosotros, la raza humana, hemos cometido un pecado terrible e imperdonable. Y antes de que nos avergüences a ambos preguntando… no, no estoy teniendo un momento católico. Esto es mucho más fundamental que la Iglesia o el Estado. Esto es algo propio porque lo conocemos mejor. Como especie, lo conocemos mejor. Entendemos lo que está bien y lo que está mal, igual que podemos captar todos los tonos de gris. Hemos tenido miles de años de líderes religiosos, filósofos, pensadores libres y científicos políticos que han explicado la causa y el efecto del comportamiento destructivo. Uno podría pensar que, a estas alturas, en el momento en que estamos, con todos estos avances tecnológicos y ahora que la comunicación entre todas las razas no solo es posible, sino instantánea a nivel mundial, que habríamos aprendido algo, que nos habríamos beneficiado de los errores cometidos anteriormente. Uno podría pensar que nuestro criterio ha evolucionado y que somos más sagaces. Pero no es así. Con la simulación por ordenador prácticamente podemos ver el futuro y ver cómo será todo si seguimos estos caminos y, aun así, no hacemos nada para cambiar de dirección. Quizá el verdadero defecto humano sea nuestra incapacidad para actuar como si la próxima generación importase. Nunca lo hemos hecho. Quizá de manera individual sí, pero no como una nación, como una especie.