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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (21 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
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Knutas todavía se avergonzaba cuando pensaba en aquella peripecia. Se dio media vuelta en la silla y miró a través de la ventana. En algún lugar ahí fuera andaba suelto el asesino.

Nada apuntaba a que fueran a encontrarlo en el círculo de los conocidos habituales de Dahlström. Al contrario. Evidentemente éste estaba metido en algo de lo que ellos no tenían la menor idea. Fuera lo que fuera, lo había ocultado bien. El problema era saber cuánto tiempo había durado aquello. Probablemente, no sería muy anterior a la fecha del primer ingreso en el banco, dedujo. El 20 de julio. El mismo día que Niklas Appelqvist había visto a Dahlström con un hombre en el puerto. No era muy aventurado suponer que aquel hombre le entregó entonces a Dahlström el dinero que ese día, más tarde, él mismo ingresó en el banco. Veinticinco mil coronas. El siguiente ingreso, en octubre, fue por el mismo importe exactamente. ¿Sería posible que realmente no tuvieran nada que ver el uno con el otro? Desde el principio Knutas había dado por supuesto que las dos operaciones estaban relacionadas, pero ya no estaba tan seguro. Quizá se trataba sencillamente del pago de distintos trabajos de carpintería. Pero una persona que hubiera empleado a Dahlström, ¿por qué iba a concertar una cita con él en el puerto a las cinco de la mañana para algo tan trivial? El hombre, evidentemente, no quería que lo reconocieran.

F
anny sentía sus músculos agradablemente cansados.
Calypso
se había portado de maravilla. Lo había montado por su camino favorito a través del bosque, aunque en realidad era un paseo demasiado largo para un caballo de carreras tan sensible. Pero, qué demonios, le permitían montar tan pocas veces que no lo pudo evitar.

El caballo era muy manso y seguía sus indicaciones sin la menor dificultad. La hacía sentirse capacitada. Habían galopado largas distancias por el suave sendero del bosque. Ni un alma a la vista. Por primera vez en mucho tiempo había experimentado algo parecido a la felicidad. Se le alegraba el corazón cuando cabalgaba. Se elevaba un poco sobre la silla y apretaba las piernas. Le lloraban los ojos por el viento, y la conciencia de galopar a mayor velocidad de la que ella realmente era capaz de controlar lo hacía todo más excitante. Esto era vida. Ver las orejas del caballo apuntando hacia delante, oír el sonido sordo de los cascos contra el suelo, sentir la fuerza y la energía del animal.

Cuando volvió trotando al paso hasta la cuadra, sujetando el caballo con las riendas flojas, se sentía relajada. Tenía el presentimiento de que todo se iba a arreglar. Lo primero que iba a hacer era romper con él de una vez por todas. La había llamado al móvil veinte veces, seguro, a lo largo del día, pero ella se había abstenido de contestar. Quería pedirle perdón. Había escuchado los mensajes y parecía triste y arrepentido. Trataba de convencerla de que no pensaba ni una palabra de lo que había dicho. Por la mañana le había enviado un mensaje al móvil con unas flores dibujadas y un corazón. Nada de eso le causaba ya ninguna impresión.

Se había terminado dijese él lo que dijera. Nada le haría cambiar de idea. Había decidido no creerse sus amenazas de que iba a hacer que la echaran de las cuadras. Llevaba un año trabajando allí y todos la conocían. No le harían caso. Y si lo intentaba, pensaba contarlo todo. Estaba prohibido legalmente mantener relaciones sexuales con alguien de su edad, y ella lo sabía, ¡vaya si lo sabía! Tan tonta no era. Y él era un viejo asqueroso. Quizá hasta podía acabar en la cárcel. No le estaría mal empleado. Sería una liberación deshacerse de él, poder disponer de su cuerpo en paz y no tener que hacer todas las guarradas que le pedía que hiciera. Deseaba poder volver a disponer de sí misma. Su madre era como era, pero Fanny iba a cumplir pronto quince años y ya no tendría que seguir viviendo en casa mucho tiempo más. Tal vez pudiera mudarse al año siguiente, cuando empezara en el instituto. Había muchos jóvenes de los pueblos que lo hacían. Vivían en la ciudad de lunes a viernes y se iban a casa el fin de semana. Eso podía hacer ella también. Sólo con que le contara a la asistente social o a la enfermera del instituto su situación, seguro que la ayudarían.

Cuando abrazó a
Calypso
en el box, sintió gratitud hacia el caballo. Era como si el animal le hubiera infundido fuerza y confianza en sí misma. Una especie de confianza en que todo iba a arreglarse.

N
o había recorrido más de trescientos metros cuando vio las luces del coche. Venía conduciendo en dirección contraria, redujo la velocidad y bajó el cristal de la ventanilla.

—Hola, ¿vas a casa?

—Sí —gritó Fanny deteniéndose.

—Espera un momento —le dijo el hombre—. Sólo voy a dar la vuelta al coche. Espérame ahí.

—Está bien.

Dudando, se bajó de la bicicleta y se colocó en el arcén. Lo vio desaparecer y tuvo ganas de hacer lo mismo. Irse a casa pedaleando todo lo deprisa que pudiera y librarse de él. Se arrepintió inmediatamente. Iba a cortar con él de una vez por todas.

Cuando regresó le pidió que se subiera en el coche rápidamente.

—¿Y qué hago con la bicicleta? —preguntó resignada.

—Déjala en la cuneta, nadie le hará caso. Ya vendremos a buscarla luego.

Fanny no se atrevió a llevarle la contraria. Le temblaban las piernas cuando se sentó en el asiento.

—Tengo que volver pronto a casa. Mamá está en el trabajo y tengo que sacar a
Mancha
.

—Te dará tiempo. Sólo quería verte y hablar un rato, ¿es que no quieres?

Le hizo la pregunta sin mirarla.

—Sí —le contestó mirándolo de soslayo.

Su voz parecía forzada, y él parecía tenso. Movía las mandíbulas como si le rechinaran los dientes.

A ella le pareció que conducía demasiado deprisa, pero no se atrevió a protestar. Fuera estaba oscuro y se veían pocos coches en la carretera. Tomó dirección sur hacia Klintehamn.

—¿Adónde vamos?

—No muy lejos. Pronto estarás en casa.

El miedo se fue adueñando de ella. Se estaban alejando cada vez más de la ciudad, y entonces supo adonde se dirigían. Se lo pensó y llegó a la conclusión de que no conseguiría nada protestando. La tensa situación que reinaba en el coche le decía que era mejor no hacerlo.

Cuando llegaron a la casa insistió en que se diera una ducha.

—¿Y eso por qué?

—Apestas a caballo.

Fanny abrió el grifo y el agua caliente se deslizó sobre su piel desnuda sin que sintiera nada. Se enjabonó mecánicamente mientras sus pensamientos zigzagueaban por su cabeza. ¿Por qué estaba tan raro?

Se secó con una toalla de baño e intentó ahuyentar el malestar que se iba apoderando de ella. Se convenció a sí misma de que sólo estaba tenso por lo que ocurrió la última vez. Para mayor seguridad, se vistió con toda la ropa. Por si tenía que salir de allí corriendo.

El hombre estaba sentado en la cocina leyendo el periódico cuando bajó. Eso la tranquilizó.

—Vaya, ¿te has vestido? —preguntó con frialdad. La miraba como ausente; dirigía su vista vidriosa hacia ella pero era como si no la viera.

Su alivio desapareció como barrido por el viento. ¿Qué le pasaba? ¿Estaba drogado? Su pregunta seguía flotando en el aire.

—Sí —dijo insegura—. Pensé…

—¿Sí? ¿Qué pensaste, pequeña?

—No sé, tengo que volver…

—¿Volver? ¿Así que pensaste que veníamos hasta aquí sólo para darte una ducha?

Ahora le habló con voz suave, al tiempo que se levantaba.

—No, no sé.

—No sabes, no, hay muchas cosas que tú no sabes, corazón. Pero quizá hayas hecho bien vistiéndote. Será más divertido así. Vamos a jugar a un jueguecito, ¿comprendes? Resultará divertido. A ti que eres tan joven te gustará jugar, ¿verdad?

¿Qué mosca le había picado? Trató de contener el miedo que empezaba a invadirla y se esforzó por aparentar naturalidad. No le sirvió de nada. La agarró del pelo y la obligó a ponerse de rodillas.

—Vamos a jugar al perro y el amo, ¿sabes? A ti que te gustan tanto los perros. Tú puedes hacer de
Mancha
. ¿Tiene hambre
Mancha
? ¿Quiere
Mancha
hincarle el diente a algo bueno de verdad?

Mientras hablaba se fue desabrochando la bragueta con la mano que tenía libre, con la otra la agarraba con fuerza del pelo. Fanny se quedó estupefacta cuando se dio cuenta de qué era lo que quería. La presionó con fuerza contra él. Le dieron arcadas, pero no consiguió librarse.

Al cabo de un rato, por un momento le pareció que el hombre había perdido la concentración. No la agarraba con tanta fuerza, y entonces Fanny aprovechó la ocasión. Lo empujó y consiguió liberarse. Se levantó rápidamente y salió dando zancadas hasta la entrada. Abrió la puerta y echó a correr. La azotó el fuerte viento. La noche estaba oscura como la boca del lobo y hacía un frío helador. Se oía el ruido sordo del mar en la oscuridad. Corrió hacia la carretera, pero él le dio alcance. La tiró al suelo y le dio un golpe directamente en la cara, tan fuerte que a ella se le nubló la vista.

—Maldita putilla —soltó—. Ahora te haré callar.

La volvió a agarrar del pelo y la arrastró por el patio de la casa. El suelo estaba lleno de barro y la humedad le traspasó la ropa mientras iba a cuatro patas detrás de él. Se rompió los pantalones, se rozó las manos contra el suelo y le sangraba la nariz. El sonido del viento ahogó el eco de su llanto.

El hombre buscó a tientas la llave de la cabaña. La puerta se abrió con un chirrido. La empujó bruscamente dentro en la oscuridad.

Martes 27 de Noviembre

C
uando Majvor Jansson volvió a casa después del turno de noche, descubrió que el perro se había hecho pis en la alfombra de la entrada. Se le subió a las piernas gimiendo en cuanto abrió la puerta del piso. En la cocina su cuenco para el agua estaba vacío. Enseguida advirtió que pasaba algo. La puerta de la habitación de Fanny estaba abierta de par en par y la cama estaba hecha. Eran casi las siete de la mañana del martes y era evidente que Fanny no había estado en casa desde la tarde anterior.

Su madre se sentó en el sofá del cuarto de estar para pensar. Ahora no quería dejarse llevar por el pánico. ¿Qué era lo que iba a hacer ayer Fanny? Seguro que ir a las cuadras después de la escuela, ahora se pasaba allí las horas muertas. No tuvieron tiempo de verse en casa, porque ella tenía que ir al trabajo a las cinco. ¡Lo que significaba que
Mancha
se había pasado catorce horas solo! El enfado empezó a bullir en su interior, pero se aplacó igual de rápido. La inquietud se iba adueñando de ella a medida que iba ordenando sus pensamientos.

Fanny no dejaría nunca de venir a casa si sabía que
Mancha
estaba solo. Voluntariamente no. ¿Se habría quedado a dormir en casa de alguna amiga? La probabilidad de que fuera así era remota, pero de todas formas empezó a mirar por si había dejado alguna nota. ¿Le habría mandado algún mensaje al móvil, quizá? Se apresuró a ir hasta la entrada y rebuscó en los bolsillos de su abrigo. Allí tampoco había nada.
Mancha
había terminado de comer y gemía insistentemente. Tenía que salir.

Mientras paseaba entre las casas iba pensando qué posibilidades había. ¿Estaría Fanny enfadada con ella? No, no lo creía, llevaban bastante tiempo sin discutir. En el fondo, era consciente de que quizá no siempre era la madre que su hija necesitaba. Pero no podía evitarlo. Era como era y no tenía fuerzas para hacerlo de otra manera. No era fácil ser madre soltera.

¿Sería una manifestación de rebeldía? ¿Se habría marchado Fanny con alguna amiga a la que ella no conocía? ¿O con un chico? Majvor se apresuró a volver a casa con el perro, que parecía bastante más tranquilo. Empezó a llamar por teléfono.

Una hora después seguía igual de desconcertada. Ni sus familiares ni los conocidos podían dar razón de dónde estaba Fanny. Llamó a la escuela. Allí tampoco estaba, según le informaron. La inquietud fue secándole la boca. Sacó una botella de vino y se sirvió un vaso. ¡Ojalá no hubiera pasado nada! ¿Y en las cuadras? ¿Tenía el número? Había un papel pegado en el frigorífico. Fanny siempre tan ordenada. Sujetaba temblorosa el auricular mientras esperaba que alguien contestara.

—¿Sí? —respondió por fin una voz dura de hombre, después de diez señales.

—Sí, hola, soy Majvor Jansson, la madre de Fanny —se presentó—. ¿Está ahí Fanny?

Mientras hablaba cayó en la cuenta de que no sabía con quién estaba hablando ni cómo era el sitio donde éste se encontraba. Fanny llevaba más de un año yendo a las cuadras, pero ella no había puesto un pie allí. ¿Por qué no había ido nunca por allí? Ahora se maldecía a sí misma, y se fue apoderando de ella la idea cada vez más evidente del poco interés que le había dedicado a su hija. ¿Cuándo fue la última vez que le preguntó por sus deberes? No se atrevía ni a pensarlo.

—No, no está —respondió amablemente el hombre—. Estuvo aquí ayer por la tarde, pero ahora debería estar en la escuela, ¿no?

—No está allí y tampoco ha dormido en casa esta noche.

El hombre que estaba al otro lado del teléfono parecía ahora preocupado.

—Qué raro. Espera un poco —le rogó y oyó cómo dejaba el auricular.

Voces de fondo, estaba llamando a alguien. Volvió pasados unos minutos.

—No, nadie sabe nada. Lo siento.

La llamada al hospital tampoco dio ningún resultado.

¿Y si miraba en su habitación? Normalmente Majvor no entraba allí, puesto que existía un acuerdo tácito entre ellas de que el dormitorio era una zona privada.

A primera vista, todo parecía como de costumbre. La cama estaba primorosamente hecha, en la mesilla de noche había un libro al lado del despertador. El escritorio estaba lleno de bolígrafos, libros, coleteros, papeles y revistas. Rebuscó entre las cosas, abrió todos los cajones, miró en la estantería y en el armario. Volvió patas arriba todo el cuarto sin encontrar ninguna nota, ningún papel, agenda o número de teléfono que pudiera indicarle el paradero de Fanny.

En la cama, ocultas bajo unos cojines, encontró evidentes manchas de sangre en la parte exterior de la colcha, junto a la cabecera de la cama. Deshizo la cama. No había sangre ni en la sábana ni en el edredón, pero debajo de la cama había más huellas de sangre. A Majvor le temblaba todo el cuerpo cuando marcó el número de la policía.

Y
a en la entrada, Knutas sintió cierta opresión en el pecho. Se alegró de que Sohlman lo hubiera acompañado. Todo el piso resultaba deprimente con aquellas habitaciones estrechas y de colores apagados. El apartamento se encontraba en un edificio de tres pisos en la calle Mästergatan, en el barrio de Höken, al noreste de Visby, a poco menos de un kilómetro de la muralla.

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