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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (22 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
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Majvor Jansson tenía la cara enrojecida de haber llorado cuando abrió la puerta. Dado que Fanny tampoco se encontraba en casa de su padre, la policía se tomó en serio la denuncia de su desaparición. Los restos de sangre hallados en la colcha hicieron que hubiera motivos para sospechar que se hubiera producido algún acto violento o violación, por lo cual decidieron registrar el cuarto de la chica.

Knutas percibió un ligero olor a alcohol en el aliento de Majvor Jansson.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Fanny? —le preguntó una vez sentados a la mesa de la cocina.

—Ayer por la mañana. Desayunamos juntas antes de que ella se fuera a la escuela. Yo no entraba a trabajar hasta las cinco de la tarde, pero siempre se va a las cuadras cuando sale de clase, así que casi no nos vemos por la tarde.

—¿Cómo la vio?

—Cansada. Siempre está cansada por las mañanas, sobre todo últimamente. Seguro que es porque no come en condiciones, está muy delgada.

—¿De qué hablaron?

—De nada especial, no hablamos mucho por la mañana. Se comió una tostada para desayunar como de costumbre y luego se fue.

—¿Cómo era la relación entre ustedes?

—Como siempre —respondió Majvor Jansson con la voz apagada, al tiempo que lo miró con ojos suplicantes, como si él pudiera decirle dónde se encontraba su hija.

—¿Qué dijo al marcharse?

—Sólo adiós.

—¿Echa algo de menos en la casa: ropa, el neceser, dinero?

—No lo creo.

—Y Fanny no ha dejado ninguna nota, ¿está segura?

—Sí, he buscado en todos los rincones.

—Cuénteme cómo era la vida de Fanny, ¿cómo se sentía?

—Pues, no sé, ¿cómo se sienten los jóvenes de esa edad? No habla mucho, pero creo que no se siente muy bien en la escuela, ha empezado a faltar bastante a clase. Puede que se sienta sola, no lo sé, nunca trae amigos a casa.

—¿Y eso por qué?

—Ni idea, será porque es demasiado tímida.

—¿Ha hablado de ese problema con su hija?

Majvor se quedó sin saber qué decir. Como si nunca se le hubiera ocurrido pensar que ella era responsable de su hija y no al revés.

—La verdad, no es tan fácil sacar tiempo para hablar cuando no tienes a nadie y trabajas fuera de casa y todo eso. No tengo un marido que me ayude, tengo que hacerlo todo yo sola.

—Ya me hago cargo —dijo Knutas evitando ahondar en el tema.

En ese momento ella se vino abajo y ocultó la cara entre las manos.

—¿Quiere que hagamos una pausa? —preguntó Knutas con deferencia.

—No, será mejor acabar con esto cuanto antes para que puedan empezar a buscarla.

—¿Ha hablado con alguien de la escuela de esta falta de asistencia a las clases?

—Sí, hace sólo unos días llamó a casa un profesor. Me dijo que Fanny llevaba varias semanas sin asistir a sus clases. Hablamos del tema, pero, al parecer, él creía que se trataba sólo de que está cansada de la escuela. Yo le dije a Fanny que tenía que ir a clase y me prometió que lo haría.

—¿Le ha hablado Fanny de algún cambio en su vida, alguna persona nueva a la que haya conocido, quizá?

—No —respondió pensativa—. No lo creo.

—¿Hay alguna persona con la que mantenga una relación especial?

—No, a decir verdad no tenemos un círculo de amistades muy amplio.

—¿Y familiares?

—Mi madre es muy mayor y está en Eken, la residencia de ancianos, pero está tan ida que es casi imposible hablar con ella. Luego tengo una hermana en Vibble.

—¿Vive sola?

—No, está casada y tiene dos hijos. Bueno, el hijo es de su marido, de un matrimonio anterior.

—Por lo tanto, ¿ellos son los únicos primos de Fanny? ¿Cuántos años tienen?

—Lena vive en Estocolmo, tiene treinta y dos años, creo, y Stefan tiene cuarenta. Él vive aquí en Gotland, en Gerum. Pensé que Fanny a lo mejor estaba en casa de mi hermana.

Los sollozos de Majvor se intensificaron. Knutas le dio unas palmaditas en el brazo.

—¡Vamos, vamos! —la consoló—. Haremos cuanto podamos por encontrarla. Seguro que aparece pronto, ya lo verá.

E
l mensaje que había en el contestador automático era largo. Con la voz entrecortada y apagada Emma le contaba que Olle lo sabía todo y que ella, de momento, vivía en casa de su amiga Viveka. Le pedía que no se pusiera en contacto con ella, y le prometía llamar cuando se sintiera con fuerzas. Johan consiguió encontrar el número de teléfono de Viveka sólo para oír cómo ésta le explicaba que tenía que respetar la decisión de Emma y debía dejarla en paz.

Aquello era un terror psicológico difícil de soportar. Jugaba al
floorball
y no podía dejar de pensar en Emma ni un minuto. Iba al cine y abandonaba la sala sin saber de qué había tratado la película.

El martes por la tarde lo llamó.

—¿Por qué no quieres hablar conmigo? —le preguntó Johan.

—Toda mi vida se ha ido al garete, ¿no es suficiente explicación? —le dijo enojada.

—Pero yo sólo quiero ayudarte. Comprendo que tiene que ser terriblemente duro. Es sólo que me pongo tan nervioso cuando no tenemos contacto.

—En estos momentos no puedo hacerme cargo de tu inquietud. Tengo más que suficiente con la mía.

—¿Cómo se enteró?

—Por tu mensaje. Lo enviaste cuando yo estaba en la ducha y él lo leyó.

—Perdón, Emma. De verdad que lo siento, no debería haberte mandado un mensaje un domingo por la mañana. Fue una estupidez.

—Lo peor es que aún no he podido hablar con los niños. No responde al teléfono y ha desconectado el contestador. He ido a casa, pero allí no había nadie. Me ha quitado también las llaves, así que no he podido entrar ni una sola vez.

Se le quebró la voz.

—Tranquila —la consoló—. Me imagino que necesitará desahogarse. Estará desquiciado. ¿No puede hablar alguien con él, tus padres por ejemplo?

—¿Mis padres? Imposible. ¿Sabes lo que ha hecho? Ha llamado a todos nuestros amigos y a todos los familiares y les ha contado que estoy con otro. ¡Hasta a mi abuela que vive en Lycksele! Mis padres están supercabreados conmigo. He intentado hablar con ellos, pero están de parte de Olle. No pueden comprender cómo he podido portarme tan mal con él. Y los niños, ¿por qué no he pensado en Sara y en Filip? Tengo a todos en contra, no sé cómo voy a poder soportarlo.

—¿No puedes venirte aquí? Así podrías alejarte de todo.

—No, no puede ser.

—¿Quieres que vaya yo entonces? —insistió Johan—. Puedo cogerme unos días libres.

—¿De qué serviría? Ahora lo primero que tengo que hacer es tratar de conseguir ponerme en contacto con mis hijos. ¿Es que no comprendes cómo me siento al no poder hablar con ellos? Ya te dije que necesitaba estar tranquila un par de meses para pensar bien las cosas. Pero tú no pudiste respetarlo, no fuiste capaz de darme ese tiempo. Me llamaste, insististe, aunque te había dicho que no lo hicieras. ¡Y mira lo que ha pasado! ¡Joder, muchas gracias!

—¿Así que todo ha sido culpa mía? ¿Y tú? ¿Tú eres totalmente inocente? ¿Acaso te he obligado? Tú también querías verme.

—Tú sólo piensas en ti mismo, porque no tienes que pensar en nadie más. Pero yo sí. Ahora necesito que me dejes en paz —le espetó y le colgó de golpe el teléfono.

Johan no pudo dejar de constatar que era la segunda vez que lo hacía últimamente.

L
os trabajos para averiguar lo que hizo Fanny Jansson los últimos días antes de su desaparición se iniciaron formalmente después del mediodía y se llevaron a cabo en diversos frentes. La policía interrogó a todo el personal de las cuadras y a todos los familiares. Visitaron la escuela, hablaron con los compañeros de clase y con los profesores. La imagen de Fanny iba aflorando cada vez con más nitidez.

Una chica que se encontraba muy sola y que iba a cumplir los quince años el día de Nochebuena. Sus compañeros dijeron que no mostraba ningún interés por relacionarse con ellos. Al empezar el ciclo superior, algunos la habían invitado a que participara en diferentes cosas, pero siempre decía que no y, al final, se cansaron. Al parecer siempre tenía prisa para volver a casa después de la escuela, hasta que empezó a trabajar con los caballos, entonces, en cambio, quería llegar allí cuanto antes. Realmente nadie tenía nada malo que decir de ella, seguro que era una buena chica, pero nunca se preocupó por hablar con los demás y por eso se quedó sola. Era culpa suya. Parecía que le daba igual y eso también irritaba un poco. Era como si no hubiera manera de acercarse a ella.

Los profesores la describieron como reservada, pero estudiosa. Aunque últimamente se había producido un cambio. Faltaba a clase sin motivo y se había encerrado aún más en sí misma. Si bien no era fácil interpretar la actitud de los jóvenes de esa edad. Había tantos sentimientos a flor de piel; aparecían nuevas formas de comportamiento, empezaban a volverse descarados, iniciaban relaciones de pareja y lo dejaban, los chicos empezaban a fumar, las chicas a maquillarse y a marcar pecho, y tenían las hormonas en plena ebullición. La irritación y la provocación eran habituales y no siempre era tarea sencilla seguir el desarrollo individual de cada uno de los alumnos.

Los familiares no tenían mucho que decir. Veían muy poco a Fanny, su madre bebía y tenía un carácter extremadamente voluble, lo cual era un impedimento para que pudieran mantener una relación normal. Por supuesto, comprendían que la situación de Fanny tenía que ser difícil, pero el caso era que no habían hecho nada por ocuparse de ella. Bastante tenían con sus propios problemas, alegaron negándose a asumir ninguna clase de obligación.

«La responsabilidad de los adultos —pensó Knutas—. Hay algo que se llama simple y llanamente sentido de la responsabilidad. ¿Es que ya no existía entre la gente ningún sentido de responsabilidad colectiva? Ni siquiera dentro de la familia había personas dispuestas a hacerse cargo de una niña que se encontraba en una situación tan delicada».

Todos los vecinos tenían la misma opinión de Fanny: una chica tímida y solitaria que, al parecer, cargaba con una responsabilidad demasiado grande en la casa. Era de dominio público que la madre tenía problemas con el alcohol.

La última persona que había visto a Fanny antes de que desapareciera era un hombre de las cuadras que se llamaba Jan Olsson. Según él, la joven había llegado a las cuadras a las cuatro como de costumbre y había estado trabajando con los caballos. Luego le habían permitido dar un paseo con uno de los animales que preparaban para las carreras. Había pasado fuera algo más de una hora y estaba entusiasmada cuando volvió. No le dejaban montar muy a menudo, así que cada vez que tenía la posibilidad se ponía la mar de contenta. Tanto ella como el caballo volvieron sudorosos, y Jan Olsson les contó que sospechaba que Fanny, en realidad, había galopado más de lo que le permitían. No dijo nada, puesto que sentía pena por ella y le pareció que también tenía derecho a disfrutar un poco.

Desde la parte trasera de las cuadras, durante su pausa para fumar, la había visto pedaleando de vuelta a casa en la oscuridad. Después de eso no había ningún rastro de la chica.

Knutas decidió ir hasta el hipódromo y hablar personalmente tanto con el
jockey
dueño de la cuadra como con Jan Olsson. Eran las siete pasadas, y cuando Knutas llamó a la cuadra, los dos se habían ido ya. En los números de teléfono de sus casas no contestó nadie. Tendría que ser lo primero que hiciera al día siguiente.

Miércoles 28 de Noviembre

E
l hipódromo estaba a un par de kilómetros del centro de Visby. Cuando Knutas y Karin giraron para subir la cuesta que iba hasta las caballerizas estuvieron a punto de chocar con un caballo con
sulky
. El imponente animal castrado resopló y reculó hacia un lado. Las palabras expertas del
jockey
lo tranquilizaron. Knutas bajó del coche y el olor a caballo y a estiércol le inundó las fosas nasales. Miró hacia el hipódromo, que estaba semioculto entre la helada neblina. Las gradas apenas se veían entre los bancos de niebla.

A ambos lados de la explanada se alzaban las cuadras, dispuestas en hileras. En un cercado había un caballo trotando a paso corto en un
volt
. Una especie de construcción de hierro lo mantenía en el carril y regulaba su paso.

—Se llama
Horsewalker
—le explicó Karin al observar el gesto pensativo de Knutas—. Los caballos que no van a salir pueden hacer ejercicio en él. Puede que hayan tenido una lesión, un resfriado o cualquier otra cosa que haga que no puedan entrenar tan fuerte como de costumbre. Ingenioso, ¿no?

Ella fue la primera en entrar en la cuadra.

A los caballos acababan de echarles el forraje del mediodía y todo lo que se oía era el apacible murmullo de sus bocas y alguna que otra patada. Parecía que reinaba el orden. El suelo estaba limpio y los boxes estaban bien cerrados con cerradura. Los ronzales colgaban de los ganchos por la parte de fuera de las puertas. Las repisas estaban llenas de objetos dispuestos en líneas bien ordenadas: frascos con linimento y aceite para bebés, tijeras, rollos de tela adhesiva, raspadores para los cascos. Los protectores para las patas estaban apilados en cestas, al igual que las vendas en rollos, los cepillos y otros útiles para almohazar. En el suelo, en un rincón, había un recipiente con fustas. Un gatito negro estaba durmiendo en un cajón de forraje. En la ventana había una radio con el volumen bajo.

A Sven Ekholm,
jockey
y dueño de la caballeriza, con el que habían concertado una cita, no se lo veía por allí. Una de las chicas que trabajaba en la cuadra los guió hasta una puerta cerrada que conducía al cuarto donde solían tomar el café.

Ekholm estaba sentado con los pies encima de la mesa redonda hablando por teléfono. Les hizo un gesto para que tomaran asiento. La luz del día hacía lo que podía para atravesar las polvorientas ventanas. El mantel rojo de hule tenía manchas secas de café. La mesa estaba abarrotada de papeles, montones de revistas de caballos, tarros de vitaminas, tazas, vasos, botas de montar sucias, botas de goma y carpetas. El techo estaba lleno de telarañas. En un rincón había una pequeña cocina con un par de placas, un microondas sucio y una cafetera llena de polvo. Las paredes estaban cubiertas con fotos de la llegada a la meta de distintos caballos y encima de un armario había un montón de rosas secas. No era difícil notar a qué se daba prioridad en aquel mundo.

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