Read Nadie lo ha oído Online

Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (30 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
13.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Por suerte, hasta ahora en Gotland nos hemos librado de todo eso. Al menos que nosotros sepamos —suspiró Knutas.

—O pederastia —dijo Karin en voz baja—. Fanny puede haber sido una de los muchos niños que sufren abusos. A lo mejor tenemos una banda de pederastas a la vuelta de la esquina y no tenemos ni idea.

—La red, tenemos que controlar la red. Tengo una amiga que trabaja en la investigación de un caso grande de pedofilia en Huddinge. Puedo preguntarle si alguno de los implicados tiene relación con Gotland.

—Buena idea —dijo Knutas agradecido—. Esto puede tener que ver con cualquier cosa.

Lo interrumpió la señal del móvil. Los demás escuchaban en silencio su murmullo. Cuando apagó el teléfono, miró atentamente a sus colegas.

—Era Nilsson, del laboratorio. Ya tienen el resultado de las muestras tomadas en el dormitorio de Fanny. No coinciden con las de ningún delincuente registrado, pero la sangre y los pelos encontrados en su cama se han comparado con los que se hallaron en casa de Dahlström. No hay ninguna duda, coinciden.

K
nutas volvió a casa tarde y se encontró a toda la familia junta delante del televisor. Respondieron a su saludo con un «¡Calla, que es muy interesante!».

Suspiró y fue hasta la cocina, abrió el frigorífico y sacó lo que había quedado de la cena y se lo calentó en el microondas. La única que se ocupó de hacerle compañía fue la gata, que se frotó contra sus piernas y luego saltó y se acomodó encima de sus rodillas. Parecía absolutamente indiferente a los problemas que causaba; no era fácil inclinarse hacia delante para comer con una gata hecha un ovillo en el regazo.

La idea de que un pederasta asesino anduviera suelto por Gotland hacía que se le erizara el vello. Al principio el asesino había cedido al chantaje de Dahlström y le había entregado dinero en dos ocasiones, después, evidentemente, le pareció demasiado. Sin embargo, tomar la decisión de matar a la persona que lo extorsionaba era ir demasiado lejos. Quizá pensó que se libraría fácilmente si hacía que su muerte pareciera una pelea de borrachos. Y, además, estaba el premio de las carreras. Es probable que lo supiera y aprovechara la ocasión; seguramente robó el dinero para despistar a la policía. El hecho de que registrara el piso indicaba que había estado buscando las fotografías. Y lo mismo en el cuarto de revelado. Pero no halló lo que buscaba.

El paquete estaba escondido en el conducto de la ventilación. Nadie se había preocupado de mirar allí, ni el asesino ni la policía.

El asesino desaparece del lugar tras cometer el crimen. Tira el arma y la cámara en un bosquecillo algo alejado del lugar. Probablemente tenía el coche aparcado más allá, en el siguiente bloque de viviendas.

Knutas picoteó lo que había, albóndigas con macarrones recalentados. Echó más
ketchup
y revolvió la comida sin prestar atención. Bebió un trago de leche. En el cuarto de estar estaban callados como en misa, la película debía de ser sumamente interesante.

Y después estaba el asesinato de Fanny. Aunque, en realidad, debería uno concentrarse en ese extremo, ya que ahí fue donde empezó todo. La aventura con una chica de catorce años. ¿Cómo se había puesto el asesino en contacto con ella? Tenía que pertenecer a su entorno cercano.

Knutas dejó esa pregunta para más adelante y siguió el hilo de sus reflexiones. Aquel hombre la utilizaba sexualmente, no cabía duda. ¿Cuánto tiempo habría durado aquella situación? Todos cuantos la conocían ignoraban que se veía con alguien. El comisario dudaba mucho de que se tratara de una relación amorosa normal y corriente. El hombre podía haberla amenazado, o también podía ser que la muchacha dependiera de alguna manera de él. ¿Pero qué fue lo que hizo que la matara? Ya se había deshecho de Dahlström y se había librado de sus exigencias.

Corría un riesgo enorme al cometer otro asesinato. Claro que también podía haber sucedido sin que lo planeara, posiblemente como consecuencia de algún juego sexual. En las fotografías parecía que Fanny estaba atada. Quizá el asesino la había estrangulado sin querer y luego había depositado el cuerpo en el bosque.

Era una posibilidad; otra era que Fanny hubiese empezado a darle tantos problemas que al hombre le hubiera parecido necesario matarla. Quizá lo amenazó con descubrirlo todo, o sencillamente quería romper su relación.

Knutas empezó a pensar dónde podían haberse visto. Era poco probable que se vieran en casa de Fanny, eso era demasiado arriesgado. Lo extraño era que nadie había notado nada, ni una sola persona.

Su corazón se retorció de pena al pensar en el cuerpo sin vida en el bosque. Se le pasaron por la cabeza las caras de diferentes personas. La madre de Fanny, ¿qué responsabilidad tenía en lo que había ocurrido? ¿Por qué no se había preocupado más de su hija? Fanny estaba sola con sus problemas. Se sentía tan mal que incluso se había autolesionado. Sólo tenía catorce años y era todavía una niña.

Sin embargo, ninguna persona mayor se había ocupado de ella, ni siquiera su propia madre.

Y en la escuela, igual. Aunque los profesores habían notado que Fanny se sentía mal, nadie hizo nada. Estuvo allí, a la vista de todos, pero nadie la vio.

Jueves 20 de diciembre

K
nutas estaba sentado en su despacho tomando el café de la mañana cuando llamaron a su puerta y Karin asomó la cabeza.

—¡Buenos días! Es increíble cómo puede olvidar la gente las cosas y luego recordar en un pispás información de lo más interesante.

Se dejó caer en la silla enfrente de Knutas y puso los ojos en blanco.

—Ese tal Jan Olsson que trabaja en la cuadra ha llamado y ha dicho que Fanny estuvo en casa de Tom Kingsley

—¿Ah, sí?

—En otoño Jan Olsson tuvo que pasar una vez por casa de Tom para dejarle una cosa.

—¿Qué cosa? —preguntó Knutas con curiosidad.

—Eso no lo dijo —respondió Karin impaciente—. Escucha esto. La bicicleta de Fanny estaba fuera de la casa de Tom y Jan Olsson se dio cuenta de que la cazadora de la chica estaba colgada en la entrada.

—¿No la saludó?

—No. Tom no lo invitó a entrar.

—Está bien. Es suficiente para detener a Kingsley. Voy a llamar a Birger para que nos expida una autorización para registrar su casa.

Knutas alargó el brazo hasta el teléfono para llamar al fiscal.

—Claro, sólo hay un problema —constató Karin.

—¿Qué problema?

—Tom Kingsley está fuera. Está de vacaciones en Estados Unidos.

—¿Cuánto tiempo va a estar fuera?

—Tiene que empezar a trabajar de nuevo el lunes, según el propietario de la cuadra. Pero ha viajado en vuelo regular con el billete de vuelta abierto y aún no ha reservado, así que no sabemos cuándo regresará.

—No importa, entraremos en su casa de todas maneras.

L
a residencia de Tom Kingsley estaba en un claro del bosque, no muy lejos del hipódromo. En realidad era una casa de campo que tenía alquilada desde que llegó a Gotland.

El camino que conducía hasta la vivienda no era mucho más ancho que un camino rural. Los coches de policía avanzaban dando tumbos. Knutas y Karin iban delante, Kihlgård y Wittberg conducían detrás de ellos. El fiscal Smittenberg había autorizado el registro del domicilio sin dilación. En un caso normal, Tom Kingsley tenía que haber sido informado previamente, pero nadie sabía dónde se encontraba.

Todas las ventanas estaban a oscuras. Cuando se bajaron del coche, observaron que no había estado nadie en la casa desde hacía algún tiempo. El manto de nieve estaba intacto.

La llave se la había dado el propietario de la casa, Karin se había pasado la mañana tratando de localizarlo.

La planta baja constaba de un pequeño vestíbulo y un cuarto de estar a la derecha desde el que se accedía a una reducida cocina. Estaba amueblada con sencillez, pero limpia: una mesa junto a la ventana, una chimenea y pegado a la pared del fondo había un viejo sofá de madera con los cojines forrados con tela de rayas. Entre la cocina y el cuarto de estar había una estufa. La cocina, cuya ventana daba al bosque, tenía pocos muebles: una encimera con armarios debajo, una fresquera, una vieja cocina eléctrica y un frigorífico pequeño colocado directamente en el suelo.

Una estrecha escalera de caracol conducía al piso de arriba, que disponía de dos dormitorios pequeños y un pasillo. Todo estaba ordenado y limpio. Knutas levantó la colcha de las camas. La ropa de cama estaba quitada y debajo de los cobertores sólo estaban los viejos colchones. Empezaron a registrar sistemáticamente cajones y armarios. Kihlgård y Karin se ocuparon del piso de arriba; Knutas y Wittberg del de abajo. No había pasado mucho tiempo cuando Wittberg gritó:

—¡Venid a ver esto!

Estaba sujetando con las pinzas un pequeño papel que parecía un prospecto.

—¿A que no adivináis qué es?

Los demás negaron con la cabeza.

—Es un prospecto de la píldora del día después.

Viernes 21 de Diciembre

E
l hallazgo del prospecto en casa de Tom Kingsley, junto con el hecho de que había negado rotundamente haber mantenido una relación más íntima con Fanny, hicieron que el fiscal solicitara su ingreso en prisión. Cuando comprobaron que las huellas dactilares de Fanny aparecían en el prospecto, la policía estuvo totalmente convencida de que Kingsley era el hombre a quien buscaban. En una investigación de las compañías aéreas se comprobó que había viajado con SAS hasta Chicago una semana antes. Se avisó a la policía de Estocolmo y se instó al departamento de reservas de SAS para que permaneciera atento y diera la voz de alarma cuando Kingsley reservara el vuelo de vuelta.

Knutas se sintió aliviado, aunque no supieran dónde se encontraba Kingsley. Ahora sólo tenían que esperar a que volviera.

Mientras tanto, podría disfrutar durante el fin de semana de un merecido descanso. Alejado de todo lo que fuera su trabajo como policía. Leif y él iban a viajar a la casa de veraneo que la familia Almlöv poseía en Gnisvärd, unos veinte kilómetros al sur de Visby como hacían siempre los días previos a la Navidad. Realmente, a causa de la investigación, hasta el último momento había dudado de si podría ir en esta ocasión. Pero puesto que había una orden de detención contra Kingsley y no podían hacer nada hasta que volviera a Suecia, Knutas pensó que podía irse. Iba a estar a tan sólo veinte minutos en coche de Visby y estaba localizable en el móvil en caso de que ocurriera algo.

En cuanto a los preparativos navideños, había hecho lo que se esperaba de él: la tradicional compra del árbol de Navidad con los niños, había ido a hacer una compra grande con Line y había limpiado la casa con ella. Una noche había preparado los arenques escabechados con jerez que siempre hacía para Navidad y para San Juan, y había aprovechado las horas del almuerzo para darse una vuelta por las tiendas y comprar los regalos y, la verdad, le había dado tiempo a comprarlos todos, envolverlos en papel de regalo y escribir la correspondiente rima que debía acompañarlos.

Ahora llegaba la recompensa. Dos días ellos solos, comiendo bien y pescando, afición que compartía con Leif.

El viernes por la tarde después del trabajo volvió enseguida a casa y preparó una bolsa con la ropa y los artilugios de pesca. Había estado nevando todo el día. Las máquinas quitanieves trabajaban sin descanso para dejar las calles transitables. Knutas no podía recordar cuándo fue la última vez que había nevado tanto en Gotland. Ojalá que aguantara hasta Navidad.

E
n el coche camino del sur se fue relajando más y más con cada kilómetro que dejaban atrás. Pusieron Simon & Garfunkel a todo volumen. El paisaje invernal se deslizaba ante la ventanilla, campos blancos y alguna que otra granja.

La nieve cubría bellamente los alrededores cuando llegaron.

En realidad, era absurdo llamar a aquello casa de veraneo, pensó Knutas. Más bien residencia. Se trataba de la típica vivienda de piedra caliza de Gotland, de mediados del siglo XIX, y era impresionante, encalada, con el tejado muy inclinado y hastiales lisos. Por entonces en Gotland se construían mansiones cada vez más grandes a medida que aumentaba la prosperidad de las zonas rurales. La morada contaba con no menos de siete habitaciones y cocina distribuidas en dos pisos. La finca tenía también un cobertizo que se utilizaba como trastero y despensa.

Al lado había una sauna a tan sólo unos metros del muelle, junto al cual el barco de Leif cabeceaba todo el año.

El lugar parecía desierto. El vecino más cercano vivía doscientos metros más allá.

—Puedo imaginarme el frío que hará dentro —le previno Leif mientras abría la pesada y chirriante puerta de la casa.

—No parece que haga tanto frío —dijo Knutas cuando entraron. Llevó las bolsas de comida a la cocina y empezó a colocar las cosas—. Será peor cuando nos sentemos.

—Voy a poner los radiadores y a encender la chimenea, pero lleva tiempo secar la humedad que hay en el aire.

U
nas horas después, ya sentados con un solomillo, un gratinado de patatas que olía a ajo y una botella de vino Rioja delante, Knutas se sintió mejor de lo que había estado en mucho tiempo.

—¿Cuántas veces hemos hecho esto? ¿Es el quinto o el sexto año? Este año me parece más necesario aún que de costumbre.

—Sí, los dos teníamos necesidad de salir —aseguró Leif—. He tenido un montón de cosas que hacer en el restaurante. Lo peor es cuando falla el personal. Una de mis mejores camareras sufrió un aborto y tuvo que ser ingresada en el hospital, la madre de otra ha muerto, así que tuvo que viajar a Estocolmo, y, por si fuera poco, he pillado a un camarero robando dinero de la caja. Todo eso en el transcurso de dos semanas. Y, como de costumbre, esas cosas siempre ocurren en el momento más inoportuno. Ahora, con las reservas para comidas y cenas de Navidad, estamos hasta las cejas. Por suerte, tengo un chef estupendo, si no, no habría podido venir de ninguna de las maneras. Es un tío estupendo, es capaz de solventar cualquier problema. La verdad es que yo estaba dispuesto a no hacer el viaje en estos momentos, pero me convenció para que viniera. Bueno, claro, pensé que podríamos hacerlo más adelante —añadió como disculpándose.

—Me alegro de que no lo hayamos aplazado. Dale las gracias de mi parte —Knutas tomó un trago de vino—. Puedes alegrarte de que te vaya tan bien el restaurante. Siempre está lleno de gente, y siempre lo ha estado. No sé cómo lo consigues.

BOOK: Nadie lo ha oído
13.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Stephanie's Castle by Susanna Hughes
Sucker Punched by Martin,Kelley R.
Tomb in Seville by Norman Lewis
A Stolen Crown by Jordan Baker
Getting Away With Murder by Howard Engel
Demon's Door by Graham Masterton