Read Nadie lo ha oído Online

Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (24 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
7.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Tras acabar la conversación, Knutas llamó a Majvor Jansson.

—¿Sabía que Fanny tiene novio?

—No, la verdad, no creo que lo tenga.

—Ha estado en el Centro de Salud para Jóvenes para pedir píldoras anticonceptivas.

—¿Es eso cierto?

—Sí, acabo de recibir una llamada del centro. Estuvo hace un par de meses y quería que le recetaran píldoras anticonceptivas, pero cuando le dijeron que tenían que ponerse en contacto con usted, se largó de allí, sin más. Quiero que haga memoria. ¿No hubo nada que indicara que se había echado novio? ¿Salía con alguien?

El auricular se quedó un rato en silencio.

—No me ha contado nada de eso. Y, además, es difícil comprobarlo, porque trabajo de noche y soy madre soltera. Lo tiene fácil para salir con alguien por la tarde, cuando yo tengo que irme al trabajo.

Notaba que Majvor Jansson estaba a punto de ponerse a llorar.

—Había pensado solicitar otro turno en el trabajo ahora que empieza a hacerse mayor, pero creía que aún no había ningún peligro. ¡Si sólo tiene catorce años!

—Gracias, no la molesto más —se despidió Knutas—. Seguro que la encontraremos pronto, ya lo verá. A lo mejor sólo se ha escapado con su novio.

P
aralelamente, se estaba llevando a cabo la búsqueda. Cientos de voluntarios se habían apuntado a las batidas que se habían organizado en diferentes sitios. La preocupación por lo que podía haberle ocurrido a Fanny aumentaba a medida que transcurrían las horas.

A
las ocho de la tarde se reunió la Brigada de Homicidios en la comisaría. El ambiente era tenso. Knutas les informó de la conversación que había mantenido con la comadrona del Centro de Salud para Jóvenes y del fallido intento de Fanny para conseguir píldoras anticonceptivas. Sohlman, que parecía agotado, informó de lo que había dado de sí el registro de la habitación de Fanny.

—Hemos encontrado tres cajas con la píldora del día después en el armario, escondidas entre la ropa de Fanny. Dos de las cajas están vacías y la otra contiene aún las dos píldoras. Lo cual demuestra que ha mantenido relaciones sexuales con alguien.

—Bueno, esa conclusión no es particularmente avispada —interrumpió Karin con acritud—. ¿Pero la píldora del día después? ¿No se toma sólo en caso de extrema necesidad? No es algo que se utilice como si fuera un anticonceptivo normal, ¿no?

Miró con expresión inquisitiva a su alrededor y al observar la cara de póker de sus colegas se dio cuenta de que trabajaba con un hatajo de hombres de mediana edad, cortados todos por el mismo patrón y que, con toda seguridad, no tenían ni puñetera idea de cómo funcionaba la píldora del día después.

—¿Cuántas píldoras ha tomado? —preguntó Karin volviéndose hacia Sohlman.

—Vienen dos en cada caja y se cuentan como una dosis, por lo que tengo entendido. Lo cual significa que se ha tomado cuatro píldoras o, lo que es lo mismo, dos dosis.

—¿Dónde consigue uno esas cosas? ¿En la farmacia? ¿Puede entrar una chica de catorce años y comprarlas? ¿No hay que tener por lo menos quince?

Nadie alrededor de la mesa pudo responder a la pregunta de Karin.

—¡Bah! —suspiró—. Llamaré al Centro de Salud para Jóvenes.

Sus colegas se mostraron aliviados al librarse de que Karin siguiera haciéndoles preguntas comprometidas de las que no conocían la respuesta. Sohlman continuó:

—En la colcha de la cama se han encontrado manchas de sangre y pelos, que no pueden ser suyos. Son cabellos cortos, oscuros y gruesos. También hemos encontrado esperma y vello púbico, pero no sabemos aún a quién pertenece. Lo hemos enviado todo al laboratorio. Lo mismo hemos hecho con las cosas que su madre no reconoce y que no sabe de dónde han salido.

Leyó una lista.

—Un frasco de perfume, un collar, anillos, un jersey, un vestido y dos conjuntos de ropa interior. Bastante refinados —añadió y tosió—. En la bicicleta no hemos hallado ni una sola huella interesante.

Cuando Sohlman dejó de hablar, una atmósfera pesada cayó sobre la sala de reuniones. En el transcurso de su explicación habían aumentado los temores de que a Fanny le hubiera ocurrido alguna desgracia. Wittberg rompió el silencio.

—¿Qué puñetas vamos a hacer? —suspiró resignado—. ¿Qué pistas tenemos?

—Hay mucho que hacer —intervino Knutas—. Mientras esperamos el resultado de las pruebas tendremos que ampliar la zona de rastreo. Está llegando información de la gente y hay que comprobarla.

—¿Cómo vamos a repartirnos el trabajo entre la investigación del asesinato de Dahlström y ésta? —quiso saber Norrby.

—Tendremos que trabajar paralelamente, ya lo hemos hecho antes. No olvides tampoco que aún no sabemos lo que ha pasado con Fanny Jansson. Puede que aparezca mañana.

C
uando Johan volvió a casa después del trabajo el miércoles por la tarde, se encontró para su sorpresa a Emma sentada en la escalera. Estaba pálida y ojerosa y llevaba su cazadora acolchada de color amarillo.

—Emma, ¿qué haces aquí? —exclamó.

—Perdona que me enfadara tanto ayer, Johan. Es sólo que no sé lo que voy a hacer.

—Entra.

Lo siguió y se sentó silenciosa en el sofá.

—Estoy a punto de perder pie y hundirme completamente. Olle no me deja todavía hablar con los niños. Había pensado ir a su colegio ayer, pero la asistente social de la escuela me lo desaconsejó. Cree que debo esperar. He hablado con sus profesores y parece que los niños se encuentran bastante bien. Al parecer, todo lo que saben es que nosotros estamos pasando una crisis y que yo estoy de baja.

Emma se retiró el flequillo de la frente.

—¿Puedo fumar?

—Sí, claro, fuma. ¿Quieres beber algo?

—Sí, por favor, un vaso de vino o una cerveza si tienes.

Johan llevó dos cervezas del frigorífico y se sentó a su lado.

—¿Qué piensas hacer?

—Eso es precisamente lo que no sé —dijo irritada.

Johan le rozó la mejilla.

—¿Qué has dicho en el trabajo?

—He llamado para decir que estaba enferma. No me sentía con fuerzas para dar explicaciones. El trabajo me parece lo de menos en estos momentos.

—Olle se tranquilizará, ya lo verás. No te preocupes por eso. A su debido tiempo podréis volver a hablar el uno con el otro.

—Es sólo que no comprendo que haya reaccionado de una forma tan violenta. Con lo poco que se ha ocupado de mí y de nuestra relación los últimos años, no debería sorprenderle tanto. Él me importa un bledo, en lo único que puedo pensar es en Sara y en Filip. No te imaginas lo duro que es.

Johan alargó el brazo y le acarició la mejilla.

Emma le cogió la mano, se la besó y se la llevó al pecho. Cuando él la besó, su reacción fue apasionada. Fue como si tuviera hambre de él, de contacto físico, de consuelo. Johan quería transmitirle su fuerza y darle la energía que ella tanto necesitaba. Había algo desesperado en su forma de hacer el amor con él aquella noche.

Después se quedó dormida, acurrucada como una niña en sus brazos. Johan permaneció mucho tiempo despierto a oscuras, observando el perfil de Emma y escuchando su respiración.

Jueves 29 de Noviembre

E
l interés de los periodistas por la desaparición de Fanny Jansson iba en aumento a medida que transcurrían las horas. Cada vez se apuntaba más gente para participar en las batidas y la búsqueda de la policía con helicópteros y con cámaras térmicas se intensificó alrededor de los bosques de Visby. El jueves por la mañana los dos periódicos vespertinos publicaban a doble página la noticia de la chica desaparecida. Su foto ocupaba las portadas.

Cuando Johan entró en la redacción de
Noticias Regionales
, Grenfors lo recibió agitando los diarios entre las manos.

—¿Qué coño es esto? —rugió. Tenía la cara roja de ira—. Tanto
Aftonbladet
como
Expresen
publican a doble página la noticia de la chica que ha desaparecido. ¿No tenías tú que ocuparte de esto?

—¿Puedo quitarme primero la cazadora? —le espetó Johan. Se había pasado veinte minutos en la estación de Hornstull esperando un metro que no llegó. La línea roja volvía a tener problemas y encima la empresa municipal SL tenía el valor de subir el precio de los abonos mensuales.

Grenfors fue tras él pisándole los talones, mientras se dirigía a su mesa de trabajo.

—¿Cómo es posible que nosotros no hayamos podido contar nada? —continuó diciendo detrás de Johan.

Dado que Johan era consciente de que últimamente se había centrado demasiado en Emma y demasiado poco en el trabajo, lamentablemente no tenía ninguna buena respuesta que darle. Emma había vuelto a casa en avión por la mañana y ahora tardarían en volver a verse.

—Voy a llamar para averiguarlo —respondió.

—Puede que exista también alguna relación con el asesinato de ese alcohólico. De hecho, el asesino aún anda suelto.

—¿Crees que debería ir allí? —preguntó Johan esperanzado.

—Depende de lo que consigas.

B
uscó los diarios locales en el montón de los periódicos del día y escuchó las noticias matinales de Radio Gotland a través de Internet. Efectivamente, informaban de que seguía sin saberse el paradero de Fanny Jansson, pero que la policía trabajaba ya tras una serie de nuevas pistas. También los periódicos contaban cómo se estaban llevando a cabo los trabajos de búsqueda y que había aparecido la bicicleta.

Qué putada que él no hubiera estado al tanto de la investigación, ahora
Noticias Regionales
se había quedado atrás de verdad. Era una gran desventaja no estar en el lugar de los hechos, en Gotland, siguiendo el desarrollo de los acontecimientos. Los dos periódicos vespertinos, claro está, especulaban con la posibilidad de que el asesino del alcohólico hubiera atacado de nuevo.

Levantó el auricular dando un suspiro y marcó el número de Knutas. No hubo respuesta, tenía el móvil apagado. Qué putada. Intentó hablar con Karin Jacobsson, con quien también tuvo bastante relación el verano anterior. Parecía estresada.

—Sí, Jacobsson.

—Hola, soy Johan Berg, de
Noticias Regionales
. Quería saber cómo va la búsqueda de Fanny Jansson.

La voz al otro lado del teléfono se suavizó. Johan sabía que la policía de Visby lo trataba con una cierta consideración, al menos de momento.

—Hemos puesto en marcha un amplio dispositivo. En estos momentos continúan los rastreos por los alrededores de la escuela, de su casa y también del hipódromo, donde fue vista por última vez, pero hasta ahora los resultados han sido más bien flojos. Hemos encontrado la bicicleta, eso ya lo sabrás.

—Sí, ¿hay alguna huella en ella?

—Eso tendrás que hablarlo con Anders Knutas. Es quien decide qué información podemos facilitar a los medios.

—He intentado hablar con él, pero no contesta.

—No, en estos momentos está en una reunión con los nuevos refuerzos que han llegado de la Policía Nacional. Seguro que tardarán por lo menos otra hora.

—¿Ha llegado a la isla más personal de la Policía Nacional? ¿Y eso por qué?

—Como te he dicho, eso tendrás que hablarlo con Knutas.

—Está bien, gracias de todos modos. Adiós.

Johan se echó hacia atrás en la silla. El que la policía hubiera solicitado refuerzos de los cuerpos nacionales sólo podía significar que el caso era más grave de lo que parecía en un principio. Tenían que haber descubierto algo que pusiera de manifiesto que detrás del caso había un acto delictivo. Se levantó y se dirigió a la mesa del redactor jefe, como de costumbre Grenfors estaba con el auricular en la oreja.

Johan se preguntaba a veces cuánto tiempo perdía esperando a que la gente terminara de hablar por teléfono. Advirtió que Grenfors había vuelto a teñirse el pelo. Éste tenía poco más de cincuenta años y cuidaba su aspecto, vestía siempre de forma deportiva y juvenil. Tenía por costumbre no almorzar nunca con sus compañeros, en vez de eso prefería una sesión en el gimnasio de la Televisión Sueca. Era alto, delgado y estaba en buena forma, tenía buen aspecto para su edad. Max Grenfors estaba casado con una mujer muy atractiva quince años más joven que él y monitora de aerobic.

Cuando por fin colgó el teléfono, Johan le contó lo que le había dicho Karin.

—Vamos a esperar a ver qué dice Knutas. De todos modos, hoy ya es demasiado tarde para volar hasta allí, a no ser que tengan algo muy importante que contar. Tendrás que preparar un texto desde aquí de manera que al menos mantengamos la llama. Peter y tú podéis viajar mañana si se demuestra que el asunto vale la pena.

J
ohan salió por la tarde con su amigo Andreas. Empezaron en el Vampires Lounge de la calle Östgötagatan, donde los cubatas eran baratos y el ambiente relajado. La chica del bar vestía completamente de negro, llevaba el cabello corto y grandes aros en las orejas. Cuando se volvió para enjuagar un vaso se le vio el tatuaje que lucía en el extremo de la espalda. Le sirvió a cada uno su Frozen Margarita en una copa de cristal con el pie enroscado. Alrededor de la barra se daba cita una clientela relativamente joven, la mayoría con un paquete pequeño de Marlboro Light al lado. La gente de Estocolmo pertenecía a una especie de fumadores noctámbulos. En los restaurantes a la hora del almuerzo apenas se veía nadie que fumara, pero por las noches casi todos iban con el cigarrillo en la boca.

—Pareces un poco decaído —comentó Andreas cuando dejaron de hablar, como de costumbre, de los inevitables temas del trabajo y de los distintos acontecimientos deportivos.

—No, qué va, es sólo que estoy un poco cansado —dijo Johan, e hizo lo mismo que los demás clientes del bar, se encendió un cigarrillo.

—¿Qué tal con esa chica de Gotland, Emma?

—Bien, pero es difícil también, ya sabes, con el marido, los hijos y todo.

Andreas meneó la cabeza.

—¿Por qué te lías con una mujer casada y con hijos pequeños? ¡Que además vive en Gotland! ¿No podías complicarte la vida un poco más?

—Lo sé —suspiró Johan—. Tú no lo entiendes porque nunca has estado lo suficientemente enamorado de nadie.

—¿Pero qué dices? Claro que lo he estado. Estuve cinco años con Ellen —protestó Andreas.

—Sí, ¿pero qué sentías realmente? Tenías dudas todo el tiempo. Te quejabas constantemente, si no era por una cosa era por otra; que si era vegetariana, que si llegaba siempre tarde, que si era descuidada y no era capaz de encauzar su vida. Que no hacía más que estudiar y venga a estudiar, sin que eso la condujera a ningún sitio, y que nunca tenía dinero. ¿Lo has olvidado?

BOOK: Nadie lo ha oído
7.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Second to Cry by Carys Jones
Just Say Yes by Phillipa Ashley
Putty In Her Hands by R J Butler
The Everlasting Hatred by Hal Lindsey
Mean Streak by Carolyn Wheat
Fast-Tracked by Tracy Rozzlynn
Yesterday's Echo by Matt Coyle
Hitting the Right Notes by Elisa Jackson
Easterleigh Hall by Margaret Graham