Nadie lo conoce (15 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Nadie lo conoce
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Cuando hubo pasado un cuarto de hora largo sin que la perra apareciera, decidió ir a buscarla. Estaba enojado, si no la encontraba pronto se iba a hacer demasiado tarde. Volvió a cruzar el prado, las escaleras que se abrían en medio de la valla que rodeaba el bosque y se introdujo entre los árboles. Entonces oyó ladrar a
Lisa.
Tenía que haberse adentrado un buen trecho, puesto que antes no la había oído. En la zona cercada quedaban restos de un foso de los tiempos en que Vivesholm fue un puerto importante y hubo allí una muralla defensiva.

La arboleda se iba volviendo cada vez más frondosa, pasó junto a la vieja e inestable torre de madera usada como observatorio de aves que estaba en la linde del bosque. Más allá el terreno se iba volviendo pantanoso, hasta que el mar tomaba el relevo. Desde allí se podía divisar el Hotel Warfsholm, que en línea recta no quedaba muy lejos. Los ladridos se oían cada vez más claros, la perra debía de encontrarse ahora muy cerca. Entonces divisó entre los árboles algo de color champán y allí estaba
Lisa
, ladrando como una loca hacia lo alto de un pino. ¿Qué demonios sería eso que le parecía tan interesante?

Unos metros más allá se detuvo en seco. Durante varios segundos escalofriantes tuvo que esforzarse para comprender qué era lo que estaba viendo. Era incapaz de asimilar la visión de la joven que colgaba balanceándose libremente a merced del viento, desnuda, con una soga alrededor del cuello. Tenía la cabeza inclinada hacia delante y la melena larga y rubia le caía sobre la cara. Lo primero que pensó es que se trataba de un trágico suicidio. Lo invadió un profundo malestar y se vio obligado a sentarse en el suelo. Entonces fue cuando vio que la mujer estaba cubierta de sangre. Alguien le había abierto con un cuchillo el bajo vientre de lado a lado.

U
na hora después Knutas tomaba el camino de grava que discurría entre las casitas de veraneo y bajaba hasta el mar y Vivesholm. Lo acompañaban Karin Jacobsson y Erik Sohlman. Antes de ponerse en camino, Knutas consiguió ponerse en contacto con el forense, que tomaría un avión desde la península unas horas más tarde.

Junto a la verja se encontraba un hombre de unos sesenta y cinco años. Vestía pantalones cortos y un jersey, y sujetaba con la correa a un perro de pelo claro y rizado. Aparcaron al lado de la verja y caminaron por la hierba que crecía junto al camino de grava hasta el extremo del promontorio para no destruir las posibles huellas de ruedas de coches. Kalle Ostlund levantó la mano y señaló.

—Tuvo que llegar por ese recodo —apuntó—. De lo contrario lo habrían visto desde las casas que están más cerca del mar.

Siguieron al hombre hasta una pequeña zona boscosa y continuaron por un sendero de tierra muy trillado que discurría paralelo al antiguo foso. Aquí y allá crecían endrinos y escaramujos.

El viento estaba casi totalmente en calma y todo lo que se oía eran los graznidos de las aves sobre el mar. No vieron el cuerpo hasta que no lo tuvieron justo delante de los ojos.

En el aire, rodeada de la exuberante vegetación estival, colgaba una joven. El pelo le caía sobre el rostro y el delicado cuerpo que colgaba sin vida de una soga era de un rosa resplandeciente. Sobre el terso vientre alguien le había realizado un corte de varios centímetros de longitud, de donde había manado la sangre deslizándose sobre los genitales y las piernas.

El contraste entre su juventud y belleza y la violencia a la que había sido sometida era brutal.

Los policías observaron el cuerpo en silencio.

—Sí, así fue como la encontré —dijo finalmente Kalle Ostlund.

—¿Y no ha abandonado el lugar desde entonces? —le preguntó Knutas.

—No, llamé a mi mujer, pero no me atreví a irme de aquí.

—¿Vio u oyó algo cuando venía hacia aquí?

—No, iba yo solo. Con
Lisa
—añadió Kalle acariciando a la perra.

Knutas llamó a los agentes que se habían sumado a ellos y habían empezado a colocar las cintas de plástico.

—Vamos a acordonar esta zona. Quiero que algunos empecéis a llamar a las casas de los vecinos inmediatamente. ¿Dónde están los perros?

—Están de camino —respondió Karin.

—Bien, no hay tiempo que perder. Usted, por el momento, puede irse a su casa —le dijo al señor de la perra—. Pero quédese allí, dentro de un rato quiero hablar con usted y con su mujer.

—Sólo puede tratarse de Martina Flochten —afirmó Karin—. Coinciden tanto la edad como el aspecto físico.

—Sí, es ella, sin duda —reconoció Knutas.

—¡Maldita sea! ¿Con qué loco se habrá topado? —exclamó con vehemencia Sohlman—. ¿Por qué colgar a una persona a la que ya has matado?

—¿O para qué apuñalar a una persona a la que ya has ahorcado? —replicó Karin.

Knutas se movió despacio alrededor del cuerpo observándolo desde todos los ángulos. Martina parecía una muñeca escalofriante. Tenía la cara enrojecida, como si hubiera realizado un esfuerzo, los ojos abiertos, pero apagados, sin brillo. Los labios de color marrón oscuro y la piel enrojecida, las pantorrillas y los pies tirando a violáceo.

En el corte de la parte inferior del vientre había moscas y a Knutas se le revolvió el estómago al ver que se habían formado pequeñas larvas en la herida.

—Me pregunto si llevará aquí colgada desde el sábado —susurró Karin tras el pañuelo que mantenía apretado contra la boca.

—Veamos, ¿qué día es hoy? Miércoles. Si la mataron el sábado por la noche, ya han pasado casi cuatro días —dijo Sohlman—. Es posible.

—Tendrá que seguir colgada hasta que llegue el forense —afirmó Knutas—. Quiero que la vea tal como está.

Junto a la verja ya se habían dado cita los curiosos. Knutas evitó responder a sus preguntas al pasar junto a ellos.

Condujeron directamente de vuelta a la comisaría.

S
e hallaba en el interior del bosque, recostado contra la gruesa corteza del árbol. Tenía los ojos cerrados, y escuchaba. El murmullo de los árboles, una piña que caía al suelo con un ligero golpe sordo, una corneja que graznaba. Aquí dentro, en las sombras, los olores eran muy intensos: resina, pinochas, tierra, arándanos. Dobló las piernas lentamente y deslizó la espalda contra el tronco del árbol hasta quedar sentado. Las rugosidades del árbol no le molestaron. Canturreaba para sí mismo en voz baja y monótona. Fue cayendo lentamente en el estado al que aspiraba, en éxtasis. Se fundió con el árbol y su alma permanecería allí mientras él proyectaba su conciencia en otra cosa.

Ese tránsito era importante para él, necesario en realidad para que pudiera cumplir su cometido.

El árbol y él se convirtieron en un solo ser. Ahora no existía ninguna limitación, en absoluto. Había entrado en otra realidad. El entorno le era indiferente. Aquello que antes lo angustiaba ya no tenía ninguna importancia. Se había liberado de los problemas diarios, triviales, todo lo relacionado con las personas. Ya no debía preocuparse de ellas porque había sellado otra alianza que nada tenía que ver con las relaciones humanas. Era como si hubieran caído los muros, se hubieran removido los obstáculos y el camino se abriera ante él recto y claramente señalizado. Comprendió que poseía fuerzas poco comunes.

De pronto se rompió una rama y apareció una zorra entre la maleza. Se sentó como un gato enfrente de él y se acicaló tranquilamente. De cuando en cuando alzaba la cabeza y lo observaba un momento. Luego, cuando se adentró de nuevo en el bosque, pasó casi rozándolo como si nada. Aspiró profundamente.

Era la prueba definitiva de que lo había conseguido…

E
l teléfono sonaba ininterrumpidamente cuando Knutas regresó a su despacho y estuvo todo el tiempo ocupado respondiendo a las preguntas de los medios acerca de la muerte de Martina Flochten. Al final se vio obligado a pedir a la centralita que no le pasaran más llamadas. Necesitaba concentrarse en su trabajo.

Decidieron convocar una rueda de prensa por la tarde. Lars Norrby se ofreció a prepararla en lugar de participar en la reunión del grupo que dirigía la investigación.

Knutas había llamado al fiscal, que se sentó a su lado en la sala de reuniones. Birger Smittenberg era un fiscal jefe con gran experiencia que trabajaba en el juzgado de Gotland desde hacía muchos años. Con el tiempo, entre Knutas y él había ido creciendo una confianza sólida e inquebrantable. Tenían una larga lista de investigaciones a sus espaldas. Smittenberg había nacido en Estocolmo, pero se casó con una cantante de Gotland a finales de los años setenta. Estaba profundamente comprometido con su trabajo y participaba en las reuniones siempre que podía.

—Como todos sabéis, Martina Flochten, la joven holandesa de veintiún años originaria de Rotterdam, ha sido hallada muerta en Vivesholm —comenzó Knutas—. La encontró esta mañana, a las cinco y media, el dueño de una de las casas de veraneo que hay en la zona, un tal Kalle Östlund. No cabe ninguna duda de que ha sido asesinada y Erik va a describirnos inmediatamente las lesiones que presenta. El forense está de camino desde Estocolmo y hoy mismo examinará el cuerpo en el lugar donde fue encontrado. Se ha acordonado la zona vallada y en estos momentos se está peinando con patrullas de perros policía. También estamos buscando huellas en los alrededores de Warfsholm lo mejor que podemos, porque no nos es posible pedir que cierren todo el recinto. Creo que de momento eso es todo.

Hizo una señal con la cabeza a Sohlman, quien se levantó y se colocó junto al ordenador. Proyectó una vista aérea de la zona en la pantalla blanca que ocupaba la pared frontal de la sala.

—Esto es Vivesholm. Los terrenos son de propiedad privada y su dueño es un granjero que suelta a sus vacas a pastar por allí, pero están abiertos al público y hay mucha gente que acude para observar las aves o para contemplar las vistas.

—También está de moda entre los surfistas —intervino Thomas Wittberg—. Yo mismo he estado allí practicando
windsurf
en varias ocasiones, es un sitio muy chulo.

—Fuera, en el promontorio, hay una pequeña área boscosa que está cercada con una valla. Allí hay otra torre para la observación de aves.

Sohlman proyectó otra imagen.

—Aquí dentro es donde se halló el cadáver de Martina Flochten colgando de un árbol. En principio, sólo entran allí el granjero y algún que otro amante de las aves que quiere conseguir un mejor punto de observación desde la torre. Por eso no es raro que hayan pasado varios días antes de que se encontrara el cuerpo. Vamos a ver las lesiones que presenta. Este asesinato es algo fuera de lo normal.

Algunos se estremecieron en sus sillas cuando apareció una fotografía de Martina.

—Lo insólito es que al parecer la han asesinado de varias maneras —continuó Sohlman pensativo—. La víctima ha sido estrangulada y apuñalada. Mi experiencia me dice que el asesino primero la colgó de la soga y luego la apuñaló. El propio aspecto de la incisión indica que con toda probabilidad fue realizada cuando la víctima ya estaba muerta. Puesto que el cuerpo no presenta otras lesiones, todo parece indicar que el agresor la pudo seccionar con toda tranquilidad, por decirlo de alguna manera. La joven no ha opuesto resistencia. Además hay otra cosa.

Sohlman hizo una pausa retórica y miró atentamente a sus colegas.

—Tampoco es seguro que muriera ahorcada. Algunas señales inducen a pensar que ya estaba muerta cuando la colgaron del árbol.

—¿Qué señales? —preguntó Knutas asombrado.

—Como he dicho, esto son sólo suposiciones, el análisis cien por cien fiable se lo dejo con gusto al forense. Pero he presenciado otros casos de personas que se han suicidado colgándose de una soga y, por lo tanto, han muerto al dar una patada a la silla o a lo que tuvieran debajo y la cuerda los ha estrangulado. El muerto presenta ciertas lesiones especiales. Se trata de moratones en el surco de la soga alrededor del cuello y hemorragias en la base de la musculatura próxima a la clavícula. Esos signos de vitalidad, que así se llaman, son fáciles de descubrir, cuando se tiene experiencia se ven inmediatamente. Martina no presenta tales señales. Hay algo que no encaja.

Karin miró sorprendida al perito.

—Eso significaría, por tanto, que el asesino no se ha contentado con matar a Martina de una manera sino de varias, de las cuales la horca y el corte en el vientre son dos. ¿Qué fue entonces lo primero que acabó con su vida?

Siguió un silencio tenso. Wittberg fue el primero en tomar la palabra.

—Una cosa es que un asesino utilice una violencia extrema, por ejemplo cuando tras un apuñalamiento continúa dándole tajos sin sentido aunque la víctima ya esté muerta, o le dispara una cantidad de tiros innecesaria. Eso es algo que sucede en un acceso de furia, si el asesino está bajo el efecto de las drogas o si se ha vuelto loco sencillamente. Pero en este caso parece que se trata de algo diferente.

—Parece un asesinato ritual —balbució Knutas mientras observaba las fotos.

—Sí —convino Birger Smittenberg—. El agresor debió de tomarse su tiempo para tranquilizarse entre los diferentes pasos.

—¿Y el motivo? —dijo Karin pensativa—. Tenía un propósito manifiesto al asesinarla de varias formas. Eso simboliza algo. La forma de actuar se asemeja de alguna manera a una práctica ritual, como dice Anders. Además, cabe preguntarse también por qué está desnuda y qué significa eso.

—No hay ningún signo externo de agresión sexual, pero la autopsia demostrará si la violaron. Aunque está claro que el hecho de que no tenga nada de ropa hace pensar en un móvil sexual.

—¿Qué huellas habéis encontrado? —preguntó Wittberg.

—Hasta ahora, no muchas —respondió Sohlman—. Estamos recorriendo todo el cabo que, como sabéis, es bastante grande.

—Seguimos interrogando a todos los vecinos —intervino Knutas—. Esperemos que aporten algo.

—¿Cuántas casas hay ahí abajo? —preguntó Smittenberg.

—Alrededor de veinte.

—¿La muerte se produjo en el lugar donde ha aparecido?

—No lo sabemos aún —dijo Sohlman—. Yo no he visto rastro de lucha por los alrededores, aunque, por otra parte, tampoco hemos tenido tiempo de inspeccionarlo detenidamente. El forense tiene que examinar el cadáver antes de que podamos mover el cuerpo. Teniendo en cuenta que ya ha comenzado el proceso de descomposición, calculo que llevará muerta dos o tres días. De momento, no puedo ser más preciso, pero es probable que fuera asesinada en la noche del sábado al domingo. Es casi imposible adentrarse en la zona boscosa con un vehículo, así que, si la asesinó primero en otro lugar, probablemente tuvo que cargar con ella. Son doscientos metros por lo menos con ella a cuestas, lo cual significa que tendremos que vérnoslas con un tipo forzudo. Martina no era precisamente pequeña, era alta y musculosa.

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