E
l interrogatorio con el alumno americano, Mark Feathers, lo dirigió Karin, el inglés de Knutas, una vez más, resultaba insuficiente.
A primera vista a ella le pareció que Mark Feathers tenía el aspecto del típico chico americano: cabello corto, amplias bermudas y una camiseta arrugada y demasiado grande que le colgaba por fuera. En los pies llevaba un par de calcetines de tenis con el borde azul y las zapatillas de deporte de rigor. Era grande y musculoso, de expresión agresiva, y recordaba más a un jugador de béisbol que a alguien que se dedica pacientemente a las excavaciones arqueológicas.
Parecía alterado.
—No puedo comprender que esté muerta. Esto es una locura. ¿Qué ha hecho con ella ese cabrón?
Mark Feathers hablaba con voz alta y contundente, y miraba a Karin con agresividad.
—Lo siento, pero no puedo revelar cómo ha muerto Martina.
—¿La han violado? ¿Se trata de un asesinato de carácter sexual?
—No, creemos que no, aunque es demasiado pronto para afirmarlo con total seguridad.
—Si agarro a esa bestia…
Apretó el puño en un gesto amenazador.
—Comprendemos que estés conmocionado, pero tendrás que tranquilizarte —le advirtió Karin—. Lo importante ahora es que obtengamos la mayor información posible de Martina y de lo que hizo los últimos días antes de su desaparición. ¿Puedes ayudarnos?
—Sí, claro —contestó algo más dócil.
—¿Cómo describirías a Martina?
—Lista, divertida, guapa, especialista en todo lo relacionado con la época vikinga, era la que más sabía de todos. Estaba llena de energía, bueno, seguro que era la que más trabajaba de todos nosotros. Pero sobre todo era estupenda, como amiga.
—¿Era coqueta o provocativa en su manera de comportarse?
Mark tardó un poco en responder.
—Yo no diría eso. Era alegre y abierta, pero provocativa… no.
—¿Notaste últimamente algún cambio en su manera de actuar?
—No. Estaba como siempre.
—¿No ocurrió nada especial el tiempo anterior a su desaparición?
El joven negó con la cabeza.
—¿Sabes si tenía algún novio aquí?
—No estoy seguro, pero creo que sí.
—¿Por qué lo crees?
Mark miró circunspecto a los dos policías.
—Jonas y yo dormimos en la habitación que está al lado de la de Martina y Eva. Todos los días, al terminar los trabajos de excavación, un autobús nos lleva de vuelta a Warfsholm. Después de trabajar ocho o nueve horas bajo el calor y en medio de toda esa suciedad, todos estamos realmente deseosos de darnos una ducha y cambiarnos. Sin embargo, con frecuencia Martina se largaba en cuanto llegábamos al albergue.
—¿Adónde?
—Ni idea.
—¿Viste en qué dirección iba?
—Sí. El autobús nos llevaba hasta la misma puerta del albergue y todos entrábamos corriendo para llegar los primeros a las duchas. Al principio no reparé en que Martina no entraba con nosotros; tardé unos días en descubrirlo. En vez de eso se dirigía al hotel.
—¿Le preguntaste adónde iba?
—Una vez. Me dijo que fue a comprarse un helado. Hay un puesto de helados al lado del restaurante.
—¿Solía marcharse sola?
—Nunca vi que fuera acompañada.
—¿Y crees que se encontraba con alguien?
—Sí, porque luego volvía al albergue siempre a la misma hora, unas dos horas más tarde.
—¿Hablaste de esto con los demás?
—Con Jonas, claro, mi compañero de habitación. Nadie le prestaba tanta atención a Martina como él.
—¿A qué te refieres?
—Estaba enamorado de Martina, aunque es algo de lo que no le gusta hablar.
—¿Hay alguien más que esté al tanto de ello?
—Por supuesto, era muy evidente.
—¿Y Martina le correspondía?
Mark negó con la cabeza.
—No, no tenía ninguna posibilidad.
Karin decidió cambiar de tema.
—¿Es la primera vez que vienes a Suecia?
—¿Por qué me pregunta eso?
—¿Y por qué no debería preguntártelo?
—¡Bah!, no sé, me parece que no viene a cuento.
—¿Qué tal si me respondieras?
—Sí, la verdad es que he estado aquí antes.
—¿Cuándo?
—Estuve en Gotland el año pasado y el anterior.
—¿Y eso?
—La primera vez estuve aquí con un amigo que tenía una novia de Gotland. Se conocieron cuando ella estuvo en Estados Unidos en un programa de intercambio universitario. Yo lo acompañé y nos lo pasamos tan bien que quise repetir. Cuando le tocó volver otra vez aquí, me vine con él.
—¿No resulta muy caro para un estudiante viajar hasta aquí?
—Lo pagan mis padres —dijo Mark sin inmutarse.
—¿Desde cuándo estudias arqueología?
—Con intermitencias, desde hace tres años.
—¿Qué es eso de con intermitencias?
—He hecho un poco de todo, he viajado, navegado en un velero… También participo en bastantes competiciones de
windsurf
.
De ahí esos músculos y el aspecto deportivo, pensó Karin.
—¿Has hecho amigos durante tus viajes a Gotland?
—Sí, claro que he conocido a gente. Pero la que uno conoce durante el verano en las playas y en los bares normalmente no es de aquí, así que no se puede decir que haya conocido a muchos isleños.
—¿Puedes nombrar a alguno?
—Claro, unos que viven en Visby.
Karin anotó sus nombres y números de teléfono.
—¿Cuánto tiempo has pensado quedarte esta vez?
—El curso dura hasta mediados de agosto, después me quedaré un par de semanas más.
—¿Dónde te vas a alojar?
—Tengo amigos en Visby.
—¿Estos de los que me has dado el número de teléfono?
—Sí, voy a vivir en casa de Niklas Appelqvist.
—¿Conociste a Martina en tus anteriores estancias en Gotland?
—No.
—¿Qué hiciste la noche en que ella desapareció?
—¿Por qué me lo pregunta?
—Es una pregunta rutinaria.
—Después del concierto estuve tomando cervezas con el resto del grupo en la terraza del hotel. Martina también estuvo.
—¿Hasta cuándo estuviste allí?
—Como los demás, hasta las tres o las cuatro. Después nos fuimos a la cama. Jonas y yo compartimos habitación, así que estuvimos juntos todo el tiempo.
—¿Es decir, que él puede confirmar que estuviste con él toda la tarde y toda la noche?
—Por supuesto. Lo mismo que yo puedo responder por él.
A
l día siguiente llegó Martin Kihlgård acompañado por una colega de la Policía Nacional. Agneta Larsvik era especialista en psiquiatría y la habían llamado para que los ayudara a interpretar las circunstancias especiales que rodeaban aquel asesinato, sobre todo la forma de actuar.
Kihlgård fue recibido con cálidas aclamaciones y palmadas en la espalda cuando apareció en los pasillos de la Brigada de Homicidios; el alegre comisario se había hecho muy popular en Visby en sus anteriores visitas, en las que había ayudado a Knutas en algunas investigaciones de casos de asesinato. Karin, en particular, parecía encantada de verlo.
—¡Qué sorpresa! —exclamó en cuanto apareció en el vano de la puerta. Se lanzó a sus brazos y desapareció totalmente envuelta por su imponente corpachón.
—¡Jesús, qué recibimiento! —respondió satisfecho—. ¿Cómo van las cosas aquí en el campo?
—Así, así, gracias, aquí pasa una cosa rara tras otra —dijo Karin—. Vamos a tener una reunión enseguida y así te enterarás de más cosas.
—Ya me he enterado de bastantes. Parece jodidamente desagradable.
—Realmente lo es. Ven a saludar a Anders, creo que está ahí dentro.
Cogió a su corpulento colega del brazo y se dirigió con él al despacho del jefe.
—Hola, Knutte. —El rostro de Kihlgård se iluminó con una cordial sonrisa en cuanto vio a Knutas detrás del escritorio.
Knutas le estrechó la mano y puso buena cara. Martin Kihlgård era la única persona a la que se le había ocurrido llamarlo por ese detestable apodo.
Su colega, Agneta Larsvik, tenía modales suaves y menos bruscos. Era una mujer morena, alta y delgada, con el pelo recogido en un moño, que respondió al saludo de Knutas con una sonrisa.
Después de charlar un ratito de temas sin importancia, el grupo encargado de la investigación del caso se reunió para informar a sus compañeros de la Policía Nacional de los últimos acontecimientos.
—¿Os apetece comer algo?
Karin conocía el insaciable apetito de Kihlgård.
—Sí, no estaría mal, ¿no? —contestó volviéndose hacia Agneta Larsvik que, al parecer, se quedó asombrada. Ella hizo ademán de ir a decir algo, pero Karin la interrumpió.
—Voy a pedir unos bocadillos.
—Muchas gracias.
Con expresión satisfecha, Kihlgård consiguió acomodarse en la silla, entre Lars Norrby y Birger Smittenberg. Al momento ya estaban los tres enzarzados en una discusión sobre cuál de las islas griegas era el mejor destino para pasar unos días de vacaciones.
Entró alguien con una bandeja repleta de sándwiches de gambas y una caja de cervezas sin alcohol y agua de Ramlösa. Después aparecieron también en la mesa café y galletas de chocolate. No estaban acostumbrados a semejante derroche. Knutas lanzó una mirada a Karin. Aquí, por lo visto, no se reparaba en gastos con tal de que Kihlgård se sintiera bien recibido.
Observó a sus colegas. Todos charlaban y reían con el simpático comisario de la Policía Nacional impacientes por conocer el último cotilleo de Estocolmo. Siempre pasaba lo mismo. Tan pronto como aparecía Kihlgård las reuniones se convertían en auténticos festines.
Knutas carraspeó en voz alta para captar la atención de sus compañeros y dio la bienvenida a Martin Kihlgård y a Agneta Larsvik. Luego el grupo dedicó más de una hora a repasar la información que los investigadores habían recabado hasta ese momento. Examinaron también los interrogatorios de la tarde anterior. Lo más interesante que habían conseguido era lo que había contado el profesor Aron Bjarke acerca de las infidelidades de Staffan Mellgren. Se pusieron de acuerdo sobre la conveniencia de investigar aquella pista.
Cuando ya casi habían terminado, llamaron a la puerta y entró Erik Sohlman. A juzgar por su gesto tenía algo importante que contar.
—Tengo una cosa que añadir —dijo cuando Knutas terminó de hablar.
—Cuenta.
—Los buzos que han rastreado en las proximidades de Warfsholm han encontrado un anillo que pertenece a Martina.
—¿Dónde?
—Junto al albergue, en el fondo del agua al borde del cañaveral, es decir, que se encontraba en aguas poco profundas. Se trata de un anillo de plata grande y bastante pesado, con piedras de diferentes colores. Hemos ampliado el cordón policial en esa zona y en estos momentos estamos buscando más rastros. Yo tengo que regresar allí.
—¿Dónde está el anillo?
—En el laboratorio.
Knutas se retrepó en la silla.
—Eso coincide bastante bien con la hipótesis del forense, según la cual a la chica la ahogaron allí, luego el asesino cargó el cuerpo en un coche y condujo hasta Vivesholm para rematar su obra.
—Es de suponer que sólo mantendría la cabeza de la chica bajo el agua el tiempo necesario —añadió Sohlman—. Tenía arena y algas marinas bajo las uñas que seguramente se le metieron mientras él la sujetaba. El fondo es cenagoso allí también, así que ella debió de hundir los dedos en el fango. Puede que fuera entonces cuando perdió el anillo, que es uno de esos que se aprietan por los extremos y está abierto en el centro.
Una especie de abatimiento cayó sobre la sala. Quizá los mismos pensamientos ocupaban todas las mentes. La imagen de Martina, luchando inútilmente por su vida junto a las cañas, mientras sus compañeros estaban de fiesta a tan solo unos cientos de metros de allí y no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo.
—Parece planeado —afirmó Kihlgård—. A sangre fría. Tiene que haber calculado la manera de encontrarse con ella a solas, de manera que pudiera perpetrar la agresión. Lo que quiero decir es que nadie va por ahí con un cuchillo, una soga y ese tipo de cosas en el coche si no tiene un motivo.
—Quizá llevaba un tiempo espiándola —sugirió Karin—. No sabemos cuánto tiempo ha estado esperando la ocasión. Tal vez lo único que sucedió es que aquella noche tuvo suerte.
—¿Estamos seguros de que era justo a Martina a quien acechaba? —preguntó Kihlgård—. ¿Quién nos dice que no buscaba solamente una víctima, la que fuera?
—También puede ser así, desde luego —admitió Knutas.
—Otra cosa que me llama la atención es que perpetrar este crimen tiene que haber llevado tiempo —continuó Kihlgård—. Habrá necesitado dos horas como mínimo para poder hacer todo eso.
—Y luego tenemos ese componente ritual. ¿Qué nos sugiere?
Knutas dirigió la mirada hacia la especialista en psiquiatría.
—Es demasiado pronto para que pueda pronunciarme —dijo Agneta Larsvik—. Quiero ver más fotografías de la víctima y tener más datos, así como dar tiempo a que llegue el informe de la autopsia. Además, quiero ver el lugar del crimen para poder decir algo con seguridad.
—¿Pero cuál es tu primera reacción? —insistió Karin.
—Lo que vemos aquí —dijo con la mirada puesta en la foto de Martina que ocupaba toda la pantalla— es una expresión de violencia extrema, inverosímil. Esa forma de actuar tan extraña me lleva a pensar en un agresor solitario, gravemente enfermo y con un terrible desprecio hacia las mujeres. Quizá sin experiencias sexuales. El cuchillo en la tripa puede indicar cierta curiosidad por el cuerpo femenino, de la misma manera que hay agresores que introducen objetos en la vagina para examinarla. El hecho de que esté desnuda podría significar algún tipo de conexión sexual, pero como ya he dicho, en estos momentos es imposible sacar conclusiones claras.
—¿Es una persona sin antecedentes? —preguntó Karin.
—Probablemente no. Me inclinaría a pensar en un criminal joven que ha cometido graves actos violentos con anterioridad, un asesinato tan macabro no se comete la primera vez.
—¿Por qué piensas que es joven?
—Una persona tan enferma que es capaz de cometer un crimen de este tipo no pasaría desapercibida mucho tiempo entre la gente. Sencillamente, no podría haber llegado a cumplir muchos años sin acabar en la cárcel. Pero recuerda, no es más que una primera impresión.