Un sendero bajaba hasta la zona donde estaban excavando y cuando se acercaron vieron a Staffan Mellgren moviéndose entre sus alumnos mientras ellos trabajaban. El terreno estaba dividido en rectángulos de unos decímetros de profundidad. En algunos hoyos se veían restos de esqueletos así como otros objetos que a ellos les resultaba difícil identificar. En el centro había una mesa alargada con bolsas de plástico marcadas con diferentes etiquetas, archivadores y planos. Mellgren se había detenido allí y estaba anotando algo en un archivador. Levantó la vista cuando ellos lo saludaron, era un hombre alto, de constitución atlética, con el cabello castaño oscuro algo entrecano. Rondaría los cuarenta, supuso Karin. Con los ojos castaños y expresivos, tenía muy buena presencia, constató la subinspectora, más atractivo que en las fotos que había visto.
—Nos gustaría hablar un momento con usted acerca de la desaparición de Martina Flochten —comenzó Knutas.
—Sí, claro, un momento —se disculpó. Se volvió hacia una chica joven que estaba en el hoyo de al lado, le preguntó algo que ellos no oyeron y dibujó unos garabatos ininteligibles en un archivador.
En la mesa había objetos en bolsas de plástico, trozos de huesos y herramientas. Karin exclamó entusiasmada cuando encontró una bolsa con un adorno de plata y otra con una moneda de plata.
—¿Qué hacen con todo esto? —dijo Karin dirigiéndose a Mellgren, que ahora parecía haber acabado con las anotaciones.
—Todos los objetos que hallamos quedan documentados. —Hizo un gesto envolvente dirigiéndose a la zona que había detrás de ellos—. Esas celdillas se llaman cuadrículas. Dividimos el terreno para facilitar tanto la excavación como la documentación del mismo. Los objetos que encontramos se introducen en una bolsa en la que escribimos exactamente dónde y cuándo se extrajo, en qué cuadrícula y a qué profundidad. Al terminar la jornada de trabajo lo guardamos todo en esos carros que pasaron al venir aquí. Después el material se lleva a nuestros locales en la universidad, donde se clasifica y se estudia y, al final, acaba en el almacén de Fornsalen, la Sala de Arte Antiguo del Museo de Arqueología.
—¿Podemos sentarnos a hablar en algún sitio? —preguntó Knutas.
—Sí, claro.
Mellgren los condujo a una de las esquinas del yacimiento, donde había una mesa de plástico y unas sillas.
—¿Cuánto tiempo lleváis excavando aquí? —preguntó Knutas cuando se sentaron.
—¿Quiere decir ahora, en este curso? Íbamos a empezar nuestra tercera semana de excavaciones.
—¿Entonces ya habéis tenido tiempo de conoceros bastante bien?
—Ya lo creo, la relación ha sido bastante intensa durante este tiempo.
—¿Por las tardes también?
—No siempre, pero por la tarde hay bastantes conferencias y otras actividades. Y, además, a veces cenamos juntos. La responsabilidad como encargado no termina cuando finaliza la jornada de trabajo.
Mellgren sonrió ligeramente.
—¿Qué opinión tienes de Martina?
El responsable de las excavaciones se puso serio de nuevo.
—Para lo joven que es, está muy preparada y es sorprendente cuánto sabe de la época vikinga en particular. Además, es despierta y entusiasta y contagia ese entusiasmo a los demás, así que es realmente una suerte contar con ella.
—¿Qué piensa de su desaparición? —preguntó Karin.
—Es incomprensible. Estoy seguro de que si se encontrase bien habría llamado. Temo que le haya ocurrido algo. No sé cuánto tiempo podremos seguir excavando si no aparece pronto. Su desaparición nos ha provocado a todos un profundo desasosiego.
—¿Cuándo la vio por última vez?
Knutas miró atentamente al encargado de la excavación.
—El sábado pasado, cuando terminamos la jornada de trabajo. Se marchó a casa en el autobús con el resto de los alumnos, como suelen hacer todos los días.
—¿A qué hora?
—Serían las cuatro, creo. Iban a ir todos juntos a ese concierto por la noche y parecían muy animados cuando salieron de aquí.
—Pero ¿usted no fue al concierto?
—No. Pasé la tarde en casa con la familia.
—Ya, ya.
Knutas hizo una anotación en su libreta.
—¿Puede describirme su relación con Martina?
—Es buena. Como he dicho, se porta estupendamente.
—Pero ¿no hay entre vosotros una relación más personal?
—No creo que pueda llamarse así.
Karin sacó del bolso el recorte de periódico.
—He encontrado esto en la cama de Martina debajo de su almohada.
Mellgren observó el artículo, pero su rostro permaneció inexpresivo.
—¿Y qué quieren que les diga?
—¿Por qué motivo cree que guarda una foto suya debajo de la almohada? —interpeló Knutas.
—Ni idea. Además, el artículo no habla sólo de mí, sino de lo que hacemos durante el curso.
—¿Cree que es su pasión por el trabajo arqueológico lo que la ha llevado a guardar una fotografía de la excavación debajo de la almohada?
La voz de Knutas sonó bastante irónica. Mellgren se encogió de hombros.
—¿Qué sé yo? No conozco a mis alumnos hasta ese extremo.
—¿Es decir, que no mantiene una relación más personal con Martina? Porque sería fácil creerlo a la vista de esto.
—En absoluto, como podréis entender. Estoy casado y tengo cuatro hijos. Por otra parte, lógicamente tampoco puedo relacionarme con los alumnos de esa manera.
Karin utilizó otra táctica.
—¿Y no podría ser que Martina esté enamorada de usted?
—La verdad, no lo creo.
—¿Ha notado alguna insinuación?
—No.
—¿Quizá la ha felicitado por su trabajo y ella lo ha malinterpretado?
—Sí, claro, es posible, en cualquier caso, nada de lo que yo haya sido consciente.
—¿Ha ocurrido algo entre vosotros?
—¿Cómo ocurrido?
—Sí, que si ha habido algo entre vosotros.
—No, y ahora ya está bien.
Mellgren estaba a punto de levantarse, pero Knutas lo cogió del brazo para calmarlo.
—¿Habéis discutido o habéis tenido alguna riña?
—Por favor, basta ya. Con Martina tengo la misma relación que con el resto del grupo. Ni más ni menos.
—¿Algún otro, entonces? —preguntó Karin para rebajar un poco la tensión—. ¿Sabe si sale con alguien del grupo?
—No estoy al tanto de las relaciones que mantienen entre ellos.
—¿No ha observado si ha discutido con alguien?
—No, Martina estaba tan contenta como de costumbre la última vez que la vi. En estos momentos sólo espero que aparezca cuanto antes.
Karin advirtió que no iban a llegar más lejos y cambió de tema. Le había picado de veras la curiosidad y quería saber qué era lo que ocurría a su alrededor.
—¿Puede comentarnos algo sobre este sitio y sobre la excavación?
Mellgren suspiró y se volvió a recostar en la silla como para recuperarse del reciente ataque. Pareció darse cuenta de que el interés de Karin era auténtico, porque cuando empezó a hablar tenía un brillo nuevo en los ojos.
—Estos campos que veis alrededor, que a simple vista parecen simples prados y tierras de cultivo, ocultan un asentamiento de la época vikinga cuya extensión, según nuestros cálculos, es de unos cien mil metros cuadrados. El área, por lo tanto, es enorme. Las excavaciones comenzaron a finales de los años ochenta y hasta ahora sólo hemos investigado una pequeña parte.
—¿Cómo supisteis al principio que era interesante excavar aquí? —quiso saber Karin.
—Por varias razones. Un campesino que estaba sembrando descubrió algo que brillaba en la tierra. Era un brazalete del siglo X. Además, la localización de la iglesia despertó el interés de los arqueólogos. —Señaló en dirección a la hermosa iglesia de Fröjel revocada en blanco y construida en un altozano—. No se construyó en el centro del municipio como otras iglesias, sino en las afueras del pueblo de Fröjel, junto al mar. Eso dio que pensar a los arqueólogos y llegaron a la conclusión de que probablemente estuviera relacionado con la existencia, ahí abajo, de un puerto con mucha actividad y afluencia de gente. Por eso se erigió la iglesia en las proximidades. Por el color de la tierra también se puede ver dónde han vivido personas y animales. Es rica en fosfato y eso hace que la tierra presente un color más oscuro. Tras el hallazgo del brazalete en el campo de labranza, iniciamos el proceso de prospección de la zona que llevó a que descubriéramos rastros de un enclave comercial con asentamientos permanentes, como los de Birka en una de las islas del lago Mälaren, más o menos. Hemos encontrado restos de casas, varias zonas de enterramientos, piedras con dibujos, monedas, utensilios y adornos. Desde que empezamos a cavar hemos hallado un total de treinta y cinco mil objetos.
Karin silbó.
—¿De qué época es todo eso? —preguntó Knutas.
—Sobre todo de la época vikinga, es decir, desde el año 850 hasta el 1050 aproximadamente, pero hemos encontrado también objetos del siglo VII y del siglo XII, así que en total se trata de un período de quinientos años.
—¿Cómo sabéis dónde debéis excavar?
—Cuando empezamos a excavar delimitamos una zona concreta que nos parecía interesante. Después la dividimos en diferentes cuadrículas de veinte metros cuadrados cada una, como podéis ver aquí.
Las cuadrículas estaban separadas con una cuerda.
—A cada alumno se le van dando unas cuadrículas y luego cavamos hasta llegar a los veinticinco o treinta centímetros de profundidad. Es lo que se necesita para alcanzar el lugar donde podemos hacer algún hallazgo, todo lo que hay encima normalmente ha quedado destruido por la agricultura, por ejemplo, el uso del arado. Cuando excavamos un poco más abajo levantamos la tierra con mucho cuidado, centímetro a centímetro, para minimizar el riesgo de estropear algo. Hemos tardado dos semanas en profundizar hasta el nivel donde puede resultar interesante.
—No tenía ni idea de que encontrabais tantas cosas —dijo Karin con entusiasmo—. Por supuesto, he leído y oído hablar de las excavaciones, pero sólo ahora he comprendido la importancia de las mismas.
—¡Dios mío! —se lamentó Mellgren y miró complacido a Karin—. En ningún lugar del mundo se han hallado, por ejemplo, tantas monedas de la época vikinga como aquí en Gotland. La isla se encontraba en el centro de la ruta comercial entre Rusia y el continente, y sus habitantes eran expertos en el intercambio de productos de diferentes zonas.
—¿Con qué productos comerciaban? —preguntó Karin.
El rostro de Knutas estaba empezando a tener una expresión tensa. No estaban allí para tragarse una clase de arqueología, sino para recopilar datos que pudieran ayudarlos a encontrar a Martina Flochten. Resuelto, se alejó de ellos para hacerse por sí mismo una idea de la zona. Karin parecía completamente embelesada con Mellgren y no se perdía una palabra de lo que decía. No sabía Knutas que a Karin le interesara tanto la historia. Otro aspecto de ella que desconocía.
Se sentó en un banco que estaba al lado de las excavaciones. Debajo se abría una cuadrícula con un esqueleto al descubierto.
Era inconcebible pensar que estaba sentado contemplando el esqueleto de una persona que no había visto la luz del sol desde hacía mil años. ¿Cuántas personas habrían pasado por esos campos desde entonces? Todo aquello no dejaba de causarle cierta fascinación también a él.
Así pues, hacía unos días Martina estaba allí escarbando con los demás. Por todos los santos del cielo, ¿dónde se habría ido? ¿Se habría suicidado? Parecía altamente improbable, ya que por lo visto era muy alegre, al menos ésa era la imagen que daba. ¿Habría sufrido algún accidente? Por lo que decían estaba bebida, ¿no se habría caído al agua sin más? De momento sólo habían buscado en tierra. Quizá fuera así de sencillo.
Knutas decidió dar órdenes para que un equipo de buzos se pusiera en marcha al día siguiente si Martina aún no había aparecido.
E
n el coche, de regreso a la comisaría, Karin estaba pletórica.
—Fíjate qué maravilla, qué cosas encuentran, es increíble. He podido tener en mis manos un dije de ámbar del siglo X, ¿puedes imaginártelo? En mi próxima vida voy a ser arqueóloga, sin duda.
—Por un momento creí que nos íbamos a quedar allí todo el día —murmuró Knutas—. Y tengo el estómago vacío. ¿Tú no necesitas comer nunca?
—No seas tan gruñón. Me pareció que era tremendamente interesante. Compraremos algo por el camino. ¿Qué opinas de Mellgren y de su relación con Martina?
—Creo que parece sincero. No creo que fuera a liarse con una alumna. No sólo se juega su matrimonio, que no es poco, sino que arriesga toda su carrera profesional.
—Quizá está cansado de su trabajo —sugirió Karin en un tono imparcial—. Puede que sea una forma de autodestrucción, que muy bien podría ser inconsciente. Quizá en el fondo lo que quiere es que todo se vaya al garete.
—Otra posibilidad es que se haya enamorado perdidamente —apuntó Knutas, más dado al romanticismo que su colega.
—Por supuesto —sonrió Karin—. Pero lo uno no excluye lo otro.
U
na vez en la comisaría les salió al encuentro Lars Norrby:
—He hablado con un testigo que ha contado algo interesante.
—Lo hablamos en mi despacho —dijo Knutas.
Se sentaron en el pequeño tresillo que tenía en uno de los rincones de la habitación.
—Ha llamado un hombre. Un día que se dirigía hacia el Hotel Warfsholm en bicicleta, bueno iba allí a cenar, parece ser que suele ir todos los lunes, o sea, que esto sucedió un lunes, vio de pronto a Martina venir hacia él andando por el camino. La ha descrito con todo lujo de detalles, parecía muy seguro de que era ella.
—¿Sí?
Knutas parecía impaciente.
—Ella venía andando por el borde del camino, el hombre dice que cree que iba por el lado izquierdo de la calzada, pero no estaba seguro del todo. Iba vestida con una falda azul, eso lo recordaba perfectamente, pero no se acordaba de lo que llevaba puesto en la parte de arriba.
—Vete al grano —gruñó Knutas.
La minuciosidad de Norrby y su propensión a relatar detalles insignificantes podían sacarlo de quicio. Su colega lo miró ofendido.
—Bien. El caso es que ella se subió a un coche aparcado justo en la entrada de la pista de minigolf.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que la persona a la que vio era Martina?
—Al parecer, sus compañeros del curso de arqueología han ido por los alrededores mostrando fotos de ella. Bueno, a lo mejor sólo era una foto.