La suave y áspera voz del cantante pronunciaba letras de canciones que ella no entendía, aunque se esforzó e intentó captar algo más que simples palabras sueltas. Pero enseguida desistió y se dedicó a escuchar la música y a bailar con los demás.
A lo largo de la noche miró de vez en cuando a ver si aparecía. Creyó distinguir su cara varias veces, pero al instante se daba cuenta, abatida, de que se había equivocado. Se preguntaba por qué no venía. Jonas la sacó de sus cavilaciones invitándola a una cerveza bien fría que aceptó agradecida.
Unas horas más tarde se encontraba sentada entre Mark y Jonas y se dio cuenta de que había bebido demasiado. Unos cuantos amigos del grupo se habían reunido en la terraza del hotel para continuar la fiesta con los moteros. La noche era cálida aunque ya era casi la una. Martina había perdido la esperanza de que apareciera. Al menos podría haber llamado. Buscó el móvil en el bolso, sólo para descubrir que no estaba allí. Pero la borrachera hizo que no le diera mayor importancia. Se le habría caído en la hierba en algún sitio, después lo buscaría. Apuró su vaso y se levantó para ir al servicio, que estaba al doblar la esquina, junto a la puerta principal.
Tenía ganas de fumar, pero se les había acabado el tabaco y en el bar no vendían. En la habitación tenía un cartón entero y decidió ir a buscar un paquete.
Al salir del servicio continuó hacia el albergue y oyó cómo se divertían despreocupados en la terraza, alguien punteaba una guitarra.
Cuando entró en el camino que discurría paralelo al mar, se dio cuenta de lo solitario que estaba todo a su alrededor. Antes no se había fijado en que no había ninguna casa por allí. La soledad se volvió ahora palpable. Árboles y arbustos bordeaban el camino y en la oscuridad se oía una orquesta invisible de grillos.
Al otro lado del agua chirriaban las máquinas que trabajaban por la noche en el puerto. Un camión cargado de troncos abandonó el muelle y pasó junto al generador blanco, cuyas aspas se movían indecisas con la suave brisa. Una grúa gigantesca con unas garras enormes se alzaba en el aire como un monstruo. Al parecer, la actividad en el puerto no paraba nunca.
La vegetación se espesaba más adelante. Los sauces que crecían a ambos lados no habían sido podados, sus ramas curvadas caían sobre el sendero extendiéndose las unas hacia las otras como en un efusivo abrazo amoroso. Formaban un túnel natural que en la soledad de la noche daba miedo. Martina se había despejado con el paseo y ahora se arrepentía de haber ido sola.
Se giró pero vio que la distancia para volver con los demás era mayor que la que había hasta su habitación. Era mejor continuar. Y además, tenía muchas ganas de fumar. Aceleró el paso e intentó lo mejor que pudo quitarse de encima esa sensación de desasosiego.
Cuando había avanzado un trecho bajo el túnel formado por los árboles, descubrió, unos treinta metros más adelante, una sombra que se recortaba contra la luz de la salida. El miedo se apoderó de ella y sus pensamientos de repente se volvieron claros y fríos. La figura avanzaba hacia ella y estaba cada vez más cerca.
Martina dominó su primer impulso de volverse. Entornó los ojos para ver mejor. Al principio no estaba segura de si se trataba de un hombre o de una mujer. Todo lo que pudo apreciar fue una silueta oscura, que llevaba cazadora y pantalón negro y una gorra en la cabeza.
No se oían los pasos, aquí el suelo estaba más húmedo.
En cuanto se dio cuenta de que quien venía hacia ella era un hombre, se sintió aterrorizada.
El tipo caminaba con la cabeza agachada y la visera le ocultaba la cara.
Martina siguió caminando inconscientemente, como si no hubiera marcha atrás, nada que hacer. Los pensamientos revoloteaban por su cabeza como gorriones asustados. ¿Qué hacía él allí, en mitad de la noche? Hacía ya un rato que el concierto había terminado. La invadió el pánico y fue incapaz de reaccionar. Siguió hacia delante como un robot dirigido inexorablemente hacia su destrucción.
No se atrevía a levantar la vista para verle la cara ahora que estaban tan cerca. El instante en el que se cruzaron, a ella se le paró la respiración. El hombre pasó a unos centímetros de su brazo, casi rozándola. Martina percibió un olor acre, algo enmohecido, que no pudo identificar.
Se quedó casi sorprendida cuando él pasó a su lado sin que sucediera nada. La distancia iba aumentando entre ellos metro a metro, el desconocido proseguía su camino al mismo paso, alejándose cada vez más. Tímidamente se atrevió a respirar.
Al momento se sintió avergonzada, era absurdo cómo podía llegar a asustarse ella sola. Por favor, un pobre hombre inocente que tal vez trabajaba en el hotel y regresaba a su casa. A veces los hombres le daban pena porque sólo por el hecho de ser hombres sobre ellos caían todo tipo de sospechas.
El sendero se ensanchó y vio la luz de la puerta de entrada del albergue. El alivio la hizo sentirse algo aturdida. Aquel tipo no era peligroso, eran figuraciones suyas. «De todas formas, hoy ya no voy a salir», pensó. Ahora lo único que estaba deseando era llegar a la seguridad de su cama.
No advirtió que el hombre con el que se acababa de cruzar se había dado la vuelta hasta que fue demasiado tarde.
E
va se despertó porque en la habitación hacía un calor insoportable. Haciendo un esfuerzo se puso boca abajo y se colocó la almohada encima de la cabeza para evitar la luz inmisericorde. El dolor estaba alojado en algún rincón detrás de los ojos y era persistente. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era domingo y no tenían que ir a excavar, gracias a Dios. Tenía el estómago revuelto y eso le recordó que había bebido más de la cuenta. A juzgar por los rayos del sol debían de ser las doce por lo menos. Miró con los ojos entornados la cama de Martina. Estaba vacía, exactamente igual que cuando Eva llegó a casa de madrugada.
Bostezó, se levantó y salió al pasillo para ducharse. Al volver descubrió que sólo eran las diez.
La noche anterior, a Mark y a Jonas les costó disimular su decepción cuando se dieron cuenta de que Martina no iba a volver tras su visita a los lavabos. Era evidente que los dos querían liarse con ella. Eva, como ellos, supuso que Martina habría ido a acostarse. Desde luego estaba de todo menos sobria. Pero evidentemente no era eso lo que había sucedido. Se habría ido con alguien.
Eva se quedó mirando por la ventana como si Martina fuera a aparecer allí caminando por el sendero. Fue a la cocina, sacó las cosas del desayuno y puso una cafetera bien cargada. Al poco tiempo apareció Jonas y se sentó a su lado con una taza de café y un par de tostadas. Charlaron de la noche anterior y no pasó mucho tiempo antes de que Jonas preguntara dónde estaba Martina.
—Pues la verdad es que no sé dónde está. En cualquier caso, no ha dormido en casa esta noche.
Que se fastidiara. A ella no le caía bien Jonas, era un tipo engreído y testarudo, no le vendría mal sufrir un poco.
—¿No ha dormido aquí? —Se quedó inmóvil con la taza en la mano.
—No, su cama está sin deshacer —le informó Eva con mal disimulado regodeo.
—Pero entonces puede que le haya pasado algo.
—Ah, déjalo. Habrá dormido en casa de algún chico que ha conocido, lógicamente; en el concierto había unos cuantos que, al parecer, querían ligar con ella. ¿No viste a ese tipo de Estocolmo, alto y rubio, con el que estuvo bailando? Seguro que está con él, le parecía que estaba buenísimo.
Jonas palideció.
—Pero puede ser un tío asqueroso, no sabemos nada de él. ¿Vive aquí?
—Pero, por favor, encanto, no nació ayer. Martina sabe cuidarse, es una persona adulta, ¡por Dios! Además, no tengo ni idea de dónde vive.
Eva volvió a concentrarse tan tranquila en su yogur.
L
os participantes en el curso se reunieron el domingo por la tarde para jugar un partido de voleibol y para entonces Martina todavía no había aparecido. Eva había intentado llamarla al móvil varias veces pero sin obtener respuesta. Al menos, podría llamar, pensó enojada. En realidad, no conocía mucho a Martina, sólo habían vivido juntas unas pocas semanas. Cierto que lo habían pasado muy bien juntas, tanto en las excavaciones como en su tiempo libre, pero, en realidad, no sabía mucho de ella. Al parecer, a los demás no les resultaba extraño que aún no hubiera vuelto.
Eva intentó librarse de su creciente preocupación, quizá fuera ridícula. Sin embargo, no pudo evitar empezar a preguntarse en serio si le habría pasado algo a su amiga. El hecho de que Jonas y Mark rondaran todo el tiempo a su alrededor preguntándole dónde podía estar Martina, no contribuía precisamente a tranquilizarla.
C
uando a la mañana siguiente Martina todavía no había vuelto, Eva decidió llamar a Staffan Mellgren, el encargado de las excavaciones, aunque no eran más que las seis. No se preocupó de si iba a despertarlo. Se había pasado buena parte de la noche en vela presa de una inquietud cada vez mayor. Staffan contestó adormilado después de diez tonos. Se despabiló rápidamente al oír que una de sus estudiantes había desaparecido.
—¿Ha estado fuera desde el sábado por la noche? —preguntó Staffan indignado.
—Sí.
Eva se arrepintió de no haberlo llamado antes.
—Fuimos al concierto y luego unos cuantos nos quedamos en la terraza del hotel. Martina fue al servicio y después no volvió. Pensamos que se habría ido a la cama.
—¿Qué hora era entonces?
—La una quizá, o las dos. No miré el reloj.
—¿Qué hicisteis los demás?
—Nos quedamos charlando.
—¿No fue nadie a ver dónde estaba cuando os disteis cuenta de que no volvía?
—No.
—¿Cuánto tiempo os quedasteis allí después de que ella se marchara?
—Una hora, quizá dos.
—¿La ha visto alguno de vosotros después?
—No, al menos ninguno de los que estuvimos allí sentados.
—Entonces, ¿Martina no se ha puesto en contacto con vosotros desde entonces?
—No.
—¿Estás segura de que lleva dos noches sin dormir en su cama?
—Sí, claro —respondió Eva con voz un poco temblorosa. Ya no pudo contener más las lágrimas. Se asustó al ver lo preocupado que parecía. La reacción del profesor confirmaba sus presentimientos, había motivos para inquietarse.
—Tenemos que llamar a la policía. No queda más remedio.
—¿Estás seguro?
—Absolutamente. Tiene que haber pasado algo, si no habría llamado. ¿Has preguntado en la recepción? -No.
—Hazlo, mientras tanto, yo llamaré a la policía.
Le temblaban las piernas cuando echó a correr hacia la recepción, que se encontraba en el edificio principal. La recepcionista sabía quién era Martina, pero no la había visto últimamente. Se ofreció amablemente a preguntar por ella a lo largo de la mañana al resto del personal. Eva se dejó caer en una silla. Marcó el número del teléfono móvil de su amiga, pero ya no le respondió el buzón de voz, sino una voz inexpresiva que le comunicaba: «El número marcado no está disponible en estos momentos».
K
nutas y Karin decidieron desplazarse hasta Warfsholm, puesto que Martina Flochten llevaba desaparecida más de un día y al parecer nadie sabía dónde se encontraba. No se había puesto en contacto ni con su familia ni con su novio en Holanda.
No tenían nada mejor que hacer. Había empezado la sequía estival y la investigación del caballo degollado estaba en un punto muerto. Seguía siendo un misterio quién era el autor del crimen y dónde se hallaba la cabeza desaparecida.
Primero comprobaron en la recepción si las cosas de valor de Martina seguían en su sitio. Se guardaban en la caja de seguridad del edificio principal. Todo estaba allí: el pasaporte, la tarjeta Visa y los resguardos de los seguros. Por lo tanto, no había salido del país, al menos no voluntariamente.
En las escaleras del edificio principal se encontraron con Eva Svensson, su compañera de habitación. Tenía el cabello color ceniza, cortado a la altura de los hombros y llevaba una camiseta blanca de algodón, falda y sandalias. Mientras los guiaba hasta el albergue, hablaron de Martina.
—¿Tiene novio? —preguntó Karin.
—Está saliendo con un chico en Holanda o por lo menos estaba saliendo con él cuando vino. En realidad creo que ha conocido a algún otro, aquí, en Gotland.
—¿Por qué crees eso?
—Ha salido mucho y a veces se va sin dar explicaciones.
—¿Entonces no es extraño que haya desaparecido ahora?
—La diferencia es que ahora no llama. Siempre suele hacerlo.
—¿Conoces bien a Martina?
Knutas observaba con atención a la joven.
—No demasiado. Congeniamos desde el primer momento y al principio nos lo pasamos muy bien. El curso empezó con dos semanas de clases teóricas en la Universidad de Visby y entonces estábamos en la ciudad todo el tiempo. Luego Martina empezó a largarse sola por las tardes. La segunda semana apenas le vi el pelo.
—¿En Visby también vivíais juntas?
—No, cada una teníamos una habitación en una residencia de estudiantes, por eso no estábamos tan al tanto de dónde estaba la otra. Y desde que llegamos aquí, a Warfsholm, ha salido muchas veces sola. Ha puesto la excusa de que tenía que hacer varios recados o de que quería meditar, pero no me lo creo. No es de ésas.
—¿Había pasado fuera alguna noche entera antes?
—La semana pasada pasó una noche fuera. Me dijo que iba a ver a unos amigos de su familia en Visby. Claro que ellos suelen venir aquí en vacaciones.
—¿Sabes quiénes son? ¿Los amigos?
—No, la verdad es que no se lo pregunté y tampoco me lo dijo. Como no soy de aquí, tampoco habría sabido quiénes eran.
—¿Y no puede haber ocurrido eso ahora, que esté en casa de unos amigos, sencillamente?
—No lo creo. Habría llamado.
—Si tiene algún novio aquí, ¿quién podría ser? —preguntó Karin.
—Ni idea, la verdad. He tratado de descubrir a lo largo del curso si había algo entre ella y alguien del grupo, pero es muy difícil confirmarlo porque habla y bromea con todos.
—¿Por qué no se lo has preguntado?
—Lo he intentado, pero en cuanto hago la más mínima alusión cambia inmediatamente de tema.
—¿A quién podría haber conocido, aparte de los compañeros de curso? Vivís bastante aislados, ¿no?
—Sí, pero hay más huéspedes en el hotel y en el camping que hay cerca de aquí. Y también puede tratarse de alguien a quien conociera anteriormente en Visby.