Menudas historias de la Historia (44 page)

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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

BOOK: Menudas historias de la Historia
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Para no morir ahorcado
,

el mayor ladrón de España

se viste de colorado.

Muere Victoria I de Inglaterra

Ahí va una pregunta de Trivial, ¿cuál ha sido hasta hoy el reinado más largo de Inglaterra? Ese mismo, el de Victoria I, reina de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India, más conocida como la abuela de Europa. Pinchen a cualquier monarca o príncipe europeo, incluidos los nuestros, y les saldrá ADN de la reina Victoria. Murió el 22 de enero de 1901, después de sesenta y tres años, siete meses y dos días de reinado. Isabel de Inglaterra intenta alcanzarla, pero para pulverizar el récord de su tatarabuela tendrá que llegar a soplar noventa y cuatro velitas.

La reina Victoria murió en su residencia de verano de la isla de Wight, situada en el Canal de la Mancha. No pregunten por qué se fue a su residencia de verano en pleno enero; es que lo hacía todos los años por Navidad desde que enviudó. Era su costumbre. Y tampoco pregunten por ella en la Abadía de Westminster, porque no la enterraron allí. Reposa en un mausoleo propio, enorme y más ancho que largo, como ella, situado muy cerquita del castillo de Windsor. Ordenó construirlo para su marido, el príncipe consorte Alberto, que tuvo la mala idea de morirse por unas fiebres tifoideas en 1861 y que, además de sumir a la reina en una soberana depresión, la dejó con nueve churumbeles. Durante los cuarenta años que sobrevivió a su marido, jamás consintió quitarse el luto.

Al menos su prole no dejó de darle alegrías. Vio crecer a sus nueve hijos y a sus cuarenta nietos, y a todos los casó con miembros de otras familias reales europeas. Alemania, Prusia, Rumanía, España, Suecia y Rusia acabaron teniendo monarcas con sangre inglesa.

Precisamente tanta estirpe real emparentada fue un problema a la hora de sepultar a la reina, porque hubo que esperar trece días desde el fallecimiento hasta el entierro para que llegaran representantes de todas las monarquías europeas. Victoria está considerada, a día de hoy, quizás la soberana más influyente y poderosa, la única que hasta ahora ha marcado en la sociedad inglesa no una época, sino una era. La era victoriana. De gustos refinados, formas conservadoras y fondo hipócrita.

Nace Ana de Bretaña

El mapa de Francia que hoy conocemos está así de completito y de mono gracias a que el 26 de enero de 1473 nació una cría a la que pusieron el nombre de Ana, Ana de Bretaña, que, como su propio nombre indica, fue dueña y señora de este ducado. Conste, pues, que la Bretaña es francesa porque el rey galo Carlos VIII se empecinó en casarse con la duquesa Ana. Por el interés te quiero Andrés. El rey matrimonió con Ana de Bretaña para que a Francia no le faltara en el mapa el pico de arriba a la izquierda.

Pero el rey Carlos VIII fue más allá, porque obligó a Ana de Bretaña a firmar un acuerdo por el que, en caso de que él se muriera antes y sin heredero, quedaba obligada a casarse con el siguiente rey de Francia para que la Bretaña siguiera siendo francesa. Qué líos me llevaban entonces. Pero así ocurrió. A Ana de Bretaña y Carlos VIII se les malograron los hijos y encima el rey se murió de forma imprevista y bastante estúpida, porque arrearse contra el dintel de una puerta por no agacharse lo suficiente y quedarse en el sitio por el golpe es una forma muy tonta de morir. Qué velocidad llevaría este hombre.

Ana de Bretaña dejó de ser reina, pero sólo un rato, porque al año siguiente de enviudar tuvo que casarse con el siguiente rey, Luis XII. Así que otra vez se sentó en el trono y otra vez la quisieron por el interés, para que la Bretaña no se desgajara de Francia. Y además de estas idas y venidas con la Bretaña, ¿por qué otros asuntos se recuerda a la reina Ana? Por sus innovaciones en la moda de la realeza y por el protocolo.

Ana de Bretaña fue la primera de las reinas francesas que cambió el luto blanco por el luto negro tras la muerte de Carlos VIII, y también la primera en poner de moda el armiño blanco entre los monarcas. Pero hizo más cosas que no se habían hecho nunca. Por ejemplo, tener siempre a su lado lo que entonces se llamaban las «hijas de calidad»; denominadas luego «hijas de honor de la reina», después «damas de palacio» y que luego se quedaron con «damas de honor», a secas. Esas que comenzaron bailándole el agua a las reinas y han terminado en bañador flanqueando a las
misses.

El baño de Fraga en Palomares

Han pasado más de cuarenta años desde que Manuel Fraga se calzara aquel bañador infame para darse su mediático baño en la playa de Palomares (Almería). Ocurrió el 7 de marzo de 1960 y formaba parte de un
show
que se montaron Fraga y el embajador estadounidense en España, Angier Bidle Duke, para demostrar a los futuros turistas que las aguas de Almería no eran radiactivas y que los salmonetes y los meros seguían siendo tan buenos como siempre. Allí abajo había una bomba de hidrógeno mil veces más potente que la que destruyó Hiroshima, pero de algo había que morir.

Está claro que la bomba que había caído al mar y que aún no se había localizado cuando se bañaron aquellos dos valientes no liberó su carga de plutonio, uranio y americio, porque el embajador acabó muriendo a los setenta y nueve años, atropellado por un coche mientras patinaba, y de Fraga… en fin, nada que decir. Ahí sigue en el momento de rematar estas líneas.

Pero en aquel espectáculo televisivo faltó alguien que estuvo en un tris de ir para darse también el baño oportuno. Lo que pasa es que si hubiera ido ella, ni el embajador ni Fraga habrían acaparado la misma atención. Anne Baxter, la que fue Eva al desnudo, la que se llevó el Oscar por
El filo de la navaja
, estaba rodando un «spaghetti western» en el desierto de Tabernas, en el interior de la provincia almeriense, y cuando se enteró de la que había montada en Palomares dijo que se presentaba allí con unas chicas y así todas se bañaban con Fraga y el embajador.

Anne Baxter rodaba en aquellos momentos una película más infame aún que el bañador de Fraga,
Las 7 magníficas
, y se supone que la actriz, metida en su papel de heroína del Oeste, quiso probar las aguas a trece grados de temperatura. Anne Baxter pidió permiso a Fraga, y Fraga le dijo que sí, que se fuera con sus chicas porque cuanta más gente, mejor. Pero se enteró el embajador y dijo que de eso nada. Aquel golpe de efecto estaba perfectamente medido y la presencia de la actriz lo convertiría en un espectáculo hollywoodiense. Como allí los que mandaban eran los yanquis, Anne Baxter se quedó vestida de vaquera rodando su «spaghetti western» y Fraga, compuesto y sin chicas. Con lo bien que hubiera quedado en el NO-DO.

Comienza el juicio de la UMD

La mañana del 8 de marzo de 1976 comenzó el consejo de guerra contra nueve militares españoles que pretendieron reinstaurar la democracia en España poniendo su grano de arena desde dentro del ejército. Ahí es nada. Porque declararte demócrata con Franco vivo, y encima siendo oficial, significaba tenerlos muy bien puestos y estar para que te encierren. Y eso hicieron, encerrarlos.

Eran los «úmedos», los fundadores de la UMD, la Unión Militar Democrática. Este país aún no ha agradecido lo suficiente aquella intentona.

Lo que movió a aquel puñado de militares a fundar la UMD en 1974 fue el triunfo de la Revolución de los Claveles en la vecina Portugal. Aquella en la que el ejército se echó a la calle empujado por capitanes y tenientes y que acabó con la dictadura de cuarenta y dos años del maléfico Salazar. Las libertades volvieron a Portugal, y, mientras, en España muchos ciudadanos se preguntaban dónde estaban nuestros capitanes. Pues haberlos, habíalos, como las meigas, y los capitanes se organizaron.

Elaboraron un ideario en el que se mencionaba a la bicha: soberanía popular, elecciones libres, libertad de asociación… Todo ello dejando claro que no habría ningún intento golpista… que la democracia había que conseguirla desde dentro y por las buenas.

Militares demócratas a Franco… venga hombre. Los pillaron, y aquellos oficiales comenzaron a visitar distintos encierros en castillos militares hasta que comenzó el juicio aquel 8 de marzo del 76. Y menos mal que para entonces Franco ya había pasado a peor vida y la democracia se sospechaba en el horizonte, porque si no las penas no hubieran sido la cárcel y la expulsión del ejército.

Aquellos militares demócratas vieron su vida y su carrera partida por la mitad, y ni siquiera con la democracia instaurada vieron reconocidos sus méritos. Se legalizó hasta el PCE, pero no hubo el suficiente valor de reconocer públicamente y desde el poder político que un puñado de capitanes rebeldes había intentado lo más difícil: promover un ejército y una sociedad democrática. Los «úmedos» ahora son, con la ley en la mano, memoria histórica, pero, sobre todo, son un grato recuerdo de libertad.

El fin de María Antonieta

María Antonieta Juana Sofía de Habsburgo Lorena, conocida por los franceses como la Austríaca tuvo un mal día aquel 16 de octubre de 1793. La guillotinaron por su mala cabeza. Sus caprichos, sus lujos, su especial habilidad para mirar hacia el lado opuesto a la miseria y la frivolidad en su modo de vida provocaron que fuera una de los tres mil decapitados que dejó la época del Terror francés. Está muy bien esa leyenda que dice que el molde de un pecho de María Antonieta sirvió para fabricar la primera copa de champán, pero es injusto que anécdotas como ésta hayan reducido al personaje a la mínima expresión. Casquivana, frívola, trivial, ligona… todo es verdad, pero no es menos cierto que la reina pasó de los palacios a las mazmorras con una dignidad que ya hubieran querido los nobles que la condenaron.

María Antonieta no era tan tonta, porque si no, no hubiera sabido cómo cometer alta traición y revelar al extranjero los planes militares franceses. Y también supo cómo plantar cara a los cortesanos parisinos para acabar con una serie de etiquetas que a ella le aburrían terriblemente. Cuando encima se largó a Versalles para disfrutar de un mundo a su medida, en París no quedó sólo un pueblo descontento, sino también unos nobles cabreados. No necesitaba más enemigos porque ya los tenía todos.

Fue de mañanita cuando aquel 16 de octubre le anunciaron a María Antonieta que fuera preparándose. Le ordenaron quitarse el luto que guardaba desde la ejecución de su marido, Luis XVI, para evitar que la plebe se impresionara. Le cortaron el pelo, le ataron las manos a la espalda, la subieron a un carro y un cura al que ella ignoró le fue dando la tabarra todo el trayecto para que se arrepintiera de sus pecados. Su cabeza se clavó luego en una pica, su cuerpo fue al muladar y se acabó la Austriaca.

La reina francesa volvió a estar de moda en octubre de 2006 gracias al cine, cuando se estrenó la película de título tan rebuscado como
María Antonieta
. A decir de la mayoría de los críticos, la película es tan mala que el pueblo volvió a pedir la cabeza de María Antonieta porque hubiera estado feo pedir la de Sofía Coppola, su directora.

Los chanchullos de Edward Kennedy

La cacareada maldición que pesa sobre la saga de los Kennedy añadió el 18 de julio de 1969 un nuevo capítulo, quizás el menos difundido por ser uno de los más vergonzosos. Lo escribió Ted Kennedy y fue el día en que sufrió un accidente de tráfico en el que murió su joven acompañante. Ted salió por pies del lugar huyendo del escándalo, pero el escándalo le alcanzó. La familia de la fallecida dice que ésta es la historia mejor tapada de todos los tiempos, pero que al menos sirvió para frenar las aspiraciones presidenciales del pequeño de los Kennedy.

Sucedió en la isla de Chappaquidick, en Massachussets. Ted Kennedy regresaba por la noche de una fiesta en honor de las secretarias que habían participado en la campaña presidencial de su hermano Robert. Le acompañaba en el coche una de ellas, Mary Jo. ¿Su amante? Una mala maniobra, un despiste por quitar las manos del volante… quizás el alcohol… o quién sabe si todo junto provocó que el coche acabara en el río. Ted salió del vehículo, abandonó a su acompañante, se fue a su hotel, se duchó, se cambió de ropa, llamó a su abogado y sólo al día siguiente avisó a la policía. Mary Jo llevaba horas sumergida en el río y había muerto ahogada.

Ted Kennedy vendió la publicación de sus memorias en 2007 por ocho millones de dólares. ¿Recordará Teddy, el bueno de Teddy, aquella noche de 1969? ¿Desvelará si conducía borracho? ¿Explicará por qué dejó abandonada a Mary Jo mientras él corría a cambiarse de traje? ¿Recordará por qué llamó de inmediato a su abogado, pero se le olvidó el número de emergencias? ¿Explicará por qué se fue al hotel y sólo al día siguiente, duchado y afeitado, avisó a la policía del accidente? A lo mejor, de todo esto no se acuerda y puede que sus memorias sólo sean frívolos recuerdos embriagados.

Ted Kennedy, tras aquel accidente, nunca pasó de senador y tuvo que hacer frente a una condena de dos meses de cárcel. Pero no los cumplió, porque la justicia suspendió la sentencia. ¿Un Kennedy en la cárcel? Por Dios, menudo despropósito. Eso sí, su carrera presidencial se fue al garete. Y su matrimonio, también.

Nasser nacionaliza el Canal de Suez

La tarde del 26 de julio de 1956 debía de hacer un calor sofocante en Alejandría, pero esto es irrelevante, porque los egipcios están acostumbrados. Sin embargo, en la plaza Mohamed Alí subió la temperatura de golpe cuando Camal Abdel Nasser, presidente de Egipto, en mitad de un discurso aparentemente intrascendente, soltó un bombazo. Dijo Nasser: «Yo, hoy, en nombre del pueblo, tomo el Canal de Suez. A partir de esta tarde el Canal será egipcio y estará dirigido por egipcios». La que se montó fue de órdago a la grande.

A Gran Bretaña y Francia, propietarias de la compañía del Canal, les dio un pasmo. Nasser les acababa de birlar el Canal de Suez, ese próspero negocio que consistía en cobrar una pasta a cada barco que pasara del Mediterráneo al mar Rojo sin necesidad de rodear África. El mundo se puso de los nervios, porque se dio por hecho que si los egipcios gestionaban el Canal de Suez, el tráfico de barcos quedaría bajo mínimos y se produciría un desabastecimiento petrolífero. Nada de eso ocurrió.

Es más, en los planes posteriores de Nasser estaba alcanzar un acuerdo con Gran Bretaña y Francia para indemnizarles hasta que expiraran los derechos de explotación del Canal, pero con una condición: los barcos israelíes no podrían pasar. Ellos tendrían que dar la vuelta a África. El desarrollo de aquella crisis de 1956 es de imposible resumen, porque el mundo estuvo al borde de una tercera guerra mundial. Menos mal que, al final, Eisenhower, recién elegido presidente estadounidense, paró los pies a Israel bajo amenazas muy serias, porque los judíos, aprovechando la crisis, intentaron convencer a Europa y Estados Unidos de que había que derrocar a Nasser y reorganizar el reparto de Oriente Próximo. Y en ese nuevo reparto, Israel se anexionaba Cisjordania, el sur del Líbano y toda la península del Sinaí. Pero el mundo le dijo a Israel que no aprovechara que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer otra de las suyas. Le dijeron, mira, te damos una central nuclear, mil millones de dólares, te vendemos armas y te estás quieto.

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