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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Menudas historias de la Historia (43 page)

BOOK: Menudas historias de la Historia
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Cirrótico Joseph McCarthy

Estados Unidos también tuvo su particular Inquisición a mediados del siglo XX. Lo que pasa es que allí el malo no se llamaba Torquemada, se llamaba Joseph McCarthy, aquel senador republicano que desató la famosa caza de brujas, una campaña anticomunista en defensa de los intereses norteamericanos y que convirtió a la mitad de los estadounidenses en paranoicos y a la otra mitad en sospechosos. El 2 de mayo de 1957 Joseph McCarthy moría con el hígado consumido por el alcohol. En sus alucinaciones ebrias no veía insectos, veía comunistas.

Joseph McCarthy era un agorero y consiguió contagiar su obsesión a medio país, hasta que el país acabó hasta el gorro de él. Pero mientras le dejaron actuar hizo la vida imposible a intelectuales, artistas, actores, directores de cine, ciudadanos anónimos, científicos… Cualquier comentario un poco distanciado del Dios salve a América le mosqueaba. Se fue a por Humphrey Bogart, a por Lauren Bacall, a por Bertolt Brecht, a por Charles Chaplin… Atacó, incluso, al físico Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, y todo porque después de comprobar los devastadores efectos de su invento se manifestó en contra de la carrera armamentística nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Para McCarthy, Oppenheimer era un sospechoso antiamericano, así que consiguió que lo expulsaran de su cargo en el gobierno.

El asunto pasó de castaño a oscuro cuando el loco McCarthy comenzó a señalar como comunistas a militares y políticos estadounidenses. No es de extrañar, porque sus conclusiones las sacaba con el whisky en una mano y los expedientes en la otra. Al final, se deshicieron de él y lo apartaron de la vida política, hasta que murió en mitad de la indiferencia más absoluta.

Si sería obsesivo este hombre que consiguió que se retiraran de librerías y bibliotecas treinta mil libros sospechosos de alentar el comunismo. Entre ellos, no se lo pierdan,
Robín Hood
, porque Robin, como robaba a los ricos para dárselo a los pobres, también era comunista. Y es que la ignorancia es la madre del atrevimiento.

Caso Profumo

Muchos ni se acordarán, porque ocurrió a mediados del siglo pasado, pero el caso Profumo fue uno de los más divertidos y escandalosos que se dieron en la política internacional en plena Guerra Fría. En el caso Profumo se mezclaron con mucha gracia política, espionaje y prostitución. Fue el 4 de junio de 1963 cuando el ministro de Defensa británico John Dermis Profumo dimitió en medio de un escándalo social y político cuando se supo que estaba liado con una prostituta de lujo que a su vez tenía como amante a un espía soviético. A la reina de Inglaterra se le puso la corona de punta.

Las relaciones sexuales de los políticos no es que le importen a nadie, salvo cuando esos líos amatorios trascienden más allá del colchón y afectan a asuntos públicos.

El caso Profumo fue como sigue: el ministro de Defensa, aristócrata, educado en Oxford, conservador y perfectamente casado, se lió con Christine Keeler, una prostituta de alto copete. El tenía cuarenta y ocho años. Ella, diecinueve. Los servicios secretos británicos descubrieron que la jovencita, además de ser amante de Profumo, también lo era de un espía soviético llamado Eugene Ivanov. Lógico, era prostituta. Pero aquélla era una época en la que los bloques capitalista y comunista en los que se dividió el mundo se miraban de reojo, atentos a ver quién apretaba antes el botón del misil.

Se sugirió al ministro de Defensa que tuviera cuidadito y se le alertó de que a ver qué le había contado a su amante, porque esa información podría estar llegando a la Unión Soviética. Profumo, de entrada, lo negó todo. Un conservador como él cómo iba a estar engañando a su mujer, y encima con una prostituta. Tuvo el desparpajo, incluso, de negarlo ante toda la Cámara de los Comunes.

Los servicios secretos británicos siguieron tirando del hilo, acabó montándose un proceso judicial y ahí estalló todo. Profumo terminó confesando, la mujer le esperó en casa con un rodillo en la mano, la sociedad se escandalizó y el Partido Conservador perdió las siguientes elecciones. Y todo por unos cuantos achuchones extramatrimoniales.

Atentado contra Hitler

El escritor irlandés George Bernard Shaw dijo en una ocasión: «Un chisme es como una avispa; si no puedes matarla al primer golpe, no te metas con ella». Y esto mismo podría aplicarse a Hitler: si no le podías matar a la primera, mejor no tocarle las narices. El 20 de julio de 1944 un grupo de militares conjurados que le tenía ganas intentó acabar con el Führer poniéndole un bombazo en su sala de operaciones. Pero no acabaron con él. Hitler acabó con ellos.

A Hitler no sólo le odiaban fuera de Alemania. En su país también había militares y oposición civil, convencidos tanto o más que en el exterior de que Hitler llevaría al país al desastre, por eso hubo decenas de intentonas para asesinarle. Un grupo contrario a los planes agresivos del Führer intentó frenarle e, incluso, buscó ayuda internacional para acabar con él. Pero nadie confió en ellos, empezando por el propio Churchill. Los planes se pusieron en marcha años antes, en 1938, y consistían en arrestar al canciller Hitler, juzgarle por un delito contra el Estado y luego internarle en un psiquiátrico.

Pero mientras se hacían los preparativos para dar el golpe de Estado, el Führer iba consiguiendo más poder y los conjurados no conseguían ayuda exterior. Y tanto se aplazaron los planes, que al final la única solución que vieron fue la de acabar con la vida de Hitler.

El atentado se fijó para el 20 de julio y sería en la «Guarida del Lobo», el cuartel general del Führer en Rastenburg. El jefe del Estado Mayor del Ejército de Reserva fue el encargado de colocar disimuladamente cerca del Führer durante una reunión una cartera repleta de explosivos. El militar salió de la sala con la excusa de hacer una llamada y, unos minutos después, ¡pum!, la bomba explotó. Dieron por hecho que Hitler habría muerto, pero no. Murieron otros cuatro, pero no él.

Resulta que la cartera con la bomba molestaba a otro de los asistentes a la reunión, así que la cambió a otro lugar bajo la mesa, más alejado del sitio donde estaba Hitler. La madera maciza hizo de escudo y el del bigote se salvó. Entre cinco y siete mil personas fueron detenidas por estar en el ajo de aquel atentado y cientos de ellas fueron ajusticiadas. A Hitler o le dabas a la primera o mal asunto.

Y en éstas llegó Carlos I

Primero, murió su padre, el guapo Felipe; luego, encerraron a su madre, la locuela Juana; después, se murió su abuelo, el católico Fernando; y fue entonces cuando Carlitos de Austria fue proclamado Carlos I, rey de Castilla y Aragón. El 19 de septiembre de 1517 el rey desembarcaba en España para tomar posesión de sus reinos con sólo diecisiete años. Los asturianos casi le dan una somanta de palos cuando le vieron llegar.

La flota que traía al nuevo rey procedía de Flandes y desembarcó más al oeste de lo previsto. Se supone que debía atracar en Cantabria, pero el tiempo se complicó, la ruta se desvió y los barcos acabaron entrando en las costas asturianas. Cuando los paisanos de Villaviciosa, Llanes y Ribadesella vieron llegar aquella comitiva de naves extranjeras, dijeron, tate, nos están invadiendo, y se fueron a por ellos. Costó convencerlos de que aquel chaval del que todo el mundo estaba pendiente era el nuevo rey de España, y que lo único que pretendían ahora era llegar a pie hasta San Vicente de la Barquera, para desde allí iniciar el recorrido oficial hacia Valladolid.

Al final pudieron, y aquello fue sólo el principio de un largo peregrinaje, muy accidentado, recorriendo tierras españolas para darse a conocer como nuevo monarca. Tordesillas, Valladolid, Aranda de Duero. Luego Zaragoza, Barcelona… y todo esto sin hablar ni papa de español.

Pero con quien se entendió muy bien Carlos I nada más llegar fue con su abuela, Germana de Foix. Tuvieron tanto gusto de conocerse que acabaron liados y teniendo una hija. El hecho de que fuera su abuela es una anécdota, porque no lo era de sangre. Germana de Foix era la segunda esposa de Fernando el Católico y una viuda muy mona de veintinueve años cuando acudió a recibir al nieto de su marido para hacerle más agradables sus primeros contactos con el reino.

Por la niña que tuvieron no pregunten; la bautizaron como Isabel y fue convenientemente enclaustrada en un convento. Qué cosas pasan en los imperios sacros.

Rodilla en tierra ante Idí Amín

Idí Amín, el dictador de Uganda, estaba como una cabra, eso lo recuerda casi todo el mundo, lo que pasa es que era un loco peligroso, y pocos se atrevieron a llevarle la contraria. Uno de los episodios más surrealistas de su gobierno se produjo el 2 de octubre de 1975: obligó a cinco británicos a arrodillarse ante él, a integrarse en el ejército ugandés y a prometer que lucharían contra el régimen del
apartheid
. La foto de aquel momento es para verla: cinco ingleses con traje y corbata, arrodillados frente a un mastodonte de casi 2 metros y 110 kilos de peso, vestido de militar y puesto en jarras. A ver quién se negaba.

A Idí Amín, los términos derechos humanos le sonaban a chino, por algo acabó con la vida de casi medio millón de compatriotas durante sus nueve años de dictadura. Asunto que no preocupaba al resto de líderes africanos, porque le llevaron a la presidencia de la Organización para la Unidad Africana, la OUA, y total, sólo porque Amín criticaba abiertamente el régimen racista de Sudáfrica. Ya les vale… como si la sartén tuviera algo que decirle al cazo.

Aquella peripecia de los británicos arrodillados no fue la única por la que pasaron los ciudadanos ingleses residentes en Kampala, en la capital. Aquel mismo año de 1975 también les obligó a que, de vez en cuando, le llevaran a hombros en su trono. Y ni rechistaban, porque les había salido el tiro por la culata. Fueron los británicos quienes entrenaron a Idí Amín como militar y los que le dieron todo su apoyo cuando arreó el golpe de Estado del año 71. Luego vinieron mal dadas y ya era demasiado tarde para actuar.

Aquel extravagante antropófago se les había ido de las manos. Sólo les quedó aguantarse, reírle las gracias cuando se hacía llamar «el último rey de Escocia» y salir por pies en cuanto pudieron. Por supuesto, el mundo nunca se planteó poner orden en el régimen tiránico de Uganda. Todos hicimos mutis por el foro, Estados Unidos cerró su embajada y dejamos que se apañaran ellos. Hay que entenderlo, en Uganda no hay petróleo.

Nace Nerón

Se llamaba Lucio Domicio Ahenobarbo y vino al mundo el 15 de diciembre del año 37. Nació de pie, dicen que un signo de éxito en la vida, y cierto es que, justo hasta el momento en que se murió, todo le fue bien. El nombre de Nerón no lo recibió hasta unos añitos después de nacer, cuando se lo puso su padre adoptivo, Claudio. Ahora, el nombre de Nerón es un sinónimo de chiflado, pirómano, asesino, desviado sexual, megalómano, suicida y, lo peor, un pelmazo.

Nerón llegó a emperador con sólo dieciséis años, gracias a que su madre, la maléfica Agripina, se cargó a Claudio y logró que su hijo fuera aclamado por el Senado y la guardia pretoriana. En la Roma de aquel siglo primero esto no era difícil. Bastaba presentarte en los cuarteles y prometer todo tipo de favores a soldados y oficiales, repartir trigo y dinero entre el pueblo y tener contentos a los senadores. Y la verdad es que cumplió todas sus promesas. De hecho, durante sus primeros cinco años de gobierno fue un emperador modélico.

Buscó la paz, redujo los impuestos, estableció un ecuánime modelo de justicia para todo el mundo, recortó los gastos ostentosos de palacio… ¿En qué momento se le fue la cabeza? Pues no está claro, pero se le fue del todo. A partir de ahí le dio por matar a todo el mundo que amenazara su poder o le llevara la contraria.

Pero el peor castigo que sufrió el pueblo de Roma con Nerón fueron sus supuestas dotes artísticas. La primera vez que actuó fue en Nápoles. Estuvo cantando y tocando la cítara durante varios días. Él paraba y descansaba, pero ordenó el cierre del teatro para que nadie pudiera abandonarlo. Las crónicas cuentan que algunas mujeres dieron a luz durante su soporífera actuación y que algunos espectadores se hicieron los muertos para que retiraran sus cadáveres y así poder huir del castigo.

Lo malo es que Nerón estaba convencido de haber nacido para el arte y la declamación. La última frase que pronunció demuestra que no se apeó del burro ni siquiera en su último momento. Dijo: «Qué gran artista muere conmigo». Lo dicho, un pelmazo.

Traslado de la corte a Valladolid

Que Felipe III es uno de los reyes más lerdos que ha tenido España está admitido por la Historia. Dadas sus pocas luces, el rey se buscó a alguien que le hiciera el trabajo y, como era torpe de natural, eligió al peor: al duque de Lerma, el tipo más corrupto del siglo XVII. Allá va una prueba más allá de la duda razonable: el 11 de enero de 1601 la corte abandonó Madrid y se trasladó a Valladolid. Lo ordenó Felipe III, sí, pero a él se lo impuso el duque de Lerma. Se trataba de una maniobra especulativa inmobiliaria sin precedentes.

Para entender por qué se trasladó la corte a Valladolid sólo hay que coger la operación Malaya y ubicarla cuatro siglos atrás. En España mandaba el duque de Lerma como en Marbella mandaba Roca. Y si los alcaldes de Marbella se dejaban llevar a cambio de estar bien comidos, Felipe III andaba en lo mismo. El duque hizo lo siguiente: antes de convencer al rey para trasladar la corte de Madrid a Valladolid, adquirió infinidad de solares y casas en la ciudad castellana, de tal forma que cuando el traslado se hizo efectivo, como Valladolid no tenía infraestructuras públicas para alojar a funcionarios y cortesanos, el duque alquiló a la corona a precio de oro todas las posesiones que previamente había comprado.

Pero el valido de Felipe III aún tenía que redondear su jugada. Al perder Madrid su capitalidad, se produjo una gran depresión económica y los precios de edificios y terrenos cayeron de forma espectacular. El duque de Lerma, aprovechando lo baratito que estaba todo y sabiendo que tarde o temprano la corte regresaría a Madrid, compró a precio de saldo fincas en los mejores barrios y en los que se adivinaba la expansión urbanística. Ejemplo: toda la zona donde ahora está el Museo del Prado. Y, efectivamente, la corte regresó a Madrid cinco años después.

Al duque se le acabó el chollo cuando se murió Felipe III y al final pudo ser procesado. Pero sólo un poco, porque para evitar su detención y ejecución más que cantadas, consiguió que el papa le nombrara cardenal. Madrid le sacó unas coplillas:

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