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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (9 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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Pero, dada su vida extremadamente corta tras ser cortada, resultaba muy difícil transportar bota, incluso a hipervelocidades. Ahí era donde Filba se había superado a sí mismo. El hutt había descubierto una forma de enviar el contrabando por la galaxia sin ninguna pérdida de calidad. A Bleyd se le escapaba cómo había llegado a obtener ese conocimiento. Filba era muchas cosas, pero definitivamente no era científico, por lo que esa idea no podía haber salido del maquinador cerebro del hutt. Probablemente habría encontrado la idea en la HoloRed, o habría sobornado a alguien para que le proporcionara la información. Lo importante era que, por lo que sabían, el proceso aún no había sido descubierto ni por los Separatistas ni por la República.

El proceso de marchitación de la bota se detenía si se empotraba en bloques de carbonita.

Conservada de este modo, podía enviarse a cualquier parte, si se conseguía burlar el bloqueo de ambos bandos. Y ahí entraba Sol Negro. Filba tenía contactos con la organización criminal interestelar, y había llegado a un beneficioso acuerdo con ellos: a cambio de un porcentaje, Sol Negro les proporcionaría un carguero YT-1300F, con el hipermotor trucado, que podía colarse entre controles de la República y confederados, transportando bota en carbonita a los rincones más alejados de la galaxia.

Pero era obvio que Sol Negro ya no se conformaba con una parte de los beneficios ilegales que estaban obteniendo. Querían llevarse también sus beneficios. Bleyd supuso que esa calamidad era como una salva de aviso. Era obvio que pronto contactarían con Filba y con él para...

Bleyd se detuvo al darse cuenta de algo. ¿No estaría Filba engañándole a él? No era ningún secreto que el hutt quería convertirse en vigo. Y qué mejor forma de congraciarse con el cártel del crimen que allanarle el camino a Sol Negro para que se beneficiara de una rentable operación de contrabando.

Bleyd asintió. Sí. Debía tener en cuenta esa posibilidad.

Se acercó al puerto de observación y observó el planeta. El frente terminator se acercaba a la península donde se había instalado el UQMR-7. El grueso transpariacero le devolvía su reflejo, superpuesto a la imagen del planeta. Una imagen adecuada, pensó. Porque si Filba me ha traicionado, no habrá lugar ni en este planeta ni en ningún otro en el que pueda esconderse...

9

N
o todos los problemas médicos de las tropas eran traumáticos. Había una sección del Uquemer que alojaba a pacientes con enfermedades o infecciones no relacionadas con la batalla, pero lo bastante graves como para requerir observación. Alergias, fiebres ideopáticas y una notable cantidad de enfermedades respiratorias, lo cual no resultaba sorprendente con el aire lleno de esporas, de polen y de otros agentes todavía desconocidos. Cada planeta tenía sus propios problemas médicos: bacterias, virus y, en este caso, esporas. El estado de la medicina galáctica era tan avanzado que podía curarse a casi todos los pacientes de casi todos los planetas, o al menos ser mantenidos con vida casi siempre, pero no todas las veces. Y en ocasiones, los efectos secundarios del tratamiento podían ser tan malos como la cura.

Barriss Offee estuvo de acuerdo en hacer una guardia en el pabellón porque su uso de la Fuerza era especialmente adecuado para este tipo de tratamiento médico. La Fuerza no podía cerrar una herida abierta, o al menos ella no tenía ese tipo de control, pero podía ayudar al debilitado sistema inmunitario de una persona enferma a superar los ataques de agentes patógenos.

Mientras trabajaba, la padawan tenía otras cosas en la cabeza. La explosión de la nave no había sido ningún accidente; lo sabía con toda certeza. ¿Estaría el sabotaje relacionado de alguna manera con la parte de su misión relacionada con la bota? No había una razón lógica para suponerlo, pero ella sentía que era así. ¿Era una inspiración de la Fuerza? ¿O simple intuición, cuando no pura coincidencia?

De momento, sus contactos con el personal de Drongar no habían despertado ninguna corriente oscura en la Fuerza. Los médicos, cirujanos, enfermeros y el personal de apoyo parecían ser, en mayor o menor medida, lo que aparentaban. Sí, todos ocultaban algo, tensiones disimuladas o pasiones reprimidas, pero nada que sugiriera espionaje o robo.

Evidentemente, aún no había conocido a todo el mundo y había especies a las que aún no podía leer, en aquel punto de su formación Jedi. Como los hutt, por ejemplo. La mente de un hutt podía ser muy resbaladiza: cuando llegaba al centro de alguno se sentía como intentando coger una bola de transpariacero pringada en lubricante de motor. Los que mejor se le daban eran los suyos. Tanto que, en los últimos años, muchas veces se había sentido desesperadamente provinciana.

Un androide médico FX-7 le entregó el gráfico del paciente de la Cama Verde. Como todos los clones eran exactamente iguales, llevaban en la muñeca una etiqueta identificativa del Uquemer. El personal también había puesto pequeñas pegatinas de colores en las camas, por lo que, según le habían explicado, las enfermeras y los médicos solían referirse a ellos como la Cama Roja, la Cama Azul, la Cama Morada, etcétera.

El hombre de la Cama Verde tenía una EOD, Enfermedad de Origen Desconocido, que hacía que sus vasos sanguíneos se dilataran de repente, como si sumiera en un profundo trauma. Aún no se había identificado el agente causante. Por tanto, el tratamiento consistía en mantener la presión sanguínea tan baja que si intentaba levantarse, o incorporarse de forma brusca, se desvanecía por falta de riego sanguíneo en el cerebro. El especialista local en xenobiótica, una humana llamada Mal Ree Ohr, lo llamaba síncope ortostático hipotenso de origen ideopático, lo que podía traducirse como “alguien que se desmaya siempre que intenta levantarse o incorporarse con rapidez sin que sepamos por qué”. Los médicos daban mucha importancia a ese tipo de etiquetas, como si dar nombre a una dolencia pudiera curarla. Los curanderos Jedi intentaban ir mucho más lejos a la hora de tratar a un enfermo.

Veamos cómo funciona aquí, pensó ella.

Se acercó a la cama. El soldado, cuya designación según el gráfico era CT-914, parecía estar bien mientras se mantuviera tumbado. Acababan de administrarle un histamínico que tenía como efecto secundario la reducción de la presión sanguínea. Si no podían curar la enfermedad, aliviarían sus síntomas lo mejor que pudieran.

—Hola. Soy la Jedi Offee. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Me encuentro bien —dijo él sin añadir nada más.

—Incorpórate un poco, por favor.

Así lo hizo. Dos segundos después, puso los ojos en blanco y volvió a caer en la cama, inconsciente.

Un aplauso para la nueva medicación.

El soldado se recuperó al cabo de unos segundos. Abrió los ojos.

—Dime lo que acaba de ocurrir —le dijo Barriss.

—Me incorporé y me desvanecí. Otra vez.

Ella no llevaba mucho tiempo en aquel planeta, pero había aprendido que los soldados clon tendían a ser un tanto literales y taciturnos en su progreso comunicativo. Cuando se les preguntaba algo, respondían con precisión, pero no solían ofrecer más información de la necesaria.

—¿Cuánto tiempo has estado inconsciente?

—Trece segundos.

La seguridad en su voz dejó a Barriss boquiabierta.

—¿Cómo lo sabes?

—Hay un crono en la pared detrás de ti.

Barriss miró por encima del hombro. Allí estaba. Sintiéndose un poco tonta, dijo:

—Soy curandera Jedi, CT-914. Tengo ciertas habilidades que podrían serte útiles. Y, con tu permiso, voy a intentar ayudarte.

Una sonrisilla se dibujó en la cara del soldado.

—¿Acaso tengo otra opción, Jedi Offee?

Eso le hizo sonreír a ella también. Una broma. La primera que le oía un clon. Aunque tampoco solía conversar con ellos.

Ella respiró hondo, expulsando de los pulmones todo el aire que pudo, y procuró relajarse, dejando que volvieran a llenarse. Repitió el proceso. Respiración en oleadas, le había dicho su mentora. Siempre funcionaba: sintió cómo se relajaba, pasando a un estado mental cada vez más receptivo a la Fuerza. Un lugar tranquilo y despejado, libre de recuerdos y expectativas de futuro, donde dejaba de ser la padawan Barriss Offee para ser un canal de la Fuerza viva.

Estaba allí para ella, como siempre. La utilizó para tantear su entorno y se introdujo en el campo de energía del soldado, buscando lo que estaba mal con él.

Ah. Ahí estaba. Una perturbación en su red neuronal, centrada en el hipotálamo. No parecía haber ninguna causa patógena. No percibió formas de vida microscópicas salvo las que tenían que estar allí, pero el cerebro de aquel hombre había sido dañado de alguna manera. Podía “ver” una formación maligna de color rojo brillante, y tranquilizó la lesión empleando la Fuerza, “acariciándola” con ondas de éter hasta que el resplandor se desvaneció.

Entonces se retiró. Regresar siempre le resultaba algo desorientador. Se concentró y abrió los ojos. CT-914 la estaba mirando.

—Incorpórate, por favor —dijo ella.

El paciente lo hizo. Al cabo de unos segundos, seguía consciente.

—A ver si puedes ponerte de pie.

Él sacó las piernas por el borde de la cama de duraespuma, puso los pies en el suelo y se levantó.

—¿Te sientes bien? —preguntó ella.

—Sí. Me siento bien —él se agachó con las piernas estiradas, puso las manos en el suelo, se alzó sobre los talones y abrió los brazos—. Ni mareado ni desorientado ni nada —comentó.

—Vale. Por favor, vuelve a la cama. En breve vendrá alguien a reconocerte. Podrás salir de aquí si no vuelves a ponerte mal.

Él volvió a la cama.

—Gracias, Jedi Offee. Me encantará regresar a mi unidad y a mi misión.

—De nada.

Mientras Barriss se volvía para acercarse al siguiente paciente, se fijó en el crono de la pared. Lo que vio le sorprendió. Había pasado poco más de una hora desde que había empezado a hablar con CT-914. Había estado una hora de pie, inmersa en la Fuerza, pero apenas habían sido segundos para ella.

Esas cosas seguían sorprendiéndole.

La Cama Añil era la siguiente...

~

La llamada llegó incluso antes de lo que Bleyd esperaba. De hecho, llegó en persona.

El representante de Sol Negro estaba sentado al otro lado del escritorio, y su actitud demostraba algo más que seguridad en sí mismo: era repugnantemente petulante. ¿Y por qué no iba a serlo? Era un criminal de carrera, el delegado de uno de los mayores sindicatos de criminales de la galaxia. Y, además, Mathal, coma se hacía llamar, era enorme y musculoso, con una pistola láser atada a la pierna derecha y una vibrocuchilla enfundada en la cadera izquierda. Y tiene pinta de saber utilizarlos, pensó Bleyd. Bien.

Mathal acababa de comunicarle la oferta de Sol Negro. Más bien un ultimátum. No querían más bota.

Lo querían todo.

—Podemos conseguir un gran precio para toda la que pueda entregarnos —dijo.

Bleyd habría enarcado una ceja de tenerla. Pero se limitó a sonreír y asentir mientras pensaba que ese humano era tonto. ¿De verdad creía que no había salvaguardas en el planeta? Había algunas cosas que resultaban demasiado arriesgadas hasta para el comandante de las unidades médicas de la República, y sangrar la valiosa cosecha más de lo que Filba y él ya lo hacían acabaría notándose.

A Mathal y a sus jefes les daba igual. Eran codiciosos y lo querían todo, y si eso dejaba a Bleyd convertido en una columnita de humo que salía de un cráter, pues se sentía.

—El trato es que usted aumente la producción y los envíos. Nosotros situamos una nave grande fuera del alcance de los sensores. Tenemos una Damoriana Nueve Mil que podría transportar medio planeta; olvídese de esa basura de YT-13000-f que han estado empleando. Suben la mercancía, llenan las bodegas, le pagamos y a correr. Todo el mundo se forra, todo el mundo contento.

A Bleyd le dieron ganas de reírse. Sí, ya. Y mi cara saldrá en todas las holoemisiones de criminales más buscados de aquí a Coruscant mientras vosotros quedáis en el anonimato. Menudo trato.

Aunque Sol Negro le dejase vivir después de la transacción, y no pensaba apostarse el yuthrael a eso, aunque consiguiese amasar una fortuna, no bastaría para compensar una vida en constante huida. Siempre mirando por encima del hombro para ver si le seguían los oficiales de la República. Sin poder relajarse, sin volver a contemplar una noche de luna en Saki. No, gracias. Bleyd sabía que la única forma de ser un delincuente de éxito era cometiendo un delito del que nadie se enterara. No hacía falta que fuera perfecto, sólo uno que no pudiera llevar a nadie hasta la puerta. Si comprabas un láser sin registrar, lo usabas una noche oscura contra alguien al que no te uniera conexión evidente alguna, y huías a toda prisa, era bastante probable que jamás te relacionaran con el asesinato. Pero si secuestrabas un carguero que transporta mercancía ilegal de gran valor como la bota, más te valía empezar a acostumbrarte a la comida que daban en prisión.

Pero dijo Mathal:

—Vale. Quizá tarde un poco en organizarlo.

El hombre sonrió, mostrando su maltrecha dentadura.

—Podemos traer una nave aquí en, digamos, medio mes local. Eso debería bastar, ¿no cree?

Bleyd sonrió a su vez. Observa mis colmillos, humano.

—Pues sí, eso debería bastar.

Por supuesto, da igual lo que yo diga, porque eso no llegará a pasar nunca, y tú no vas a decir nada a tus jefes.

—Entonces supongo que esto es todo —dijo Mathal—. Menos lo de su, esto..., ayudante. ¿Sigue la babosa metida en esto?

—Filba es un empleado leal y fiable —dijo Bleyd, formulando sin problemas aquella mentira. La verdad era que se fiaba muy poco de Filba porque sabía que podía traicionarle en cualquier momento, sin dudarlo.

—Excelente. Volveré con mi vigo y pondremos en marcha la operación.

Vuelves a equivocarte, amigo mío, pensó Bleyd. La “operación” en la que te arrancaré las vísceras empieza ahora mismo.

—Sí, sí. Ah, otra cosa —añadió en voz alta—. Tengo una partida pequeña pero extraordinaria metida en carbonita, un producto de alta gradación. Me gustaría enviársela a su vigo en señal de buena voluntad.

—Alta gradación, ¿eh? ¿Cuánto?

—No mucho —Bleyd se encogió de hombros, como quitándole importancia—. Cinco kilos o así.

—Excelente —dijo el humano—. Mi vigo estará satisfecho.

—Y yo me alegro de oírlo —Bleyd se puso en pie—. Tuve que ocultarlo, claro. ¿Le importaría acompañarme? Está en el hangar de cuarentena.

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