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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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La guerra civil entre la República y los separatistas se recrudece en la galaxia, pero en ningún lugar se lucha con más fiereza que en el mundo pantanoso de Drongar, donde una asediada unidad médica libra su propia e interminable guerra.

Un médico que disimula su desesperación con sarcasmos...

Otro que mira de frente a la muerte y al sufrimiento, desahogando sus emociones tocando música...

Una enfermera que pone el corazón en su trabajo, mientras pone los ojos en otro de ellos...

Una padawan Jedi sin su Maestra, desplazada hasta allí en una misión humanitaria...

Éstos son los principales miembros de una pequeña unidad médica que sirve en el mundo de Drongar, donde se libra una batalla por la explotación de una valiosa planta nativa. Allí, cerca del frente, una interminable procesión de aeroambulancias transporta heridos y moribundos de todas las especies conocidas, si bien la mayoría son soldados clon.

Mientras los médicos trabajan desesperadamente para salvar vidas, hay quien piensa obtener un beneficio de esa guerra, ya sea traficando en el mercado negro o manipulando los mismos acontecimientos de la guerra. Pero, al final, todos deberán afrontar una prueba personal, y sólo los de corazón compasivo y espíritu fuerte sobrevivirán para volver a luchar al día siguiente...

Michael Reaves, Steve Perry

Medstar I:
Médicos de Guerra

LAS GUERRAS CLON

ePUB v1.0

jukogo
23.11.11

Titulo: Médicos de Guerra (Medstar I: Battle Surgeons - A Clone Wars Novel)

Autor: Michael Reaves, Steve Perry

Coleccion: Guerras Clon

Editorial: Alberto Santos

Páginas: 189

Cronología: 20 años A.B.Y (Antes de la Batalla de Yavin)

Para mi hijo Dashiell.

“No me hables de probabilidades”.

MICHAEL REAVES

Para Dianne, y para Cyrus, el chico nuevo en la ciudad.

STEVE PERRY

UQMR-7.

Las llanuras de Jasserack en Tanlassa, cerca del mar de Kondrus.

Planeta Drongar.

Año 2 después de Geonosis.

1

L
a sangre manó como un géiser, pareciendo casi negra en la luz del campo antiséptico. Salpicó caliente la mano enguantada de Jos, que maldijo entre dientes.

—He tenido una idea. ¿Le importaría a alguien, sin nada mejor que hacer, poner un campo de presión en esta hemorragia?

—El generador de presión se ha vuelto a estropear, doc.

Jos Vandar, médico de guerra de la República, apartó la mirada del ensangrentado campo de operaciones que era el pecho abierto del soldado clon, y la clavó en Tolk, su enfermera ayudante.

—No podía ser de otra manera —dijo—. ¿Qué pasa? ¿El androide mecánico está de vacaciones? ¿Cómo voy a parchear a estos tarados zamparranchos sin un equipo médico que funcione?

Tolk le Trene, una lorrdiana que podía adivinar de qué humor estaba con la misma facilidad con que un ser inteligente podía leer un gráfico, no dijo nada, pero su aire contrito lo decía todo: “Oye, que no lo he averiado yo”.

Jos luchó por controlar su genio.

—Muy bien. Pon aquí un torniquete. Todavía quedan coagulantes, ¿no?

Pero ella ya se había adelantado, bloqueando la arteria abierta con una pinza de acero y limpiando la zona con una hemoesponja. Los soldados de esta unidad habían estado demasiado cerca de una granada que hizo explosión, sembrando de metralla el pecho de aquel hombre. La reciente batalla del bosque de popárboles había sido cruenta. Seguramente, antes de que cayera la noche, los camilleros traerían más heridos que se añadirían a los que ya había.

—¿Soy yo o aquí hace muchísimo calor?

Una de las enfermeras secó el sudor de la frente de Jos para que no le entrara en los ojos.

—El sistema de refrigeración ha vuelto a estropearse —le dijo.

Jos no respondió. En un planeta civilizado se habría rociado la cara con neutralizador de sudor antes de lavarse, pero eso, como casi todo lo demás, incluidos los calmantes, escaseaba en Drongar. La temperatura exterior equivalía a la del cuerpo humano, incluso a esas horas cercanas a la medianoche. Y el día siguiente prometía ser más caliente que un h’nemthe en celo. El aire sería más húmedo. Y olería peor. El planeta resultaba de lo más desagradable hasta en su mejor momento. En tiempo de guerra era todavía peor. Jos se preguntó, no por primera vez, cuál sería el alto funcionario de la República que decidió arruinarle la vida enviándolo a un planeta que parecía ser moho, humedad y vegetación de hongos hasta donde alcanzaba la vista.

—¿Hay algo que no esté estropeado? —preguntó en general a todos los presentes.

—Todo menos tu boca, parece —dijo Zan en tono jocoso, sin apartar la mirada del soldado al que operaba.

Jos empleó unas pinzas planas para extraer del pulmón izquierdo del paciente un pedazo de metal del tamaño de su pulgar. Tiró la esquirla a una bacina, donde resonó.

—Pon un tapón de cola ahí.

La enfermera colocó con manos expertas el parche disolvente en el pulmón malherido. El tapón, creado de tejido clon y cierto tipo de adhesivo extraído del mejillón talusiano, selló inmediatamente el corte. Al menos aún tenían muchos de ésos, se dijo Jos; si no, tendrían que empezar a utilizar grapas o sutura, como solían hacer los androides médicos, y entonces la cosa sí que sería divertida y ocuparía mucho tiempo.

Examinó al paciente, vio otro pedazo de metralla bajo los brillantes focos y lo extrajo con cuidado, moviéndolo cuidadosamente de un lado a otro. Estaba a poquísima distancia de la aorta.

—Hay suficiente metralla en este tío para construir dos androides de combate —murmuró—. Y todavía sobraría para las piezas de recambio —Tiró la esquirla al recipiente metálico, que resonó de nuevo—. No sé ni por qué se molestan en ponerles armadura.

—Desde luego —dijo Zan—. No protege ni de los perdigones de una pistola de juguete.

Jos depositó en la bacina dos fragmentos más de la granada y se enderezó, sintiendo cómo los músculos de los riñones protestaban por la postura en la que llevaba todo el día.

—Pásale el escáner —dijo.

Tolk cogió un bioescáner de mano y lo deslizó sobre el clon.

—Está limpio —dijo ella—. Creo que le has extirpado todos.

—Lo sabremos si hace un ruidito metálico al andar.

Un auxiliar comenzó a empujar la camilla hacia los dos androides médicos FX-7 encargados de cerrar a los pacientes.

—Siguiente —dijo Jos desganado. La mascarilla que llevaba ocultó su bostezo, y antes de que cerrara la boca ya tenía delante a otro soldado tumbado boca arriba.

—Herida sangrante en el pecho —dijo Tolk—. Quizá necesite un pulmón nuevo.

—Qué suerte, los tenemos de oferta —Jos realizó la primera incisión con el escalpelo láser. En muchos sentidos, operar soldados clon (o, como solía llamarlos el personal del Uquemer-7, trabajar con la “cadena de montaje”) era más fácil que cortar y coser individuos. Al compartir todos el mismo genoma, sus órganos eran literalmente intercambiables, y no había necesidad de preocuparse por el síndrome de rechazo.

Miró de reojo a los otros cuatro médicos orgánicos que trabajaban en la abarrotada sala de operaciones. Zan Yant, un cirujano zabrak situado a dos mesas de distancia, tarareaba bajito una melodía clásica mientras operaba. Jos sabía que Zan preferiría estar ahora mismo en el cubículo que compartía con él, tocando la quetarra, afinándola para que ofreciera las tristes notas de alguna gaita nativa de Zabrak. A Jos le parecía que la música que le gustaba a Zan sonaba como dos dragones krayt apareándose, pero para un zabrak, así como para otras muchas especies de la galaxia, era un sonido alegre y enriquecedor. Zan tenía el alma y las manos de músico, pero también era un cirujano decente, porque, en estos días, la República tenía más necesidad de médicos que de músicos. Desde luego, en ese planeta se necesitaban.

Los otros seis cirujanos que había en el quirófano eran androides, pero tendrían que haber sido diez. Dos de los cuatro que faltaban estaban siendo reparados, y se habían solicitado otros dos, aunque todavía no habían llegado. De vez en cuando, Jos reanudaba el inútil ritual de rellenar otro formulario de pedido 22K97(MD), que desaparecía inmediatamente en un torbellino de burocracia y sistemas archivadores computerizados.

Enseguida decidió que el sargento (lo que quedaba de su armadura tenía las marcas verdes que denotaban su rango) sí necesitaba un trasplante de pulmón. Tolk trajo de los tanques de nutrientes un órgano recién clonado, mientras Jos comenzaba la neumonectomía. Menos de una hora después lo había extirpado, y en la cavidad pleural del sargento se alojaba el nuevo pulmón, criado a partir de células madre cultivadas junto a docenas de otros órganos idénticos que se mantenían en estasis criogénico para emergencias como aquélla. Se llevó al paciente a sutura, y Jos se estiró, sintiendo cómo le crujían las articulaciones y las vértebras se recolocaban en su sitio.

—Ése es el último —dijo él—. Por ahora.

—No te pongas muy cómodo —dijo Leemoth, un cirujano duro especialista en especies anfibias y semiacuáticas. Le miró, apartando la vista de su paciente, un observador otolla gungan procedente de Naboo cuya cavidad bucal había sufrido daños el día anterior por la descarga de una pistola sónica—. Nos comunican del frente que en cosa de tres horas, o menos, tendremos aquí dos aeroambulancias más.

—Lo suficiente para tomarse algo y enviar otro patético ruego de traslado —dijo Jos mientras caminaba hacia la cámara de desinfección y se quitaba los guantes.

Hacía tiempo que había aprendido a ocuparse de las cosas según pasaban, y a no preocuparse por problemas futuros mientras no tuviera que hacerlo. Era el equivalente mental a emitir un diagnóstico, le había dicho Klo Merit, el médico equani que también hacía las veces de émpata residente. Merit parpadeó con sus enormes ojos marrones, de una profundidad extrañamente tranquilizadora, y dijo que la actitud de Jos era saludable... hasta cierto punto.

—Hay un momento en el que la defensa se convierte en negación —le había dicho Merit—. Ese momento es distinto para cada uno. Buena parte de la higiene mental consiste en saber cuándo se deja de ser sincero con uno mismo.

Salió de aquella ensoñación momentánea al darse cuenta de que Zan le hablaba.

—¿Perdona?

—Digo que éste presenta daños en el hígado. Acabaré en unos minutos.

—¿Quieres ayuda?

Zan sonrió.

—¿Qué crees que soy? ¿Un interno de primero en el Hospital de Coruscant? No pasa nada. Una vez cosido el primero, los demás son iguales.

Y siguió tarareando en voz baja mientras trabajaba en las entrañas del soldado.

Jos asintió. Era cierto. Los soldados Fett eran todos idénticos, lo que significaba que, además de no tener que preocuparse por el síndrome de rechazo, no tenían que hacerlo por dónde o cómo iban las cañerías. Suele haber una considerable diferencia de estructura y funcionamiento fisiológico de los órganos incluso dentro de individuos de la misma especie. Por ejemplo, todos los corazones humanos funcionan de la misma forma, pero sus válvulas pueden variar en tamaño, o la conexión de la aorta ser más alta en uno que en otro... Había millones de diferencias entre cada anatomía. Principal motivo por el que la cirugía, incluso en la mejor de las condiciones, nunca es segura al cien por cien.

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