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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (22 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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—Siempre acaba afectándote, y cada uno desarrolla sus propias defensas. Yo tengo mi música. Jos se sirve del sarcasmo. Cualquier cosa vale mientras te permita dormir en estas noches calurosas.

Barriss no dijo nada. Ella sabía que el médico tenía razón, pero, aun así...

Zan suspiró.

—¿Sabes lo que me fastidia?

—¿Qué?

—Que me acaban de contar un chiste nuevo sobre hutt y ya no puedo utilizarlo para hacer enfadar a Filba.

Ella le miró sorprendido, y él sonrió. Tras un momento, ella le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.

~

El día era tranquilo, fallecimiento de Filba al margen. Hubo una pausa en la lucha, y no llegó ninguna aeroambulancia con heridos, algo bien recibido.

Bastaba con la actividad en torno a la muerte de Filba. Los rumores se sucedían uno tras otro. Cuando Barriss hizo su ronda por el pabellón, vio que hasta los pacientes estaban al corriente. Escuchó a los ugnaughts cotilleando: "pues sí, el hutt se envenenó. Fue suicidio, seguro; Era espía ... Fue Fi1ba quien hizo explotar el transporte de bota, en serio, lo juro. Estaban a punto de dar con él, lo vio venir y ... ".

"¿No había ido el almirante Bleyd en persona a ver al huttjusto antes de que éste falleciera? Seguro que fue para interrogarlo por sus actividades. También estaba robando bota, ¿no lo sabías? ¿Y el periodista ése bajito, Dhur? Siempre estaba pegado al hutt como las babosas al fondo de un pantano, metiendo las narices en todas partes, construyendo un caso, y Filba estaba a punto de ser arrestado, y se tomó el veneno para que no organizaran un consejo de guerra y le ejecutaran ... ", y etcétera.

Barriss no contribuyó a los rumores. Se limitó a escuchar y a seguir con sus actividades. Si el rumor sobre el suicidio era cierto, eso significaría que pronto se iría de Drongar, al haber concluido su misión de averiguar quién robaba la bota, en el supuesto de que realmente hubiera sido el hutt. Yajuzgar por lo que se decía, así era. Porque, después de todo, ¿cuántos ladrones podían operar simultáneamente en un lugar tan pequeño como ése? Filba era un civil de abastecimiento, disponía del acceso necesario. Y aunque Barriss detestaba las generalizaciones especiófobas, la verdad era que los hutt en general no eran conocidos por su honestidad y su virtud. Filba encajaba en el perfil del culpable.

Quizás encajaba demasiado bien. No podía estar segura porque la Fuerza no era clarividente. Algo seguía bullendo en los pliegues invisibles de la Fuerza, y ella carecía de la capacidad necesaria para determinar con precisión lo que decían exactamente las sutiles vibraciones. Sólo sabía que el problema seguía sin estar resuelto.

Tenía sentimientos encontrados respecto a la situación. Aquella guerra era una situación que, desde luego, requería una respuesta emocional muy intensa, y ella había estado en planetas muchísimo más agradables, eso seguro. Pero todo era parte de su examen, de su camino para convertirse en una verdadera Jedi. Y si le daban otro destino, ¿qué pasaría? ¿Qué le depararía el futuro? No tenía miedo; eso era algo que no estaba incluido en su formación, pero era una cuestión ... inquietante.

Lo que tuviera que ser, sería. No dependía de ella.

El día se difuminó en la noche, y finalmente Barriss terminó con sus deberes médicos. Decidió saltarse la cena y volver directamente a su cubículo. Igual otra sesión de meditación tranquila y honda respiración arrojaría alguna luz sobre lo que provocaba esas pequeñas, pero continuas, perturbaciones en la Fuerza ...

El campamento estaba tranquilo cuando se hizo de noche. Había poca gente por ahí. El cambio de turno había tenido lugar hacía tiempo, y casi todo el mundo estaba cenando, descansando o haciendo lo que fuera que hicieran en su tiempo libre. Pero casi ninguno estaba a favor de aspirar el caliente y fétido aire de la noche.

Mientras Barriss se acercaba a la calle en la que se encontraba su cubículo, sintió una presencia en las sombras. No vio a nadie, pero el tirón de la Fuerza era claro e inequívoco: casi el equivalente físico de una mano en el hombro.

Ella se detuvo. Su mano se acercó al sable láser.

—Eso no te hará falta —dijo una voz—. No pienso hacerte daño real.

Sólo quiero enseñarte una pequeña lección de humildad. A los Jedi se os da bien eso, ¿no?

Phow Ji.

Seguía sin poder verlo, pero sabía dónde estaba. Justo ahí, en las sombras de un silencioso generador eléctrico, unos metros a su derecha. Era una presencia maligna, una obstrucción latente en el continuo fluir de la Fuerza.

Hablaba en voz baja y tranquila.

—¿Qué te hace pensar que eres la persona adecuada para dar lecciones de humildad?

Phow Ji apareció de entre las sombras. —Los que pueden, pueden. Los que no, no.

—Muy sucinto. ¿Qué quieres?

—Como ya he dicho, es necesaria una lección. La última vez que hablamos me hiciste tropezar. Desde atrás. Te debo el favor. Creo que te mereces un baño de barro. Nada grave, ni huesos rotos, ni nada. Esto es un ejercicio de reciprocidad y nada más. Si tu Fuerza puede detenerme, entonces, por favor —alzó los brazos en un gesto de ánimo—, úsala.

¡Pero qué egocéntrico era! Estaba convencido hasta lo más hondo de su ser de que era invencible. Y de que era tan bueno que podría humillarla sin tener que hacerle daño; eso sí que era un reto para un luchador.

Ella pensó por un momento en entrar en su mente para introducirle la sugerencia subliminal de que no quería hacer aquello, de que lo que realmente quería era irse a su dormitorio y darse una ducha fría, pero pudo percibir la rigurosa disciplina de los pensamientos de Ji. Eran un tejido cerrado, tan impenetrable como la seda de girogusano. Y tampoco tenía una mente tan débil como para dejarse influir fácilmente por la habilidad de un padawan.

Ji se colocó en posición, con las piernas flexionadas y separadas. Alzó las manos y la incitó con un gesto desafiante.

—Vamos, jedi, ¿bailamos un rato?

No debería estar haciendo esto. Debería negarme e irme. Que piense que tengo miedo ... ¿Qué más da?

Pero ella debía respetar a los Jedi, aunque él no la respetara a ella. Y a ella le sentaba muy mal escuchar el nombre de su Orden recubierto por una capa de desprecio.

Se quedó donde estaba.

Cambió el peso de su cuerpo ligeramente, sin mover los pies, lo justo para poder saltar rápidamente con cualquier pierna, ya fuera hacia delante o hacia atrás.

Hacía bochorno. La humedad estaba en todas partes, flotando en el aire.

Su sudor no tenía adónde evaporarse. Se arremolinaba y le bajaba por la cara y por el cuello, empapando la sudadera, amenazando con entrarle en los ojos.

Ji sonrió.

—Buen movimiento. No quieres pararte a un lado o a otro cuando te enfrentas a un contrincante con talento.

Él giró hacia la derecha, y Barriss se alejó de él, manteniendo una distancia prudencial.

La tentación de convocar la Fuerza, de utilizarla para aplastar a Ji, era casi abrumadora. No tenía duda de que podía hacerlo. Un gesto y Ji saldría disparado hacia el árbol más próximo como un murciéloco con rabia. Ningún luchador, por mucha fuerza física que tuviera, podía medirse con la Fuerza y salir vencedor. Quizá no pudiera controlar la mente del bunduki, pero podía controlar su cuerpo. De eso estaba segura.

y sabía que podría ganar esa batalla en caso de acceder a ella. Pero no ganaría la guerra. Ji le había dicho que no tenía intención de hacerle daño. Quería hacerla caer al barro para avergonzarla, sólo eso. Ella no percibió ningún propósito más oscuro que ése. Nada quedaría dañado realmente, salvo su dignidad, que, por supuesto, era su objetivo. Lo que movía a Ji era el control, y ahora mismo lo único que quería, que necesitaba, era controlarla.

Emplear la Fuerza contra un oponente cuando no había un peligro real estaba mal. Se lo habían enseñado toda la vida. La Fuerza no era algo que pudiera desperdiciarse como calderilla en una tienda de dulces, simplemente porque pudiera desperdiciarse. No era una simple arma.

¿Entonces qué le quedaba? Sus propias habilidades como luchadora, que no eran pocas. Los Jedi recibían formación en todo tipo de disciplinas, tanto mentales como físicas, y los Maestros sabían que había momentos en los que el uso de la Fuerza no era adecuado. Incluso sin activar el sable láser, era alguien con quien más valía no meterse.

Por supuesto, su talento en la autodefensa no había sido perfilado para lidiar con un campeón de las artes marciales. ¿Qué posibilidades tenía de encontrarse en semejante situación? ¿Sobre todo cuando no pretendía provocarle heridas graves o matarla?

En otra ocasión, aquello le habría hecho sonreír. Las posibilidades daban igual cuando la realidad estaba a dos pasos de distancia, frente a ti, dispuesta a atacar.

Siempre estaba la opción de utilizar el sable láser. Pero, claro, Ji lo consideraría una violación de las reglas de combate. Eso le daba igual, lo que le preocupaba era que el sable láser lo incitase a atacar con más saña. Un Caballero Jedi o un Maestro tendría la habilidad necesaria para detenerlo sin causarle daño, pero como padawan, ella no confiaba en ser capaz de hacerlo. Quizás acabase matándolo, y no quería tener ese peso sobre su conciencia.

Ya había decidido que el primer movimiento sería del bunduki. Si Phow Ji esperaba a que ella le atacara, más le valía esperar sentado ...

Él dio un salto, recorriendo las dos zancadas que les separaban con extraordinaria rapidez. Barriss apenas tuvo tiempo para esquivar, girar hacia la izquierda y bloquear, para que el puñetazo pasara por encima de su hombro en lugar de impactar en su plexo solar.

Barriss retrocedió sin bajar la guardia.

—Excelente —dijo él—. Tienes muy buenos reflejos, pero tendrías que haber contraatacado. La defensa pura es una estrategia de perdedores.

Barriss sabía que, al adoptar aquella pose de maestro y estudiante, pretendía mostrar su superioridad ... Como si tuviera que demostrarla.

Ji comenzó a rodearla hacia el otro lado, moviendo las manos de arriba abajo y hacia los lados, de forma casi hipnótica, intentando atraer su atención.

Pero las manos de Ji no importaban. Lo que debía vigilar eran sus pies.

Para acercarse lo suficiente a ella como para emprender un ataque, tenía que dar un paso, moverse. En lo que a ella respectaba, podía hacer lo que le diera la gana con las manos. Pero en cuanto moviera los pies, ella tendría que ...

Él se abalanzó de nuevo hacia ella y, esta vez, en lugar de quitarse de su camino, Barriss acudió a su encuentro. Pero ella se agachó todo lo que pudo, por debajo de su centro de gravedad, y le asestó un buen puñetazo en la tripa mientras él desarrollaba su ataque por arriba. Ella le golpeó, pero fue como hacerlo con una pared. Nada cedió. Sus abdominales eran como el plastiacero reforzado.

Ella se apartó de su alcance lo más rápido que pudo, pero no lo suficiente. Se llevó un golpe en el lado izquierdo del cuello al retirarse, un golpe tan fuerte que la visión se le nubló en rojo por un momento.

Ella se alejó dos pasos y él se giró para mirarla.

—¡Muy bien, padawan! No has calibrado bien el objetivo, pero ha sido un ataque limpio. Aun así, necesitarás más de uno. Piensa en combinaciones: arriba, abajo, ataques múltiples.

A Barriss le dolía el cuello, pero no mucho, y el daño era mínimo. La Fuerza se arremolinaba en su interior, y apenas podía contenerse para no utilizar su poder. El Lado Oscuro siempre estaba ahí; se lo había dicho su Maestra. Siempre esperando una oportunidad para desatarse. Si te rendías una vez a él, la próxima vez sería doblemente poderosa. Y si volvías a rendirte a él, estarías perdido para siempre.

Pero tenía tantas ganas de darle una lección ... , quería golpear aquella sonrisa reluciente de su cara y sustituirla por una expresión de asombro, de sorpresa, de ...

miedo ...

Estaba pensando demasiado, y se dio cuenta demasiado tarde. Ji saltó una y otra vez, y, con una rápida sucesión de técnicas a mano abierta, abofeteó a Barriss en cabeza, torso y caderas. El último golpe fue acompañado por un pie enganchado alrededor del tobillo. Barriss cayó al suelo con fuerza, y la humedad ayudó a que el golpe no fuera tan violento.

Lo que hubiera pasado después, mientras ella volvía a adoptar la postura defensiva, fue interrumpido por el zumbido demasiado familiar de las aeroambulancias acercándose. La gente salió apresuradamente de sus barracones, en dirección a sus puestos.

Los pocos que vieron a Ji y a Barriss apenas les prestaron atención. —Creo que hemos terminado —dijo Ji—. Yo estoy satisfecho.

Barriss no dijo nada. No se lo permitió. Su rabia la envolvía como el barro. Estaba temblando bajo su peso. Podía sentir el Lado Oscuro revolviéndose en su interior, susurrándole lo bien que se sentiría y lo fácil que sería dejar que la rabia lo alimentara y lo enviara a por su enemigo, coger el sable láser, saltar tras él y cortarle en dos con un solo barrido de la hoja de energía ...

Phow Ji no tenía ni idea de lo cerca que estaba de morir en ese preciso momento. La rabia de la padawan era tal que un mínimo movimiento de meñique hubiera bastado. Y jamás sabrá lo que ocurrió ..., e incluso podría decirse que, de algún modo, se había hecho justicia. ¿Acaso no era él un asesino, después de todo?

Sí, lo era. Pero Barriss Offee no. Era una de las cosas más difíciles que había hecho en la vida, pero la hizo. Se resistió al Lado Oscuro. Perdió la batalla, pero ganó la guerra.

Por esta vez ...

25

E
l almirante Bleyd iba de un lado a otro. El escalofrío que sintió en la espalda parecía tener la temperatura del espacio interestelar. Lamentó en el acto haber aplastado la cámara espía camuflada como insecto. Si tan sólo la hubiera guardado, quizás habría podido rastrear la memoria del sistema de orientación y averiguar de dónde procedía. Pero tal y como estaban las cosas, lo único que sabía con seguridad era que alguien espiaba a Filba o a él. Dada la naturaleza del dispositivo, el operador podría tratarse de cualquiera en un radio de diez kilómetros alrededor del campamento. ¿Tendría Sol Negro un agente destinado allí? Igual era uno de los suyos ...

Bleyd soltó un gruñido grave. Alguien había envenenado a Filba, la autopsia lo confirmaba, y Bleyd no creía que hubiera tantas coincidencias. Al hutt le asesinan y en ese momento hay una cámara espía presenciándolo. Había tantas probabilidades de que eso ocurriera por casualidad como de que un planetoide a la deriva chocara con Drongar en los próximos cinco minutos. No, ambas cosas estaban relacionadas con toda seguridad.

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