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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (11 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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—Sólo he dicho que estoy al tanto de la situación aquí. En Drongar. Creo que me encontrará más que competente para asistirle, señor. He recibido una intensa programación médica que incluye acceso a los archivos de la base de datos del Sector Gen...

—¿Qué clasificación ID tienes? —le interrumpió Jos.

—I-5YQ, señor.

Zan frunció el ceño.

—Nunca había oído una clasificación 5YQ.

El androide miró a Zar y dudó un momento antes de responder. Y de nuevo, aunque las rígidas facciones no cambiaron, Jos sintió que la presencia de Zan ponía nervioso al androide de alguna forma. Pero cuando el I-5YQ respondió, lo hizo educadamente.

—Soy una alteración de la serie 3PO, señor, con ciertos cambios en las unidades del módulo cognitivo. El diseño ha tomado prestadas ciertas características del viejo modelo de servodroides Orbot. La producción fue interrumpida por Cybot Galáctica al poco de nacer debido a cuestiones legales. —El androide hizo una breve pausa—. Me llaman I-Cinco.

Los dos cirujanos se miraron. Jos se encogió de hombros y le dijo al androide:

—Vale, I-Cinco, vas a tener una tarea doble: almacenamiento de datos y secretariado, además de ayudarme en la SO. ¿Crees que podrás con eso?

I-Cinco no respondió enseguida, y Jos volvió a sentir, por una fracción de segundo, que el androide quería responder como se merecía a su sarcasmo. Pero I-Cinco se limitó a decir:

—Sí, señor —y les siguió mientras Jos y Zan se disponían a atravesar el recinto.

Qué raro, pensó Jos. El calor debe de estar afectándome mucho si ahora me da por pensar que los androides son contestones...

11

E
l hombre de Sol Negro no podía creérselo.

—Será una broma, ¿no? Está agotando mi paciencia.

Bleyd dijo:

—Para nada —había desarmado a Mathal a punta de láser, y el hombre estaba a punto de tener un infarto de pura incredulidad.

—¡Está loco! —el tono de Mathal era agresivo, pero sus ojos miraban nerviosos a uno y otro lado, y Bleyd casi podía oler el miedo en el sudor del hombre.

—En su posición yo también pensaría eso. Pero me temo que no es tan sencillo. Ahora escúcheme bien. La escotilla está bloqueada. El código que la abre está aquí, en el bolsillo de mi cinto. Si quiere salir de esta nave con vida, tendrá que quitármelo En alguna parte de esta cubierta hay a la vista un cuchillo grande con el que podría armarse para defenderse.

Mathal se quedó helado.

—¿Ah, sí? ¿Y qué me impide partirle el cuello ahora mismo?

—Podría intentarlo, aunque no tuviera un láser, pero no te lo aconsejo. Soy más fuerte que tú y mi herencia genética es algo más... feroz. Tus probabilidades de victoria son excesivamente escasas. Ni siquiera teniendo tú el cuchillo y estando yo desarmado tendrías unas posibilidades que superaran el cincuenta por ciento.

—Cuando vuelva con mi vigo y le cuente esto, utilizará tu cráneo de jarra.

—Es posible —dijo Bleyd—. Pero para eso tendrás que pasar por encima de mi cadáver. Te doy dos minutos antes de ir a por ti. La próxima vez que nos veamos, morirá uno de los dos. —Flexionó los dedos, sintiendo que los tendones se movían como cables engrasados—. Será mejor que corras.

Hizo un gesto con la cabeza en dirección al corredor ascendente.

Bleyd concedió al humano el crédito de saber reconocer una verdadera amenaza cuando la oía. Dejo los faroles y echó a correr, muy deprisa. Diez segundos después había tomado la curva del corredor y desaparecido de su vista.

Bleyd le concedió el resto del tiempo anunciado, disfrutando del ligero y persistente olor amargo del sudor del hombre, y empezó a moverse por el pasillo en dirección contraria a la que había tomado Mathal. El arma estaba más cerca por ese lado, y había varios lugares donde poder esconderse a observar y esperar. Podía permitir al hombre que cogiese el cuchillo, lo cual sería de justicia al ser los músculos y ligamentos de un sakiyano mecánicamente superiores a los de un humano, haciendo que Bleyd fuese al menos el doble de poderoso que un hombre fuerte, además de mucho más rápido.

Si estuviera cazando para comer, tendría en casa una compañera y cachorros que alimentar, y entonces sacaría un láser para matar al hombre sin dudarlo un segundo. Después lo habría despellejado, se lo habría echado al hombro y vuelto a casa. La supervivencia requería eficiencia, y a la presa que se come no se le da ninguna oportunidad, ni te arriesgas cuando tienes una familia a la que alimentar. Si tú mueres, también morirán ellos, y tanto el monthrael como el yuthrael —el honor personal y el del linaje— quedarían mancillados para siempre.

Pero, ah, en la caza por deporte, en la que nadie depende de ti..., bueno, eso era completamente distinto. ¿Dónde está el reto cuando uno es más fuerte, más ágil y mejor armado que la presa? Cualquier esbirro sin cerebro y bien armado puede matar. La presa de un verdadero cazador debe tener alguna oportunidad de ganar. Si cometes el error de cazar a un depredador, eso debe costarte algo, aunque el precio sea tu vida; es la especia que da sabor al juego.

Mathal podía ser sólo un chico de los recados, pero Bleyd sabía que los agentes de Sol Negro suelen empezar su carrera a un nivel básico. Algún tiempo atrás, antes de ser reclutado por Sol Negro, Mathal debió de ser un matón de alquiler que cobraba por su capacidad de ofrecer violencia y hasta muerte. Blevd sabía que no era un herbívoro. Era un depredador.

No estaba ni de lejos a la altura de Bleyd, claro. Bleyd era un cazador de primera. Había cazado shistavenes en Urena III armado con sólo una lanza. Había acabado con un rancor con sólo un arco de resorte y tres dardos. Había rastreado y matado nohgris con cuchillas cuya hoja cortante no era más larga que su dedo medio.

No recordaba la última vez que había cometido un error potencialmente fatal durante una cacería por deporte. Claro que sólo se necesitaba uno...

Llegó hasta el cuchillo minutos antes de que Mathal pudiera recorrer el perímetro del lugar. Había tres lugares que le proporcionaban una buena posición. Uno estaba al nivel de cubierta, a tres pasos de distancia, en un rincón en sombras. El segundo estaba detrás de la enorme resistencia refrigeradora que había al otro lado del pasillo, a unos doce pasos de distancia. El tercer escondite estaba dentro de un conducto de ventilación situado casi encima del paradero del arma y, pese a estar a dos cuerpos de distancia, era en caída recta.

No tenía ninguna duda sobre dónde se escondería. Sus antepasados, al igual que los de los humanos, provenían de los árboles y de terrenos elevados.

Bleyd se preparó, se encogió y saltó hacia arriba. Se agarró al borde del conducto de ventilación, hizo girar la rejilla con una mano mientras se aferraba con la otra al borde y se metió en el conducto con los pies por delante. Rotó sobre sí mismo, puso la rejilla en su sitio, se sostuvo boca abajo en el estrecho conducto empleando la fuerza de sus brazos y empezó a respirar con lentitud y regularidad, reduciendo los latidos de su corazón al ritmo de caza. Un cazador en tensión no puede moverse deprisa.

No tuvo que esperar mucho. Dos minutos, tres... y llegó el humano, dando pisotones y haciendo vibrar la cubierta tanto que podría oírle hasta un anciano sordo.

Mathal se acercó al cuchillo. Miró a su alrededor, temeroso, y cogió el cuchillo. Bleyd le oyó suspirar aliviado, y vio cómo se ensanchaba su sonrisa.

El cuchillo era una buena arma, una de las favoritas de Bleyd. Tenía el mango grueso, una hoja larga como el antebrazo de un hombre y casi tan ancha como su muñeca. Estaba hecho de limpio flexiacero quirúrgico forjado y plegado a mano, con una guarda de flexibronce y un asa de rugoso hueso para que no se escapara al tener la mano sudorosa o ensangrentada. Después de todo, sería poco deportivo proporcionar a tu presa un arma mala. Y su investigación le indicaba que Mathal era un experto luchador con cuchillo. Bleyd sabía que necesitaría habilidad y fuerza para vencerle. La suerte no era un factor.

Respiró hondo, pivotó, apartó la rejilla y se arrojó de cabeza sobre el hombre. Lanzó el grito ancestral de su linaje:

—¡Taaarrnneeeessseeee...!

Mathal alzó la mirada con el terror pintado en su rostro. Levantó el cuchillo demasiado tarde. Bleyd lo desvió y buscó la garganta del hombre.

Y entonces se tocaron...

~

El espía tenía menos problemas con este tipo de cosas. Después de todo, cualquiera podía hacer explotar algo y matar a un objetivo. Aunque era cierto que se requería cierta habilidad para cometer esos actos sin ser atrapado, y el espía tenía más habilidades en ese sentido de lo que podría suponer cualquiera del lugar, el auténtico reto de su proyecto radicaba en otras cuestiones. El laberíntico funcionamiento de la burocracia militar podía ser lento, pero resultaba perfecto para conseguir los resultados deseados si se manipulaba adecuadamente. Tal y como había aprendido desde su infancia, todo es posible si se cuenta con los instrumentos adecuados. Para socavar una organización militar o un Gobierno cien mil veces más potente se necesitaba mucha sutileza. Siempre se piensa que sólo puede hacerse con ejércitos y naves del tamaño de saurópodos gigantes, enormes bestias que se tambalean ruidosamente al moverse, aplastando todo lo que se pone en su camino, a menudo sin darse cuenta. Una sola persona no puede aspirar a detener o incluso hacer girar a una bestia semejante por sí sola, por muy hábil o físicamente entrenada que esté. De ahí nacía el viejo adagio: “Cuando un ronto tropieza, no hay que ponerse bajo él para interrumpir su caída”.

No, la forma de desviar a algo tan grande en la dirección deseada es convenciendo al monstruo de que el cambio de rumbo es idea suya.

Algo que, en teoría, es sencillo. Se planta la idea en el lugar y el momento adecuados y se espera a que germine. En la práctica es algo más difícil, un complejo juego de inteligencia.

La reciente destrucción del transporte había causado preocupación y no poca paranoia. Pero la amenaza seguía siendo demasiado nebulosa para desviar al monstruo de su camino y poder vencerlo. También iba bien algo de misterio, pero los líderes militares no suelen alterarse mucho por lo que no se ve. Vivían y morían según hechos reales, o por lo que se les podía hacer creer que eran hechos.

La amenaza debía hacerse más real. Lo que Vaetes y sus hombres necesitaban ver en ese momento era un enemigo de verdad. Y en la base existía alguien que encajaba a la perfección en ese papel. Era una pena que tuviera que sufrir, pero así eran las cosas.

12

Z
an estaba sentado en el taburete plegable sin respaldo que prefería para tocar la quetarra, afinando el instrumento. Cuando no tocaba, la guardaba en una funda de fibra tejida bastante ligera, pero lo bastante resistente como para soportar que saltaran encima de ella. Tras tomarse unas copas, Zan lo había demostrado una noche sin cortarse un pelo. Jos estaba seguro de que ver a un zabrak talusiano saltando sobre una funda de instrumento como un saltahojas geonosiano gigante y descerebrado, con los cuernos craneales a punto de clavarse en el techo, era una visión por la que muchos habrían pagado buenos créditos.

Jos estaba echado en su catre, leyendo en su flatescáner la última actualización del Diario quirúrgico galáctico. Un cortatórax de alcurnia había publicado un artículo sobre laminotomía microquirúrgica en lesiones de columna recibidas en combate, y Jos no pudo evitar reírse a carcajada limpia. “Utilice el escopio de pemetro para buscar las repercusiones en el sistema nervioso”. O “es vital la aplicación de campos esténicos e inducciones de fase homeostática”.

¿Escopios de pemetro? ¿Campos esténicos? ¿Inductores de fase homeostática? Sí, claro. Las probabilidades de encontrar todo aquello y en el mismo sitio, fuera de un centro médico de primera clase con un equipamiento quirúrgico de veinte millones de créditos, eran las mismas que se tenían de poder alcanzar la velocidad de la luz batiendo los brazos. Era obvio que ese tío nunca había estado en el frente. Me encantaría ver lo que hacía el supermédico éste con un vibroescalpelo, un coagulante y un paciente con la aorta agujereada...

Zan terminó de afinar la quetarra y tocó un acorde.

Después empezó a rasgar suavemente las cuerdas, con más fuerza luego. Pese a que se lo decía a veces para pincharle, a Jos no le importaba oír a Zan tocar.

La pieza que tocaba Zan era rápida, tenía buen ritmo y, tras unos segundos, Jos dejó de leer y se puso a escuchar. ¿Era eso saltobrinco? ¿De verdad estaba Zan tocando algo escrito en los últimos cien años? Uno nunca dejaba de sorprenderse.

Jos no dijo nada. Daba igual lo que dijera porque cuando Zan se ponía, conseguía eclipsar cualquier otra distracción. En cierta ocasión, hacía unos seis meses, un recolector gungan bastante torpe a quien no deberían permitirle manejar cualquier arma más peligrosa que un palillo, consiguió activar una de las bombas de pulso que llevaba en su saltador. El desgraciado anfibio se convirtió a sí mismo, a su vehículo y a buena parte del paisaje local en un cráter humeante. Se hallaba a unos trescientos metros del cubículo de Jos cuando saltó por los aires, pero, incluso a esa distancia, el estallido bastó para tirar vasos, hacer temblar los muebles y descolocar unos cuantos cuadros de las paredes del refugio. Zan, que en ese momento tocaba algún concierto de algo, no falló ni una nota. Cuando terminó miró a su alrededor, sorprendido ante aquel caos.

—Si no te gusta la música, no tienes más que decírmelo —dijo a Jos.

Por otro lado, Jos no quería interrumpir la música, que había pasado del ritmo alegre del saltobrinco al bajo pausado y la melodía del isótopo pesado. Era impresionante lo que su amigo podía lograr con un instrumento sólo de cuerda, sugiriendo los sonidos de una omnicaja, de una electroarpa, y todos los instrumentos que componían un sexteto...

Al cabo de un minuto más o menos Zan se detuvo.

Intentando no parecer demasiado interesado, Jos le dijo:

—Eso era interesante. Eh, ¿qué era?

Zan sonrió.

—¿Eso? Étude para un amanecer, la Decimosexta Variación Vissëncant. Me alegra ver que por fin te has convertido en un amante de la música clásica, mi querido amigo de oído de plomo.

Jos se lo quedó mirando.

—¿No te contó tu mamá que si mentías te crecerían los cuernos?

—Admito que lo he acelerado un poco. Y he cambiado los tiempos en un par de sitios, y acelerado la parte del bajo, pero, en esencia..., bueno, juzga por ti mismo.

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