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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir (50 page)

BOOK: Lujuria de vivir
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Molesto por el incidente, Gauguin fue a un hotel, tomó una habitación, cerró la puerta con llave, se acostó y se durmió.

Por su parte, Vincent entró en la casa amarilla, subió las escaleras y llegó hasta su cuarto. Tomó un espejo, el mismo ante el cual tantas veces había pintado su propio retrato, y lo colocó sobre el toilet, contra la pared. Miró fijamente sus ojos inyectados en sangre.

El fin había llegado. Su vida había terminado. Lo leyó en su rostro. Más le valía terminar de una vez.

Elevó la navaja y sintió el frío acero contra su cuello. Le pareció oír extrañas voces. De un golpe seco se cortó la oreja derecha.

Soltó la navaja y se envolvió la cabeza en unas toallas, pues la sangre corría hasta el suelo. Tomó luego la oreja que había caído en la palangana, la lavó bien y la envolvió en varios pedazos de papel de dibujo y la ató con un piolín.

Cogió un gorro vasco que estaba colgado de una percha y lo colocó por encima de su tosco vendaje. Bajó luego a la Place Lamartine y se dirigió a la Casa de Tolerancia , llamando a la puerta.

—Quiero ver a Raquel —dijo a la sirvienta que le abrió—; que baje.

Un instante más tarde llegaba la joven alegremente.

Eres tú, Fou-rou... ¿Qué quieres?

—Te he traído algo.

—¿Para mí? ¿Un regalo?

—Sí.


Qué bueno eres, Fou-rou.

—Consérvalo cuidadosamente, es un recuerdo mío.

—¿Qué es? —inquirió curiosa.

—Abre el paquete y verás.

Así lo hizo la joven. En cuanto vio su contenido una expresión de horror cubrió su rostro y sin pronunciar palabra cayó desvanecida.

Vincent partió inmediatamente. Cruzó la Place Lamartine, entró en su casa, cerró la puerta tras de sí y se acostó.

Cuando Gauguin llegó a las siete y media de la mañana siguiente encontró frente a

la casa un grupo numeroso de personas. Roulin gesticulaba con agitación.

—¿Qué ha hecho usted a su camarada? —le preguntó amenazante y severo.

—Nada. ¿Qué sucedió?

—¡Usted lo sabe perfectamente!... está muerto!

El artista permaneció azorado mirando tontamente a los que lo rodeaban, como si no lograra coordinar sus pensamientos.

—Vamos arriba... —tartamudeó por fin.

En las habitaciones del piso bajo encontraron varias toallas enojadas y manchadas con sangre. También había sangre sobre la escalera que llevaba al piso alto y cerca de la cama de Vincent El pintor estaba acostado en su cama envuelto en la sabana y parecía sin vida. Con toda suavidad Gauguin tocó su cuerpo. Estaba caliente. Esto pareció electrizarlo y devolverle todas sus energías.

—Señor —dijo en voz baja al superintendente de policía que se hallaba a su lado, le ruego que lo despierte con mucho cuidado. .. Y si pide por mí, dígale que he partido para París. Si me viera tal vez podría serle fatal.

El policía envió a buscar al médico y a un coche, y llevaron a Vincent al hospital. Roulin acompañó al coche, corriendo durante todo el trayecto.

FOU-ROU

El doctor Félix Rey, joven interno del hospital de Arles, era un hombre bajo y grueso con cabello negro. Cuidó la herida de Vincent y luego lo hizo acostar en una habitación en la cual únicamente dejaron la cama, y luego partió cerrando la puerta con llave tras de sí.

Al atardecer volvió el médico para tomar el pulso de su paciente. Vincent se despertó. Miró asombrado al techo
y
a las paredes desnudas y luego sus ojos se posaron sobre el rostro del doctor Rey.

—¿Dónde estoy? —preguntó suavemente.

—En el hospital de Arles —repuso el médico.

—Ah...

Una mueca de dolor se dibujó en su rostro y se llevó la mano hacia donde había estado su oreja derecha, pero el doctor Rey lo detuvo.

—No, no debe tocarse —dijo.

—Sí... sí... recuerdo ahora...

—Es una herida sin peligro, amigo mío, y dentro de pocos días estará sano.

—¿Dónde está mi amigo?

—Regresó a París.

—Ah... ¿Puedo fumar mi pipa?

—Todavía no.

El doctor Rey desvendó la herida y luego de lavarla lo volvió a vendar.

—Es un accidente de poca importancia —dijo—. Después de todo no oímos con el pabellón de la oreja... Usted no la echará de menos.

—Gracias, doctor, es usted muy bueno... Pero ¿por qué está este cuarto tan desnudo?

—He hecho quitar todo para protegerlo a usted.

—¿Y contra quién?

—Contra usted mismo.

—Ah... sí... comprendo.

—Ahora debo retirarme. Le haré traer la cena. Trate de permanecer tranquilo. La pérdida de sangre lo ha dejado débil.

Cuando Vincent; se despertó a la mañana siguiente, Theo se hallaba sentado a lado de su lecho, con el rostro pálido y los ojos rojos.

—Theo —murmuró Vincent.

Su hermano se arrodilló al lado del lecho y le tomó las manos comenzando a llorar sin falsa vergüenza.

—Theo... siempre que te necesito., estás a mi lado...

La emoción del joven le impidió contestar.

—Siento haberte hecho venir hasta aquí... ¿cómo te enteraste?

—Gauguin me telegrafió anoche. Tomé el tren nocturno.

—Hizo mal Gauguin. No hubieras debido hacer ese gasto. ¿Me velaste toda la noche?

—Sí, Vincent.

Permanecieron silenciosos por unos momentos.

—He hablado al Dr. Rey, Vincent. Dice que se trata de una insolación. Has estado trabajando en el sol sin sombrero, ¿verdad?

—Sí.

—No debes hacerlo. Prométeme que nunca más volverás a hacerlo. En Arles muchas personas sufren de insolaciones.

Vincent le estrechó la mano suavemente, mientras Theo tragaba con dificultad.

—Tengo noticias para ti, Vincent. Pero creo prudente esperar unos días para comunicártelas.

—¿Son buenas noticias?

—Creo que te agradarán.

En ese momento llegó el Dr. Rey.

—Y bien, ¿cómo está mi paciente esta mañana?

—Doctor, ¿me permite dar algunas buenas noticias a mi hermano?

—Sí; pero primero déjeme ver la herida... Sí, cicatriza bien. Cuando el médico abandonó la habitación Vincent insistió para que su hermano hablara.

—Vincent... He... he conocido a una joven...

—¿Y?

—Es holandesa, se llama Juana Bunger... Se parece a nuestra madre.

—¿Y la amas, Theo?

—Sí, me sentí tan terriblemente solo en Paris sin ti, Vincent. Antes de que tú vinieras era distinto, pero después de haber vivido juntos un año...

—Sin embargo te he molestado mucho, Theo... Es difícil vivir conmigo...

—¡Oh, Vincent, si supieras cuántas veces he deseado llegar a casa y encontrarme con tus cosas todas tiradas de un lado para otro y tus telas recién pintadas sobre mi cama Pero no hablemos tanto, debes descansar. Me quedaré a tu lado sin pronunciar una palabra.

Theo permaneció dos días en Arles, partiendo después que el Dr. Rey le hubo asegurado que Vincent se repondría en breve y que no solamente cuidaría a su hermano como a un paciente sino como a un amigo.

Roulin lo visitaba todas las tardes y le traía flores. Durante las noches Vincent sufría de alucinaciones y el Dr. Rey le colocó un poco de alcanfor bajo la almohada para combatir su insomnio.

Al cuarto día, cuando el médico se convenció de que Vincent estaba del todo cuerdo, dejó la puerta abierta e hizo entrar de nuevo los muebles en la habitación.

—¿Puedo levantarme y vestirme, doctor? —preguntó Vincent.

—Si se siente suficientemente fuerte... Después que haya tomado un poco de aire, venga a mi oficina.

El hospital de Arles era una construcción de dos pisos de forma cuadrangular con un patio central lleno de maravillosas flores. Vincent se paseó lentamente entre las flores y luego se dirigió a la oficina del doctor en el piso bajo.

—¿Cómo se siente? —inquirió éste.

—Muy bien —repuso el joven.

—Dígame, Vincent, ¿ por qué hizo eso?

Hubo un breve silencio.

—No lo sé —repuso por fin.

—¿En qué pensaba usted cuando se cortó la oreja?

—Yo... en... nada, doctor.

Durante los días que siguieron, el pintor fue recobrando poco a poco sus fuerzas. Una mañana que se hallaba charlando amistosamente con el médico en la habitación de éste último, tomó una navaja de afeitar que se hallaba sobre la mesa de toilet y la abrió.

—Usted necesita una afeitada, doctor. ¿Quiere que lo afeite?

El médico dio un brinco hacia atrás.

—No, ¡no! —exclamó—. ¡Deje eso!

—Le aseguro que soy un buen barbero, doctor.

—¡Vincent! ¡Deje eso!

Este obedeció; cerró la navaja y la dejó sobre la mesa.

—No se asuste, amigo mío —dijo—. Todo eso ya pasó.

Al final de la segunda semana el Dr. Rey le permitió que pintara, y le hizo traer todo lo necesario desde su casa. Vincent pidió permiso para hacerle el retrato a lo que el médico accedió. El artista trabajaba lentamente un poquito todos los días. Cuando el cuadro estuvo terminado, se lo regaló a su médico.

—Quiero que lo conserve como un recuerdo mío, doctor. Es la única forma en que puedo demostrarle mi agradecimiento.

—Gracias, Vincent, es usted muy amable y me siento muy honrado.

El doctor llevó el cuadro a su casa y lo usó para disimular un agujero en la pared.

Vincent permaneció dos semanas más en el hospital. Se divertía pintando el patio lleno de flores. Pero ahora trabajaba con un amplio sombrero de paja sobre la cabeza. Tardó dos semanas en pintar ese patio.

—Debe usted venir a verme todos los días —le recomendó el médico al despedirse de él ante la puerta principal—. Y recuerde: nada de ajenjo ni de excitantes ni de trabajar en el sol sin sombrero.

—Se lo prometo, doctor. Y gracias por todo.

—Le escribiré a su hermano que usted está del todo repuesto.

Vincent se encontró con la novedad de que el dueño de la casa amarilla quería hacerle desalojar la casa para alquilarla a un cigarrero. El artista estaba profundamente apegado a su casa y a pesar del accidente quería seguir viviendo en ella, y decidió oponerse a la voluntad del dueño.

Al principio sentía cierto temor por dormir solo en la casa debido a su insomnio y a sus alucinaciones que persistían a pesar de los remedios del Dr. Rey, Aún se encontraba bastante débil y no podía salir a trabajar afuera. Poco a poco recobraba la serenidad de espíritu y día a día aumentaba su apetito. Una noche fue a cenar al restaurante con Roulin y pasaron un momento muy agradable juntos. Comenzó a trabajar en el retrato de la esposa del cartero que había dejado inconcluso a causa del accidente.

El mismo se extrañaba de su mejoría Sabía que uno podía romperse una pierna o un brazo y reponerse poco a poco, pero no sabía que uno podía romperse el cerebro y reponerse. .

Una tarde fue a pedir noticias de Raquel.

—Pichón —le dijo—. Siento haberte causado tanta molestia.

—No es nada, Fou-rou, no te preocupes. En esta ciudad suelen ocurrir cosas por el estilo.

Todos sus amigos le aseguraban que en Provenza la gente solía sufrir ya sea de alucinaciones o de locura.

—No es nada extraño —le dijo Roulin—. En el país de Tarascón estamos todos mis o menos chiflados.

—Bien, bien —puso Vincent—, entonces nos entendemos como miembros de una misma familia.

Transcurrieron algunas semanas más. Vincent trabajaba ahora durante el día entero en su estudio. Las ideas de locura y de muerte lo abandonaron y comenzó a sentirse casi normal.

Finalmente se aventuró a pintar en el campo. El sol estaba magnífico y había dorado espléndidamente los campos de trigo pero Vincent no pudo fijar en la tela lo que tenía ante los ojos. Había estado haciendo una vida tan regular y tan tranquila que le faltaba la excitación necesaria para poder pintar.

—Usted es un «gran nervioso», Vincent —le había dicho doctor Rey un día—. Nunca ha sido del todo normal. Es verdad que ningún artista lo es, de lo contrarío no podría pintar. Los hombres normales no crean obras de arte. Comen, duermen, trabajan en forma rutinaria y mueren. Ustedes son hipersensitivos a la vida y a la naturaleza, es por eso que son capaces de interpretar lo que nosotros no podemos. Pero si no tienen cuidado esa hipersensibilidad los llevará a la destrucción.

Y era cierto; Vincent sabía que para pintar con aquellos tonos amarillos que dominaban en sus escenas arlesianas, tenían que estar sus nervios en el paroxismo de la excitación. Podía volver a pintar tan brillantemente como lo había hecho antes, pero para ello debía dar rienda suelta a su apasionamiento, y ese camino significaba la destrucción para él.

—Un artista es un hombre que tiene un cierto trabajo que realizar —se dijo un día— Es absurdo que permanezca toda la vida si no puedo pintar en la forma que quiero pintar.

Volvió a salir al campo sin sombrero, dejando que el sol le abrasara la cabeza. Parecía ebrio de color, y poco a poco comenzó a perder el apetito, manteniéndose a base de cafés, ajenjo y tabaco.

Todo su talento pareció regresar; en pocas horas terminaba un cuadro de grandes dimensiones, volcando en él todo el esplendor de la naturaleza bañada de sol. Pintó treinta y siete cuadros sin un solo día de descanso.

Una mañana se despertó sintiéndose aletargado e imposibilitado para trabajar. Sentóse sobre una silla y permaneció mirando fijamente al muro ante sí durante casi todo el día. Extrañas voces parecían hablarle al oído. Cuando llegó la noche se dirigió al restaurante gris y pidió una sopa. La criada se la trajo.

De pronto, de un gesto brusco arrojó el plato al suelo donde se hizo añicos.

—¡Usted está tratando de envenenarme! —gritó desaforadamente—. ¡Esta sopa está envenenada!

Se puso de pie y echó a rodar la mesa mientras los demás clientes lo contemplaban asustados.

—¡Me quieren envenenar! ¡He visto como lo echaron veneno a la sopa! —gritaba desaforadamente.

Entraron dos policías y lo llevaron a la fuerza al hospital.

Después de veinticuatro horas estaba completamente tranquilo y discutía el incidente con el Dr. Rey. Trabajaba un poco cada día, daba pequeños paseos por las afueras y regresaba al hospital para cenar y dormir. A veces lo embargaba una indecible angustia y otras parecía como si hubiera perdido la noción del tiempo.

Como el Dr. Rey le había permitido volver a pintar, Vincent hizo un huerto de duraznos en flor con los Alpes que se divisaban al fondo. Luego pintó un olivar con tonos verde plateados que contrastaban con el anaranjado de la tierra recién labrada del suelo.

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