Los Pilares de la Tierra (19 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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Reanudaron el paseo.

—El problema es que el hijo del rey murió en el mar, hace ya muchos años. Es posible que lo recuerdes —dijo Francis.

—Así es.

Por aquel entonces Philip tenía doce años. Fue el primer acontecimiento de importancia nacional que penetró en su mente juvenil y le hizo tomar conciencia del mundo que existía fuera del convento. El hijo del rey había muerto en el naufragio de un navío que llevaba por nombre White Ship, en las cercanías de Cherburgo. Al abad Peter, quien le había contado todo aquello al joven Philip, le tenía muy preocupado que la muerte del heredero diera lugar a guerra y desorden, pero en aquella ocasión el rey Henry mantuvo el control y la vida siguió tranquila para Philip y Francis.

—Claro que el rey tenía otros muchos hijos —siguió diciendo Francis—. Al menos veinte, incluyendo a mi propio señor, el conde Robert de Gloucester. Pero como ya sabes todos ellos son bastardos. Pese a su desenfrenada fecundidad, sólo logró engendrar un vástago legítimo... y fue una niña, Maud. Un bastardo no puede heredar el trono, pero una mujer es casi igual de malo.

—¿Acaso el rey Henry no nombró heredero? —dijo Philip.

—Sí, eligió a Maud. Ésta tiene un hijo llamado Henry. El mayor deseo del viejo rey era que su nieto heredara el trono. Pero el niño aún no tiene tres meses, de manera que el rey hizo jurar a los barones lealtad a Maud.

Philip estaba confundido.

—Si el rey nombró a Maud heredera suya y los barones le han jurado ya lealtad... ¿Dónde está el problema?

—La vida de la corte nunca es tan sencilla —dijo Francis—. Maud está casada con Geoffrey de Anjou. Anjou y Normandía han sido rivales durante generaciones. Nuestros señores normandos odian a los angevinos. Francamente, el viejo rey se mostró demasiado optimista si creyó que un montón de barones anglonormandos iba a entregar Inglaterra y Normandía a un angevino, lo hubieran o no jurado.

Philip se sentía en cierto modo confundido por los conocimientos de su hermano pequeño y su actitud irrespetuosa ante los hombres más importantes del país.

—¿Cómo sabes eso?

—Los barones se reunieron en Le Neubourg para tomar una decisión. Ni qué decir tiene que allí estaba mi propio señor, el conde Robert. Y yo fui con él para escribir sus cartas.

Philip miró con curiosidad a su hermano, pensando en cuán diferente debía ser la vida de Francis de la suya.

—El conde Robert es el hijo mayor del viejo rey, ¿no? —recordó de repente.

—Sí, y es muy ambicioso, pero acepta la opinión general de que los bastardos tienen que conquistar sus reinos, no heredarlos.

—¿Quién más hay?

—El rey Henry tenía tres sobrinos, hijos de su hermana. El mayor es Theobald de Blois. Luego está Stephen, al que el viejo rey quería mucho y al que dotó con grandes propiedades, aquí en Inglaterra, y el pequeño de la familia, Henry, a quien ya conoces como obispo de Winchester. Los barones se muestran favorables al mayor, Theobald, de acuerdo con una tradición que, probablemente, tú creerás del todo razonable. —Francis miró a Philip y sonrió.

—Perfectamente razonable —rubricó Philip sonriendo a su vez— ¿De manera que Theobald es nuestro nuevo rey?

Francis sacudió la cabeza.

—Él creyó que lo era, pero los benjamines nos las arreglamos muy bien para colocarnos en primera fila. —Llegaron al final del calvero y dieron la vuelta—. Mientras Theobald aceptaba afablemente el homenaje de los barones, Stephen atravesó el canal hasta Inglaterra, se dirigió como un rayo a Winchester y con la ayuda del hermano pequeño, el obispo Henry, se apoderó del castillo y, lo más importante de todo, del tesoro real.

Philip estuvo a punto de decir:
Así que Stephen es nuestro soberano
. Pero se mordió la lengua. Ya lo había dicho refiriéndose a Maud y Theobald, y en ambas ocasiones se había equivocado.

—Stephen sólo necesitaba una cosa más para asegurarse la victoria —siguió diciendo Francis—: El apoyo de la Iglesia, pues hasta que fuera coronado en Westminster por el arzobispo no sería realmente rey.

—Pero eso sin duda alguna sería fácil —dijo Philip—. Su hermano Henry es uno de los sacerdotes más importantes del país. Obispo de Winchester, abad de Glastonbury, rico como Creso y casi tan poderoso como el arzobispo de Canterbury. Y si el obispo Henry no estuviera dispuesto a respaldarle, ¿por qué le habría ayudado a apoderarse de Winchester?

Francis hizo un ademán de asentimiento.

—Debo decir que las operaciones del obispo Henry durante toda esta crisis han sido brillantes. Pero, verás, no estaba ayudando a su hermano a impulsos del amor fraterno.

—Entonces, ¿cuál era su motivación?

—Hace unos minutos te recordaba hasta qué punto el difunto rey Henry trató a la Iglesia como si fuera una parte más de su reino. El obispo Henry quiere asegurarse de que nuestro nuevo rey, quienquiera que pueda ser, tratará mejor a la Iglesia. De manera que, antes de asegurarse su apoyo, Henry hizo que Stephen jurara solemnemente que mantendría los derechos y privilegios de la Iglesia.

Philip quedó impresionado. Las relaciones de Stephen con la Iglesia ya habían quedado establecidas desde los comienzos de su reinado según las condiciones de la Iglesia. Pero quizás aún fuera más importante el precedente. La Iglesia tenía que coronar reyes, pero hasta ese momento no había tenido derecho a establecer condiciones. Llegaría un día en que ningún rey podría alcanzar el poder sin establecer antes un trato con la Iglesia.

—Eso significa mucho para mí —dijo Philip.

—Claro que Stephen puede quebrantar sus promesas —siguió diciendo Francis— Pero en cualquier caso tienes razón. Jamás podrá mostrarse tan implacable con la Iglesia como lo había hecho Henry. Pero existe otro peligro. Dos de los barones se mostraron extraordinariamente ofendidos por lo que hizo Stephen. Uno de ellos fue Bartholomew, conde de Shiring.

—Le conozco. Shiring está a un día de viaje de aquí. Se dice que Bartholomew es un hombre devoto.

—Acaso lo sea. Todo cuanto yo sé es que es un barón santurrón y estirado, que no renegará de su juramento de lealtad a Maud pese a haberle sido prometido un perdón.

—¿Y el otro barón descontento?

—El mío propio, Robert de Gloucester. Te dije que era ambicioso. Su alma se siente atormentada por la idea de que si hubiera sido legítimo, sería rey. Quiere sentar en el trono a su hermana de padre con la creencia de que si ella confiara sin reservas en su hermano para que la guiara y la aconsejara, sería rey a todos los efectos salvo de nombre.

—¿Piensa hacer algo al respecto?

—Me temo que sí —Francis bajó la voz aún cuando no hubiera nadie allí cerca—. Robert y Bartholomew junto con Maud y su marido van a fomentar una rebelión. Planean derribar del trono a Stephen y sentar a Maud en su lugar.

Philip se paró en seco.

—¡Lo que destruirá lo conseguido por el obispo de Winchester! —agarró a su hermano por el brazo— Pero Francis...

—Sé lo que estás pensando. —De súbito Francis abandonó su tono desenvuelto y pareció ansioso y atemorizado—. Si el conde Robert supiera que te lo he dicho me ahorcaría. Confía completamente en mí. Pero mi lealtad suprema es para la Iglesia, tiene que serlo.

—Pero ¿qué puedes hacer?

—He pensado en pedir audiencia al nuevo rey y contárselo todo. Naturalmente los dos condes rebeldes lo negarían y a mí me colgarían por traición. Pero la rebelión habría fracasado y yo iría al cielo.

Philip sacudió la cabeza.

—Se nos ha enseñado que es en vano buscar el martirio.

—Y creo que Dios me tiene reservado más trabajo aquí en la tierra. Tengo un cargo de confianza en la casa de un gran barón, y si sigo ahí y logro avanzar gracias a un trabajo duro, puedo hacer mucho por impulsar los derechos de la Iglesia y el imperio de la ley.

—¿No hay otro camino?

Francis clavó la mirada en la de Philip.

—Ése es el motivo de que esté aquí.

Philip sintió un escalofrío de temor. Estaba claro que Francis iba involucrarle. No existía otro motivo para que le hubiera revelado el espantoso secreto.

—Yo no puedo desvelar la rebelión pero tú sí —siguió diciendo Francis.

—¡Que Dios y todos los santos me protejan! —exclamó Philip.

—Si la maquinación llegara a descubrirse aquí, en el sur, no recaería sospecha alguna sobre la casa de Gloucester, aquí nadie me conoce, nadie sabe siquiera que seas mi hermano. Puedes pensar en una explicación plausible de cómo llegó a ti la información. Por ejemplo, que viste una reunión de hombres de armas, o también que alguien de la casa del conde Bartholomew reveló la conjura mientras confesaba sus pecados a un sacerdote que conoces.

Philip se ciñó la capa temblando. De súbito parecía que hiciera más frío. Aquello era peligroso, muy peligroso. Estaban hablando de mezclarse en política real, que con regularidad acababa con practicantes más avezados. Era una locura que personas ajenas a todo aquello, como Philip, llegaran a involucrarse.

Pero era mucho lo que había en juego. Philip no podía permanecer impasible frente a una conjura contra un rey elegido por la iglesia, sobre todo cuando tenía en su mano una posibilidad de impedirla; aunque para Philip sería peligroso revelar la conjura, para Francis sería un suicidio.

—¿Cuál es el plan de los rebeldes? —preguntó Philip.

—En estos momentos el conde Bartholomew va camino de regreso a Shiring. Desde allí despachará mensajeros a sus seguidores en todo el sur de Inglaterra. El conde Robert llegará a Gloucester uno o dos días después y reunirá sus fuerzas en el oeste del país. Finalmente, el conde Brian Fitz cerrará sus puertas. Y todo el suroeste de Inglaterra pasará a pertenecer sin lucha a los rebeldes.

—¡Entonces casi es demasiado tarde! —exclamó Philip.

—En realidad no. Disponemos de una semana aproximadamente. Pero has de actuar con rapidez.

Philip se dio cuenta con desolación que más o menos había decidido hacerlo.

—No sé a quién decírselo —alegó—. En circunstancias normales habría de ser al conde, pero en este caso el culpable es él. El sheriff probablemente estará de su parte. Tenemos que pensar en alguien que estemos seguros que está de la nuestra.

—¿El prior de Kingsbridge?

—Mi prior es viejo y está cansado. Lo más probable es que no hiciera nada.

—Debe de haber alguien.

—Está el obispo.

En realidad, Philip jamás había hablado con el obispo de Kingsbridge, pero estaba seguro de que si le recibía y le escuchaba se pondría de inmediato del lado de Stephen, porque éste había sido elegido por la Iglesia. Y era lo bastante poderoso para poder hacer algo al respecto.

—¿Dónde vive el obispo? —preguntó Francis.

—A un día y medio de viaje de aquí.

—Lo mejor será que salgas hoy.

—Sí —asintió Philip pesaroso.

—Me gustaría que lo hiciera cualquier otro. —Francis parecía sentir remordimiento.

—Y yo también —dijo Philip presa de honda emoción—. Y yo también.

Philip llamó a los monjes a la pequeña capilla y les dijo que el viejo rey había muerto.

—Tenemos que rezar para que la sucesión sea pacífica y tengamos un nuevo rey que ame a la Iglesia más que el difunto Henry —les dijo. Pero lo que no les reveló fue que la llave de una sucesión pacífica había caído en cierto modo en sus manos. En lugar de ello les dijo:

—Hay otras noticias que me obligan a visitar a nuestra casa matriz en Kingsbridge. Y he de partir ahora mismo.

El sub-prior leería los servicios religiosos y el intendente se ocuparía de la granja, pero ninguno de los dos era capaz de habérselas con Peter de Wareham, y Philip temía que si llegaba a prolongarse su ausencia, Peter crearía tales dificultades que a su vuelta se encontraría sin monasterio. No había sido capaz de encontrar una manera de controlar a Peter sin herirle en su amor propio y en aquellos momentos no había tiempo, de manera que había de hacerlo lo mejor que pudiera.

—Hoy hemos estado hablando de la gula —dijo después de una pausa—. El hermano Peter merece nuestro agradecimiento por recordarnos que, cuando Dios bendice nuestra granja y a nosotros nos da salud, no es para que engordemos y estemos confortables, sino para su mayor gloria. Compartir nuestras riquezas con los pobres forma parte de nuestro sagrado deber. Hasta ahora hemos venido descuidando ese deber, sobre todo porque aquí en el bosque no hay nadie con quien poder compartir. El hermano Peter nos ha recordado nuestro deber de salir al exterior y buscar a los pobres para así poderles prestar ayuda.

Los monjes estaban sorprendidos. Imaginaban que el tema de la gula había quedado cerrado. El propio Peter parecía confundido; se sentía satisfecho de volver a ser el centro de la atención, pero desconfiaba de lo que Philip pudiera guardar bajo la manga. Y con razón.

—He decidido —siguió diciendo Philip— que cada semana daremos a los pobres un penique por cada monje de nuestra comunidad. Si ello significa que todos hayamos de comer un poco menos, nos alegraremos ante la perspectiva de nuestra recompensa en el cielo. Lo más importante es que habremos de asegurarnos de que nuestro dinero está bien empleado. Cuando damos a un hombre pobre un penique para que compre pan para su familia, es posible que se vaya directamente a la cervecería a emborracharse para luego volver a casa y pegar a su mujer, que lógicamente hubiera prescindido con gusto de nuestra caridad. Lo mejor es darle el pan, y mejor aún dárselo a sus hijos. Dar limosna es una tarea sagrada que tiene que hacerse con igual diligencia que cuidar a los enfermos o educar a jóvenes. Por ese motivo muchas casas monásticas nombran a un limosnero para que se haga cargo de repartir las limosnas. Nosotros haremos lo mismo.

Philip miró en derredor suyo. Todos se mostraban atentos e interesados. Peter tenía un aspecto satisfecho, habiendo llegado evidentemente a la conclusión de que todo aquello era una victoria suya.

Nadie había adivinado lo que se avecinaba.

—El cargo de limosnero es un trabajo duro. Habrá de caminar a pueblos y aldeas más cercanos, y con frecuencia irá a Winchester. Y por ello se moverá entre las clases más mezquinas, sucias, feas y viciosas. Porque así son los pobres. Tiene que rezar por ellos cuando blasfemen, visitarles cuando estén enfermos, y perdonarles cuando intenten estafar o robar. Necesitará fortaleza, humildad y una paciencia infinita. Echará de menos el confort de esta comunidad, porque estará más tiempo fuera que con nosotros.

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