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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Los Pilares de la Tierra (124 page)

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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Pronto se puso de nuevo en marcha. Se dirigió a la abadía de Cluny, el núcleo central de un imperio monástico que se extendía por toda la cristiandad. Era la orden cluniacense la iniciadora e impulsora del ya famoso peregrinaje a la tumba de Santiago en Compostela.

A lo largo de la ruta jacobea, había iglesias dedicadas a San Yago y monasterios cluniacenses que se ocupaban de los peregrinos. Como el padre de Jack había sido juglar en la vía de peregrinos, parecía posible que hubiera visitado Cluny. Sin embargo no había sido así. En Cluny no había juglares. Allí Jack no averiguó nada sobre su padre.

Sin embargo, aquel viaje no había resultado en modo alguno inútil. Cada uno de los arcos que Jack había visto siempre antes de entrar en la iglesia abadía de Cluny, habían sido semicirculares. Y cada una de las bóvedas tenían la forma de cañón, semejante a una larga línea de arcos, todos unidos entre sí, o formando aristas como en el cruce donde se encuentran dos túneles. Los arcos de Cluny no eran de medio punto.

Se alargaban hasta acabar en punta.

En las principales arcadas, había arcos apuntados, la bóveda aristada de las naves laterales tenía también arcos en ojiva y, lo más asombroso de todo, sobre la nave había un techo de piedra que sólo podía describirse como una bóveda de cañón ojival. A Jack siempre le habían enseñado que un círculo era fuerte por ser perfecto y que un arco redondeado era fuerte porque formaba parte de un círculo. Hubiera pensado que los arcos en punta eran flojos. Por el contrario, los monjes le habían dicho que esos arcos eran mucho más fuertes que los antiguos redondos. Y la iglesia de Cluny parecía demostrarlo, ya que era muy alta, a pesar del gran peso del trabajo en piedra sobre su bóveda apuntada.

Jack no permaneció por mucho tiempo en Cluny. Siguió viaje hacia el sur por la ruta de peregrinos, apartándose de ella siempre que le parecía. A principios de verano, había trovadores a todo lo largo del recorrido, en las ciudades más grandes o cerca de los monasterios cluniacenses. Recitaban sus narraciones en verso ante una multitud de peregrinos delante de las iglesias o de las capillas, en ocasiones acompañándose de una mandolina, tal como Aliena le había dicho. Jack se acercó a cada uno de ellos para preguntarle si había conocido a un trovador llamado Jack Shareburg. Todos le respondieron negativamente.

Seguían asombrándole las iglesias que iba viendo en su caminar por el suroeste de Francia y el norte de España. Eran mucho más altas que las catedrales inglesas. Algunas de ellas tenían bóvedas de cañón fileteadas. El fileteado, pasando de pilón a pilón a través de la bóveda de la iglesia, posibilitaba la construcción por etapas, un intercolumnio tras otro, en lugar de todos a la vez. Y también cambiaban el aspecto de un templo. Al acentuar las divisiones entre intercolumnios, quedaba patente que la construcción estaba formada por series de unidades idénticas, semejante a una hogaza bien cortada, y ello imponía orden y lógica en el inmenso espacio interior.

Llegó a Compostela mediado el verano. Ignoraba que hubiera lugares en el mundo en los que hiciera tanto calor. Santiago era otra de aquellas iglesias altas que te dejaban sin respiración. Su nave, todavía en construcción, tenía también una bóveda fileteada de cañón. Desde allí bajó más hacia el sur.

Hasta una época reciente, los reinos de España habían estado bajo el dominio de los sarracenos. En realidad, la mayor parte del país al sur de Toledo aún seguía estando dominada por los musulmanes. Jack se sentía fascinado por el aspecto de las construcciones sarracenas. Su interior alto y fresco, sus arcadas, su piedra labrada, de un blanco cegador bajo el sol. Pero lo más interesante fue el descubrimiento de que, en la arquitectura musulmana, se utilizaba la bóveda de nervios y los arcos apuntados. Tal vez fuera de ellos de quienes tomaron los franceses sus nuevas ideas.

Jamás podría trabajar en otra iglesia como lo había hecho en la catedral de Kingsbridge, se dijo mientras, en aquella calurosa tarde española, se hallaba sentado escuchando vagamente las risas de las mujeres en alguna parte de la gran casa, remanso de frescor. Todavía seguía queriendo construir la catedral más hermosa del mundo, pero no sería una construcción maciza y sólida, semejante a una fortaleza.

Quería poner en práctica las técnicas nuevas, la bóveda de nervios y los arcos ojivales. Sin embargo, se dijo que no las utilizaría como se había hecho hasta entonces. En ninguna de las iglesias que había visto, se habían agotado sus posibilidades. Dentro de su mente, empezaba a tomar forma la imagen de una iglesia. Los detalles eran todavía difusos pero la sensación del conjunto estaba perfectamente delineada. Era una construcción espaciosa, aireada, con la luz del sol derramándose a través de sus grandes ventanas y una bóveda arqueada tan alta que pareciese alcanzar el cielo.

—Josef y Raya necesitarán una casa —dijo de pronto Raschid—. Si la construyeras tú, luego vendrían otras.

Aquello sobresaltó a Jack. Jamás había pensado en construir casas.

—¿Crees que quieren que les construya su casa? —preguntó.

—Es posible.

Se hizo otro largo silencio durante el que Jack consideró la vida como constructor de casas para los mercaderes acaudalados de Toledo.

Raschid pareció despabilarse por completo. Se incorporó y abrió bien los ojos.

—Me gustas, Jack —dijo—. Eres un hombre honrado y vale la pena hablar contigo, que es más de lo que se puede decir de la mayoría de la gente que conozco. Confío en que siempre seremos amigos.

—Yo también —declaró Jack, sorprendido en cierto modo ante aquel inesperado tributo.

—Soy cristiano, así que no tengo a mis mujeres recluidas, como hacen algunos de mis hermanos musulmanes. Por otra parte, soy árabe, lo que significa que tampoco les doy del todo la... perdóname, la libertad inmoderada a que están acostumbradas otras mujeres. Les permito reunirse y hablar en la casa con invitados masculinos. Incluso que hagan amistad. Pero, llegado el punto en que la amistad empieza a convertirse en algo más, como es tan natural que ocurra entre gente joven, entonces espero del hombre que actúe con seriedad. Otra cosa sería un insulto.

—Desde luego —asintió Jack.

—Sabía que lo comprenderías. —Raschid se levantó y puso una mano afectuosa sobre el hombro de Jack—. Nunca he tenido la bendición de un hijo. Pero, si me hubiese sido dado un varón, creo que sería como tú.

—Espero que más moreno —replicó impulsivo Jack.

Por un instante, Raschid se le quedó mirando desconcertado. Luego, estalló en una risa estrepitosa, que sobresaltó a los demás invitados que se encontraban en el patio.

—¡Más moreno!

Entró en la casa todavía riendo a carcajada limpia.

Los invitados de mayor edad empezaron a despedirse. Jack se sentó solo, reflexionando sobre lo que se le había dicho mientras refrescaba con la caída de la tarde. De lo que no cabía duda era de que le estaban proponiendo un trato. Si se casaba con Aysha, Raschid lo lanzaría como constructor de casas de la gente adinerada de Toledo. Aunque también había una advertencia. Si no tienes la intención de casarte con ella, mantente alejado. Las gentes de España tenían unos modales más refinados que los ingleses; pero, cuando era necesario, sabían hacerse comprender con claridad.

Cuando Jack reflexionaba sobre su situación, a veces le parecía increíble.
¿Soy de veras yo?
se decía.
¿Es éste Jack Jackson, el hijo bastardo de un hombre que fue ahorcado, criado en el bosque, aprendiz de albañil y monje huido? ¿Se me está ofreciendo realmente a la hermosa hija de un acaudalado mercader árabe además de un trabajo garantizado como constructor en esta tranquila ciudad? Parece demasiado bueno para ser verdad. ¡Si incluso me gusta la joven!

El sol empezaba a declinar y el patio estaba en sombras. En la arcada sólo quedaban dos personas, Josef y él. Se estaba preguntando si no habría sido preparada de antemano aquella situación, cuando aparecieron Raya y Aysha, lo que le confirmó que, en efecto lo había sido. A pesar de la teórica severidad respecto al contacto físico entre muchachas y jóvenes, la madre de ellas sabía muy bien lo que estaba sucediendo, y era muy posible que también Raschid. Concederían a los enamorados unos momentos de soledad. Luego, antes de que tuvieran tiempo de hacer nada serio, aparecería en el patio la madre, dando la impresión de sentirse ofendida, y ordenaría a sus hijas que entraran en la casa.

Raya y Josef, que se hallaban en el otro extremo del patio empezaron de inmediato a besarse. Jack se puso en pie mientras Aysha se acercaba. Llevaba un vestido blanco que le llegaba al suelo, de algodón egipcio, un tejido que Jack jamás vio antes de llegar a España. Más suave que la lana y más fino que el lino, moldeaba el cuerpo de Aysha al moverse ésta, y su blancura parecía centellear en el crepúsculo. Hacía que sus ojos castaños parecieran casi negros. Se acercó mucho a él sonriendo con picardía.

—¿Qué te ha dicho? —le preguntó.

Jack supuso que se refería a su padre.

—Me ofreció situarme como constructor de casas.

—¡Vaya una dote! —exclamó Aysha desdeñosa—. ¡No puedo creerlo! Al menos podía haberte ofrecido dinero.

Jack se dio cuenta de que Aysha le fastidiaba la tradicional oblicuidad sarracena. Encontró su franqueza reconfortante.

—Creo que no quiero construir casas —respondió.

De repente Aysha adoptó una actitud solemne.

—¿Te gusto?

—Tú sabes que sí.

Aysha dio un paso adelante, alzó la cara, cerró los ojos, se puso de puntillas y le besó. Olía a almizcle y a ámbar gris. Abrió la boca e introdujo la lengua juguetona entre los labios de él. Los brazos de Jack la rodearon casi de manera involuntaria. Puso las manos en su cintura. El algodón era muy ligero, daba casi la sensación de estar tocando la piel desnuda. Aysha le cogió una mano y se la llevó a un seno. Su cuerpo era delgado y prieto y el seno como un montículo pequeño y firme, con un pezón minúsculo y duro. El pecho le subía y le bajaba al empezar a excitarse. Jack quedó asombrado al sentir la mano de ella moverse entre sus piernas. Le apretó el pezón con la yema de los dedos. Aysha lanzó una exclamación entrecortada y se apartó de él jadeante. Jack dejó caer las manos.

—¿Te he hecho daño? —musitó.

—No —dijo ella.

Jack pensó en Aliena y se sintió culpable, aunque al punto se dijo que era una tontería. ¿Por qué habría de pensar que estaba traicionando a una mujer que se había casado con otro hombre?

Aysha se quedó mirándolo un instante. Era casi de noche, pero pudo ver la cara de ella encendida por el deseo. Le cogió la mano y se la volvió a llevar al seno.

—Hazlo otra vez, pero más fuerte —le pidió con tono apremiante.

Jack le cogió el pezón y se inclinó hacia delante para besarla; pero ella apartó la cabeza y le miró a la cara mientras la acariciaba.

Jack le apretó suavemente el pezón y luego, acatando su deseo, se lo pellizcó con fuerza. Aysha arqueó la espalda impulsando sus pequeños senos, mientras que los pezones semejaban botones pequeños y duros debajo del vestido. Jack bajó la cabeza hacia el seno. Sus labios se cerraron alrededor del pezón a través del algodón. Luego, de manera impulsiva se lo cogió entre los dientes y mordió. La oyó aspirar con fuerza.

Jack la sintió estremecerse de pies a cabeza. Aysha, levantándole la cabeza, se apretó con fuerza contra él, que bajó la cara hacia la suya. Ella empezó a besarle con auténtico frenesí como si quisiera cubrirle todo el rostro con la boca, mientras seguía apretando el cuerpo de él contra el suyo emitiendo leves gemidos asustados que le salían del fondo de la garganta. Jack se sentía excitado, desconcertado y con cierto temor. Jamás le había pasado nada semejante. Pensó que estaba a punto de alcanzar el clímax. Y entonces les interrumpieron.

—¡Raya! ¡Aysha! ¡Entrad inmediatamente! —llegó imperiosa la voz de la madre desde la puerta.

Aysha lo miró jadeando. Al cabo de un momento, volvió a besarle con fuerza, apretando los labios contra los de él hasta magullárselos.

Luego, se apartó.

—¡Te quiero! —siseó.

Y entró corriendo en la casa.

Jack la vio irse. Raya la siguió con paso más tranquilo. La madre dirigió una mirada desaprobadora a Jack y a Josef, y después siguió a sus hijas y cerró la puerta con gesto perentorio. Jack permaneció allí en pie con los ojos clavados en la puerta cerrada, preguntándose qué tenía que deducir de todo aquello.

Josef se acercó atravesando el patio y sacándole de su ensoñación.

—Son verdaderamente hermosas..., ¡las dos! —dijo con un guiño conspirador.

Jack asintió con aire ausente y se dirigió a la puerta. Josef le siguió. Una vez que hubieran atravesado el arco, surgió un sirviente de las sombras y cerró la puerta tras ellos.

—Lo malo de estar prometido es que te deja con una desazón entre las piernas —comentó Josef.

Jack no contestó. Josef siguió diciendo:

—Tal vez vaya a casa de Fátima para desahogarme.

Fátima era el prostíbulo. A pesar de su nombre sarraceno, casi todas las jóvenes eran de tez clara y las escasas prostitutas árabes estaban muy cotizadas.

—¿Quieres acompañarme? —agregó.

—No —le contestó Jack—. Yo tengo una desazón de tipo diferente. Buenas noches.

Se alejó rápido. Incluso en los mejores momentos, Josef no era uno de sus acompañantes favoritos, y esa noche Jack no estaba de talante para contemporizar.

El aire iba haciéndose más fresco a medida que se acercaba al colegio en cuyo dormitorio le aguardaba una dura cama; sentía que se encontraba en un momento crucial. Le estaban ofreciendo una vida cómoda y próspera y, para ello, todo cuanto había de hacer era olvidar a Aliena y abandonar su aspiración de construir la catedral más hermosa del mundo.

Aquella noche soñó que Aysha se le acercaba, resbaladizo el cuerpo desnudo por los aceites perfumados, y que se frotaba contra él. Pero no le dejaba que le hiciera el amor.

Cuando se despertó por la mañana, ya tenía tomada su decisión.

Los sirvientes no habían dejado entrar a Aliena en la casa de Raschid Alharoun. Debía tener todo el aspecto de una mendiga, se dijo, mientras permanecía en pie ante la puerta con su túnica polvorienta y sus gastadas botas, con su hijo en brazos.

—Decid a Raschid Alharoun que vengo de Inglaterra y estoy buscando a su amigo Jack Fitzjack —dijo en francés al tiempo que se preguntaba si aquellos sirvientes de tez oscura eran capaces de entender una sola palabra; después de una consulta, entre susurros, en algún tipo de lengua sarracena, uno de los sirvientes, un hombre alto, con tez y pelo acarbonados, semejante éste último al vellón de una oveja negra, entró en la casa.

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