Tocando la casilla central, Truman selecciona un último rostro. La casilla en la que aparece una mujer rubia se enciende y se apaga velozmente. Las cerraduras magnéticas emiten un zumbido, la puerta se abre y Truman se dirige hacia el interior del edificio, con nuestras foto…
Una oleada de adrenalina me enciende las mejillas. No lo puedo creer. Eso es todo.
—¿Ha dicho que Stoughton aún trabaja en Disney.com? —le pregunto mientras se aleja.
—Eso creo —dice Truman—. Aunque también pueden comprobarlo en la página web. ¿Por qué lo pregunta?
—No… por nada —contesto—. Sólo curiosidad.
La puerta se cierra de golpe y Truman desaparece. Charlie sigue perdido, pero cuanto más miro la pantalla táctil…
—Hijo de puta —murmura Charlie.
Gillian se queda boquiabierta y nos quedamos oficialmente en la bicicleta para tres.
—¿Crees que…?
—Desde luego —musita Charlie.
No puedo evitar una sonrisa.
Durante todo este tiempo hemos estado mirando la mancha de tinta invertida. Tal como dijo Charlie cuando regresábamos de Five Points: No guardas aquello que te traerá problemas, sino aquello que quieres proteger. Como la combinación del candado de tu bicicleta. Cuando estaba en octavo grado y Charlie estaba en cuarto, yo solía guardar mi combinación en su mochila; él la guardaba en mi billetera con Velero. Ahora no es diferente. Los dos pensamos que la clave consistía en averiguar a quiénes pertenecían los rostros de las fotografías; pero ahora… está claro que los rostros son la clave. Literalmente. Olvídate de los desconocidos elegidos al azar; Duckworth utilizaba a gente que conocía.
Charlie está tan excitado que incluso ha dejado de mirar a Gillian. Se balancea sobre los talones. «Vamos», dice con un leve gesto de la cabeza.
«Tan pronto como Truman regrese con las fotografías», respondo de la misma manera.
—Lamento interrumpirla —le digo a la recepcionista y la mujer aparta la mirada de la revista—, ¿pero tiene idea de dónde podemos encontrar un acceso a Internet?
En la quinta planta de la Biblioteca del Condado de Broward hay treinta ordenadores maravillosamente nuevos. Sólo necesitamos uno. Un ordenador, acceso a Internet y un poco de privacidad, cortesía de los carteles de «Fuera de servicio» que Charlie escribió y fijó a las pantallas de los tres ordenadores más próximos al nuestro.
—¿A alguien le molesta si yo me encargo de teclear? —pregunta, acercando su silla al teclado.
Estoy a punto de protestar, pero cambio de opinión. Es una sencilla concesión y cuanto más ocupado le mantenga, menos le buscará las pulgas a Gillian. Naturalmente, mi hermano pequeño sigue molesto por el hecho de que la haya invitado a que nos acompañe, pero entre sus responsabilidades como redactor y la tarea de resolver el misterio de las fotografías, Charlie está tan distraído que prácticamente no le importa.
—¿Todo preparado? —pregunta Charlie mientras Gillian y yo colocamos nuestras sillas junto a la suya.
Asiento, prácticamente derrochando energía. Finalmente, nos ponemos en marcha.
—Ve a www.disney.com —dice Gillian, igualmente excitada.
Charlie le lanza una mirada capaz de tallar diamantes.
—¿De verdad? No estaba seguro —dice con evidente sarcasmo.
Me inclino hacia adelante y le pellizco la espalda.
Sacude la cabeza y teclea la dirección electrónica. En la pantalla del ordenador aparece la página web de Disney. «Diversión para las familias», dice con letras doradas, que se encuentran justo al lado de nuestros primeros pares de orejas de ratón: Mickey y Pluto sentados fuera de una casa de dibujos animados. «Donde la Magia Vive Online», dice en la parte superior de la pantalla.
—Será mejor que así sea —advierte Charlie.
Pasa las páginas y aparecen tres botones en la Guía Disney: «Entretenimientos, Parques & Lugares de recreo», y uno con el encabezamiento de «Dentro de la Compañía».
Gillian está a punto de abrir la boca. Charlie la fulmina con la mirada, pulsa «Dentro de la Compañía» y se entretiene disfrutando del momento en que Gillian se calla la boca. Vuelvo a pellizcarle.
«Sabes, ella nos salvó el culo en la casa», le recuerdo con la mirada.
«Ella también es quien nos dejó allí», me responde su mirada antes de volver a concentrarse en el monitor y pulsar el botón de «Disney Online».
Cuando aparece la nueva página, hay una casilla marcada «Buscar». Y aunque nos quedamos cortos cuando le mostramos las fotografías al colega de Duckworth en Neowerks, aun así fue capaz de escoger la primera de las cuatro.
—Pon ahí el nombre de Stoughton —digo, levantándome de la silla y arrepentido de haber permitido que Charlie se encargara del teclado.
Charlie introduce las palabras «Arthur Stoughton» en la casilla de «Buscar» y pulsa «Enter».
Pasan los segundos y los tres miramos a nuestro alrededor para asegurarnos de que nadie nos está mirando. Cuatro ordenadores más allá un adolescente está poniendo a prueba los límites del
software
de la búsqueda de material porno de la biblioteca, pero no ha levantado la vista una sola vez.
Resultados para 'Arthur Stoughton': 139 documentos
La lista continúa. Charlie pulsa «Biografía ejecutivo» y el ordenador reproduce el currículum de Stoughton. Justo a su lado, sin embargo, se encuentra el elemento que hace que nuestros ojos se abran como platos: la fotografía oficial de la corporación… idéntica a la que hay en la tira de fotos de Duckworth. Arthur Stoughton. Pelo entrecano, traje elegante, sonrisa Disney.
—Vicepresidente ejecutivo y director de gestión de Disney Online —lee Charlie en la biografía—. ¡Bingo! —A continuación, va directo a la fotografía.
—Púlsala —digo mientras Charlie desliza el cursor sobre el rostro de Stoughton. Pero cuando activa la foto digital no sucede nada. Vuelve a intentarlo. Nada.
—¿Estás seguro de que lo haces correctamente? —pregunta Gillian.
—¿Quieres intentarlo tú? —gruñe Charlie.
—Relájate —le advierto.
El me obsequia con su famosa mirada de la muerte.
—Tal vez no quiera relajarme, Ollie…
El chico del porno desvía la mirada hacia nosotros y los tres nos callamos. Gillian es la primera en reaccionar y le guiña un ojo como si estuviese flirteando con él. Vuelve a fijar los ojos en su pantalla.
—Déjame intentarlo —le dice a Charlie mientras intenta hacerse con el control del ratón. Hace una semana, Charlie era lo bastante despreocupado como para compartirlo con todo el mundo. Pero después de estos últimos días al tiempo que su lengua toca levemente la costra que se ha formado en el labio herido— el control es lo último que cedería. Especialmente cuando se trata de Gillian.
—Yo. Me. Encargo —le dice.
Conscientes de que necesitamos contar con un mayor número de rostros, vuelve a la página anterior y pulsa el botón de «Biografías ejecutivos para Disney.com». Nuevamente, el ordenador vuelve a activar la misma fotografía de Arthur Stoughton. Mierda.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Charlie.
—Pasa a las páginas siguientes —insiste Gillian.
Gillian golpea ligeramente con la uña la parte inferior de la pantalla, señalando lo que parece el borde superior de otra fotografía. Stoughton no está solo. Cuando Charlie pasa ansiosamente las páginas en la pantalla, una pirámide de fotografías aparece en el monitor. Es todo el cuadro organizativo de Disney.com, con Arthur Stoughton en el puesto del vértice mientras el resto se distribuye en los puestos inferiores de la pirámide. La pirámide incluye un total de dos docenas de fotografías: vicepresidentes y otros asociados en Marketing, Entretenimiento y Desarrollo de Contenidos de Estilos de Vida, sea lo que sea lo que eso signifique.
—Allí está la fotografía número dos —exclamo, convirtiendo las últimas sílabas en un susurro—. El banquero.
No hay duda, mientras le tiendo la tira de fotografías de Duckworth a Charlie y las compara con la imagen que aparece en la pantalla. Allí está el segundo tío…
—¿Dirías que es un ejecutivo medio, pálido y cansado que mordisquea la punta de los lápices? —pregunta Charlie.
—Sí —coincido—. Si alguna vez llego a tener ese aspecto tan triste y descolorido, prométeme que me clavarás una estaca en el corazón y me matarás con una ristra de ajos.
—Allí está el tercero —señala Gillian, apoyando la uña contra la fotografía oficial de la compañía en la que aparece el pelirrojo de cabellera rizada. Pero cuando examinamos la jerarquía en Polaroid, ninguno de nosotros ve la foto número cuatro: el hombre negro con el hoyuelo en la barbilla.
—¿Estás seguro de que eso es todo lo que hay? —pregunta Gillian.
Charlie busca la última pantalla, pero eso es todo. Lo único que tenemos son las dos docenas de fotografías.
—Tal vez se ha marchado de la compañía —digo.
—Tal vez existe una lista incluso más completa en alguna otra parte —sugiere Gillian.
—O quizá ésta es la correcta —dice Charlie al tiempo que vuelve a la primera pantalla. Moviendo el cursor hacia la foto de Stoughton, activa la imagen y reza para invocar algo de su magia habitual. Asombrosamente, la encuentra. El borde de la casilla se mueve ligeramente.
Me levanto de mi asiento.
—¿Acaso crees que…?
—No lo digas —me advierte—. Nada de malas vibraciones.
—No dará resultado si no encontramos el último rostro —señala Gillian.
Charlie ignora su comentario, lleva el cursor hasta la fotografía del banquero pálido y pulsa el botón. En la pantalla la casilla vuelve a titilar. El último rostro es el que corresponde al pelirrojo.
—Señorita Escarlata… en la biblioteca… con la tubería de plomo —anuncia. Manteniendo el orden de la tira de fotografías de Duckworth, activa la foto oficial de la compañía del pelirrojo rizado. La casilla titila y yo apoyo la mano sobre el hombro de Charlie, cogiendo con fuerza la parte trasera de la camisa. Gillian y yo nos inclinamos hacia adelante, con los cuerpos cubrimos los brazos de los asientos. Los tres contenemos la respiración. El helicóptero está posado en el helipuerto y preparado para despegar. Pero no sucede nada.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Ya os he dicho que se necesitan las cuatro fotos para que funcionen las claves —insiste Gillian.
Charlie se hunde en la silla y mira fijamente la pantalla. Jamás lo admitirá pero, esta vez, ella tiene razón. No sucede nada. Y entonces… como llovido del cielo… algo sucede.
La pantalla comienza a parpadear y se vuelve completamente negra, como si fuera a pasar a otra página web.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—No soy yo —dice Charlie, apartando ambas manos del teclado—. Este chico travieso está funcionando con piloto automático.
Gillian no está convencida y trata de coger el ratón, pero antes de que lo consiga, la pantalla vuelve a hipar… y los Siete Enanitos aparecen ante nuestros ojos. Doc, Sneezy, Grumpy —todos están allí— cada uno sobre un botón diferente, desde «Comunidad» hasta «Biblioteca».
Gillian y Charlie barren la página. Yo busco la dirección de la página web en la parte superior de la pantalla. No hay ninguna «www». El prefijo, en cambio, es «dis-web 1».
—¿Alguna idea de qué estamos buscando? —pregunta Charlie.
—Si esto funciona como en el banco, creo que estamos en su
Intranet
—digo—. De alguna manera, las fotografías nos han conducido hasta la red interna de Disney.
—¿Y qué ha pasado con el sitio web?
—Olvídate del sitio web, eso es para el público en general —le digo—. A partir de este punto estamos husmeando oficialmente en la red informática privada correspondiente a los empleados de Disney.
—¡Bienvenidos Miembros Escogidos! —dice en la parte superior de la pantalla.
—¿Qué hay del tío de la barbilla hendida? —pregunta Gillian.
—No creo que tengamos que esperar mucho más —dice Charlie mientras golpea la pantalla ligeramente con el nudillo. Directamente debajo de los Siete Enanitos hay un botón rojo en la parte inferior de la pantalla: «Guía de la Compañía».
—Si estamos buscando empleados…
—Pasa la pantalla —dice Gillian.
Haciendo caso omiso de su entusiasmo, Charlie aprieta la mandíbula y simula indiferencia. Hasta él sabe que no es momento de detenerse.
Un rápido movimiento de la muñeca y otro click del ratón nos llevan a un lugar marcado como «Localizador de empleados». Desde allí, aparece una nueva pantalla y nos encontramos contemplando docenas de rostros absolutamente nuevos. Director ejecutivo… Junta de Directores… Vicepresidentes ejecutivos… la lista continúa, toneladas de fotografías debajo del encabezamiento de cada categoría. No se trata de las escasas docenas que dirigen el sitio web, aquí estamos hablando de toda la jerarquía de la organización, desde el director ejecutivo hasta los animadores que están entre bambalinas.
—Aquí debe de haber al menos dos mil fotografías —dice Gillian y su voz denota que se siente abrumada.
—Ve al grupo Internet de Stoughton —interrumpo con voz agitada mientras suelto la camisa de Charlie—. Si fuese Duckworth me mantendría con el equipo de casa.
—¿Adivina quién ha vuelto a la modalidad chico maravilla? —pregunta Charlie.
Le encanta fastidiarme, pero sé que está excitado. Asiente brevemente y comienza a pasar una pantalla tras otra recorriendo los diferentes grupos hasta que llega a «Disney Online». Situado exactamente en la misma pirámide que hemos visto antes, no nos lleva mucho tiempo encontrar la fotografía de Stoughton. Debajo de él encontramos nuevamente al tío pálido de contabilidad, seguido del pelirrojo. Pero, otra vez, allí es donde acaba el grupo Online. Exactamente igual que antes. No hay ningún tío negro; ninguna barbilla hendida. Nos encontramos otra vez donde empezamos.
—¿Tu padre jamás hizo nada que fuese sencillo? —pregunta Charlie.
—Tiene que estar aquí, en alguna parte —insisto sin apartar los ojos de la pantalla.
Gillian permanece en silencio, pero la forma en que se estira la falda indica que ve algo que le resulta familiar. Algo que ella conoce. Su voz surge lentamente en su reflexión.
—Ve a Imagineering —propone al fin.
Charlie me mira; apruebo la sugerencia asintiendo con la cabeza. La vieja y conocida pista de baile de Duckworth.