—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? —preguntó alzando ligeramente la voz y golpeando con más fuerza. Pero nadie contestó.
Metió la mano en el bolso y sacó su estuche de cuero negro con el juego de ganzúas. Una rama se rompió a sus espaldas y el bolso se deslizó de su hombro.
—¿Está todo bien? —preguntó Noreen.
Joey se volvió rápidamente y examinó los árboles y arbustos que oscurecían el camino de cemento. Allí no había nada. Al menos nada que ella pudiese ver. Otra rama se rompió detrás de un grueso hibisco. Joey se puso de puntillas mientras estiraba el cuello intentando ver algo. Pero los arbustos eran demasiado altos. Se acercó y apartó las ramas más bajas, saltó la cadena que bordeaba el camino y avanzó agachada a través del pequeño bosquecillo.
—Joey, ¿está todo bien? —repitió Noreen.
Joey se deslizó silenciosamente por debajo de una rama y continuó avanzando hacia los arbustos de donde habían salido los ruidos de ramas rotas. Al otro lado se oyeron unos leves golpes en la tierra. Alguien estaba impaciente. Bajando la cabeza hacia el suelo cubierto de hojarasca, Joey trató de conseguir una vista mejor del lugar, pero la maleza era demasiado espesa. Sólo había una manera de averiguar qué estaba pasando.
Metió la mano en el bolso y sacó un revólver plateado y brillante. Un pequeño treinta y ocho de cinco tiros. El revólver de su padre. «A la de tres», contó Joey para sí mientras deslizaba el dedo sobre el gatillo. Sus piernas se doblaron ligeramente, preparándose para el paso siguiente.
Uno… dos…
Avanzando a toda velocidad, saltó al otro lado de los arbustos y apuntó el arma al origen de los ruidos, una garza blanca que batía sus grandes alas. Cuando Joey apareció en escena, el pájaro levantó el vuelo hacia el cielo, dejando nuevamente a Joey completamente sola.
—¿Qué ha sido eso? Joey, ¿qué ha pasado? —preguntó Noreen a través del audífono.
Joey no respondió, volvió a guardar el pequeño revólver en el bolso y regresó al camino de cemento que llevaba al club.
—Perdón, señora… —dijo una voz masculina a sus espaldas.
Joey, cogida desprevenida, se volvió rápidamente y vio a un joven con el pelo rubio aclarado.
—Lamento molestarla —dijo Charlie, cubriéndose con una mano el corte que tenía en el labio—. ¿Pero podría prestarme su llave del club? Mi abuela se llevó la nuestra al apartamento.
Charlie miró a la pelirroja y supo que pasaba algo. Cualquiera diría que le pido la llave del club todos los días, pensó.
—¿Que quieres qué? —tartamudeó la mujer.
—La llave del club —dijo Charlie mientras señalaba el viejo escondite que tenían él y Oliver cuando eran niños—. Sólo quiero usar el baño. —Esperando parecer amable, y viendo que la mujer tenía cincuenta años menos que la edad media de la gente que frecuentaba ese lugar, añadió—: A menos, naturalmente, que me permita usar el baño del apartamento de su abuela.
—Sí, a ella le encantaría —dijo la mujer, mirando a Charlie de arriba abajo. Sonrió para sí y Charlie se preguntó si estaba percibiendo las vibraciones «te amo». Es guapa, se dijo. Mayor, pero con ese pelo rojo… de alguna manera las cosas se igualaban. Una lástima que no fuesen el momento ni el lugar adecuados.
—¿Tú también estás visitando a tus abuelos? —preguntó ella.
—En realidad, sólo a mi abuela.
—¿En qué apartamento?
—Trescientos diecisiete —dijo Charlie, señalando el balcón del tercer piso que daba a la piscina. Ella ni siquiera levantó la vista. Está claro que sigue interesada por mí, pensó… es decir, hasta que descubrió la sangre que cubría todo el dorso de su mano. Mierda. El labio seguía sangrando.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella.
—Sí… por supuesto… estoy perfectamente.
—¿Seguro? —volvió a preguntar ella, estirando la mano—. Porque yo puedo…
—Sí, estoy bien —insistió él, apartándose. Al ver que la había asustado, se esforzó por sonreír—. Ha sido un estúpido accidente con un chicle. Un mordisco pobremente calculado a un trozo de goma de mascar de fresa; creo que ha causado un daño irreparable en la parte interior del labio. Todavía tengo alucinaciones. —Mirando a su alrededor como si estuviese en trance, añadió—. ¿Mamá? ¿Eres tú?
Charlie continuó riendo, pero la mujer guardaba un silencio sepulcral. Eso es todo. El espectáculo ha terminado.
—Escuche, si puede prestarme la llave…
—Por supuesto, por supuesto —dijo ella, volviendo a meter la mano dentro del bolso—. La tengo aquí mismo… —Hizo una pausa como si estuviese a punto de decir algo más—. Deja que la encuentre para ti… Charlie.
Mierda.
La mano salió del bolso sosteniendo un arma.
—¿Qué hace? —preguntó Charlie, levantando las manos.
—No tienes por qué asustarte… no pasa nada —dijo ella con tono tranquilo. Su voz era puro terciopelo, y era precisamente ésa la razón por la que Charlie no creía una sola palabra.
—¿Está con Gallo? —preguntó Charlie.
—No estoy aquí para hacerte daño —prometió ella.
—Sí, claro… ése parece ser el tema estrella últimamente —dijo él, pasando el dorso de la mano por el labio aún sangrante. Trató de pensar en algo que fuese ocurrente, pero lo único que veía era el cañón del revólver que le apuntaba.
—Te lo juro, Charlie, no pertenezco al servicio secreto; no soy una representante de la ley. Lo único que me preocupa es recuperar el dinero y llevaos a los dos sanos y salvos a casa.
Al ver la expresión de incredulidad en su rostro, mantuvo firme el arma, deslizó la otra mano dentro del bolso y sacó una tarjeta profesional blanca que exhibió como si fuese una placa.
Entrecerrando los ojos, Charlie alcanzó a leer la palabra «Abogada».
—No puedo leer lo que dice —mintió.
Ella no mordió el anzuelo, era demasiado lista como para permitir que se acercara.
Con un giro de muñeca lanzó la tarjeta hacia él. Cayó a los pies de Charlie, de donde la recogió y leyó el resto. «Jo Ann Lemont-Abogada-Sheafe International.» En la parte inferior derecha decía, «Licencia de I.P. n.° 17-4127, Virginia.»
Abogada y detective privada. Como si una sola cosa no fuese ya bastante mala.
—¿Qué es usted, como Colombo o algo por el estilo? —preguntó.
—¿Siempre usas el humor como mecanismo de defensa?
Mientras la observaba atentamente, Charlie supo que ella estaba tratando de ahondar en sus pensamientos. Sólo por eso, la mujer no le gustó. Por encima de su hombro se alcanzaba a divisar la zona de la piscina en calma a la distancia. Charlie rogó que algo la distrajera, pero estaban demasiado bien ocultos por los árboles como para llamar la atención de alguien.
—¿Qué es lo que quiere, señorita?
—Por favor —dijo ella—, llámame Joey.
Charlie rió despectivamente ante la falsa ocurrencia.
—¿Qué es lo que quieres, Joey? —preguntó a través de los dientes apretados.
—Imagino que conoces a Henry Lapidus…
Charlie no se molestó en responder.
—Sólo intento hacer mi trabajo, Charlie. ¿Ahora quieres decirme dónde se oculta Oliver o quieres que eche abajo la puerta del club?
Charlie tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no desviar la mirada hacia el club. Estaba parado junto a la puerta.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando.
—Puedes seguir diciéndotelo a ti mismo, pero yo vi cómo salías de la casa de Duckworth. Vi la sangre sobre la alfombra. Y en tu labio. —El arma seguía apuntándole, pero su voz había recuperado su tono aterciopelado—. También sé que no tienes tu medicación, Charlie. ¿Por qué no me dices de una vez qué está ocurriendo realmente?… Tal vez pueda ayudarte.
Charlie permaneció en silencio.
—Puedes creerme, sé que no merece la pena que te pida que confíes en mí. Pero también sé que no es fácil arrojar tu vida a la basura. Yo hice lo mismo cuando abandoné la universidad; me llevó tres meses comprender que debía volver. —Charlie había presenciado esta escena muchas veces. Estaba tratando de hacer las paces encontrando un terreno común. Dejando que el pensamiento madurase, ella añadió—. Sé lo que estás lanzando por la borda, Charlie. Olvida el trabajo y las demás tonterías… tienes tu música… y a tu madre… y no olvidemos tu salud…
—Me hago una idea.
—Entonces dime qué ocurrió. ¿Acaso tenía algo que ver con Duckworth? ¿Es por eso que cogisteis el dinero?
—No somos ladrones —dijo Charlie. Joey arqueó una ceja—. Todo lo que digo es que no teníamos intención de hacerle daño a nadie.
—¿Qué me dices de Shep? —le desafió ella.
—¡Shep era mi amigo! Puedes preguntar a cualquiera, a todos los mocosos del banco, yo era quien tomaba café con él, y hablaba de fútbol con él, y me reía del hecho de que él creyera que la primera sección del periódico estaba allí sólo para impedir que la sección de deportes se mojase.
Ella estudió su cara, sus manos, incluso sus zapatos. Charlie sabía que estaba buscando la verdad… tratando de decidir si le estaba mintiendo. Pero, si ella no le creyese, no estarían hablando.
—De acuerdo, Charlie, si eres inocente, ¿entonces quién le mató? —preguntó Joey finalmente.
El esperaba que ella bajase el arma, pero Joey no lo hizo. Charlie seguía con los brazos en el aire.
—¿Por qué no tratas de desviar tus perfiles psicológicos hacia Gallo y DeSanctis?
Ella no pareció sorprendida cuando Charlie pronunció ambos nombres.
—¿Tienes alguna prueba de lo que dices? —preguntó Joey.
—Yo sé lo que vi.
—¿Pero tienes pruebas? —insistió ella.
Era exactamente como había dicho Oliver: su palabra contra el servicio secreto.
—Estamos trabajando en ello —dijo Charlie.
—Charlie, tendrás que hacer algo mejor que eso.
Charlie hizo una pausa antes de hablar. No quería decirlo, pero… De hecho, era una mentira. Lo hizo.
—Mientras estás en ello, deberías echarle un vistazo también a Gillian.
Joey frunció la frente.
—¿Gillian qué?
Charlie no estaba seguro de si se estaba marcando un farol o decía la verdad, pero ya no tenía nada que perder.
—La hija de Duckworth. Ahora la casa es de ella.
En ese momento se oyó un ruido en el otro lado del club. Charlie supuso que se trataba de la abuela de alguien. También Joey, que bajó el arma para asegurarse de que no la viese nadie. Con un ojo vigilando a Charlie, retrocedió unos pasos, tratando de echar un vistazo con mucho cuidado al otro lado del edificio por una de sus esquinas. Pero justo cuando asomaba la cabeza se oyó un click familiar. Las manos de Joey se elevaron directamente hacia las nubes. Se apartó de la esquina del edificio y Charlie pudo ver finalmente qué era lo que amenazaba a Joey: una pequeña pistola negra apoyada contra su sien.
—Juro que la usaré —prometió Oliver apareciendo por la esquina del club y dejándose ver. Con el arma de Gallo en la mano, llevó el percutor del gatillo hacia atrás—. Ahora deje caer su arma y apártese de mi hermano.
—Oliver, éste no es momento para hacer tonterías —le advirtió Joey mientras Oliver avanzaba con el arma apuntada directamente a su cabeza.
—Hablo en serio, la usaré —dijo Oliver, tensando el índice sobre el gatillo.
Joey vio cómo le temblaban las manos. Luego estudió sus ojos. Impasibles. Inmóviles y oscuros. Oliver no estaba bromeando.
—Joey, ¿qué está ocurriendo? —preguntó Noreen a través del audífono—. ¿Son ellos? ¿Quieres que avise a alguien?
—No lo hagas… —le advirtió Joey. Oliver se volvió y Noreen dejó de hablar.
—Sólo harás que infectar la herida —añadió Joey.
—¡Charlie, apártate! —exclamó Oliver.
Charlie dio un salto hacia atrás.
Joey observó atentamente toda la escena. Ahora sabía en cuál de los dos debía concentrarse.
—Oliver… —empezó a decir—. Déjame que os ayude a salir de este…
—¡Suelta el arma! —la interrumpió Oliver—. Lánzala al techo.
Esta vez, Joey no se movió.
—¡He dicho que lances el arma al techo! —insistió Oliver, su mano finalmente quieta.
Charlie observaba a su hermano sin abrir la boca. Igual que Joey. Dos días atrás ella no pensaba que Oliver Caruso tuviese lo que hay que tener. Hoy ya no estaba tan segura de ello. Joey echó un vistazo al techo del club y se preparó para lanzar el arma.
—Te lo advierto, es probable que se dispare.
—Correré ese riesgo —contestó Oliver.
Con un suave movimiento, Joey arrojó el pequeño revólver de su padre por encima del borde del techo. Cayó con un ruido sordo, pero no se disparó.
Detrás de Oliver, la bocina de un coche sonó dos veces. A través de las tablillas de la valla de madera que rodeaba todo el perímetro de la piscina, Joey alcanzó a ver el escarabajo azul celeste de Gillian que avanzaba hacia la puerta giratoria que daba acceso a la zona de aparcamiento del complejo residencial.
Oliver no tuvo necesidad de decir nada. Charlie echó a correr.
Joey estudió la expresión de Oliver, buscando algún punto débil. Pero después de todo este tiempo persiguiéndole, ya lo conocía.
—Cuanto más huyas, menos probabilidades tendrás de recuperar tu antigua vida.
Ante su sorpresa, Oliver no mostró ninguna reacción. Simplemente observaba a Charlie que corría hacia el coche. En el instante en que su hermano superó la valla, Oliver volvió a mirar a Joey.
—Te aconsejo que te mantengas alejada de nosotros —le advirtió.
Mientras se alejaba rápidamente en dirección al coche azul no dejó de apuntarle con la pistola. Y antes de que Joey pudiese reaccionar, la puerta del coche se cerró con estrépito, los neumáticos chirriaron y Oliver, Charlie y Gillian se alejaron.
—¿Joey, te encuentras bien? —interrumpió Noreen a través del audífono.
Ignorando la pregunta, Joey echó a correr hacia la abertura en la valla.
—¡Mierda! —gritó mientras observaba cómo el coche de Gillian rebotaba en los topes de cemento que limitaban la velocidad en el aparcamiento y ganaba finalmente la calle. Joey salió como una bala hacia su coche, que estaba aparcado en doble fila delante del edificio principal. Pero justo cuando doblaba la esquina descubrió los neumáticos pinchados de las ruedas traseras.
—Mierda, estoy jodida —murmuró para sí—. Noreen, llama ahora mismo a la triple A.
—Ahora mismo.
—Y un milisegundo después de que hayas hablado con ellos, quiero que comiences a investigar a…