Los Borgia (52 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Los Borgia
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Mientras observaba el lago desde el final del embarcadero, la noche empezó a envolverla con su brillante oscuridad. Lucrecia esperó a que la luna se alzara tras el horizonte. Entonces abrió la urna dorada y, lentamente, dejó caer las cenizas de César en el lago.

Un grupo de penitentes que volvía a sus casas tras un día dedicado a la oración y el arrepentimiento vio su silueta perfilándose en el embarcadero.

Una hermosa joven se volvió hacia el hombre que la acompañaba y, señalando hacia Lucrecia, preguntó:

—¿Quién es esa mujer tan hermosa?

—Es Lucrecia, la piadosa duquesa de Ferrara —respondió él—. ¿Nunca has oído hablar de ella?

NOTA FINAL

Lo que más me sorprendió de Mario Puzo cuando lo conocí fue que no se parecía en absoluto a sus personajes. El Mario con el que compartí mi vida fue un marido, un padre, un amante, un mentor y un verdadero amigo. Era amable y generoso, sincero y divertido, inteligente y muy auténtico. La lealtad, la bondad y la compasión de sus personajes era un reflejo de su propia personalidad; no lo era, sin embargo, la maldad. Este último aspecto provenía de sus pesadillas, no de sus sueños. Era un hombre sin prejuicios, generoso, tímido y de voz dulce. Viví con él durante veinte años, durante los cuales jugamos, trabajamos y pensamos juntos.

Mario estaba fascinado con la Italia renacentista, y, especialmente, con la familia Borgia. Estaba convencido de que ésta fue la primera familia criminal de la historia, y que en sus aventuras había mucha más traición que en las historias que él escribió sobre la mafia. Era de la opinión que los papas fueron los primeros "Dons" y que, de ellos, el papa Alejandro VI fue el Don más importante.

Durante todos los años que estuvimos juntos, Mario me explicaba historias sobre los Borgia. Sus aventuras le asustaban y le divertían a la vez, e incluso llegó a recrear alguna de ellas, para hacerlas más contemporáneas, y poder integrarlas, así, en los libros que escribía sobre la mafia.

Uno de los pasatiempos favoritos de Mario era viajar, y lo hacíamos muy a menudo. Cuando en 1983 visitamos el Vaticano, quedó tan fascinado por el aspecto y la comida de Italia como por su historia, así que decidió escribir una novela sobre este país. Pero pasaron muchos años antes de que lo hiciera y cuando hablaba de ella, decía que era " otra historia familiar", que era el modo en que solía referirse a El padrino. Mientras tanto, escribía otras novelas y, cada vez que se sentía bloqueado y desanimado, se refugiaba en el libro sobre los Borgia para inspirarse.

—Ojalá pueda escribir un libro con este material y hacer que sea un éxito— me dijo un día mientras, como hacía tantas veces, estaba tumbado en el sofá de su estudio y miraba al techo.

—Y, ¿por qué no lo haces?— le pregunté.

—Cariño, hasta que cumplí los 48 años era un escritor que no paraba de luchar para seguir adelante —me dijo—. Escribí dos libros que la crítica calificó como clásicos y con los que sólo gané cinco mil dólares. Hasta que no escribí El padrino no fui capaz de mantener a mi familia. He sido pobre durante muchos años y, a estas alturas de mi vida, no voy a arriesgarme a hacer algo diferente.

En 1992, después de que sufrió un ataque al corazón, le pregunté de nuevo:

—¿Has pensado en el libro sobre los Borgia?

—Primero, debo escribir dos libros más sobre la mafia —me dijo—. Además, todavía me lo paso bien conviviendo con estos personajes. Todavía no estoy preparado para deshacerme de ellos.

Mientras se recuperaba de la operación de corazón en Malibú, cada vez que se sentía incómodo o quería divertirse, leía libros sobre la Italia renacentista y escribía historias sobre los Borgia que comentábamos juntos.

Mario era un hombre muy divertido y tenía una manera muy personal de ver las cosas.

—Lucrecia era buena chica —me dijo un día mientras estábamos en su estudio.

—Y el resto de la familia —le dije—, ¿eran ellos los malvados?

—César era un patriota que deseaba ser un héroe. Alejandro era un padre complaciente, un verdadero hombre de familia —dijo—. Como muchas personas, hacían cosas malas, pero eso no los convertían en malvados.

Aquel día estuvimos hablando y riéndonos de ellos durante largas horas, y, aquella noche, Mario finalizó la escena durante la cual el papa y César discutían sobre si éste quería ser cardenal.

Sólo estaba dispuesto a salir de casa y comer con alguien cuando Bert Fields (un distinguido historiador que, además, era su abogado y uno de sus mejores amigos) visitaba nuestra ciudad. Cada vez que nos veíamos, ya fuera en la costa este como en la oeste, siempre acabábamos charlando sobre los Borgia. Como Mario, Bert se emocionaba y se sorprendía con las historias de poder y traición del Renacimiento.

—¿Cuándo acabarás el libro de los Borgia? —solía preguntar Bert.

—Estoy trabajando en él —contestaba Mario.

—Está muy avanzado —le decía yo a Bert.

Y Bert parecía contento. El tiempo pasaba y Mario llamaba muy a menudo a Bert para diseñar las historias: le hacía preguntas y comentaban temas. Cada vez que acababa de hablar con Bert, Mario y yo charlábamos acerca de los Borgia y le emocionaba la idea de seguir escribiendo relatos sobre esta familia.

—Te ayudaré a acabar el libro sobre los Borgia —le dije un día de 1995, después de mantener con él una interesante conversación sobre la naturaleza del amor, las relaciones y la traición.

—No quiero que nadie colabore conmigo en ningún libro hasta que me haya muerto —dijo, con una sonrisa en sus labios.

—Muy bien —dije— ¿Y qué haré entonces con un libro inacabado?.

—Mi voz estaba calmada, aunque mis nervios no lo estaban.

Mario se rió.

—Acabarlo —me dijo.

—No puedo acabarlo. No recuerdo todo lo que me enseñaste —le dije, incapaz de imaginar mi vida sin él.

Me dio una palmada en el hombro y me dijo:

—Claro que puedes. Conoces perfectamente la historia. La hemos comentado muchas veces y yo ya he escrito muchas páginas. Serás capaz de añadir las piezas que faltan. Luego, me pellizcó la mejilla y me dijo:

—De verdad que te he enseñado todo lo que sé. Dos semanas antes de que falleciera, su corazón estaba cansado, pero su mente se mantenía lúcida. Un día, mientras yo estaba en su estudio, cogió, del último cajón de su escritorio, un gran pliego de folios amarillos pautados escritos a mano con bolígrafo rojo. Creía que eran notas de Omertá, pero no era así.

—Léelo —me dijo, y me dio las páginas. Cuando lo empecé a leer, me saltaron las lágrimas. Era el último capítulo del libro sobre los Borgia.

—Acábalo —me dijo—. Tienes que prometérmelo. Y eso fue lo que hice.

FIN

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