Lo que no te mata te hace más fuerte

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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Lisbeth Salander está inquieta. Ha participado en un ataque
hacker
sin razón aparente y está asumiendo riesgos que normalmente evitaría. Mientras, la revista
Millennium
ha cambiado de propietarios. Quienes le critican, insisten en que Mikael Blomkvist ya es historia.

Una noche, Blomkvist recibe la llamada del profesor Frans Balder, un eminente investigador especializado en Inteligencia Artificial quien afirma tener en su poder información vital para el servicio de inteligencia norteamericano. Su as en la manga es una joven rebelde, un bicho raro que se parece mucho a alguien a quien Blomkvist conoce demasiado bien.

Mikael siente que esa puede ser la exclusiva que él y
Millennium
tanto necesitan, pero Lisbeth Salander, como siempre, tiene sus propios planes.

En
Lo que no te mata te hace más fuerte
, la singular pareja aclamada por más de 80 millones de lectores en
Los hombres que no amaban a las mujeres
,
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina
y
La reina en el palacio de las corrientes de aire
continúa su historia. Ha llegado la hora de que sus caminos se crucen de nuevo. Vuelve Lisbeth Salander.
Millennium
continúa.

David Lagercrantz
Lo que no te mata te hace más fuerte
Millennium - 4
ePub r1.0
Titivillus
31.08.15

Título original:
Det som inte dödar oss

David Lagercrantz, 2015

Traducción: Martin Lexell & Juan José Ortega Roman

Imagen de portada: Gino Rubert

Mapas del interior: Emily Faccini

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Prólogo

Un año antes, casi al amanecer

Esta historia empieza con un sueño, un sueño no especialmente extraño, la verdad. En él hay una mano que golpea un colchón rítmica y constantemente en aquella vieja habitación de Lundagatan.

Aun así, el sueño hace que Lisbeth Salander se levante de la cama de madrugada. Y que luego se siente ante el ordenador y empiece la caza.

P
RIMERA PARTE

El ojo que vigila

Del 1 al 21 de noviembre

La Agencia Nacional de Seguridad, la NSA, es un organismo federal estadounidense subordinado al Ministerio de Defensa. Su cuartel general se encuentra en Fort Meade, Maryland, en la autopista de Patuxent.

Desde su fundación, en 1952, la NSA trabaja con la inteligencia de señales, y hoy en día, sobre todo con Internet y el tráfico telefónico. A lo largo de su historia esta agencia ha visto cómo sus competencias han sido ampliadas progresivamente, de modo que en la actualidad intercepta más de veinte mil millones de conversaciones y correos al día.

Capítulo 1

Principios de noviembre

Frans Balder siempre se había considerado un pésimo padre.

A pesar de que August ya tenía ocho años, Frans apenas había intentado asumir su papel, y lo cierto es que tampoco ahora se sentía muy cómodo con su cometido. Pero era su deber, así lo veía él. El chico lo estaba pasando mal en la casa de su exmujer y de ese maldito novio suyo, Lasse Westman.

Por ese motivo, Frans Balder había dejado su trabajo en Silicon Valley y había regresado a su país. Justo ahora se hallaba en el aeropuerto de Arlanda, prácticamente en estado de
shock
, esperando un taxi en la calle. Hacía un tiempo infernal. La lluvia y las violentas ráfagas de viento de la tormenta le azotaban la cara mientras, por enésima vez, se preguntaba si habría tomado la decisión correcta.

Aunque se contaba entre los tipos más ególatras del mundo, se iba a convertir en padre a tiempo completo: una auténtica locura. Como si se le hubiera ocurrido trabajar en el zoo, ¿qué más le daba? Si no sabía nada de niños y, en realidad, tampoco mucho de la vida en general… Pero lo más raro de todo era que nadie se lo había pedido. Ni la madre del crío ni ninguna de las abuelas le habían llamado para suplicarle que asumiera su responsabilidad.

La decisión era suya y sólo suya, de nadie más. Y ahora tenía previsto —desafiando una antigua sentencia de custodia, y sin ningún tipo de advertencia previa— presentarse sin más en casa de su exmujer y llevarse a su hijo. Seguro que se armaba una buena; lo más probable era que esa condenada bestia de Lasse Westman le diera una paliza. Pero así estaban las cosas, se dijo al meterse en el taxi de una taxista que masticaba chicle como una posesa mientras intentaba darle conversación. No lo habría conseguido ni en uno de sus mejores días: Frans Balder no era muy hablador.

Se limitó a permanecer callado en el asiento trasero pensando en su hijo y en todo lo que había pasado últimamente. August no era el único ni el principal motivo por el que había decidido dejar Solifon. Su vida se hallaba ahora en una encrucijada, y por un instante se preguntó si en realidad tendría arrestos para afrontarlo todo. Sentado en aquel coche, de camino al barrio de Vasastan, creyó que las fuerzas le abandonaban y tuvo que luchar por reprimir el impulso de mandarlo todo a la mierda. Ya no podía echarse atrás.

El taxi lo dejó en Torsgatan. Pagó, se bajó y dejó el equipaje en el portal tras sacarlo del maletero. Lo único que cogió al subir la escalera fue una maleta vacía decorada con un colorido mapamundi y comprada en el aeropuerto de San Francisco. Al llegar arriba se detuvo un momento jadeando ante la puerta con los ojos cerrados. Se imaginó violentas broncas y arrebatos de locura, y pensó que si así fuera, ¿quién podría reprocharles nada? Nadie aparece de buenas a primeras para sacar a un niño de su casa; ni siquiera un padre cuyo compromiso hasta entonces se había limitado a ingresar dinero en una cuenta corriente. Sin embargo, ahora se trataba de una emergencia; o al menos así lo veía él. De modo que, por muchas ganas que tuviera de salir corriendo de allí, inspiró hondo y llamó al timbre.

Al principio no parecía que hubiera nadie en casa, pero de pronto la puerta se abrió bruscamente y Lasse Westman apareció ante él con sus intensos ojos azules, su imponente tórax y sus enormes manazas, que a Frans se le antojaron hechas para infligir daño y que habían sido las causantes de que le ofrecieran tantos papeles de malo en la gran pantalla, aunque ninguno tan malo —de eso estaba convencido Frans Balder— como el que interpretaba en la vida real.

—¡Hostias! —exclamó Lasse Westman—. ¡Menuda sorpresa! El gran genio en persona en nuestra casa.

—Vengo a buscar a August —le dijo Frans.

—¿Qué?

—Pienso llevármelo conmigo, Lasse.

—¿No lo dirás en serio…?

—Nunca lo he dicho más en serio —contestó al tiempo que su exmujer salía de una habitación situada a la izquierda.

Y, aunque era cierto que no tenía la misma belleza que antaño —demasiado maltratada por la vida y tal vez demasiado tabaco y alcohol—, una inesperada ternura se apoderó de él al verla, especialmente al descubrirle un moratón en el cuello. Además, ella, a pesar de todo, pareció querer darle la bienvenida y decirle algo amable. Pero no le dio tiempo a abrir la boca.

—¿Y a qué viene este repentino interés? —quiso saber Lasse Westman.

—A que ya está bien. August necesita un hogar tranquilo.

—¿Y eso se lo vas a dar tú, profesor Tornasol? ¿Desde cuándo haces otra cosa distinta a clavar la mirada en una pantalla de ordenador?

—He cambiado —dijo sintiéndose patético, y no sólo porque dudara de ello.

Tembló cuando Lasse Westman se le acercó con su inmenso cuerpo y una rabia contenida. De pronto, le quedó abrumadoramente claro que no podría oponer resistencia alguna si ese loco le atacaba y que todo aquello, de cabo a rabo, era una absoluta insensatez. Pero, por extraño que pudiera parecer, no le provocó ningún arrebato de cólera, no hubo ninguna escena; se encontró tan sólo con una adusta sonrisa a la que siguieron estas palabras:

—Eso es fantástico.

—¿Cómo?

—Que ya era hora. ¿A que sí, Hanna? Por fin un poco de responsabilidad por parte de don Ocupado. ¡Bravo, bravo! —continuó Lasse Westman mientras aplaudía algo teatralmente.

A toro pasado, Frans Balder se dio cuenta de que en realidad lo que más le había asustado en ese momento fue eso: la facilidad con la que permitieron que el niño se marchara. Sin apenas protestar —si acaso sólo de forma muy simbólica— le dejaron llevarse a su hijo. Tal vez porque veían a August sobre todo como una carga. Difícil de saber. Hanna, con las manos temblorosas y la mandíbula tensa, le lanzó unas miradas nada fáciles de interpretar. Pero a Frans le preocupaban las pocas preguntas que le hizo: debería haberlo sometido a un interrogatorio, haberle impuesto miles de exigencias y condiciones y haberle manifestado su inquietud por los cambios que aquello supondría en la rutina del chico. No obstante, lo único que acertó a decir fue:

—¿Estás seguro? ¿Vas a poder?

—Estoy seguro —contestó. Acto seguido fueron a la habitación de August. Y por primera vez en más de un año, lo cual le daba mucha vergüenza, Frans pudo ver a su hijo.

¿Cómo podía haber abandonado a un chico así? Tan guapo y tan maravilloso, con ese abundante pelo rizado, su delgado cuerpo y aquellos ojos azules y serios que ahora se hallaban sumidos de lleno en el enorme puzle de un barco velero. Todo su ser parecía pedir a gritos que nadie le molestara. Frans avanzó despacio, como si se acercase a una criatura extraña e imprevisible.

Aun así, consiguió sacar al chico de su ensimismamiento, hacer que le cogiera la mano y que lo acompañase al pasillo. Nunca lo olvidaría. «¿Qué habrá pensado August? ¿Qué habrá creído?». El chico no lo miró, tampoco a su madre; y, naturalmente, ignoró todos aquellos gestos y palabras de despedida. Se metió con Frans en el ascensor y ambos desaparecieron. Sin más. Así de sencillo.

August era autista. Quizá también retrasado, aunque respecto a ese tema, curiosamente, nadie había emitido un diagnóstico definitivo. De hecho, al verlo de lejos, uno podía pensar que ése no era su caso: su exquisito y concentrado rostro irradiaba una nobleza digna de un rey o, al menos, un aura que manifestaba que no merecía la pena preocuparse por el mundo circundante. Pero al contemplarlo de cerca se podía apreciar que su mirada estaba cubierta por un fino velo que lo separaba de la realidad; por si fuera poco, aún no había llegado a pronunciar su primera palabra.

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