Tres
carabinieri
irrumpen en el apartamento de un pediatra, lo atacan y se llevan a su hijo de dieciocho meses. ¿Qué ha motivado un ataque tan violento por parte de las fuerzas del orden? Cuando el comisario Brunetti es convocado al hospital en que ingresa la víctima del cruel asalto, deberá enfrentarse a más preguntas que respuestas. Al mismo tiempo, el inspector Vianello descubre una estafa que implica a farmacéuticos y médicos de Venecia. Y tras la estafa… algo más que dinero.
Líbranos del bien
, el decimosexto caso protagonizado por el comisario Brunetti, el más negro y el primero sin crimen, urde dos tramas paralelas en torno al tráfico ilegal de menores para la adopción y a un dilema médico. Con el ingenio y la lucidez habitual en ella, Donna Leon demuestra que el camino del infierno puede estar sembrado de buenas intenciones.
Donna Leon
Líbranos del bien
Saga Comisario Brunetti 16
ePUB v1.0
Creepy25.04.12
Título Original:
Suffer the Little Children
, 2007
Autor: Donna Leon
[*]
Fecha edición española: 2007
Editorial: Editorial Seix Barral, S.A.
Traducción: Ana María de la Fuente Rodríguez
A Ravi Mirchandani
Welche Freude wird das sein,
Wenn die Götter uns bedenken,
Unsrer Liebe Kinder schenken,
So liebe kleine Kinderlein!
¡Qué dicha cuando los dioses
nos escuchen y a nuestro amor otorguen
el regalo de los hijos,
adorables criaturas!
Capítulo 1La flauta mágica, Mozart
—… y entonces mi nuera me dijo que debía venir a contárselo a ustedes. Yo no quería, y mi marido decía que sería una tonta si me metía, que no haría más que buscarme problemas, y que bastantes problemas tiene él ya. Y que me pasaría lo que a su tío, al que un vecino se le había conectado a la línea y le robaba la corriente, y cuando él lo denunció fueron y le dijeron que tenía que…
—Perdón,
signora
, ¿podríamos volver a lo que sucedió el mes pasado?
—Oh, sí, claro, pero lo cierto es que al final el tío de mi marido tuvo que pagar trescientas mil liras.
—Signora.
—Y entonces mi nuera dijo que, si no venía yo, les llamaría ella, pero, como era yo la que lo había visto, valía más que viniera a contárselo yo, ¿no?
—Desde luego.
—De manera que, cuando han dicho por la radio que seguramente esta mañana llovería, he sacado el paraguas y las botas y los he dejado al lado de la puerta por si acaso, pero luego no ha llovido, ¿verdad?
—No,
signora.
Decía usted que quería hablar de algo extraño que había ocurrido en el apartamento que está frente al suyo, ¿verdad?
—Sí, esa muchacha.
—¿Qué muchacha,
signora
?
—La jovencita embarazada.
—¿Cuántos años cree que podría tener,
signora
?
—Pues unos diecisiete, o por ahí. Yo he tenido dos chicos, sabe usted, y de un chico habría podido decirlo, pero de una chica…
—¿Y dice que estaba embarazada?
—Sí. Y a punto de dar a luz. Por eso se lo dije a mi nuera y por eso ella me dijo que viniera a contárselo a ustedes.
—¿Que estaba embarazada?
—Que había tenido el niño.
—¿Dónde tuvo el niño,
signora
?
—En mi misma calle, enfrente de mi casa. No en la calle, se entiende. En el apartamento del otro lado de la calle. Está algo más abajo, frente a la casa de al lado, pero como la fachada sale un poco puedo ver por las ventanas, y por eso la vi.
—¿Dónde es eso exactamente,
signora
?
—En la calle dei Stagneri. Ya sabe, cerca de San Bortolo, bajando a
campo
de la Fava. Yo vivo a mano derecha y ella, a la izquierda, en el lado de la
pizzeria,
al extremo, cerca del puente. El apartamento era de una señora mayor, que no sé cómo se llamaba, que se murió, y lo heredó el hijo, que lo alquila a turistas, sabe usted, como hace la gente, por semanas o por meses.
»Pero cuando vi a la chica, y me fijé en que estaba embarazada, pensé que a lo mejor había decidido alquilarlo como un apartamento normal, comprende, con contrato y todo eso. Porque, si estaba embarazada, tenía que ser una de nosotras, no una turista, ¿verdad? Claro que rinde más alquilar por semanas, sobre todo, a los extranjeros. Y no tienes que pagar el…
»Ay, perdone. Supongo que eso no le interesa. Como le decía, esa chica estaba embarazada, y yo pensé que sería una parejita joven, pero luego me di cuenta de que nunca se veía al marido.
—¿Cuánto tiempo estuvo allí la joven,
signora
?
—Cosa de una semana, quizá no tanto. Pero lo bastante para que yo llegara a conocer sus hábitos, poco más o menos.
—¿Y podría decirme cuáles eran?
—¿Sus hábitos?
—Sí.
—Bueno, no es que la viera mucho. Sólo cuando pasaba por delante de la ventana para ir a la cocina. Y no es que cocinara nada, por lo menos, que yo sepa. Pero del resto de la casa no sé, y no tengo idea de lo que hacía allí, supongo que sólo esperar.
—¿Esperar?
—Esperar a que naciera la criatura. Porque los niños vienen cuando quieren.
—Ya. ¿Y ella se fijó en usted,
signora
?
—No; mi casa tiene visillos y la suya no. La calle es oscura, y normalmente por las ventanas apenas se ve, pero hará un par de años, poco más o menos, les pusieron delante una de esas farolas nuevas y por la noche hay luz en el piso. No sé cómo lo aguantan. Nosotros hemos de dormir con los postigos cerrados, porque si no me parece que no podríamos pegar ojo, no sé si me entiende.
—Desde luego,
signora.
Dice que no veía al marido, pero ¿vio en la casa a otras personas?
—A veces. Siempre por la noche. Bueno, después de cenar, aunque no es que la viera guisar, pero bien debía de hacerlo, ¿no?, a menos que alguien le llevara comida. Porque estando embarazada tienes que comer. Cuando yo estaba de mis chicos comía como una lima. O sea que bien debía de comer, sólo que yo no la veía guisar. Porque no se puede tener sin comer a una embarazada, ¿no le parece?
—Claro que no,
signora.
¿Y a quién veía con ella en el apartamento?
—A veces, venían hombres que se sentaban a la mesa de la cocina y hablaban. Como fumaban, abrían la ventana.
—¿Cuántos hombres,
signora
?
—Tres. Se les veía porque tenían la luz encendida.
—¿Hablaban en italiano?
—A ver, déjeme pensar. En italiano, sí. Pero no eran de aquí, venecianos quiero decir. El dialecto no me sonaba, no era veneciano.
—¿Y sólo hablaban, sentados a la mesa?
—Sí.
—¿Y la muchacha?
—A ella no la veía, cuando estaban ellos. Cuando se iban, a veces entraba en la cocina, a por un vaso de agua, quizá. Por lo menos, la veía en la ventana.
—¿Y nunca le habló?
—No. Como ya le he dicho, nunca tuve tratos con ella ni con los hombres. Yo sólo la observaba, deseando que comiera algo. Yo, cuando estaba de Luca y de Pietro, siempre tenía hambre. No hacía más que comer. Tuve suerte de no engordar demasiado…
—¿Esos hombres comían,
signora
?
—¿Comer? Qué va. Y, ahora que lo dice, es curioso, ¿verdad? Tampoco bebían. Sólo hablaban allí sentados, como el que está esperando un
vaporetto,
por ejemplo. A veces, cuando ellos se iban, la chica entraba en la cocina, pero nunca encendía la luz. Eso era lo más curioso. Nunca encendía las luces por la noche, en ninguna habitación, por lo menos, que yo pudiera ver. A los hombres los veía, pero a ella, sólo de día o cuando pasaba por delante de una ventana por la noche.
—¿Y qué ocurrió entonces?
—Entonces, una noche la oí gritar, pero no entendí lo que decía. Me pareció que una de las palabras era
«mamma»,
pero no estoy segura. Y entonces oí a la criatura. ¿Sabe usted cómo suena el llanto de un recién nacido? No hay en el mundo nada que pueda compararse. Recuerdo que cuando nació Luca…
—¿Había alguien más?
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Cuando tuvo la criatura.
—No vi a nadie, si a eso se refiere, pero alguien tenía que estar con ella. No se puede dejar que una chica dé a luz sola, ¿no le parece?
—¿No le llamó la atención que viviera sola, estando tan avanzado el embarazo?
—Pues no sé. Quizá me figuré que el marido estaba de viaje, o que no tenía marido. Y que el parto se adelantó y no le dio tiempo de ir al hospital.
—El hospital está a pocos minutos, ¿no,
signora
?
—Sí, sí, ya lo sé. Pero puede pillarte desprevenida. Mis dos chicos tardaron lo suyo, pero sé de mujeres que han parido en media hora, y supuse que eso le habría ocurrido a ella. La oí a ella y luego a la criatura, y ya no oí nada más.
—¿Y qué ocurrió entonces,
signora
?
—Al día siguiente, o quizá al otro… no recuerdo… vi a otra mujer que hablaba por el
telefonino,
delante de la ventana abierta.
—¿Hablaba en italiano,
signora
?
—¿En italiano? Un momento… Sí, en italiano.
—¿Qué decía?
—Algo así como: «Todo va bien. Nos veremos mañana en Mestre.»
—¿Podría describir a la mujer,
signora
?
—¿Quiere decir… qué aspecto tenía?
—Sí.
—Déjeme pensar. Tendría la edad de mi nuera. Unos treinta y ocho. Pelo negro, corto. Alta, como mi nuera, pero quizá no tan delgada. De todos modos, como le he dicho, sólo la vi un momento, hablando por el
telefonino.
—¿Y después?
—Después se fueron. Al día siguiente, en el apartamento no había nadie, ni vi allí a nadie durante un par de semanas. Sencillamente, desaparecieron.
—¿Sabe si algún vecino vio algo,
signora
?
—Sólo el
spazzino.
Un día me dijo que debía de haber alguien en el piso porque cada mañana dejaban una bolsa de basura en la puerta, pero no había visto entrar ni salir a nadie.
—¿Algún vecino le dijo algo?
—A mí directamente, no. Pero supongo que alguno debió de darse cuenta de que allí había alguien, u oír algo.
—¿Habló de esto con alguien,
signora
?
—Pues no. Sólo con mi marido, pero él me dijo que no me metiera, que no era asunto mío. Si supiera que he venido, no sé lo que haría. Nunca habíamos tenido tratos con la policía, porque siempre traen problemas…, perdone, no quería decir eso en realidad, pero ya sabe lo que pasa, quiero decir que ya sabe lo que piensa la gente.
—Sí,
signora,
lo sé. ¿Recuerda algo más?
—Pues no, nada.
—¿Cree que reconocería a la joven si volviera a verla?
—Quizá. Pero está una tan distinta con el embarazo… Sobre todo, al final, como estaba ella. Cuando Pietro, yo parecía una…
—¿Cree que reconocería a alguno de los hombres,
signora
?
—No sé. Puede que sí. O puede que no.
—¿Y a la otra mujer?
—No. Probablemente, no. Sólo la vi un momento, en la ventana, y ella estaba un poco de lado, como si vigilara algo que estaba en el apartamento. O sea que no, a ella no.