Matt Neylan buscó el apoyo de la silla más próxima y se dejó caer en ella.
—¡Santo Dios! ¡Y yo que me preciaba de ser un excelente diplomático del Vaticano! ¡Y no puedo ver más allá de la punta de mi propia nariz!
—No se lo reproche demasiado, señor Neylan. —Shaúl le dirigió una sonrisa agria—. Usted estaba buscando las cosas agradables de la vida… no la basura entre la que nos movemos nosotros. Hace un mes Asnan mató a uno de nuestros hombres. No pudimos actuar entonces sin poner al descubierto una operación mucho más importante, en la cual el Alhambra es el centro. Marta ha sido la agente residente allí durante meses. Después, apareció usted…
—Y ella realizó un excelente trabajo y trazó mi perfil completo, físico y mental. ¡Felicitaciones, querida!
—¡Un momento, Matt! —Nicol Peters se unió a la discusión—. Usted estaba jugando; la muchacha arriesgaba su vida.
—Ordenemos las prioridades. —El israelí se impuso súbitamente—. Hay dos cosas inminentes: intentarán secuestrar a una mujer; habrá un intento contra la vida del Papa. Usted puede impedir ambos crímenes. ¿Está dispuesto o no?
—¿Tengo alternativa?
—Sí. Si se niega a cooperar, podemos conseguir que los italianos le deporten a Irlanda como extranjero indeseable.
—¿Con qué acusación?
—Está relacionado con un terrorista conocido. Abandonó la Secretaría de Estado del Vaticano en una situación turbia. Nadie dirá de qué se trata, pero podemos lograr que parezca bastante siniestro. También tenemos motivos para sospechar que usted tiene relaciones de simpatía con el IRA, que a menudo viene aquí a comprar armas con dinero libio. ¿Qué le parece?
—Que es una sarta de mentiras.
—Por supuesto; ¡pero será una hermosa denuncia! Y usted sabe qué complicadas pueden ser las cosas cuando se pasa a las listas de los muchachos de seguridad. En cambio puede incorporarse a nuestro simpático y exclusivo club y ayudar a resolver este asunto. Y bien, ¿qué actitud adopta, señor Neylan? ¿El orgullo herido o la ayuda a los justos?
A pesar de sí mismo, Matt Neylan se echó a reír. —¡Es la peor argumentación de ventas que he escuchado en años!… Está bien, acepto. ¿Qué desean que haga?
—Tienen reserva en el vuelo de
18
mañana. —Con su acostumbrado estilo perentorio, el hombre del Mossad recitó los detalles a Salviati y Tove Lundberg—. Aer Lingus directo a Dublín, partida 14:05 horas, llegada 16:20 hora local. La seguridad italiana se encargará de su transporte de aquí a la colonia para recoger a su hija, y de allí al aeropuerto. Las llevarán directamente al salón V.I.P., donde quedarán a cargo de los carabimen hasta la hora de la partida. El señor Matt Neylan se reunirá allí con ustedes y viajarán juntos. Los billetes les serán entregados en el aeropuerto. Les deseo buen viaje y un feliz retorno cuando se haya aclarado este asunto.
Después, se marchó, y Tove Lundberg y Sergio Salviati quedaron solos. Fue un momento extrañamente seco y vacío; todas las discusiones habían concluido, las pasiones estaban agotadas, y cada uno parecía anclado en un puerto solitario, sombrío y privado. Finalmente, Tove preguntó:
—¿Te han dicho lo que sucederá cuando me marche?
—Nada. Solamente me han informado que las cosas están llegando al punto culminante y que desean verte lejos.
—¿Y tú?
—Yo soy la persona a quienes todos desean mantener viva… ¡parece que ni siquiera los terroristas pueden prescindir de un fontanero!
—Me aterroriza más irme que permanecer aquí.
Se estremeció involuntariamente y pareció que trataba de envolverse en una capa invisible.
Salviati se arrodilló frente a ella y encerró en sus manos la cara de Tove.
—Hemos pasado momentos buenos, momentos vitales. Volveremos a tenerlos.
—Estoy segura de que será así.
—Estoy escribiendo a mis colegas europeos y norteamericanos para conseguir el mejor asesoramiento posible en relación con el futuro de Britte.
—Eso es precisamente lo que temo; estar completamente sola en un lugar extraño. Hay algo terrible en el espectáculo de toda la pasión que se acumula en ella sin que exista la más mínima esperanza de satisfacerla. Lo veo incluso en el modo de pintar… ¡Casi se diría que ataca la tela!
—Drexel la extrañará.
—Extrañará muchísimas cosas. Pero jamás se quejará. Es mucho más apasionado y orgulloso de lo que nunca imaginarías… y en su tiempo fue un hombre muy poderoso.
—Me fascina mucho más su jefe. Cada momento me pregunto qué clase de terrible mutación ha volcado sobre el mundo.
—Usas a menudo esa palabra. Yo nunca le he visto terrible.
—¿Qué estás diciéndome querida? ¿Que has conseguido extraer de él un ángel?
—No; pero hubo momentos en que casi me pareció que trataba con mi padre; tanto afecto reprimido, la compasión que nunca podía expresar en palabras. Bien, debo marcharme. El coche espera. Tengo mucho que hacer esta noche. Ahora habrá que preparar el vestuario de otoño e invierno. —Extendió las manos, acercó a la suya la cara de Salviati y la besó—. No hablemos más, amor mío. Hagamos un corte limpio. Cura más rápido. Tú me lo enseñaste.
Un instante después se había marchado, y Sergio Salviati se preguntó por qué sus ojos estaban húmedos y tenía las manos inseguras, y cómo demonios afrontaría la necesidad de instalar un triple
by—pass
a las siete de la mañana. Aún estaba tratando de dormirse cuando regresó el hombre del Mossad.
—Ha terminado la primera etapa. Los tenemos cubiertos desde ahora hasta el momento del embarque. Estamos difundiendo en Roma la noticia de que usted y Tove han roto, que ella ha partido para pasar un largo período con su familia en Dinamarca. El automóvil de Tove ha desaparecido y lo guardamos en el garaje de la embajada. Nuestra gente en Israel libera a Miriam Latif. Se la entregará sana y salva al cuidado de sus padres en Byblos. Nos ha suministrado toda la información útil que podía, y le llevará un tiempo recobrarse del lavado de cerebro. De modo que está fuera de juego, lo mismo que Tove Lundberg. Eso obliga a Asnan a concentrar los esfuerzos en su operación contra el Papa y nos deja a nosotros libres para concentrarnos en él y el grupo La Espada del Islam…
—¿Y dónde quedo yo?
—Todo esto le permite, mi estimado profesor, continuar la ficción; que Tove Lundberg ha salido de su vida y usted comienza a interesarse por otras mujeres. Lo cual, por supuesto, confirma las historias que estamos difundiendo. Por lo tanto, mientras Omar Asnan traza su estrategia para cometer el asesinato, nosotros cerraremos cada vez más la red alrededor de él y su grupo.
—Eso me parece una carrera muy peligrosa. ¿Quién retira primero el seguro de la granada?
—Puedo imaginar una metáfora más agradable —dijo el hornbre del Mossad—. Es una partida de ajedrez muy complicada. Ambos jugadores saben lo que sucede. El arte consiste en elegir el movimiento apropiado y apreciar todas sus consecuencias.
El Pontífice León ya estaba concibiendo en su mente una partida de ajedrez distinta.
Al día siguiente, sobre media tarde, volvería al Vaticano. Haría el viaje en helicóptero, cortesía de la fuerza aérea italiana. De ese modo ahorraría tiempo, evitaría riesgos y el gasto de una procesión pública desde las montañas hasta la ciudad. El secretario de Estado estaba suministrándole el informe de la situación.
—…La Espada del Islam ya está ejecutando sus planes para atentar contra la vida de Su Santidad. Estamos organizando una operación combinada de protección con el gobierno italiano y los israelíes. Usted descubrirá al regresar al Vaticano que las medidas de seguridad interna son un poco más severas. Fuera de eso, no habrá cambios perceptibles en su rutina administrativa. Hemos observado que ha designado a un nuevo secretario principal, y también que monseñor Malachy O’Rahilly se ha retirado, lo cual, si se me permite decirlo, en general ha sido considerado un paso prudente.
—Me alegro. —El tono del Pontífice era seco y formal—. Para mí, ha sido una decisión dolorosa… Como usted sabe, habrá otros cambios cuando yo regrese.
—Tal vez debamos poner inmediatamente en acción el mecanismo.
El secretario de Estado no habría podido hablar con más prudencia, y el Pontífice mostrarse más brusco.
—¿Qué mecanismo, Eminencia?
—Si Su Santidad está pensando en un Consistorio Curial —una reunión de todos los cardenales residentes en Roma— es necesario enviar avisos, y preparar y difundir una agenda. Si se trata de un Sínodo formal, se necesitan por lo menos doce meses de preparación.
—Matteo, nunca creí que fuera usted obtuso.
—Confío en que no, Santidad.
—En ese caso, hablemos claro. Mi intención no es usar esos procedimientos, que tan fácilmente pueden ser la excusa para postergar la acción. Estoy viviendo con el tiempo prestado. Me veo obligado a aprovechar cada minuto. ¡Vea! Disponemos de todas las comunicaciones modernas. A menos que nuestros balances mientan, incluso poseemos una inversión importante en las comunicaciones por satélite. Puedo comunicarme por teléfono o enviar una carta facsímil a todos los obispos principales del mundo. El contacto es inmediato. Me propongo trabajar con estos instrumentos. Mi Curia tiene alternativas sencillas: coopera conmigo o espera hasta que pueda elegir un candidato más complaciente. Estoy dispuesto a ser franco con sus miembros. Ellos tienen que serlo conmigo.
—¿Y si se le oponen?
—Los respetaré como a una oposición fiel. Tendré en cuenta sus opiniones y procederé de acuerdo con mi conciencia.
—En ese caso, retornamos al absolutismo papal, y la colegialidad sale por la ventana, ¡para bien o para mal!
—¡La Curia ya la rechaza
de facto
! —De nuevo era el ave de presa, encaramada en la rama más alta, preparada para arrojarse sobre la víctima—. La mayoría de nuestros hermanos de la Curia desea repicar y andar en la procesión. Rinden homenaje oficial a la colegialidad, al consenso de los obispos como sucesores apostólicos unidos con el Obispo de Roma. Pero, Matteo, e’sa no es la verdadera intención. Quieren lo que tienen, una oligarquía autoperpetuada que ejerce todo el poder real, ¡porque el Papa no puede alejarse ni un metro de los obstáculos que ellos levantan alrededor de él! Yo lo sé, usted lo sabe. Es un juego con reglas fijas. De modo que jugaré exactamente como está organizado. Soy el Sucesor de Pedro, el Supremo Pontífice y el Pastor. Así me llaman; por lo tanto, así procederé: con amor, porque he aprendido a amar, Matteo, pero sin temor, porque he mirado a la Hermana Muerte a la cara y he visto una sonrisa en sus labios. Deseo, deseo muchísimo que usted me entienda.
—Créame, Santidad, le entiendo, y le profeso la misma lealtad que le prometí el día que besé sus manos y ocupé el cargo de secretario de Estado.
—Además, Matteo, debo hacerle ciertas peticiones.
—Haré todo lo que esté a mi alcance para satisfacerlas; pero también yo soy lo que soy. El único arte que conozco es el arte de lo posible. Si llegase el día en que usted quisiera obligarme a jurar que lo imposible es lo posible, yo no lo haría.
—No pido más. No espero menos. Pero se lo digo francamente, temo mi vuelta a las funciones de mi cargo. Me siento como un prisionero a quien se acompaña de regreso a su celda después de unos momentos en que ha recibido la luz del sol.
Agostini le dirigió una mirada rápida y apreciativa y formuló la advertencia que ahora ya era usual:
—Santidad, Salviati le advirtió. Ésta es sólo la primera etapa de su recuperación. No debe tratar de hacer demasiado.
—No se trata de lo que haga, Matteo. La verdadera carga es lo que sé. Comprendo mejor que nadie los mecanismos de la Iglesia, y ciertamente los conozco mejor que mis dos predecesores inmediatos. Pero ése es el problema; los comprendo demasiado bien. Por una parte, la Ciudad del Vaticano es la Sede Apostólica, la Sede de Pedro; por otra, es una estructura de poder a la que siempre intentamos conferir un carácter sagrado, para justificar nuestros propios errores y excesos. Esto es propaganda, no religión. Es un truco de prestidigitación política, que a medida que pasa el tiempo impresiona cada vez menos a los fieles. ¡Míreme! ¡Mírese usted mismo! Visto el blanco de la inocencia, y usted el escarlata del príncipe. Nuestro Maestro recorría los polvorientos caminos de Palestina, dormía bajo las estrellas, predicó desde un bote pesquero. Me avergüenza lo que hemos llegado a ser y mi contribución personal a eso. Oh, sé lo que usted me dirá. No puedo degradar mi cargo. No puedo borrar dos mil años de historia. No puedo abandonar la ciudad y entregarla a los vándalos. Pero el hecho real es, Matteo, que no podemos continuar actuando como actuamos, como una hinchada burocracia movida por los celos y las intrigas. Estoy seguro de que incluso este tan demorado estudio de nuestras finanzas nos dirá lo mismo en el lenguaje del banquero. Y eso me trae de nuevo a mi primera propuesta. Me propongo actuar, no representar el papel del presidente de una sociedad de debates eclesiásticos.
—En ese caso, Santidad, permítame ofrecerle el consejo que me dio mi padre. Era coronel de los
carabinieri
. Solía decir: «Nunca apuntes a un hombre con un arma, a menos que estés dispuesto a
dispararla
. Si disparas, no yerres, porque un tiro es todo lo que tendrás».
Era la advertencia que le había hecho el abate Alexis, expresada en otros términos: «¡La pasión por la acción es lo que nos destruye a todos!». Sin embargo, el Papa no veía otro modo de romper el bloqueo que él mismo había impuesto. Práctico, no práctico, oportuno e inoportuno, éstas eran las palabras más poderosas en el léxico del gobierno de la Iglesia. Abrían las compuertas del debate eterno; podían retrasar una decisión hasta el día del juicio, con el pretexto de que su consecuencia definitiva aún no había sido explorada.
Y, sin embargo, el Pontífice comprendía muy bien lo que Agostini estaba diciéndole: cuanto mayor sea el número de interrogantes que usted deje abiertos, menor peligro de que sus propios errores queden fundidos en el bronce y se prolonguen siglos enteros. Éste le recordó otro concepto del abate Alexis: «Usted soporta la interpretación de los retóricos y los funcionarios y la traducción de los periodistas. ¡Jamás se oye su verdadera voz!». Expresó la misma idea al secretario de Estado, que respondió con una respuesta condicionada…
—Es verdad; pero ¿acaso podría hacerse de otro modo? ¿Cómo puede garantizar usted con exactitud la traducción de su italiano a todos los idiomas hablados de la tierra? Es imposible. Y con cada nuevo Pontífice tenemos la misma y antigua comedia en la prensa: «El Santo Padre es un gran lingüista. Puede decir “Dios os bendiga” en veinte idiomas»… Y entonces crece la ambición del Pontífice y empieza a chapurrear sus discursos públicos como si fueran lecciones en linguafón. ¡Su Santidad ha tenido la sensatez de conocer sus propias limitaciones!