Después de pasar por la nasa, tuvieron que recorrer unos diez kilómetros… Bueno, cómo saberlo, y además el cansancio debía estar empezando a dejarse sentir.
Llegaron a un arroyuelo que cruzaba el túnel y cuya agua era especialmente cálida y estaba cargada de azufre.
Daniel se detuvo de pronto, Le había parecido ver unas hormigas sobre una almadía vegetal moviéndose con la corriente. Se rehizo; seguro que eran las emanaciones de polvo de azufre que le provocaban alucinaciones…
Unos cientos de metros más allá, Jason pisó un material quebradizo. Dio luz. ¡Era la caja torácica de un esqueleto! Lanzó un sonoro grito. Daniel y Augusta barrieron con sus antorchas el entorno y descubrieron otros dos esqueletos, uno de ellos del tamaño de un niño, ¿Era posible que fuesen Jonathan y su familia?
Reemprendieron el camino, y pronto tuvieron que echar a correr; un sonido masivo de deslizamiento anunciaba la llegada de las ratas. El amarillo de las paredes se hacía blanco. Era cal. Agotados, llegaron por fin al final del túnel. ¡Al pie de una escalera de caracol que subía!
Augusta disparó sus dos últimas balas hacia las ratas y luego se lanzaron escaleras arriba. Jason aún tuvo la presencia de ánimo suficiente para observar que giraba a la inversa que la primera, es decir que tanto la subida como la bajada se realizaban dando vuelta en el sentido de las agujas del reloj.
La noticia causa sensación. Una belokaniana acaba de llegar a la ciudad. Dicen que debe de ser una embajadora de la Federación, llegada para anunciar la vinculación oficial de Chli-pu-kan como sexagésimo quinta ciudad.
Chli-pu-ni se siente menos optimista que sus hijas. Desconfía de la recién llegada. ¿Y si fuese una guerrera con olor de roca enviada desde Bel-o-kan para infiltrarse en la Ciudad de la reina subversiva?
¿Cómo
es?
Sobre todo se encuentra muy cansada. Ha debido de correr desde Bel-o-kan para hacer el trayecto en unos días.
Son las pastoras las que la han visto errando por los alrededores. En ese momento mismo no había emitido nada, y la habían llevado directamente a la sala de las hormigas cisternas para que se recuperase.
Hacedla venir aquí, quiero hablar con ella a solas, pero quiero que haya una guardiana en la entrada de los aposentos reales dispuesta a intervenir en cuanto dé la señal.
Chli-pu-ni siempre ha deseado tener noticias de su ciudad natal, pero ahora que ha llegado una representante, la primera idea que se le ocurre es considerarla una espía y matarla. Esperará a verla, pero si descubre la menor molécula de olor de roca, hará que la ejecuten sin pensarlo dos veces.
Le llevan a la belokaniana. En cuanto se reconocen, las dos hormigas saltan una sobre la otra, con las mandíbulas abiertas de par en par, y se entregan… a la más untuosa trofalaxia. La emoción es tan intensa que no consiguen emitir, Chli-pu-ni lanza la primera feromona.
¿En qué punto está la investigación? ¿Han sido las termitas?
La 103.683 cuenta que ha cruzado el río del Este y visitado la ciudad termita; que ésta ha sido destruida y que no queda un solo superviviente.
Entonces, ¿qué hay detrás de todo esto?
Los verdaderos responsables de todos esos acontecimientos incomprensibles, según la guerrera, son los Guardianes del borde oriental del mundo. Unos animales tan extraños que no se les ve ni se les siente. De forma súbita, caen del cielo y todo el mundo muere.
Chli-pu-ni la escucha con atención. Sin embargo, queda sin explicación un elemento, añade la 103.683: ¿cómo han podido los Guardianes del fin del mundo utilizar a las soldados con olor de roca?
Chli-pu-ni tiene sus propias ideas al respecto. Cuenta que las soldados con olor de roca no son espías ni mercenarias, sino una fuerza clandestina encargada de vigilar el nivel de tensión del organismo Ciudad. Ahogan cualquier información que pudiera angustiar a la Ciudad… Y cuenta que unas asesinas trataron de matarla a ella misma.
¿Y las reservas de alimentos que había bajo la roca de cimentación? ¿Y el pasadizo abierto en el granito?
Para eso Chli-pu-ni no tiene respuesta. Precisamente ha enviado embajadoras espías para que traten de resolver ese doble enigma.
La joven reina le propone a su amiga una visita a la Ciudad. Por el camino le explica las formidables posibilidades del agua. Por ejemplo, el río del Este siempre se ha considerado mortal, pero no es más que agua; la reina cayó en él y no murió. Quizá un día se pueda bajar por ese río con almadías de hojas y descubrir el extremo septentrional del mundo. Chli-pu-ni se exalta: no cabe duda de que existen Guardianes en el extremo oriental.
La 103.683 no puede menos que observar que Chli-pu-ni desborda de proyectos audaces. No todos son realizables, pero lo que se ha realizado ya es impresionante: la soldado nunca había visto criaderos de hongos ni establos tan amplios, ni nunca había visto almadías flotando en los canales subterráneos…
Pero lo que más les sorprende es la última feromona de la reina.
Ésta dice que si sus embajadoras no han vuelto dentro de quince días, declarará la guerra a Bel-o-kan. Según dice, la ciudad natal ya no está adaptada a este mundo. La simple presencia de las guerreras con olor de roca demuestra que es una ciudad que ya no aborda de frente la realidad. Es una ciudad tan timorata como un caracol. Antaño había sido revolucionaria, y ahora está superada. Hace falta un relevo. Aquí, en Chli-pu-kan, las hormigas progresan mucho más de prisa. Chli-pu-ni considera que, si ella se pone al frente de la Federación, podría hacer que evolucionase con rapidez. Con las sesenta y cinco ciudades federadas, sus iniciativas se verían decuplicadas. Ya está pensando en conquistar el curso de agua y en formar una legión volante utilizando coleópteros rinocerontes.
La 103.683 duda. Tenía la intención de regresar a Bel-o-kan y contar allí su idea, pero Chli-pu-ni le pide que renuncie a ese propósito.
Bel-o-kan ha formado una legión para «no saber», no la obligues a reconocer lo que no quiere reconocer.
La coronación de la escalera de caracol se prolonga en unos peldaños de aluminio. Y ésos no son del Renacimiento. Llevan hasta una puerta blanca, en la que hay otra inscripción más:
«Y llegué junto a un muro construido con cristales y rodeado de lenguas de fuego. Y empecé a sentir miedo.
»Luego entré en las lenguas de fuego hasta llegar a una gran morada construida con cristales.
»Y las paredes de esa morada eran como una ola de cristal que formaba un damero y sus cimientos eran de cristal.
»Su techo era como el camino de las estrellas.
»Y entre ellos habían símbolos de fuego.
»Y su cielo era claro como el agua» (Enoch, I).
Pasan por la puerta, suben por un corredor muy pendiente. Y el suelo se hunde de repente bajo sus pies… Su caída es larga, tanto que el momento de sentir miedo ya ha pasado y tienen la sensación de volar. ¡Están volando!
Su caída queda amortiguada por una red de trapecista, una red enorme y de apretada malla. Tantean a gatas en la oscuridad. Jason Bragel identifica otra puerta… esta vez sin código ninguno, sólo con un pomo. Llama a sus compañeros en voz baja. Luego, abre.
Anciano:
en África se llora más la muerte de un anciano que la de un recién nacido. El anciano suponía un gran cúmulo de experiencia que podía aprovechar al resto de la tribu, mientras que el recién nacido, al no haber vivido, ni siquiera puede tener conciencia de su propia muerte.
En Europa se llora al recién nacido ya que se dice que seguramente hubiese podido hacer cosas fabulosas si hubiese vivido. Por el contrario, se presta poca atención a la muerte del anciano. Este, en todo caso, ya ha disfrutado de la vida.
Edmond Wells
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Una luminosidad azul baña el lugar.
Es un templo sin imagen, sin estatuas.
Augusta vuelve a pensar en las palabras del profesor Leduc. Es seguro que los protestantes debieron de refugiarse aquí, cuando las persecuciones eran demasiado encarnizadas.
Bajo las amplias bóvedas de piedra tallada la sala aparece amplia, rotunda y muy hermosa. El único elemento decorativo es un pequeño órgano de la época, situado en medio. Ante el órgano hay un atril sobre el que se encuentra una gruesa carpeta.
Las paredes están cubiertas de inscripciones; muchas de ellas, incluso para ojos de profano, parecen más próximas a la magia negra que a la magia blanca. Leduc estaba en lo cierto, las sectas debieron sucederse en este refugio subterráneo. Y antaño no debieron existir ni la pared pivotante, ni la nasa ni la trampa…
Se oye entonces un susurro, como el del fluir del agua. No ven de inmediato de dónde procede. La luz azulada llega desde la derecha. Hay ahí una especie de laboratorio, lleno de ordenadores y probetas. Todas las máquinas están en funcionamiento; son las pantallas de los ordenadores lo que produce el halo que ilumina el templo.
—Os intriga todo esto, ¿verdad?
Se miran entre sí. Pero ninguno de ellos ha hablado. Una lámpara se enciende en el techo.
Se vuelven. Jonathan Wells, con una bata blanca, se dirige hacia ellos. Ha entrado por una puerta situada en el templo, en el lado contrario del laboratorio.
—Hola, abuela Augusta. Hola, Jason Bragel. Hola, Daniel Rosenfeld.
Los tres interpelados están atónitos y no se sienten capaces de contestar. ¡Así que no había muerto! ¡Y estaba viviendo ahí!
¿Cómo se puede vivir aquí? No saben por dónde empezar a preguntar.
—Bienvenidos a nuestra pequeña comunidad.
—¿Dónde estamos?
—Esto es un templo protestante que construyó Jean Androuet Du Cerceau a principios del siglo XVII. Androuet se hizo famoso con la construcción de Sully, en la calle Saint Antoine de París, pero a mí me parece que este templo es su obra maestra. Hay kilómetros de túnel excavado en la roca. Ya han podido darse cuenta de que hay aire a lo largo de todo el camino. Debió construir chimeneas, o supo cómo utilizar las bolsas de aire de las galerías naturales. No nos es posible comprender cómo pudo hacerlo. Y no es eso todo; no sólo hay aire, sino también agua. Sin duda han visto los arroyos que cruzan ciertas secciones del túnel. Miren, uno de ellos desemboca aquí.
Y muestra el origen del permanente susurro, una fuente esculpida situada detrás del órgano.
—A lo largo del tiempo mucha gente se retiró aquí en busca de la paz y de la serenidad necesarias para realizar cosas que exigían, digamos… mucha atención. Mi tío Edmond había descubierto en un antiguo logogrifo la existencia de esta madriguera, y aquí es donde trabajaba.
Jonathan se acerca un poco más. Una dulzura y un aire distendido poco comunes emanan de su persona. Augusta está muy sorprendida.
—Pero deben de estar extenuados. Síganme.
Empuja la puerta por la que ha aparecido un momento antes y les lleva a una estancia donde hay muchos asientos dispuestos en circulo.
—¡Lucie! —llama. ¡Tenemos visita!
—¡Lucie! ¿Está contigo? —exclama feliz Augusta.
—¿Cuántos son ustedes aquí? —pregunta Daniel.
—Hasta ahora éramos dieciocho: Lucie, Nicolás, los ocho bomberos, el inspector, los cinco policías, el comisario y yo. Pronto podrán verles. Perdónenme, pero para nuestra comunidad son ahora las cuatro de la madrugada y todo el mundo está durmiendo. Sólo a mí me ha despertado su llegada. Qué han estado ustedes haciendo para armar tanto jaleo en los corredores…
Lucie aparece, también ella en bata.
Se adelanta hacia ellos sonriendo y les besa a los tres. A su espalda, unas formas en pijama asoman la cabeza por el marco de una puerta para ver a los «recién llegados».
Jonathan toma una garrafa de la fuente y unos cuantos vasos.
—Les dejaremos un momento para vestirnos y arreglarnos. Recibimos a todos los nuevos con una pequeña celebración, pero no sabíamos que aparecerían ustedes en plena noche… Hasta ahora.
Augusta, Jason y Daniel no se mueven. Es tan enorme toda esa historia. Daniel se pellizca el antebrazo. Augusta y Jason encuentran que la idea es excelente y también lo hacen. Pero no, la realidad va a veces más allá que el sueño. Se miran, deliciosamente perplejos, y sonríen.
Unos minutos después están todos reunidos, sentados en divanes. Augusta, Jason y Daniel se han recuperado y están ahora ávidos de información.
—Hace un momento hablaba usted de chimeneas. ¿Estamos lejos de la superficie?
—No. Tres o cuatro metros como mucho.
—Entonces, ¿se puede salir al aire libre?
—No, no. Jean Androuet Du Cerceau situó y construyó este templo justo bajo una inmensa roca plana de una solidez a toda prueba, de puro granito.
—Sin embargo, está horadada por un agujero del tamaño de un brazo —completa Lucie. Ese agujero se utilizaba como conducto para la ventilación.
—¿Se utilizaba?
—Sí. Ahora se dedica a otro uso. No es nada grave; hay otras chimeneas laterales para la ventilación. Ya ven que aquí no se siente ahogo ninguno…
—Y ¿no se puede salir?
—No. Al menos no por arriba.
Jason parece muy preocupado.
—Pero, Jonathan, ¿por qué hiciste entonces esa pared pivotante, esa nasa, ese suelo que cae…? ¡Estamos completamente bloqueados en este lugar!
—De eso se trata, precisamente. Todo eso me ha exigido muchos medios y esfuerzo. Pero era necesario. Cuando llegué por primera vez a este templo, tropecé con el atril. Además de la
Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
encontré una carta de mi tío dirigida a mi personalmente. Aquí está.
Entonces pudieron leer:
«Querido Jonathan:
»Has decidido bajar a pesar de mi advertencia. Eres, pues, más valiente de lo que creía. Según mi opinión, había una posibilidad entre cinco de que lo consiguieses. Tu madre me había hablado de tu fobia a la oscuridad. Si estás aquí es porque has conseguido, entre otras cosas, superar esa desventaja y tu voluntad se ha fortalecido. Es algo que necesitaremos.
«Encontrarás en esta carpeta la
Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
que en el momento en que redacto estas palabras tiene 288 capítulos que hablan de mis trabajos. Deseo que tú los continúes; vale la pena.
»Lo esencial de estas investigaciones se relaciona con la civilización hormiga. Bien, ya lo leerás y lo comprenderás. Pero en primer lugar he de pedirte algo muy importante. En el momento en que has llegado aquí aún no he tenido tiempo para levantar las defensas (si lo hubiese conseguido no hubieses encontrado esta carta redactada en estos términos) para proteger mi secreto.