»Te pido que las levantes tú. Ya he hecho algunos esquemas, pero creo que tú podrás mejorar mis sugerencias, ya que tienes tus propios conocimientos. El objetivo de esos mecanismos es sencillo. Es necesario que la gente no pueda entrar con facilidad hasta mi escondite, y que los que lo consigan no puedan ya nunca dar media vuelta para contar lo que encuentren.
«Espero que lo consigas, y que este lugar te entregue tantas "riquezas" como a mí me ha proporcionado.
Edmond
—Jonathan aceptó el envite —explicó Lucie. Levantó todas las trampas previstas, y ya han podido ustedes comprobar que funcionan.
—¿Y los cadáveres? ¿Son de la gente que murió víctima de las ratas?
—No. —Jonathan sonrió—. Les aseguro que no ha habido ninguna muerte en este subterráneo desde que Edmond se estableció en él. Los cadáveres que han visto son de hace cincuenta años por lo menos. Desconocemos qué dramas se desarrollaron aquí en esa época. Alguna secta…
—Pero, entonces, ¿nunca más podremos volver arriba? —preguntó Jason, inquieto.
—Nunca.
—Habría que llegar hasta el agujero que hay encima de la red, a ocho metros de altura, pasar por la nasa en sentido contrario, lo que es imposible, y no tenemos ningún material que pueda fundirla, y luego pasar al otro lado del muro, y Jonathan no ha previsto un sistema de apertura que se pueda accionar desde este lado.
—Sin mencionar las ratas…
—¿Cómo te las arreglaste para llevar las ratas ahí abajo? —preguntó Daniel.
—Eso se le ocurrió a Edmond. Instaló a una pareja de ratas,
Rattus norvegicus,
especialmente grandes y agresivas, en una anfractuosidad de la roca, con una gran reserva de alimentos. Sabía que eso era una bomba de relojería. Cuando las ratas están bien alimentadas se reproducen a un ritmo exponencial. Seis crías cada mes, que a su vez están dispuestas para procrear al cabo de dos semanas… Para protegerse, mi tío utilizaba un pulverizador de feromonas de agresión insoportable para los roedores.
—¿Entonces fueron las ratas las que mataron a Ouarzazate? —preguntó Augusta.
—Desgraciadamente, sí. Y Jonathan no había previsto que las ratas que pasasen al otro lado del «muro de la pirámide» se volverían aún más feroces.
—Un compañero nuestro, que ya sufría de fobia contra las ratas, se descompuso por completo cuando una de esas grandes alimañas le saltó a la cara y le arrancó un trozo de nariz. Subió inmediatamente; el muro de la pirámide no había tenido tiempo de volver a cerrarse. ¿Tienen ustedes noticias suyas de la superficie? —preguntó uno de los policías.
—Oí decir que se había vuelto loco y que le habían encerrado en un asilo —respondió Augusta. Pero sólo son habladurías.
Y la señora va a tomar un vaso de agua, pero se da cuenta de que encima de la mesa hay un montón de hormigas. Lanza un grito y, de forma instintiva, las barre con el dorso de la mano. Jonathan salta, agarrándola por la muñeca. Su mirada dura contrasta con la extrema serenidad que había reinado hasta ese momento en el grupo. Y su antiguo tic de la boca, del que parecía curado, reaparece. —No hagas eso… nunca más.
Sola en sus aposentos, Belo-kiu-kiuni devora distraídamente un montón de sus propios huevos; su alimento preferido, a fin de cuentas.
Sabe que esa tal 801 es algo más que una embajadora de la nueva ciudad. La 56, o más bien la reina Chli-pu-ni, ya que así quiere llamarse, la ha enviado para seguir la investigación.
Pero no tiene por qué preocuparse, sus guerreras con perfume de rocas acabarán con ella sin problemas. Especialmente la coja está muy bien dotada para aliviar a la gente del peso de la vida. Es toda una artista.
Sin embargo, es la cuarta vez que Chli-pu-ni le envía embajadoras demasiado curiosas. Las primeras murieron antes incluso de descubrir la sala de la lomechuse. Las segundas y las terceras sucumbieron a las sustancias alucinógenas del coleóptero envenenado. Y esta 801 ha ido abajo apenas terminada la entrevista con la madre. Decididamente, cada vez están más impacientes por morir. Y también cada vez llegan más abajo en la Ciudad. ¿Y si una de ellas consiguiese a pesar de todo encontrar el pasadizo? ¿Y si descubriese el secreto? ¿Y si extendiese el efluvio…?
El Nido no lo comprendería. Las guerreras antitensión tendrían pocas posibilidades de silenciar a tiempo la información. Y ¿cómo reaccionarían sus hijas?
Una guerrera con olor de rocas entra precipitadamente.
La espía ha conseguido vencer a la lomechuse. Ahora esta abajo.
Ya está, algún día tenía que ocurrir…
666
es el nombre de la bestia (Apocalipsis según san Juan).
Pero ¿quién será la bestia, y para quién?
Edmond Wells
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Jonathan suelta la muñeca de su abuela. Antes de que se cree una atmósfera desagradable, Daniel lleva la atención a otras cosas.
—Y ese laboratorio de la entrada, ¿para qué sirve?
—Es la Piedra de Rosetta. Todos nuestros esfuerzos sólo están al servicio de una ambición: comunicar con ellas.
—Ellas… ¿Quiénes son ellas?
—Las hormigas. Vengan conmigo.
Salen del salón para dirigirse al laboratorio. Jonathan, visiblemente a sus anchas en su papel de continuador de la tarea de Edmond, toma una probeta llena de hormigas y la levanta a la altura de los ojos.
—Miren. Son seres, seres completos… No sólo unos pequeños insectos sin valor ninguno. Eso lo comprendió mi tío inmediatamente… Las hormigas han creado la segunda civilización de la Tierra. El tío Edmond es una especie de Cristóbal Colón que ha descubierto otro continente entre los dedos de nuestros pies. Ha sido el primero en comprender que antes que buscar extraterrestres en los confines del espacio, era mejor establecer en primer lugar una relación con los… intraterrestres.
Nadie dice nada. Augusta lo recuerda. Un día, cuando Jonathan no había aún nacido, estaba paseando por el bosque de Fontainebleau y de repente sintió que unos cuerpos mínimos crujían bajo las suelas de sus zapatos. Acaba de pisar un grupo de hormigas. Se inclinó a ver. Todas habían muerto, pero allí había algo enigmático. Estaban alineadas como para formar una flecha con la punta al revés…
Jonathan ha devuelto la probeta a su lugar, y vuelve a su exposición.
—Cuando volvió de África, Edmond encontró este edificio, con el subterráneo, y también el templo. Era el lugar ideal, y entonces instaló aquí su laboratorio… La primera etapa de sus investigaciones consistió en descodificar las feromonas del diálogo de las hormigas. Utilizó un espectrómetro de masas. Como su nombre indica, esta máquina proporciona el espectro de una masa, descompone un material cualquiera enumerando los átomos que lo componen… He leído las notas de mi tío. Al principio, colocaba a sus hormigas cobayas bajo una campana de vidrio conectada mediante un tubo aspirador a un espectrómetro de masas. Ponía la hormiga en contacto con un trozo de manzana, y ésta encontraba a otra hormiga y finalmente le decía: «Por ahí hay manzana». Bien, ésta es la hipótesis inicial. El tío Edmond aspiraba las feromonas emitidas, las descodificaba y eso le llevaba a una fórmula química… «Hay manzana en el norte» se dice, por ejemplo: «metil-4 metilpirrol-2 carboxilato». Las cantidades son ínfimas, del orden de los 2 o 3 picogramos (1012) cada frase… Pero era suficiente. Así se podía decir «manzana» y «al norte». Prosiguió el experimento con multitud de objetos, alimentos y situaciones. Así consiguió un auténtico diccionario de nuestro idioma al idioma hormiga. Después de averiguar el nombre de un centenar de frutos, de unas treinta flores, de unas diez direcciones, consiguió las feromonas de alerta, las feromonas de defensa, de placer, de descripción; también encontró elementos sexuados de los que aprendió cómo expresar las «emociones abstractas» del séptimo segmento antenar… Sin embargo, saber cómo «escuchar» no le bastaba. Ahora quería hablar, establecer un verdadero diálogo.
—¡Prodigioso! —no pudo menos que murmurar el profesor Daniel Rosenfeld.
—Empezó por establecer la correspondencia entre cada fórmula química y un sonido silábico. Metil-4 metilpirrol-2 carboxilato se diría, por ejemplo, MT4MTP2CX, y así Mítica-mitipicixu. Y finalmente lo llevó a la memoria del ordenador: miticamitipi = manzana; y dicixu = al norte. El ordenador traduce en los dos sentidos. Cuando le llega «dicixu» traduce textualmente «al norte», y cuando se teclea «al norte» transforma esta frase en «dicixu», lo que desencadena la emisión de carboxilato a través de este aparato emisor…
—¿Un aparato emisor?
—Si. Es esta máquina.
Y señala una especie de biblioteca compuesta por miles de ampollas, cada una de ellas terminada en un tubo, que a su vez está conectado a una bomba eléctrica.
—Los átomos que hay en cada ampolla son aspirados por esta bomba, luego se proyectan a este aparato, que los selecciona y mide en la dosis indicada por el diccionario informático.
—Extraordinario —repite Daniel Rosenfeld, absolutamente extraordinario. ¿Y llegó a dialogar verdaderamente?
—Bien… En este punto será mejor que les lea sus notas de la
Enciclopedia…
Extractos de conversación:
Extracto de la primera conversación:
con una
Fórmica rufa
del tipo guerrera.
Humano:
¿Me recibes?
Hormiga:
rrrrrr.
Humano:
Estoy emitiendo. ¿Me recibes?
Hormiga:
rrrrrrrrr. Socorro.
(Nota: se han introducido muchas modificaciones. En particular, las emisiones eran demasiado poderosas y asfixiaban al sujeto. Hay que dejar el botón de reglaje en el 1). (Por el contrario, el botón de reglaje de recepción hay que llevarlo a 10 para que no se pierda ni una molécula).
Humano:
¿Me recibes?
Hormiga:
bbugggu.
Humano:
Estoy emitiendo. ¿Me recibes?
Hormiga:
zggugggu. Socorro. Estoy encerrada.
Extracto de la tercera conversación.
(Nota: el vocabulario se ha ampliado con ochenta palabras más. La emisión era aún demasiado fuerte. Nuevo reglaje, el botón ha de estar situado muy cerca del cero).
Hormiga:
¿Qué?
Humano:
¿Qué dices?
Hormiga:
No entiendo nada. ¡Socorro!
Humano:
Hablemos más despacio.
Hormiga:
¡Emites demasiado fuerte. Mis antenas están saturadas. ¡Socorro! Estoy encerrada.
Humano:
¿Está bien así?
Hormiga:
No, ¿es que no sabes dialogar?
Humano:
Bueno…
Hormiga:
¿Quién eres?
Humano:
Soy un gran animal. Me llamo Edmond. Soy un ser humano.
Hormiga:
¿Qué dices? No entiendo nada. ¡Socorro! ¡Ayudadme! ¡Estoy encerrada!
(Nota: como consecuencia de este diálogo el sujeto murió al cabo de los cinco segundos siguientes. ¿Serán todavía las emisiones demasiado tóxicas. ¿Ha sentido miedo?)
Jonathan interrumpió la lectura.
—Como ven, no es sencillo. Acumular vocabulario no basta para hablar con ellas. Por otra parte, el lenguaje hormiga no funciona como el nuestro. No existen sólo las emisiones de diálogo propiamente dichas y que se perciben, también hay emisiones enviadas por los otros once segmentos antenares. Éstos dan la identificación del individuo, sus preocupaciones, su psiquismo… Una especie de estado de ánimo global que es necesario conocer para la buena comprensión interindividual. Por esto tuvo Edmond que abandonar. Les leeré sus notas.
¡Qué estúpido soy!
Aunque los extraterrestres existiesen no podríamos entenderles. Estoy seguro de que nuestras referencias no pueden ser las mismas. Llegaríamos con la mano tendida, y eso quizá significaría para ellos un gesto de amenaza.
No conseguimos siquiera comprender a los japoneses con su suicidio ritual, o a los indios con sus castas. Ni siquiera llegamos a comprendernos entre seres humanos…
¡Cómo he podido tener la vanidad de comprender a las hormigas!
La 801 ya no tiene más que un muñón de abdomen. Aunque ha podido matar a la lomechuse, esa lucha contra las guerreras con olor de roca en los criaderos de setas la ha dejado muy mermada. Lo mismo da, o incluso tanto mejor: sin abdomen es más ligera.
Toma por el largo pasadizo excavado en el granito. ¿Cómo unas mandíbulas de hormiga han podido hacer ese túnel?
Yendo hacía abajo descubre lo que Chli-pu-ni le había dicho: una sala llena de grandes cantidades de alimentos. Apenas ha dado unos pasos en esta sala cuando encuentra otra puerta, pasa por ella y se encuentra en seguida en otra ciudad, ¡una ciudad completa con olor de roca! Una ciudad debajo de la Ciudad.
—Entonces, ¿fracasó?
—Estuvo mucho tiempo dándole vueltas a este fracaso. Creía que no había solución, que su etnocentrismo le había cegado. Y luego fueron las molestias lo que le despertó. Su vieja misantropía fue el factor desencadenante.
—¿Qué ocurrió?
—Como recuerda, profesor, me dijo usted que trabajaba en una empresa, la «Sweet Milk Corporation», y que tenía dificultades de relación con sus colegas.
—Así es.
—Uno de sus superiores había estado registrando su mesa de trabajo. Pues ese superior no era otro que el señor Leduc, el hermano del profesor Leduc.
—¿El entomólogo?
—El mismo.
—Es increíble… Fue a visitarme; pretendía ser un amigo de Edmond. Y bajó.
—¿Que bajó a la bodega?
—No te preocupes, no fue muy lejos. No pudo pasar del muro de la pirámide. Y entonces volvió a subir.
—También habló con Nicolás intentando echarle la mano encima a la
Enciclopedia.
Bien…, pues Marc Leduc había observado que Edmond trabajaba con pasión en los croquis de las máquinas, que eran los primeros bocetos de la Piedra de Rosetta. Consiguió abrir el armario de la oficina de Edmond y tropezó con una carpeta, la
Enciclopedia del saber relativo
y
absoluto.
Ahí encontró todos los planos de la primera máquina para comunicarse con las hormigas. Cuando comprendió cómo se utilizaba esta máquina (y había allí las suficientes anotaciones como para que lo comprendiese), habló de ello con su hermano. Éste, evidentemente, se mostró muy interesado, e inmediatamente le pidió que robase los documentos… Pero Edmond se había dado cuenta de que habían registrado su despacho, y para proteger sus cosas de un nuevo intento, dejó cuatro avispas de la clase de las icneumón en el cajón. Cuando Marc Leduc volvió a la carga, los insectos le picaron. Esos insectos tienen la mala costumbre de depositar sus feroces larvas en el cuerpo que han aguijoneado. Así, al día siguiente, Edmond vio las huellas de las picaduras y pensó en desenmascarar públicamente al culpable. Y ustedes ya conocen lo que sigue. Fue Edmond el despedido.