Sólo con el décimo cambia la reina de estrategia. Sus nuevos son grises ahora y del tamaño de sus globos oculares. Chi-pu-ni pone tres de esas características, se come uno y deja que vivan los otros dos, calentándolos bajo su cuerpo.
Mientras sigue poniendo huevos, esos dos afortunados se metamorfosean en largas larvas cuyas cabezas quedan inmóviles en extraño gesto. Y ya empiezan a gemir reclamando alimento. La aritmética se complica. De tres huevos que pone, necesita uno para ella misma y los otros son para alimentar a las larvas.
Así es como, funcionando las cosas en circuito cerrado, se consigue producir algo a partir de nada. Cuando una larva es lo bastante grande, le da de comer otra larva. Éste es el único medio de darle las proteínas necesarias para su transformación en una verdadera hormiga.
Pero la larva superviviente está siempre hambrienta. Se contorsiona y grita. El festín de sus hermanas no llega a saciarla. Finalmente, Chli-pu-ni se come esta primera tentativa de vástago.
Tengo que conseguirlo, tengo que conseguirlo,
se dice y se repite. Piensa en el macho 327 y pone de una vez cinco huevos mucho más claros. Ingurgita dos de ellos y deja los otros tres para que se desarrollen.
Así, de infanticidio en alumbramiento, se produce el relevo vital. Tres pasos adelante, dos atrás. Una cruel gimnasia que acaba desembocando en un primer prototipo de hormiga completa.
El insecto es muy pequeño y más bien débil, ya que está subalimentado. Pero la hembra ha conseguido su primer chlipukaniano. La carrera caníbal por la existencia de su ciudad está ya ganada a medias. Esa obrera degenerada puede en efecto moverse y traer víveres del mundo exterior: cadáveres de insectos, grano, hojas, setas… Y eso es lo que hace.
Chli-pu-ni, por fin normalmente alimentada, da nacimiento a dos huevos mucho más claros, bastante más duros. Las sólidas cáscaras protegen a los huevos del frío. Las larvas son de un tamaño razonable. Los vástagos eclosionados de esta nueva generación son grandes y corpulentos. Formarán la base de la población de Chli-pu-kan.
En cuanto a la primera obrera tarada que hizo que la ponedora se alimentase, pronto muere devorada por sus hermanas. Y después de eso, todas las muertes, todos los dolores que han preludiado la creación de la Ciudad quedan olvidados.
Chli-pu-kan acaba de nacer.
Mosquito:
el mosquito es el insecto que de mejor gana pelea con el ser humano. Cualquiera de nosotros se ha visto un día en pijama encima de la cama, con una zapatilla en la mano, mirando el techo inmaculado.
Incomprensión. Ya que lo que uno se rasca no es otra cosa que la saliva desinfectante de su trompa. Sin esta saliva, cualquier picadura podría infectarse. E incluso el mosquito toma siempre la precaución de no picar si no es entre dos puntos de percepción del dolor.
Haciendo frente al hombre, la estrategia del mosquito ha evolucionado. Ha aprendido a ser más rápido, más discreto, más rápido en el despegue. Cada vez se hace más difícil descubrirlo. Algunos audaces de la última generación no vacilan en esconderse bajo la almohada de su víctima. Han descubierto el principio de la
Carta robada
de Edgar Alan Poe: el mejor escondrijo es el que salta a los ojos, ya que siempre se piensa en ir a buscar más lejos lo que está muy cerca.
Edmond Wells
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
La abuela Augusta contempló sus maletas ya dispuestas. Mañana iba a mudarse a la calle de los Sybarites. Parecía increíble, pero Edmond se había planteado la desaparición de Jonathan y había dejado escrito en su testamento que «si Jonathan muere o desaparece, quisiera que fuese Augusta Wells, mi madre, quien fuese a ocupar mi apartamento. Y si también ella llegase a desaparecer, o si rechazase este legado, quisiera que fuese Pierre Rosenfeld quien heredase el lugar; y si este último renunciase o desapareciese, Jason Bragel podría ir a vivir…»
Hay que reconocer, a la luz de los recientes acontecimientos, que Edmond no se había equivocado al prever por lo menos cuatro herederos. Pero Augusta no era supersticiosa y pensaba que, además, aunque Edmond fuese un misántropo no tenía motivo ninguno para desear la muerte de su sobrino ni de su madre. Y en cuanto a Jason Bragel, éste había sido su mejor amigo.
Una curiosa idea se manifestó en su fuero íntimo. Parecía como si Edmond hubiese tratado de controlar el futuro, como si… todo empezase después de su muerte.
Hace días que caminan hacia la salida del sol. La salud de la 4.000 se va deteriorando cada vez más pero la vieja guerrera sigue adelante sin queja. Verdaderamente, es de un valor y de una curiosidad a toda prueba.
Una tarde, ya a última hora, cuando están escalando el tronco de un avellano, se ven repentinamente rodeadas por otras hormigas rojas. Una vez más esos animalitos del Sur que han salido a conocer el país. Su cuerpo alargado tiene un aguijón venenoso del que todo el mundo sabe que el menor contacto provoca una muerte instantánea. Las dos exploradoras quisieran ahora estar en cualquier otra parte.
Descontando algunas mercenarias degeneradas, la 103.683 aún no ha visto nunca hormigas rojas con aguijón en el gran Exterior. Decididamente, vale la pena descubrir las tierras del Este.
Agitación de antenas. Las hormigas rojas pueden comunicarse en la misma lengua que las belokanianas.
No tenéis las feromonas pasaportes adecuadas. ¡Fuera! Éste es nuestro territorio.
Las dos exploradoras responden que sólo están de paso y que quieren ir al fin del mundo oriental. Las hormigas con aguijón deliberan.
Han reconocido a las otras dos como pertenecientes a la federación de las rojas. Y puede que la Federación esté lejos, pero es poderosa (65 ciudades antes de la última enjambrazón) y la reputación de sus ejércitos ha cruzado el río del oeste. Quizá sea mejor no buscar pretextos para un conflicto. Un día, fatalmente, unas rojas con aguijón, que son una especie migratoria, se verán obligadas a pasar por los territorios federados.
Los movimientos de las antenas se sosiegan progresivamente. Es el momento de establecer un resumen de lo discutido. Una roja transmite el parecer del grupo:
Podéis pasar aquí una noche. Estamos dispuestas a indicaros el camino del fin del mundo, e incluso a acompañaros hasta allí. A cambio, nos dejaréis algunas de vuestras feromonas de identificación.
Es un trato equitativo. La 103.683 y la 4.000 saben que al hacer entrega de sus feromonas están entregándoles a las otras un precioso salvoconducto para todos los vastos territorios de la Federación. Pero poder ir al fin del mundo y regresar es algo que no tiene precio…
Sus anfitrionas las guían hacia el campamento, situado unas ramas más arriba. No se parece a nada conocido. Las hormigas rojas con aguijón, que son tejedoras y costureras, han hecho su nido provisional cosiendo borde con borde tres grandes hojas de avellano. Una de ellas sirve como base y las otras dos como muros laterales.
La 103.683 y la 4.000 observan a un grupo de tejedoras, ocupadas en cerrar el «techo» antes de que se haga de noche. Seleccionan la hoja de avellano que hará de cielorraso, para unir esta hoja con las otras tres, forman una escala viviente con decenas de obreras subidas unas encima de otras hasta formar un montículo capaz de llegar hasta la hoja cielorraso.
El montón se viene abajo muchas veces. Hay que llegar demasiado alto.
Entonces, cambian de método. Un grupo de obreras se iza hasta la hoja cielorraso, formando una cadena que se agarra al extremo del vegetal, pendiendo de él. La cadena baja y baja para unirse a la escala viviente que sigue situada abajo. Pero todavía queda demasiado lejos, aunque la cadena esté lastrada en su extremo por un grupo de hormigas.
Casi lo han conseguido. El tallo de la hoja se ha doblado. Sólo faltan unos pocos centímetros hacia la derecha. Las hormigas de la cadena imprimen un movimiento de péndulo para reducir la separación. Al final de cada balanceo la cadena se estira, parece a punto de romperse, pero aguanta bien. Por fin, las mandíbulas de las acróbatas de arriba y de abajo se encuentran.
Segunda maniobra. La cadena se encoge. Las obreras de en medio, con mil precauciones, salen de la fila, suben a hombros de sus colegas, y todo el mundo tira para acercar las dos hojas. La hoja cielorraso baja poco a poco, extendiendo su sombra sobre el suelo.
Pero, aunque la caja tiene ya su cubierta, ahora hay que dejarla sellada. Una vieja hormiga se introduce en el interior de un recinto y vuelve a salir con una gran larva. Ése es el instrumento para la operación de tejido.
Se ajustan los bordes paralelamente y se mantienen en contacto. Luego llevan ahí la larva fresca. La desdichada estaba haciéndose el capullo para operar su muda con toda tranquilidad, pero no se le deja elección. Una obrera coge un hilo de dentro de esta pelota y empieza a devanar. Pega con un poco de saliva la extremidad a una hoja y le pasa a continuación el capullo a su vecina.
La larva, al sentir que le quitan su hilo, produce otro para compensar. Cuanto más la desnudan, más frío tiene y más hilo segrega. Las obreras lo aprovechan. Se pasan la semilla viviente de mandíbula en mandíbula, sin ahorrar hilo. Cuando la larva muere, agotada, cogen otra. Así se sacrifican diez larvas para realizar esta obra.
Acaban cerrando el aspecto de una caja verde con las aristas blancas. La 103.683 que se pasea por ella casi como si fuese su propia casa, ve en varias ocasiones unas hormigas negras entre la multitud de hormigas rojas. Y no puede menos que preguntar:
¿Son mercenarias?
—
No. Son esclavas.
Sin embargo, las hormigas rojas con aguijón no son conocidas por sus costumbres esclavistas… Una de ellas consiente en explicar que hace poco han tropezado con una horda de hormigas esclavistas que se encaminaban hacia el oeste, y que entonces intercambiaron con ellas huevos negros por un nido tejido portátil.
La 103.683 no deja ir tan deprisa a su interlocutora y le pregunta si el encuentro no se convirtió a continuación en una pelea. La otra contesta que no, que las terribles hormigas tenían ya un exceso de esclavas. Y además, les daba miedo el aguijón mortal de las rojas.
Las hormigas negras que salieron de los huevos objeto del trueque habían adquirido los olores pasaportes de sus anfitrionas y las servían como si fuesen sus parientes. Y ¿cómo pueden ellas saber que su patrimonio genético hace de ellas depredadoras y no esclavas? Éstas no saben nada del mundo exterior, tan sólo lo que las rojas quieren decirles.
¿No teméis que se rebelen?
Bueno, ya había habido algunos sobresaltos. Por lo general, las rojas se anticipaban a los incidentes y eliminaban a las recalcitrantes aisladas. Y mientras las negras no supiesen que las habían robado de un nido y formaban parte de otra especie, carecían de motivación real…
La noche y el frío caen sobre el avellano, A las dos exploradoras les dejan un rincón donde pasar la minihibernación nocturna.
Chli-pu-kan va creciendo poco a poco. Para empezar, se ha acondicionado la Ciudad prohibida. No está construida en el tocón de un árbol, sino en un extraño objeto enterrado en el lugar: una lata de conservas herrumbrosa que en otro tiempo contuvo tres kilos de compota y que procede de un orfelinato próximo.
En este nuevo palacio, Chli-pu-ni pone con frenesí mientras la saturan de azúcares, grasas y vitaminas.
Las primeras hijas han construido justo debajo de la Ciudad prohibida una casa-cuna calentada con humus en descomposición. Es lo más práctico, mientras llegan la cúpula de ramitas y el solario que rematarán los trabajos.
Chli-pu-ni quiere que su ciudad se beneficie de todas las técnicas conocidas: criaderos de setas, hormigas cisterna, rebaño de pulgones, enredaderas de soporte, salas de fermentación de melado, sala de elaboración de harinas de cereales, sala de mercenarias, sala de espías, sala de química orgánica, etc.
Y por todos los rincones hay movimiento. La joven reina ha sabido comunicar su entusiasmo y sus esperanzas. Nunca aceptaría que Chli-pu-kan fuese una ciudad federada como las demás. Ambiciona que sea un polo vanguardista, la punta de lanza de la civilización mirmeceana. Y desborda sugerencias.
Por ejemplo, se ha descubierto en las proximidades del nivel -12 un arroyo subterráneo. El agua es un elemento que no se ha estudiado lo suficiente, en su opinión. Habría que encontrar un medio para caminar sobre ella.
En los primeros tiempos, un equipo se había encargado de estudiar los insectos que viven en agua dulce… ¿Son comestibles? ¿Llegará un día en que se les pueda criar en balsas bajo control?
Su primer discurso conocido versa sobre el tema de los pulgones:
Nos dirigimos hacia un período de desórdenes bélicos.
Las armas son cada vez más sofisticadas. Y no siempre podremos estar a la altura. Puede ser que un día la caza en el exterior se haga azarosa. Hemos de prever lo peor. Nuestra ciudad ha de extenderse lo más posible en profundidad. Y hemos de primar la cría del pulgón por encima de cualquier otra forma de abastecimiento de azúcares vitales. Ese ganado se instalará en establos situados en los niveles más bajos…
Treinta hijas suyas hacen una salida y traen de vuelta dos pulgones que están a punto de criar. Unas horas después, han conseguido ya un centenar de pulgones a los que les cortan las alas. Este principio de rebaño se instala en el nivel -23, al resguardo de las chinches, y se le proporciona con generosidad hojas frescas y tallos cargados de savia.
Chli-pu-ni envía exploradoras en todas direcciones. Algunas vuelven con esporas de hongos agáricos, que se plantan inmediatamente en los criaderos. Ávida de descubrimientos, la reina decide incluso realizar el sueño de su madre: planta una línea de flores carnívoras en la frontera oriental. Espera así contener un eventual ataque de las termitas y de su arma secreta.
Porque no ha olvidado el misterio del arma secreta, el asesinato del príncipe 327 y la reserva de alimentos escondida bajo el granito.
Despacha un grupo de embajadoras hacia Bel-o-kan. Oficialmente, tienen el encargo de anunciarle a la reina madre la construcción de la sexagésimo quinta ciudad y su vinculación a la Federación. Pero, a título oficioso, han de intentar proseguir la investigación en el nivel -50 de Bel-o-kan.