La seda de la tela de araña la forma una proteína fibrosa, la fibrina, cuyas cualidades de solidez e impermeabilidad están más allá de cualquier demostración. Algunas arañas, cuando han comido lo suficiente, llegan a producir setecientos metros de seda de un diámetro de dos micras, de una solidez proporcionalmente igual a la del nilón y de triple elasticidad.
Y el colmo es que disponen de siete glándulas que producen cada una de ellas un hilo diferente: uno para los hilos de soporte de la tela; otro para el hilo de alarma; otra para los hilos del centro de la tela; un hilo embebido de cola para las presas rápidas; otro para proteger los huevos; otro para la construcción de un abrigo; otro para envolver las presas…
En realidad, la seda es la prolongación de las hormonas arácnidas, así como las feromonas son la prolongación volátil de las hormonas de las hormigas.
La araña fabrica, pues, el hilo de alarma y luego se pega a él. Así, la menor alerta la avisa y puede escapar del peligro sin esfuerzos superfluos. ¿Cuántas veces ha salvado su vida de esa manera?
A continuación entreteje cuatro hilos en el centro del octógono. Son siempre los mismos gestos desde hace cien millones de años… Hoy ha decidido hacer una tela de seda seca. Las sedas embebidas de cola son mucho más eficaces, pero más frágiles. Cualquier mota de polvo, cualquier brizna de hierba, quedan pegadas en ella. La seda seca tiene un poder captor menor, pero aguantará por lo menos hasta la noche.
La araña, una vez colocado el entramado exterior, añade una decena de radios y culmina su obra con la espiral central. Esta parte es la más agradable. Parte de una rama donde ha pegado el hilo seco y salta de radio en radio acercándose lo más despacio posible al corazón, siguiendo siempre el sentido de la rotación terrestre.
Lo hace a su gusto. No hay dos telas de araña parecidas en el mundo. Son como las huellas digitales de los seres humanos.
Sólo le falta apretar la malla. Una vez en el mismo centro de su obra, la abarca con la mirada para estimar su solidez. Recorre a continuación cada radio, sacudiéndolo con sus Ocho patas. Sí, aguanta.
La mayoría de las arañas de la región hacen telas de 75/12. Setenta y cinco vueltas de espiral por doce radios. Esta prefiere hacerla de 95/10, un fino encaje.
Seguramente se ve más, pero es más sólida. Y como utiliza seda seca, no ha de escatimar el hilo. Si no, los insectos pasarían por allí sólo como visitantes.
Sin embargo, esta tarea de gran envergadura la ha vaciado de su energía. Ha de comer urgentemente. Es un círculo vicioso. Está hambrienta porque ha hecho una tela, Pero es esta tela la que le permitirá comer.
Con sus veinticuatro garras sobre los hilos principales, espera, oculta bajo una hoja. Sin recurrir ni siquiera a uno de sus ocho ojos, siente el espacio y percibe en sus patas las menores ondas del aire gracias a la tela, que reacciona con la misma sensibilidad que la membrana de un altavoz.
Esta minúscula vibración es una abeja que da vueltas en forma de ocho a doscientas cabezas de allí para mostrar un campo de flores a la gente de su panal.
Ese ligero estremecimiento debe ser la libélula. La libélula es un bocado delicioso. Pero ésta no vuela en la buena dirección para servirle de almuerzo.
Un gran contacto. Alguien ha caído en su tela. Es una araña a quien le gustaría atribuirse el trabajo de otro. ¡Ladrona! La primera araña la echa deprisa, antes de que aparezca una presa.
Justamente; siente en la pata trasera izquierda la llegada de una especie de mosca procedente del este. No parece volar muy deprisa. Si no cambia de rumbo, parece que ha de caer de lleno en la trampa.
¡Plaf!
Es una hormiga alada.
La araña —que no tiene nombre, porque los seres solitarios no tienen necesidad ninguna de reconocer a los de su especie— espera tranquilamente. Cuando era más joven, se dejaba llevar por el entusiasmo, y así perdió bastantes presas. Creía que cualquier insecto caído en su tela estaba condenado. Sin embargo, sólo lo está en un cincuenta por ciento de las ocasiones tras la toma de contacto. El factor tiempo es decisivo.
Hay que tener paciencia, y la presa enloquecida se traba por sí misma. Ése es el refinamiento supremo de la filosofía arácnida:
No hay mejor técnica de combate que la que consiste en esperar a que el adversario se destruya a sí mismo.
Al cabo de unos minutos, se acerca para observar mejor a su presa. Es una reina. Una reina roja del imperio del Oeste, Bel-o-kan.
Ya ha oído hablar de ese imperio hipersofisticado. Parece ser que sus millones de habitantes se han hecho tan «interdependientes» que ya no saben alimentarse solos. ¿Qué interés puede tener eso, y qué progresos supone?
Una de sus reinas… Tiene en sus garras una parte del futuro de esos incorregibles invasores. A la araña no le gustan las hormigas. Ha visto a su propia madre perseguida por una horda de hormigas tejedoras rojas…
Mira a su presa, que no cesa de debatirse. Estúpidos insectos, que nunca comprenderán que su peor enemigo no es otro que su propio enloquecimiento. Cuanto más trata de escapar la hormiga alada, más se enreda en los hilos…, causando por otra parte destrozos que contrarían a la araña.
En la 56, el abatimiento sucede a la cólera. Ya no puede prácticamente moverse. Con el cuerpo envuelto en la fina seda, cada movimiento que hace añade otra capa de espesor a su envoltura. No consigue aceptar la idea de venir a fracasar tan tontamente después de haber superado tantas pruebas.
Nació en un capullo blanco, y en un capullo blanco va a morir.
La araña se le acerca aún más, comprobando al pasar los hilos estropeados. Así, la 56 puede ver de cerca un soberbio animal naranja y negro, con ocho ojos verdes colocados como una corona sobre su cabeza. Ya ha comido algunas como ésa. A todo el mundo le llega la vez de servir de comida… Y la otra le escupe más seda encima.
Nunca hay ligaduras suficientes, se dice la araña. Luego exhibe dos inquietantes aguijones venenosos. Aunque en realidad los arácnidos no matan, no en seguida. Ya que comen la carne palpitante, mejor que acabar con su presa lo que hacen es desvanecerla con un veneno sedante y no la despiertan más que para mordisquearla un poco. Así, pueden devorar a voluntad carne fresca, al resguardo de su envoltura de seda. La cosa puede llegar a prolongarse una semana.
La 56 ha oído hablar de esa costumbre. Se estremece. Es algo peor que la muerte. Verse amputada progresivamente de todos sus miembros… En cada despertar te arrancan algo y te vuelven a dormir. Vas reduciéndote un poco más cada vez, hasta el momento del último despertar, cuando te arrancan los órganos vitales y se te otorga por fin el sueño liberador.
¡Es mejor autodestruirse! Rehuyendo la horrible y demasiado próxima visión de los aguijones, empieza a hacer más lentos los latidos de su corazón.
En ese mismo momento un efímero tropieza con la tela con tal impulso que los hilos le atrapan de inmediato y con fuerza… Ha nacido hace unos minutos apenas y morirá de vejez dentro de unas horas. Vida efímera, vida de efímero. Tenia que actuar de prisa, sin perder una fracción de segundo. ¿Cómo llenar la propia existencia sabiendo que una ha nacido por la mañana para morir por la noche?
Apenas ha salido de sus dos años de vida de larva, el efímero parte en busca de una hembra para reproducirse. Vana búsqueda de la inmortalidad a través de su progenie. El efímero ocupará su único día con esta búsqueda. Así, no piensa en comer, ni en descansar, ni en mostrarse remilgado.
Su principal depredador es el tiempo. Cada segundo es para él un enemigo. Y, junto al mismo tiempo, la terrible araña no es más que un factor retardatario y no un enemigo entero y verdadero.
Siente que la vejez progresa a largos pasos en su cuerpo. Dentro de unas horas será ya senil. Está perdido. Ha nacido para nada. Qué insoportable decepción…
El efímero se debate. El problema de las telas de araña es que si uno se mueve se convierte en presa, pero si no se mueve la cosa no cambia…
La araña llega hasta él y añade unas vueltas de hilo suplementarias. Ahí tiene dos hermosas presas que le darán todas las proteínas necesarias para fabricar una segunda tela mañana mismo. Pero cuando se dispone una vez más a adormecer a su víctima, percibe una vibración diferente. Una vibración… inteligente.
Tip tip tiptiptip típ lip tipip.
¡Es una hembra! Avanza a lo largo de un hilo, y emite percutiendo en él una señal:
Soy tuya, no vengo a robarte tu alimento.
El macho nunca ha percibido nada tan erótico como esta forma de vibrar.
Tip tip tiptiptip.
Ah, no puede contenerse y corre hacia su bienamada (una jovencita de cuatro mudas, cuando él cuenta ya doce). Su tamaño es tres veces superior al de él, pero a él, precisamente, le gustan grandes. Él le indica las dos presas de las que extraerán en seguida nuevas fuerzas.
Luego, se disponen a copular. En las arañas resulta bastante complicado. El macho no tiene pene sino una especie de doble cañón genital. Se apresura hacia una de las presas, y riega la tela con sus gametos. Mojando ahí una de sus patas, la introduce en el receptáculo de la hembra. Lo hace muchas veces, muy excitado. La joven belleza, por su parte, ha llegado a un grado tal de turbación que de repente no puede ya contenerse y aferra la cabeza del macho y la quiebra.
A partir de ahí, sería tonto no comérselo entero. Pues bien, una vez hecho esto, sigue teniendo hambre. La hembra se lanza contra el efímero y hace su vida aún más corta. Y ahora se vuelve hacia la reina hormiga, que, al ver que ha llegado el momento del aguijonazo, patalea llena de pánico.
Decididamente, la 56 está de suerte, ya que la entrada de un nuevo personaje que surge ruidosamente del fondo del horizonte trastoca todo el escenario. Es uno de esos animalitos del Sur que recientemente han subido al Norte. Es un animalito muy grande a decir verdad, un coleóptero unicornio, o coleóptero
rhinoceros.
Choca contra la tela justo en medio, la estira como si fuese de goma… y la rompe. Una tela del 95/10 es sólida, aunque no hay que exagerar. El hermoso encaje de seda estalla en mechas y jirones que revolotean.
La araña hembra ya ha saltado suspendiéndose de su hilo de alarma. La reina hormiga, liberada de su blanco cepo, se arrastra discretamente por el suelo, incapaz de volver a despegar.
Pero la araña está ocupada en otras cosas. Escala una rama para construir en ella una casa-cuna de seda en la que poner sus huevos. Cuando sus decenas de hijos eclosionen, lo que les urgirá más será comerse a su madre. Así son las cosas entre las arañas, que no saben dar las gracias.
—¡Bilsheim!
El hombre apartó vivamente el auricular, como si fuese un insecto con aguijón. Era su jefa, Solange Doumeng.
—¿Sí?
—Le había dado unas órdenes y usted aún no ha hecho nada. ¿En qué está usted pensando? ¿Es que espera a que toda la ciudad desaparezca en esa bodega? Le conozco, Bilsheim; no piensa más que en no hacer nada. ¡Y yo no puedo tragar a los holgazanes! ¡Y exijo que resuelva usted este asunto en cuarenta y ocho horas!
—Pero, señora…
—¡Nada de «pero señora»! Su gente tiene instrucciones mías, así que lo único que tiene que hacer es bajar con ellos mañana por la mañana. Todo el material estará dispuesto. Así que ¡mueva el trasero, maldita sea!
Le invadió el desánimo. Sus manos temblaron. No era un hombre libre. ¿Por qué tenía que obedecer? Para evitar el paro, para no quedar excluido de la sociedad. Aquí y ahora, la única manera que tenía de concebir la libertad era verse como un vagabundo, y aún no estaba preparado para este tipo de prueba. Su necesidad de orden y de socialización entró en conflicto con sus deseos de no aceptar la voluntad de los demás. Una úlcera despertó en el campo de batalla, es decir, en su estómago. El respeto del orden venció sobre el amor a la libertad. Así que obedeció.
El grupo de cazadoras se mantiene oculto tras una roca mientras observa el lagarto. Éste mide unas sesenta cabezas de largo (dieciocho centímetros). Su dura coraza de un amarillo verdoso sembrada de manchas negras crea una sensación temerosa y de desagrado. La 103.683 tiene la sensación de que esas manchas son las salpicaduras de la sangre de todas las víctimas del saurio.
Como se había previsto, el animal está entumecido por el frío. Camina, pero muy despacio; se diría que duda antes de poner la pata en alguna parte.
Cuando el sol está a punto de asomar, se lanza una feromona:
¡Contra la Bestia!
El lagarto ve que se le viene encima un ejército de cositas negras y agresivas. Se yergue lentamente, abre unas fauces rosadas en las que danza una lengua rápida que azota a las hormigas más cercanas, las arrastra y las lleva a su garganta. Luego eructa y se aleja a la velocidad del rayo.
Mermadas en una treintena de las suyas, las cazadoras se quedan aturdidas y sin aliento. Para estar anestesiado por el frío, al otro no le faltan recursos.
La 103.683, en quien no se puede suponer cobardía, es una de las primeras en decir que atacar a semejante animal es un suicidio. La plaza fuerte parece inexpugnable. La piel del lagarto es una armadura a la que no afectan ni las mandíbulas ni el ácido. Y su tamaño, su vivacidad, incluso a bajas temperaturas, le otorgan una superioridad difícilmente compensable.
Sin embargo, las hormigas no renuncian. Como una manada de minúsculos lobos, se lanzan tras las huellas del monstruo. Galopan bajo los helechos con feromonas amenazadoras, con olores de muerte. Eso no aterroriza por el momento más que a los limacos, pero contribuye a que las hormigas se sientan terribles e invulnerables. Vuelven a encontrar el lagarto unos miles de cabezas más lejos, pegado a la corteza de una conífera, ocupado sin duda en la digestión de su desayuno.
¡Hay que actuar! Cuanto más esperan, más energía cobra él. Y si sigue siendo rápido con frío, lo será mucho más cuando esté saturado de calorías solares. Cónclave de antenas. Hay que improvisar un ataque. Se acuerda seguir una táctica.
Unas guerreras se dejan caer desde una rama sobre la cabeza del animal. Tratan de cegarle mordisqueando sus párpados y perforando sus fosas nasales. Pero este primer comando fracasa. El lagarto se limpia la cara con una pata irritada y se zampa a las rezagadas.
Acude ya una segunda oleada de asaltantes. Casi al alcance de la lengua, hacen un giro amplio y sorprendente… antes de lanzarse brutalmente contra el muñón de la cola. Como dice Madre:
Cada adversario tiene su punto débil. Encuéntralo y haz frente tan sólo a esa debilidad.