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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (40 page)

BOOK: La tumba de Huma
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«Este es el golpe maestro de Derek Crownguard», pensó Gunthar con amargura. De un sólo golpe iba a librarse de un hombre al que odiaba y, además, de su principal rival.

El comandante Gunthar era un reconocido amigo de la familia Brightblade, una amistad que se remontaba a varias generaciones atrás. Había sido el propio Gunthar quien había atendido la demanda de Sturm cuando, cinco años antes, el joven había aparecido, de nadie sabía dónde, en busca de su padre y de su herencia. Sturm había podido probar su derecho al apellido Brightblade gracias a unas cartas de su madre. Unos pocos insinuaron que el que debía reconocer a su hijo era su padre, pero Gunthar acabó rápidamente con los rumores. El joven era, sin lugar a dudas, el hijo de su viejo amigo —eso podía apreciarse en el rostro de Sturm—, pero, no obstante, al respaldar a Sturm, el comandante estaba corriendo un gran riesgo.

La mirada de Gunthar se dirigió hacia Derek, quien caminaba entre los caballeros, sonriendo y estrechando manos. Sí, ese Juicio estaba haciendo que él, el comandante Gunthar Uth Wistan, pareciera un estúpido.

«Peor aún», pensó Gunthar con tristeza, desviando de nuevo la mirada hacia Sturm, probablemente iba a destrozar la carrera de alguien a quien él consideraba un hombre muy válido, un hombre digno de seguir el camino de su padre.

—Sturm Brightblade —dijo el comandante Gunthar cuando se hizo el silencio en la sala—, ¿has oído las acusaciones que se te imputan?

—Sí, señor —respondió Sturm. Su voz profunda resonó extrañamente en la sala. De pronto uno de los troncos del fuego que ardía en la inmensa chimenea que había trasGunthar se partió, produciendo una lluvia de chispas. Gunthar hizo una pausa, mientras los sirvientes se apresuraban a añadir más leña. Cuando los criados se retiraron, el comandante continuó con el interrogatorio.

—¿Comprendes, Sturm Brightblade, las acusaciones que pesan sobre ti, y comprendes, además, que son graves y que podrían motivar que este Consejo te considerara poco digno para ser nombrado caballero?

—Lo comprendo —comenzó a responder Sturm. Su voz se quebró. Tosiendo, repitió con más firmeza—. Lo comprendo, Señor.

Gunthar intentó pensar cómo enfocar el interrogatorio, pues sabía que cualquier cosa que el joven dijera contra Derek, pesaría en contra del propio Sturm.

—¿Qué edad tienes, Brightblade?

Sturm parpadeó al oír esa inesperada pregunta.

—Unos treinta, ¿no? —prosiguió Gunthar pensativo.

—Sí, señor.

—Y por lo que dice Derek sobre vuestro viaje al castillo del muro de Hielo, un habilidoso guerrero...

—Yo nunca negué eso, Señor —dijo Derek poniéndose en pie una vez más. Su voz estaba teñida de impaciencia.

—No obstante lo acusáis de cobardía —espetó Gunthar—. Si mi memoria es correcta, declarasteis que cuando los elfos os atacaron, se negó a obedecer vuestra orden de ataque.

El rostro de Derek enrojeció.

—Puedo recordaros, Señor, que no se me está juzgando a mí...

—Habéis acusado a Brightblade de cobardía ante el enemigo —interrumpió Gunthar—.Hace ya muchos años que los elfos no son enemigos nuestros.

Derek titubeó. Los otros caballeros parecían incómodos. Los elfos eran miembros del Consejo de la Piedra Blanca, aunque no tuvieran derecho a voto. Debido al descubrimiento del Orbe de los Dragones, los elfos asistirían al próximo Consejo, y si llegaran a enterarse de que los caballeros los consideraban sus enemigos, la situación podía ser muy violenta.

—«Enemigo» tal vez sea una palabra demasiado fuerte señor. Si cometo errores es simplemente porque estoy siendo obligado a seguir lo que dicta la Medida. En el momento del que hablo, los elfos ,aunque en principio no son enemigos nuestros, estaban haciendo todo lo posible para evitar que trajéramos el Orbe a Sancrist. Ya que ésa era mi misión —y los elfos se oponían a ella me veo obligado a definirlos como enemigos «de acuerdo con la Medida».

«Astuto bastardo», pensó Gunthar.

Bajando la cabeza para disculparse por hablar fuera de turno, Derek volvió a sentarse. Muchos de los caballeros de más edad, asintieron en señal de aprobación.

—La Medida también dice —dijo Sturm lentamente—, que no debemos matar sin necesidad, que luchemos sólo como defensa, ya sea propia o de otros. Los elfos no amenazaron nuestras vidas. En ningún momento corrimos un riesgo físico.

—¡Estaban disparando flechas contra vosotros! —el comandante Alfred golpeó la mesa con su enguantada mano.

—Es verdad, señor, pero todos sabemos que los elfos son diestros arqueros. ¡Si hubieran querido matarnos, no se hubieran dedicado a apuntar contra los árboles!

—¿Qué crees que habría pasado si hubierais atacado a los elfos? —interrogó Gunthar.

—Bajo mi punto de vista los resultados hubieran sido trágicos, señor —respondió Sturm en voz baja y serena—. Por primera vez en generaciones, los elfos y los humanos se hubieran matado los unos a los otros. Creo que los Señores de los Dragones se hubieran divertido bastante.

Varios caballeros jóvenes aplaudieron.

El comandante Alfred se los quedó mirando, enojado ante esa brecha abierta en las reglas de conducta de la Medida.

—Comandante Gunthar, puedo recordaros que no estamos juzgando aquí al comandante Derek Crownguard. Él ya ha probado su valor en numerosas ocasiones en el campo de batalla. Creo que podemos creer en su valoración de lo que es una acción contra el enemigo y lo que no lo es. Sturm Brightblade, ¿estás diciendo que las acusaciones hechas contra ti por el comandante Derek Crownguard son falsas?.

—Señor, yo no digo que el caballero haya mentido. Digo, no obstante, que me ha interpretado mal.

—¿Con qué fin? —preguntó el Comandante Michael.

Sturm titubeó.

—Preferiría no responder a esa pregunta, señor —dijo en un tono tan bajo, que muchos de los sentados en las últimas , filas no lo oyeron y pidieron a Gunthar que repitiera la pregunta. Este lo hizo, y recibió la misma respuesta, pero esta vez en un tono de voz más alto.

—¿Por qué motivo te niegas a responder a esta pregunta, Brightblade? —preguntó Gunthar con expresión ceñuda.

—Porque, de acuerdo con la Medida, iría contra del honor de la Orden de Caballería.

La expresión de Gunthar era severa.

—Esa es una grave acusación. Al hacerla, ¿te das cuenta de que no hay nadie que pueda respaldarte con su testimonio?

—Me doy cuenta, señor, por eso prefiero no responderla.

—¿Y si te ordeno hablar?

—Eso, por supuesto, cambiaría las cosas.

—Entonces habla, Sturm Bríghtblade. Esta es una situación poco usual, y no veo cómo podemos emitir un juicio justo sin oír todas las versiones. ¿Por qué crees que el Comandante Derek Crownguard te ha interpretado mal?

Sturm enrojeció. Retorciéndose nerviosamente las manos, alzó los ojos y miró directamente a los tres caballeros que debían juzgarlo. Sabía perfectamente que su caso estaba perdido. Nunca llegaría a ser investido caballero, nunca conseguiría lo que para él había sido más preciado incluso que la propia vida. Si lo hubiera perdido por un error suyo, habría sido ya suficientemente amargo, pero perderlo así era una herida aún másdolorosa. Por tanto pronunció las palabras que sabía que iban a convertir a Derek en su peor enemigo para el resto de sus días.

—Creo que el comandante Derek Crownguard me malinterpreta para favorecer su propia ambición, señor.

En la sala estalló un tumulto. Derek se había puesto en pie. Sus amigos lo contenían a la fuerza, porque hubiera atacado a Sturm en medio de la sala del Consejo. Gunthar golpeó la mesa con la empuñadura de la espada para restablecer el orden, y poco a poco, todos fueron calmándose, pero no antes de que Derek hubiera retado a Sturm a probar su honor en un duelo.

Gunthar miró a Derek con frialdad

—Sabéis perfectamente, comandante Derek, que en esta... que en tiempo de guerra...los duelos de honor están prohibidos. Haced el favor de comportaros o me veré obligado a expulsaros de esta asamblea.

Respirando pesadamente, con el rostro teñido de rubor, Derek volvió a sentarse en su puesto.

Gunthar aguardó unos segundos más para que los ánimos se calmaran y luego continuó.

—¿Tienes algo más que añadir en tu defensa, Sturm Brightblade?

—No, Señor.

—Entonces puedes retirarte mientras deliberamos.

Sturm se puso en pie y saludó a los comandantes. Volviéndose, saludó al Consejo antes de dejar la sala escoltado por dos caballeros que lo condujeron a una antecámara. Ellos se situaron cerca de la puerta, hablando en voz baja de asuntos no relacionados con el juicio.

Sturm se sentó en un banco al fondo de la estancia. Parecía calmado y sereno, pero sólo fingía estarlo. Estaba decidido a no demostrar su agitación interna. Sabía que estaba todo perdido. La expresión preocupada de Gunthar le confirmaba esta creencia. Pero ¿cuál sería la sentencia? ¿El exilio, ser despojado de tierras y riquezas? Sturm sonrió con amargura. No tenía nada que pudieran quitarle. Hacía tanto tiempo que no vivía en Solamnia que el exilio no representaba demasiado para él. ¿La muerte? Eso casi representaría un alivio. Cualquier cosa era mejor que esa existencia sin sentido, que ese dolor punzante.

Las horas pasaron. El murmullo de las tres voces subía y bajaba, en algunos momentos en tono enojado. La mayoría de los caballeros habían salido de la sala, ya que sólo aquellos tres, como cabezas del Consejo, podían emitir una sentencia. Los demás se habían dividido en diferentes grupos.

Los más jóvenes hablaban abiertamente del comportamiento noble de Sturm, de la valentía de sus acciones, la cual ni siquiera Derek había dejado de mencionar. Sturm tenía razón al no haber querido luchar contra los elfos. En aquellos tiempos los Caballeros de Solamnia necesitaban todos los amigos que pudieran encontrar. ¿Por qué atacar sin necesidad? Los de más edad sólo tenían una respuesta: la Medida. Derek le había dado una orden a Sturm y éste se había negado a obedecer. La Medida decía que esto era inexcusable. La discusión se prolongó la mayor parte de la tarde.

Casi al anochecer se oyó el tintineo de una campanilla.

—Brightblade —dijo uno de los caballeros.

—¿Ya es la hora?

El caballero asintió.

Sturm bajó la cabeza un instante, rogándole a Paladine que le confiriera valor. Luego se puso en pie y él y los que lo escoltaban aguardaron a que los demás entraran en la sala y tomaran asiento. Sturm sabía que iban a pronunciar el veredicto tan pronto como ellos entraran. Finalmente la puerta se abrió y le hicieron una señal para que pasara. Caminó hacia el interior de la sala. La mirada de Sturm se dirigió inmediatamente hacia la mesa que había frente a Gunthar.

La espada de su padre —una espada que según la leyenda había pertenecido al mismísimo Berthel Brightblade, una espada que sólo se quebraría si su dueño era vencido por el enemigo—, estaba sobre la mesa. Sturm la contempló, bajando la cabeza para ocultar las lágrimas que ardían en sus ojos.

El antiguo símbolo de la culpabilidad —unas rosas negras— estaba enroscado alrededor de la hoja de su espada.

—Traed al hombre, Sturm Brightblade —ordenó el comandante Gunthar.

«Al hombre, no al caballero», pensó Sturm desesperado. Entonces se acordó de Derek y alzó rápidamente la cabeza, con orgullo, intentando disimular sus lágrimas. Tal como en el campo de batalla hubiera ocultado su dolor ante el enemigo, también ahora estaba decidido a ocultárselo a Derek. Echando la cabeza hacia atrás con aire de desafío y mirando solamente al comandante Gunthar, avanzó hasta llegar frente a los tres representantes de la Orden que debían pronunciar la sentencia.

—Sturm Brightblade, te consideramos culpable. Estamos dispuestos a formular la sentencia. ¿Estás preparado para escucharla?

—Sí, señor.

Gunthar se atusó, de nuevo, el bigote, un gesto que los hombres que habían luchado junto a él reconocieron. Siempre lo hacía antes de comenzar una batalla.

—Sturm Brightblade, nuestra sentencia es que, de ahora en adelante, cesarás de llevar cualquiera de los adornos o atavíos de un Caballero de Solamnia.

—Sí, señor.

—Y, de aquí en adelante, no recibirás paga alguna de las arcas de los caballeros, ni obtendrás ninguna propiedad ni ventaja de ellos...

Los presentes en la sala se agitaron inquietos. ¡Aquello era ridículo! Desde antes del Cataclismo, ninguno había obtenido ningún pago por sus servicios a la Orden. Algo estaba ocurriendo. Presintieron el trueno que precede a la tormenta.

—Finalmente... —Gunthar hizo una pausa. Se inclinó hacia adelante, jugueteando con las rosas negras que adornaban la antigua espada. Sus penetrantes ojos recorrieron la asamblea, dejando que aumentase la tensión. Cuando volvió a hablar, hasta el fuego de la chimenea había dejado de chisporrotear.

—Sturm Brightblade, caballeros, hasta ahora nunca antes habíamos tenido un caso similar ante el Consejo y esto, tal vez no sea todo lo extraño que pueda parecer, ya que estamos atravesando unos tiempos difíciles y poco comunes. Tenemos a un joven que destaca por su destreza y valor en la batalla, lo cual es admitido hasta por el mismo hombre que lo acusa. Este joven es acusado de desobedecer órdenes y de cobardía ante el enemigo. El no niega la acusación, pero declara que ha sido mal interpretado.

Los asistentes continuaban inquietos, pero Gunthar prosiguió su discurso.

—Siguiendo las normas de la Medida nos inclinamos a aceptar la palabra de un reconocido caballero como Derek Crownguard antes que la de un hombre que aún no ha obtenido su investidura. Pero la Medida también dicta que este hombre tendrá derecho a llamar testigos que apoyen sus palabras. Debido a las inusuales circunstancias de estos tiempos difíciles, Sturm Brightblade no puede disponer de testigos. Ni, por el mismo motivo, puede Derek Crownguard traer testigos que apoyen su propio testimonio. Por tanto hemos decidido seguir un procedimiento ligeramente irregular.

Sturm estaba en pie ante Gunthar, confundido y preocupado. ¿Qué estaba sucediendo? Observó a los otros dos caballeros. El comandante Alfred no hacía ningún esfuerzo por ocultar su ira. Por tanto era obvio que el «acuerdo» de Gunthar había sido difícil de lograr.

—El veredicto de este Consejo es —prosiguió Gunthar—, que este hombre, Sturm Brightblade, sea aceptado en la Orden más baja de los caballeros, la Orden de la Corona... —Hubo una general exclamación de asombro—. Y que, además, sea nombrado el tercero en mando del ejército próximo a partir por mar hacia Palanthas. Tal como prescribe la Medida, el Mando Supremo debe estar compuesto por un representante de cada una de las Ordenes. Por lo tanto, Derek Crownguard será Comandante Supremo en representación de la Orden de la Espada, y Sturm Brightblade actuará... en mi honor, como comandante de la Orden de la Corona.

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