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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (36 page)

BOOK: La tumba de Huma
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«¿Quién ha prendido las antorchas? ¿Qué es este lugar? ¿Parte de la tumba de Huma? ¿O habré llegado volando a la montaña del Dragón? ¿Quién vive aquí? ¡Esas antorchas no se encendieron ellas mismas!», Tas se iba preguntando y contestando a sí mismo.

Al pensar esto último —para sentirse más seguro Tas rebuscó en el interior de su túnica y sacó su pequeño cuchillo. Sosteniéndolo en la mano, ascendió por la gran escalera y llegó a la galería. Era una habitación inmensa, aunque bajo la titilante luz de las antorchas no se pudiera ver mucho. Unos gigantescos pilares sostenían la masa del techo. Otra gran escalera ascendía desde el nivel en el que se encontraba hasta uno superior. Tas se volvió, apoyándose contra la barandilla para echar un vistazo a las paredes.

—¡Por las barbas de Reorx! ¿Qué es
eso
?

Eso
era un cuadro. Una pintura al fresco, para ser más precisos. Comenzaba exactamente enfrente de donde Tas se encontraba, al pie de las escaleras, y se extendía por toda la galería. El kender no estaba muy interesado en los trabajos artísticos, pero no recordaba haber visto nunca algo tan bello. ¿O sí? Había algo que le resultaba familiar. Sí, cuanto, más lo miraba, más convencido estaba de haberlo visto antes.

Tas examinó la pintura mural, intentando recordar. En la pared que tenía enfrente se representaba una imagen de una horrible escena de dragones, de todos los colores y formas, descendiendo sobre la tierra. Había ciudades ardiendo como en Tarsis, edificios derrumbándose, gente huyendo. Era una imagen terrible, Y el kender pasó anteella rápidamente.

Continuó avanzando por la galería. Cuando llegó a la parte central del mural, se detuvo, dando un respingo.

—¡La montaña del Dragón! ¡Ahí está, en la pared! —susurró para sí, asombrándose al escuchar el eco de su susurro. Mirando a su alrededor rápidamente, corrió hacia el otro lado de la galería. Inclinándose sobre la barandilla observó atentamente las pinturas. Sí, no había duda, era la montaña del Dragón, donde ahora se encontraba. Sólo que era como si una gigantesca espada hubiera cortado verticalmente por la mitad la imagen que el mural mostraba de la montaña.

—¡Qué maravilla! ¡Ah, claro! ¡Es un mapa! ¡Y aquí es donde estoy ahora! ¡He ascendido por el interior de la montaña! —miró a su alrededor comprendiendo súbitamente—.Estoy en la garganta del dragón, por eso esta habitación tiene esta forma tan extraña —se volvió de nuevo hacia el mapa—. Ahí está esa pintura de la pared y la galería en la que me encuentro. Y los pilares... Sí, la escalera... ¡Lleva a la cabeza del dragón! y ahí está también el conducto por el que ascendí. Una especie de cámara de viento. ¿Quién construyó esto... y por qué?

Tasslehoff prosiguió investigando confiando en encontrar una pista en las imágenes. En el extremo derecho de la galería había un retrato de otra batalla. Pero éste no era horrible. Había dragones rojos, negros, azules y blancos —exhalando fuego y hielo—, pero había otros dragones que luchaban contra ellos, dragones plateados y dorados...

—¡Ya me acuerdo! —gritó Tasslehoff.

El kender comenzó a pegar saltos arriba y abajo, chillando como un salvaje.

—¡Ya me acuerdo! ¡Ya me acuerdo! Fue en Pax Tharkas. Fizban me lo enseñó. Hay dragones
buenos
en el mundo. ¡Estos nos ayudarán a luchar contra los malignos! Simplemente hemos de encontrarlos. ¡Y ahí están las
dragonlances
!.

—¡Maldita sea! —gritó una voz tras el kender—. ¡Es que se no puede dormir un poco! ¿Qué es todo este barullo? ¡Estás haciendo ruido suficiente como para despertar a un muerto!

Tasslehoff se giró alarmado, con el cuchillo en la mano. Hubiera jurado que estaba solo allí arriba. Pero no. En un banco de piedra que había en una zona sombría, alejada de la luz de las antorchas, un personaje se incorporó. Sacudiéndose a sí mismo, se desperezó, se puso en pie y comenzó a subir las escaleras, acercándose rápidamente al kender. Tas no hubiera podido huir, aunque hubiese querido, pero, además, sentía una tremenda curiosidad por saber quién había en la estancia. Cuando abrió la boca dispuesto a preguntarle a aquella extraña criatura quién era y por qué había elegido la garganta del Dragón de la Montaña para hacer la siesta, el personaje apareció a la luz de las antorchas. Era un anciano. Era...

El cuchillo de Tasslehoff cayó al suelo. El kender retrocedió hasta la barandilla. Por primera, última y única vez en su vida, Tasslehoff Burrfoot no pudo pronunciar palabra.

—F—F—F... —de su garganta no salió nada, solo un graznido.

—Bien, ¿qué ocurre? ¡Habla! Hace un momento hacías una barbaridad de ruido. ¿Qué sucede? ¿Te has atragantado?

—F—F—F...

—Ah, pobre chico. ¿Algo crónico? ¿Un impedimento del habla? Triste, muy triste.

Mira... —el curioso personaje rebuscó en su túnica, abriendo numerosas bolsitas mientras Tasslehoff permanecía clavado ante él, temblando.

—Aquí está —sacando una moneda la depositó sobre la palma de la mano del kender y le ayudó a cerrar los pequeños e inertes dedos sobre ella —. Ahora vete. Busca a un clérigo...

—¡Fizban! —exclamó Tasslehoff finalmente.

—¿Dónde? —el anciano se giró. Alzando su bastón, miró temerosamente hacia la oscuridad. Entonces pareció ocurrírsele algo. Volviéndose de nuevo hacia Tas, le preguntó—: ¿Estás seguro de que viste a Fizban? ¿No está muerto?

—Yo creía que sí...

—¡Entonces no debería estar rondando, asustando a la gente! Tendré que hablar con él. ¡Eh, tú!

Tas alargó una mano temblorosa y tiró de la túnica del anciano.

—No estoy seguro, pe..pero cr..creo que
tú eres
Fizban.

—No, ¿en serio? Esta mañana me sentía un poco raro, pero no tenía ni idea de que estaba tan mal. O sea que estoy muerto. —Se arrastró hacia un banco y se dejó caer—. ¿Fue un bonito funeral? ¿Asistió mucha gente?

—Hmmm... Bueno, fueron más bien... más bien... unas exequias conmemorativas, podría decirse. Sabes, es que... bueno... no pudimos encontrar tus... ¿cómo podría explicarlo?

—¿Restos?

—Hmmm... restos —Tas enrojeció—. Los buscamos, pero había todas esas plumas de gallina... y un elfo oscuro... y Tanis dijo que habíamos tenido suerte de escapar con vida...

—¡Plumas de gallina! ¿Qué tienen que ver unas plumas de gallina con mi funeral?

—Nosotros... hmm... tú, yo y Sestun. ¿Te acuerdas de Sestun, el enano gully? Bien, había una enorme, inmensa cadena en Pax Tharkas. Y ese inmenso dragón rojo. Nosotros estábamos colgados de la cadena y el animal expulsaba su flamígero aliento sobre ella. La cadena se rompió y nosotros caímos... y supe que todo se había acabado. Ibamos a morir. Había más de setenta pies de distancia hasta el suelo —esa distancia aumentaba cada vez que Tas relataba la historia—, y tú estabas debajo mío, y oí que formulabas un encantamiento...

—Sí, soy un mago bastante bueno, ¿sabes?

—Sí, bueno. Tú formulaste ese encantamiento:
Pveatherf..
o algo así. Bueno, de cualquier forma, sólo dijiste la primera palabra,
Pveatherf..
y, de pronto, había millones y millones y millones de plumas de gallina...

—¿Y qué ocurrió después?

—Oh, bueno, ahí es donde todo se vuelve un poco... hum...embrollado. Oí un grito y un golpe. Bueno, en realidad fue más parecido a un chapoteo, y me..me imaginé qu..que eras tú.

—¿Yo? ¡Chapoteo! —miró fijamente al kender, furioso—. ¡Nunca en mi vida he chapoteado!

—Entonces Sestun y yo caímos sobre el montón de plumas junto con la cadena. Miré si encontraba... de verdad lo hice —los ojos de Tas se llenaron de lágrimas al recordar su acongojada búsqueda del cadáver del anciano—. Pero había demasiadas plumas... y fuera había esa terrible conmoción, esos dragones peleando. Sestun y yo conseguimos llegar a la puerta y allí encontramos a Tanis, y yo quería regresar para buscarte un rato más, pero Tanis dijo que no.

—¿O sea que me dejaste enterrado bajo un montón de plumas de gallina?

—Fueron una exequias conmemorativas terriblemente emocionantes —farfulló Tas—.Goldmoon habló, y Elistan, no conociste a Elistan, pero recuerdas a Goldmoon, ¿no? ¿Y a Tanis?

—Goldmoon... Ah, sí. Una muchacha muy bonita. Había un personaje de mirada ceñuda enamorado de ella.

—Riverwind —dijo Tas agitado—. Y Raistlin.

—Un sujeto muy flaco. Muy buen mago, pero nunca conseguirá nada si no consigue curarse esa tos.

—¡Eres Fizban! —exclamó Tas. Saltando alegremente, se arrojó sobre el anciano y lo abrazó con fuerza.

—Ya está bien, ya está bien —dijo éste desconcertado, dándole a Tas golpecillos en la espalda—. Ya es suficiente. Vas a arrugar mi túnica. No gimotees. No puedo soportarlo. ¿Necesitas un pañuelo?

—No, tengo uno...

—Bien, eso está mejor. ¡Oh! yo diría que ese pañuelo es mío. Ésas son mis iniciales.

—¿Ah, sí? Debe habérsete caído.

—¡Ahora te recuerdo! Eres Tassle..., Tassle algo más.

—Tasslehoff. Tasslehoff Burrfoot.

—Y yo soy... ¿Cuál dijiste que era mi nombre?

—Fizban.

—Sí. Fizban... —el anciano reflexionó unos instantes y luego sacudió la cabeza —.Hubiera jurado que ese tal Fizban estaba muerto...

10

El secreto de Silvara.

—¿Cómo sobreviviste? —preguntó Tas, sacando de una de sus bolsas unos frutos secos para compartir con Fizban.

—La verdad es que no creía haberlo hecho. Me temo que no tengo ni la más remota idea. Aunque ahora que lo pienso, desde entonces no he sido capaz de comer carne de gallina. Pero, cuéntame —preguntó mirando sagazmente al kender ¿qué estás haciendo aquí?

—Vine con algunos de mis amigos. El resto están vagando por ahí, si es que aún están vivos —dijo, empezando a lloriquear de nuevo.

—Lo están. No te preocupes.

—¿De verdad lo crees? Bueno, la cuestión es que estamos aquí, con Silvara...

—¡Silvara! —el anciano se puso en pie de un brinco. Los pelos se le pusieron de punta, la mirada vaga desapareció de su rostro —. ¿Dónde está? ¿Y tus amigos, dónde están?

—Ab..abajo —balbuceó Tas, asombrado por la súbita transformación de Fizban—. ¡Silvara formuló un encantamiento sobre ellos!

—¡Ah!, lo hizo... Bueno, veremos lo que podemos hacer. Vamos.

El anciano comenzó a andar por la galería, a tal velocidad, que Tas se vio obligado a correr para mantener el paso.

—¿Dónde dijiste que estábamos? —preguntó Fizban deteniéndose junto a las escaleras—Procura ser concreto —añadió.

—Hum... ¡la tumba! ¡La tumba de Huma! Creo que en la tumba de Huma. Eso es lo que dijo Silvara.

—Puf... Bueno, al menos no tendremos que andar. Descendieron las escaleras y se acercaron al agujero del suelo por el que había llegado Tas. Una vez allí, el anciano se colocó en el mismísimo centro del agujero. Tas, tragando saliva, se situó junto a él, agarrándose a su túnica.

—Abajo —ordenó el anciano. Comenzaron a ascender, elevándose hacia el techo de la galería del piso superior.

—¡He dicho
abajo!
—chilló Fizban furioso, inclinado amenazadoramente su bastón hacia el agujero.

Se oyó un sonido absorvente y ambos fueron devorados por el agujero a tal velocidad, que el sombrero de Fizban salió volando. «Es como el que perdió en el cubil del dragón», pensó Tas. Estaba todo arrugado, había perdido su forma original y aparentementeposeía vida propia. Fizban intentó agarrarlo pero falló. No obstante, el sombrero cayó flotando tras ellos, a unos cincuenta pies de distancia.

Tasslehoff, fascinado, miró hacia abajo y se dispuso a preguntar algo, pero Fizban le hizo callar. Asiendo firmemente su bastón, comenzó a susurrar para sí, trazando un extraño signo en el aire.

Laurana abrió los ojos. Estaba tendida sobre un frío banco de piedra, contemplando el oscuro y reluciente techo. No tenía ni idea de dónde estaba. Entonces recuperó la memoria. ¡Silvara!

Incorporándose inmediatamente, echó un rápido vistazo a la habitación. Flint gruñía y se frotaba el cuello. Theros parpadeaba y miraba a su alrededor, aturdido. Gilthanas estaba en pie cerca de la puerta de la tumba, observando algo que había en el suelo. Cuando Laurana avanzó hacia él, el elfo se volvió. Llevándose un dedo a los labios, asintió con la cabeza en dirección a la puerta.

Silvara estaba allí sentada, con la cabeza entre los brazos, sollozando amargamente.

Laurana vaciló, olvidando las furiosas palabras que había pensado dirigirle a la Elfa Salvaje. Desde luego aquello no era lo que había imaginado. ¿Qué es lo que esperaba?, se preguntó a sí misma. No volver a despertar nunca más, o algo parecido.
Debía
haber una explicación.

—Silvara... —comenzó a decir.

La muchacha alzó la mirada. Tenía el rostro salpicado de lágrimas y pálido de temor.

—¿Qué hacéis despiertos? ¿Cómo habéis conseguido liberaros de mi encantamiento? —balbuceó la elfa recostándose contra la pared.

—¡Qué importa eso! —respondió Laurana, a pesar de no tener ni idea de cómo había despertado—. Dinos...

—¡Fue obra
mía!
—anunció una voz profunda.

Laurana y los demás se volvieron y vieron a un anciano de barba cana aparecer solemnemente por el agujero del suelo.

—¡Fizban! —susurró Laurana atónita.

Se oyó un golpe seco. Flint cayó desmayado. Los demás ni siquiera le prestaron atención, pues se hallaban absortos ante la aparición del viejo mago. Entonces, tras proferir un agudo gemido, Silvara se arrojó sobre el frío suelo de piedra temblando y sollozando.

Ignorando las miradas de los demás, Fizban avanzó por la estancia, pasó ante el féretro y ante el inconsciente enano y se acercó a Silvara. Mientras tanto Tasslehoff apareció por el agujero.

—¡Mirad a quien he encontrado! —exclamó el kender con orgullo—. ¡A Fizban! Y
he volado,
Laurana. Me metí en el agujero y volé hacia arriba por el aire. Y arriba hay unas pinturas con dragones dorados, y entonces Fizban se incorporó y me gritó y... debo admitir que me sentí realmente extraño durante unos instantes. Me quedé sin voz y... ¿qué le ha sucedido a Flint?

—Cállate, Tas —dijo Laurana en voz baja, sin apartar la mirada de Fizban. Este, arrodillándose en el suelo, zarandeó a la Elfa Salvaje.

—¿Silvara, qué has hecho? —le preguntó con expresión severa.

Al oír esto Laurana pensó que debía haberse equivocado —aquel debía ser otra persona vestida con la vieja túnica de Fizban—, era imposible que aquel hombre poderoso y de semblante severo fuera el viejo y torpe mago que recordaba. Pero no, hubiera reconocido su rostro en cualquier lugar, por no mencionar el sombrero.

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