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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma

BOOK: La tumba de Huma
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Ahora todo el mundo sabe que los esbirros draconianos de Takhisis, la Reina de la Oscuridad, han vuelto. Todas las naciones se disponen a defender sus hogares, sus vidas y su libertad. Pero las razas llevan largo tiempo divididas por el odio y los prejuicios. Los guerreros elfos luchan contra los caballeros humanos. La guerra parece perdida antes de comenzar. Los compañeros se ven separados por el conflicto, viviendo distintas aventuras. Pasará una estación completa antes de que vuelvan a reunirse, si es que lo consiguen. Bajo el pálido sol invernal, un caballero caído en desgracia, una doncella elfa mimada y un kender algo chiflado ven cómo se acercan las tinieblas.

Nadie diría que son unos héroes.

Y ellos, menos que nadie

Margaret Weis y Tracy Hickman

Poemas: Michael Williams

La tumba de Huma

Crónicas de la Dragonlance - 2

ePUB v1.8

OZN
09.06.12

Continente de Ansalon

Canción de los Nueve Héroes

Soplaban los vientos del invierno, pero en el interior de las cavernas de los Enanos de las Montañas, más allá de las montañas Kharolis, no se sentía la furia de la tormenta. Mientras el Gobernador pedía silencio a los enanos y humanos reunidos, un enano bardo avanzó unos pasos para rendir homenaje a los compañeros.

CANCIÓN DE LOS NUEVE HÉROES

Del norte venía el peligro, tal como ya sabíamos.

En los albores del invierno, la danza de un dragón asolaba las tierras, hasta que de los bosques,

de las praderas, surgiendo de la materna tierra,

el cielo se abrió ante ellos.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz de un atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Uno surgió de un jardín de roca,

de los paraninfos de los enanos, del tiempo y la sabiduría, donde el corazón y la mente se unen

en la azulada vena de la mano.

En sus paternales brazos, se concentraba el espíritu.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz de un atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Uno de un cielo de chorreantes brisas,

ligero como el viento,

de los ondeantes prados, del país de los kenders,

donde el grano surge de la pequeñez

para crecer verde y dorado, y verde otra vez.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz de un atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Una provenía de las praderas, la armonía de las extensas tierras,

nutridas en la distancia de horizontes vacíos.

Llegó portando una vara, y los rayos

de luz y de misericordia iluminaron su mano.

Sobrellevando las heridas del mundo, llegó ella.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz de un atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Uno más de las praderas, a la luz de las lunas,

con sus hábitos, sus rituales, siguiendo a la luna

en sus fases, su cera y su mengua,

que controlaban la marea de su sangre, y su mano de guerrero

ascendió hacia las jerarquías del espacio hasta la luz.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Una en el interior de las ausencias, conocidas por las partidas,

la oscura espadachina en el corazón del fuego.

Su gloria el espacio entre las palabras,

la canción de cuna recordada con la edad,

recordaba al límite del despertar y del pensamiento.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Uno en el corazón del honor, formado por la espada,

por los siglos de vuelo del martín pescador sobre las tierras,

por Solamnia arruinada y ascendente,

surgiendo de nuevo cuando el corazón se alza hacia el deber.

Mientras danza, la espada es una herencia eterna.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Otro en una simple luz que su hermano oscurecía,

dejando que la mano de la espada intentara todas las sutilezas,

hasta las intrincadas tramas del corazón. Sus

pensamientos, estanques rotos por el cambiante viento...

El no puede ver su fondo.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

El siguiente era el jefe, semielfo, traicionado

mientras las sangres gemelas dividen la tierra,

los bosques, el mundo de elfos y hombres.

Llamado para la valentía, pero temeroso en el amor,

y temiendo que, llamado a ambos, no llegue a realizar ninguno.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

El último, de la oscuridad, respirando la noche

donde las abstractas estrellas esconden nidos de palabras,

donde el cuerpo soporta la herida de las cifras,

rodeado por el conocimiento, hasta que, incapaz de bendecir,

sus bendiciones caen sobre los ignorantes.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

También se unieron a ellos

una desgraciada muchacha, agraciada más allá de la virtud.

Una princesa de semillas y arbolillos, llamada a un bosque.

Un anciano tejedor de accidentes.

Pero no podemos predecir a quién reunirá la historia.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

Del norte venía el peligro, tal como ya sabíamos.

El campamento de invierno, el sueño del dragón

ha poblado las tierras, pero de los bosques,

de las praderas, surgen de la maternal tierra

que define el cielo ante ellos.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas

bajo la luz del atardecer de otoño.

Mientras el mundo caía, ellos se alzaban

hacia el corazón de la historia.

El Mazo

—¡El Mazo de Kharas!

La triunfal exclamación resonó en el gran salón de audiencias del rey de los Enanos de la Montaña. Le siguió un bullicioso alboroto —las profundas y resonantes voces de los enanos entremezcladas con los gritos algo más agudos de los humanos—, a la vez que las inmensas puertas del salón se abrían de par en par para dar paso a Elistan, clérigo de Paladine.

A pesar de que el salón en forma de cuenco era grande, se hallaba completamente abarrotado. La mayor parte de los ochocientos refugiados de Pax Tharkas se alineaban en las paredes, mientras los enanos se apiñaban sobre los bancos de piedra labrada.

Elistan apareció al pie de un largo pasillo central, sosteniendo respetuosamente en las manos el gigantesco mazo de guerra. Al ver al clérigo de Paladine, vestido con su túnica blanca, el griterío aumentó, retronando contra la inmensa cúpula del techo y reverberando por la sala hasta que pareció que el suelo temblaba debido a las vibraciones.

Tanis se encogió, pues el ruido retumbaba en su cabeza. Se sentía sofocado en medio de tanta gente. Además, no le gustaba estar bajo tierra y, aunque el techo era tan alto que se alzaba sobre la llameante luz de las antorchas desapareciendo en la penumbra, el semielfo se sentía encerrado, atrapado.

—Estaré bien cuando esto acabe —le susurró a Sturm que estaba a su lado.

Sturm, siempre melancólico, parecía más preocupado y cavilante que de costumbre.

—No me gusta nada todo esto, Tanis —murmuró cruzando los brazos sobre el reluciente metal de su antigua cota de mallas.

—Lo sé —le respondió Tanis nervioso—. Ya lo has dicho, no una vez, sino varias. Ahora ya es demasiado tarde. Lo único que podemos hacer es intentar que esta situación se resuelva lo más satisfactoriamente posible.

El final de esta frase se perdió en otro ruidoso vitor al levantar Elistan el Mazo sobre su cabeza, mostrándoselo a los asistentes antes de comenzar a avanzar por el pasillo. Tanis se llevó la mano a la frente. Empezaba a sentirse mareado, pues la fresca caverna subterránea iba caldeándose con el calor de los cuerpos.

Elistan comenzó a caminar por el pasillo. En el centro del salón, sobre una tarima, estaba Hornfel, gobernador de los enanos de Hylar, quien se levantó para recibirlo. Tras él había siete tronos de piedra labrada, todos ellos desocupados; Hornfel estaba en pie frente al séptimo trono, el más suntuoso de todos, el trono del rey de Thorbardin. Vacío durante mucho tiempo, volvería a ser ocupado cuando Hornfel aceptara el Mazo de Kharas.

—Hemos
luchado para recuperar ese mazo —dijo Sturm , con lentitud, contemplando fijamente el reluciente objeto—. El legendario Mazo de Kharas, utilizado para forjar las lanzas
dragonlance
, teniendo como modelo la Dragonlance de Huma. Ha estado perdido durante cientos de años, encontrado y perdido de nuevo. ¡Y ahora lo entregamos a los enanos! —exclamó con repulsión.

—Ya fue entregado a los enanos anteriormente —le recordó Tanis fatigado, sintiendo resbalar por su frente gotas de sudor—. Si has olvidado la historia pídele a Flint que te la cuente. De cualquier forma, ahora es realmente suyo.

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